Jesucristo
Capitulo 11: De Judea A Galilea


Capitulo 11

De Judea A Galilea

El testimonio del Bautista respecto de Jesús

DURANTE el tiempo que nuestro Señor permaneció en el desierto, el Bautista continuó su ministerio, anunciando el arrepentimiento a todo el que se detenía para escuchar, y administrando el bautismo a quienes venían debidamente preparados y se lo solicitaban con recta intención. Inquietaba grandemente al pueblo la indentidad de Juan; y al discernir el verdadero significado de la voza, esa inquietud se convirtió en temor. Surgía y resurgía la pregunta, ¿quién es este profeta nuevo?

Entonces los judíos, y por esta expresión podemos entender que se refería a los príncipes del pueblo, enviaron una delegación de sacerdotes y levitas del partido farisaico para interrogarlo personalmente. Contestó sin evasivas: “No soy el Cristo”; y con igual firmeza negó que era Elías el Profeta, el cual los rabinos, a causa de interpretar erróneamente la predicción de Malaquías, afirmaban que iba a volver a la tierra como precursor inmediato del Mesíasb. Además, les afirmó que no era “el profeta”, refiriéndose al Profeta cuya venida Moisés había predichoc, y en el cual no todos los judíos reconocían al esperado Mesías. “Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor como dijo el profeta Isaías”d. Los enviados farisaicos entonces demandaron de él con qué autoridad bautizaba; y como respuesta afirmó que sobre la validez de su bautismo testificaría Uno que ya entonces estaba entre ellos aunque no lo conocían, y aseveró: “Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado”e.

Con la misma determinación con que había declarado su mensaje sobre la venida inminente del Señor, Juan testificó que Jesús era el Redentor del mundo. “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”—proclamó—y para que nadie fuese a interpretar mal o dejar de comprender que estaba identificando al Cristo, añadió: “Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua”f. La afirmación adicional de Juan muestra que el testimonio de la presencia ministrante del Espíritu Santo en “forma corporal como paloma”, lo convenció. “También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”g. Al día siguiente de la afirmación que acabamos de citar, Juan repitió su testimonio a dos de sus discípulos, al pasar por allí Jesús, y nuevamente dijo: “He aquí el Cordero de Dios”h.

Los primeros discípulos de Jesúsi

Dos de los que seguían al Bautista, expresamente llamados discípulos, se hallaban con él cuando por segunda vez designó tan categóricamente a Jesús como el Cordero de Dios. Eran Andrés y Juan, el segundo de los cuales llegó a ser conocido en años posteriores como el autor del cuarto evangelio. Se hace mención del primero por su nombre, mientras que el narrador suprime el del segundo discípulo, que era el suyo propio.

Tan impresionados quedaron Andrés y Juan a causa del testimonio del Bautista, que inmediatamente siguieron a Jesús y El, volviéndose hacia ellos, preguntó: “¿Qué buscáis?” Tal vez un poco apenados por la pregunta, o quizá con un deseo verdadero de saber dónde podrían hallarlo más tarde, le contestaron con otra pregunta: “Rabí, ¿dónde moras?” Lo trataron de Rabí, como señal de honra y de respeto, a lo cual Jesús no puso reparo. Su cortés respuesta les aseguró que su presencia no sería una intrusión inoportuna. “Venid y ved”, les dijoj.

De modo que los dos jóvenes lo acompañaron y permanecieron con El para aprender más. Andrés, lleno de asombro y gozo por la entrevista tan graciosamente concedida, y emocionado por el espíritu de testimonio que se había encendido dentro de su alma, salió de prisa a buscar a su hermano Simón, al cual dijo: “Hemos hallado al Mesías”. Llevó a Simón para que viera y escuchara por sí mismo, y Jesús, mirando al hermano de Andrés, lo llamó por su nombre y le añadió un sobrenombre de distinción por el cual estaba destinado a ser conocido en toda la historia futura: “Tú eres Simón, hijo de Jonás: tú serás llamado Cefas”. El nuevo nombre que le fue conferido es el equivalente arameo o siro-caldeo de la voz griega “Petros” y del castellano actual “Pedro”, que significa “una piedra”k.

Al día siguiente Jesús partió para Galilea, posiblemente acompañado de algunos de sus nuevos discípulos, o de todos ellos, y por el camino encontró a un hombre llamado Felipe, en quien reconoció a otro hijo escogido de Israel. A Felipe El dijo: “Sígueme”. Entré los rabinos y otros maestros de aquella época era costumbre buscar la popularidad, a fin de atraerse a muchos que pudieran sentarse a sus pies y fuesen conocidos como sus discípulos. Jesús, sin embargo, escogió a sus propios compañeros íntimosl; y a medida que los hallaba y discernía en ellos a los espíritus que en su estado preexistente habían sido elegidos para la misión terrenal del apostolado, El los llamaba. Ellos eran los siervos; El, su Maestro.

Poco después Felipe halló a su amigo Natanael, al que dio testimonio de al fin haber encontrado a Aquel de quien Moisés y los profetas habían escrito; y que no era otro sino Jesús de Nazaret. Natanael, como lo comprueba su historia posterior, era un hombre justo y sincero en su esperanza y expectación del Mesías, aunque parecía estar bajo la influencia de la creencia tan común entre los judíos, que el Cristo habría de venir en su estado real como convenía al Hijo de David. Las nuevas de que este Personaje venía de Nazaret, y era conocido como el hijo de un humilde carpintero, provocaron asombro e incredulidad en la cándida mente de Natanael, que exclamó: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” La respuesta de Felipe fue una repetición de las palabras de Cristo a Juan y Andrés: “Ven y ve”. Natanael dejó su asiento debajo de la higueram, dónde Felipe lo había encontrado, y fue a ver por sí mismo.

Al acercarse, Jesús afirmó: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Natanael comprendió que Jesús podía leer sus pensamientos, y preguntó sorprendido: “¿De dónde me conoces?” Con su respuesta Jesús manifestó un don, más admirable aún, de percepción en condiciones donde habría sido improbable y hasta imposible la observación común: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Natanael, lleno de convicción, respondió: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”. Aunque sincero, el testimonio de este hombre se basaba principalmente en su aceptación de lo que él creyó ser un poder sobrenatural en Jesús; y nuestro Señor le aseguró que en lo futuro llegaría a ver cosas mayores aún: “Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”n.

“El Hijo del Hombre”

En la promesa y predicción de Cristo a Natanael hallamos que por primera vez aparece cronológicamente en el Nuevo Testamento, el título significativo El Hijo del Hombre. Sin embargo, se repite aproximadamente cuarenta veces, excluyendo las repeticiones en donde el mismo relato aparece en los varios evangelios. En cada uno de estos pasajes el Salvador lo emplea distintivamente para designarse a sí mismo. El título aparece en el Nuevo Testamento tres veces más, fuera de los Evangelios; y en cada caso se aplica a Cristo, con referencia particular a sus atributos exaltados de Señor y Dioso.

En el Antiguo Testamento se emplea la frase “hijo del hombre” con el uso más corriente, que indica cualquier hijo humanop; y aparece más de noventa veces como nombre con el cual Jehová se dirige a Ezequiel, aunque este profeta nunca lo aplica a sí mismoq. El contexto de los pasajes en que Ezequiel es llamado “hijo del hombre” indica la intención divina de poner de relieve la condición humana del profeta comparada con la divinidad de Jehová.

Empléase el título, relacionado con la visión de Danielr, en la cual se revela la consumación futura aún, cuando Adán, el Anciano de Grande Edad, se sentará para juzgar a su posteridads; y en esta importante ocasión el Hijo del Hombre aparecerá y recibirá un dominio que será eterno y superior en todo sentido al del Anciano de Grande Edad, y se extenderá a todo pueblo y nación, cada uno de los cuales servirá al Señor Jesucristo, el Hijo del Hombret.

Al aplicar la designación a su persona, el Señor invariablemente usa el artículo definido. “El Hijo del Hombre” fue y es específica y exclusivamente, Jesucristo. Aun cuando es una certeza solemne que fue el único ser humano, de Adán en adelante, que no tuvo por padre a ningún hombre mortal, Jesús empleó el título para mostrar de una manera conclusiva que era suyo singular y exclusivamente. Se destaca claramente que la expresión encierra un significado que sobrepuja el que comunican las palabras en el uso corriente. Muchos han visto en esta designación distintiva cierta indicación del humilde estado de nuestro Señor como ser mortal y una connotación de que era el prototipo de la humanidad, ya que guardaba una relación particular y singular con toda la familia humana. Sin embargo, hay un significado más profundo comprendido en el uso que el Señor daba al título “El Hijo del Hombre”, significación basada en el hecho de saber que su Padre era el único Hombre supremamente exaltadou, cuyo hijo El era, no sólo en espíritu sino en cuerpo—el Primogénito entre todos los hijos espirituales del Padre, el Unigénito en la carne—por lo que, en un sentido solamente aplicable a El, Jesús era y es el Hijo del “Hombre de Santidad”, o sea Elohim, el Padre Eternov. Con los títulos distintivos de su divinidad, Cristo manifestó su descendencia espiritual y corporal de ese Padre exaltado, así como su sumisión filial a El.

Según lo revelado a Enoc el Vidente, “Varón de Santidad” es uno de los nombres por el cual conocemos a Dios el Padre Eterno; “y el nombre de su Unigénito es el Hijo del Hombre, a saber, Jesucristo”. Nos enteramos además de que el Padre de Jesucristo así se proclamó a Enoc: “He aquí, yo soy Dios; Varón de Santidad me llamo; Varón de Consejo es mi nombre; y Sin Fin y Eterno me llamo también”x. Los títulos “El Hijo del Hombre” y “El Hijo de Dios” son casi sinónimos en cuanto a sus significados de divinidad, gloria y exaltación; porque el “Varón de Santidad”, cuyo Hijo Jesucristo reverentemente afirma ser, es Dios el Padre Eterno.

El milagro en Caná de Galilea

Poco después de llegar Jesús a Galilea, lo hallamos con su pequeño grupo de discípulos en la celebración de un matrimonio en Caná, pueblo próximo a Nazaret. La madre de Jesús se hallaba en la fiesta, y por alguna razón no explicada en el relato de Juany, manifestaba algún cuidado y responsabilidad personales en el asunto de atender a los huéspedes. Es evidente que su situación era distinta del que asiste por invitación común. Sobre el asunto de que si esta circunstancia indica que el matrimonio era de alguien de su familia o de un pariente más distante, nada nos es dicho. En las fiestas de bodas era costumbre proveer suficiencia de vino, producto puro y sin fermentar de los viñedos locales, que era la bebida de mesa común en aquella época. En esta ocasión se agotó el vino, y María informó a Jesús de la falta. El contestó: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”. El apelativo “mujer”, dirigido por un hijo a su madre, tal vez suene un poco áspero a nuestros oídos, y aun lo entendamos como señal de falta de respeto; pero el modo en que se usaba era en realidad una expresión de significado opuestoz. Para todo hijo su madre debe ser preeminentemente la mujer de mujeres, la única mujer del mundo, a la cual el hijo debe su existencia terrenal; y aunque el título “Madre” pertenece a toda mujer que ha logrado los honores de la maternidad, para ningún niño, sin embargo, puede haber más de una mujer a la cual por derecho natural él pueda designar con ese título de respetuoso agradecimiento. En las últimas y tenebrosas escenas de su vida terrenal, mientras colgaba moribundo sobre la cruz, Cristo vio a María, su madre, llorando, y con toda solicitud la encomendó al cuidado del apóstol amado, Juan, con estas palabras: “Mujer, he ahí tu hijo”a.

¿Puede caber en el pensamiento que en este momento supremo, la preocupación de nuestro Señor por su madre, de la cual la muerte estaba a punto de separarlo, iba acompañada de alguna otra emoción sino las de honor, ternura y amorb?

Sin embargo, la forma en que se dirigió a María en la boda pudo haber sido una observación cariñosa de su posición como la madre de un Ser superior a ella, así como en la ocasión anterior cuando había hallado a su Niño, Jesús, en el templo, y El le había hecho ver que su jurisdicción no era suprema en cuanto a El. La manera en que ella le comunicó la falta de vino probablemente implicaba la idea de que El empleara su facultad más que humana y supliera la falta por ese medio. No correspondía a ella dirigir ni aun sugerir el ejercicio del poder inherente que reposaba en El como Hijo de Dios; esto no había heredado de ella. “¿Qué tienes conmigo?”—preguntó; y añadió luego: “Aún no ha venido mi hora”. No hallamos aquí una refutación de su habilidad para efectuar lo que ella aparentemente deseaba que El hiciera, sino la clara afirmación de que El obraría únicamente cuando el tiempo fuese propicio para el objeto; y que El, no ella, determinaría cuándo había llegado. La madre entendió su significado, por lo menos en parte, y se conformó con instruir a los sirvientes que hicieran cuanto El mandara. Nuevamente en esto vemos evidencia de su posición de responsabilidad y autoridad doméstica en aquella reunión social.

No tardó en llegar el momento de su intervención. Había en aquel lugar seis tinajuelasc, las cuales El mandó que se llenaran de agua. Entonces, sin ningún mandato audible o forma de invocación, que nosotros sepamos, El causó que se efectuara una transmutación dentro de las tinajuelas, de modo que al tomar de ellas los sirvientes, fue vino y no agua lo que sacaron. En una reunión social judía, como esta fiesta de bodas, una persona determinada, usualmente el pariente de uno de los cónyuges o algún otro que fuese digno del honor, era nombrado maestresala de la fiesta o, como lo llamaríamos en estos días, maestro de ceremonias. A dicho funcionario se le sirvió el vino nuevo primeramente, y éste, llamando al esposo, le preguntó por qué había guardado el vino mejor hasta lo último, cuando se acostumbraba servir el mejor al principio, y el más ordinario después. El evangelista inspirado expresa en forma concisa el resultado inmediato de este milagro del Señor, el primero en ser anotado: “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”d.

Con algún provecho podemos reflexionar las circunstancias consiguientes a este acto milagroso. La presencia de Jesús en las bodas y su contribución a la feliz continuación de las fiestas fue como un sello de aprobación que dio a la relación conyugal y a la propiedad de la diversión social. El no era ni ermitaño ni asceta: anduvo entre los hombres, comiendo y bebiendo como un Ser normal y naturale. En la fiesta El reconoció y siguió las exigencias de la hospitalidad liberal de la época, y dispuso lo que faltaba. Aquel, a quien pocos días antes había repugnado la sugestión del tentador, de que se proveyera de pan para su cuerpo hambriento, ahora utilizó su poder para proveer una comodidad a otros.

Uno de los efectos del milagro fue confirmar la confianza de aquellos cuya creencia en El como el Mesías era aún tierna y débil. Leemos que “sus discípulos creyeron en él”; seguramente deben haber creído hasta cierto punto antes de esto, pues de lo contrario no lo habrían seguido; pero ahora fue fortalecida su fe, acercándola más, si es que de hecho no alcanzó entonces la condición de una fe permanente en su Señor. Impresiona la reserva comparativa que rodea esta manifestación: el efecto moral y espiritual fue para unos pocos; la inaguración del ministerio del Señor no iba a señalarse por medio de una exhibición pública.

Los milagros en general

El acto de transmutación mediante el cual se tornó el agua en vino fue manifiestamente un milagro: un fenómeno incapaz de explicarse, mucho menos de demostrarse por lo que consideramos la operación común de la ley natural. Este fue el principio de sus milagros, o como lo expresa el Nuevo Testamento, sus “señales”. En muchos pasajes de las Escrituras los milagros son llamados señales, también maravillas, prodigios, virtudes, obras, singulares maravillas, etcf. No se realizaría el efecto espiritual de los milagros, si no impulsaran a quienes los vieran, a asombrarse, maravillarse, reflexionar e inquirir dentro de sí; basta con los engaños y artificios para causar una simple admiración o sorpresa. Ninguna manifestación milagrosa de poder divino tendría la facultad para producir un efecto espiritual, si no impresionara. Además, todo milagro es una señal del poder de Dios; y se ha demandado esta clase de señales a los profetas que han afirmado hablar por autoridad divina, aunque no en todos los casos se dieron tales manifestaciones. Ningún milagro se le atribuye al Bautista; pero el Cristo declaró que era más que profetag; y en las crónicas de algunos de los profetas más antiguosh, ninguna mención se hace de milagros. Por el contrario, cuando Moisés fue comisionado para libertar a Israel de Egipto se le dio a entender que los egipcios buscarían el testimonio de milagros, y fue facultado abundantemente para tal objetoi.

Los milagros no pueden contravenir la ley natural, antes se efectúan mediante la operación de leyes que no se conocen universal o conmunmente. La ley de gravedad obra en todo lugar; pero, al parecer, se nulifica por la aplicación local y especial de otras agencias. Por ejemplo, mediante la fuerza muscular o un impulso mecánico, una piedra es elevada del suelo, sostenida en el aire o lanzada al espacio. Sin embargo, la gravedad está obrando en cada uno de estos casos, aun cuando alguna otra energía localmente superior modifique sus efectos. El concepto humano de lo milagroso se desvanece al grado que aumenta la comprensión de la forma en que se lleva a cabo. Lo que se realiza con las invenciones modernas de la telegrafía y telefonía, con o sin hilos, la transformación de la potencia mecánica en electricidad, con sus innumerables aplicaciones actuales y posibilidades futuras aún, el desarrollo del motor de gasolina, el progreso actual de la navegación aérea—todas estas cosas han cesado de ser milagros en el concepto del hombre, porque hasta cierto grado, todos se entienden y están bajo el dominio de la agencia humana, además de lo cual son de operación continua y no sobrenatural. Arbitrariamente solemos clasificar los milagros como fenómenos inusuales, especiales o transitorios, efectuados por una agencia que sobrepuja el dominio del hombre.

En un sentido más general, toda la naturaleza es un milagro. El hombre ha aprendido que la plantación de las semillas de la uva en un terreno conveniente puede conducir, con el cultivo apropiado, al crecimiento de lo que será una viña madura y fructífera; pero, ¿no está comprendido un milagro, aun en lo que respecta a métodos inescrutables, en ese desarrollo? ¿Es menor el elemento del milagro verdadero en el curso natural, así llamado, del desarrollo de la planta—el crecimiento de la raíz, tallo, hojas y fruto, junto con la elaboración final del sabroso néctar de la viña—que en lo que tiene apariencia de sobrenatural en la transmutación del agua en vino, como aconteció en Caná?

Reflexionando los milagros efectuados por Cristo, forzosamente tenemos que reconocer la operación de un poder que sobrepuja nuestro actual entendimiento humano. La ciencia aún no ha avanzado lo suficiente en este campo para analizar y explicar. Negar la realidad de los milagros, apoyándose en que por no poder uno entender el medio, los efectos declarados son ficticios, es imputar a la mente humana el atributo de la omnisciencia, dando a entender que lo que el hombre no puede comprender no puede ser, y por consiguiente, puede comprender todo lo que es. Hay tan plena comprobación para los milagros que se han escrito en los Evangelios, como para los muchos acontecimientos históricos que ni piden ni exigen pruebas adicionales. Para el que cree en la divinidad de Cristo, hay atestación suficiente para los milagros; al incrédulo, sólo le parecen mitos y fábulasj.

Para entender las obras de Cristo, uno debe conocerlo como el Hijo de Dios; al hombre que todavía no ha aprendido a conocer, a toda alma honrada que desea buscar al Señor, se extiende la invitación: “Venid y ved”.

Notas al Capitulo 11

  1. Interpretación incorrecta de la profecía de Malaquías.—En el capítulo final de la recopilación de Escrituras que conocemos como el Antiguo Testamento, el profeta Malaquías describe en estas palabras una situación consiguiente a los últimos días, la cual precederá la segunda venida de Cristo: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Esta portentosa profecía concluye con la siguiente bendita y trascendental promesa: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”. (Mal. 4:1, 2, 5, 6) Los teólogos y peritos en materia bíblica han sostenido que esta predicción se refiere al nacimiento y ministerio de Juan el Bautista (compárese Mateo 11:14; 17:11 Marc. 9:11; Lucas 1:17), sobre quien descansó el espíritu y virtud de Elías (Lucas 1:17). Sin embargo, no encontramos donde se haya escrito que Elías el Profeta visitó al Bautista; y además, el ministerio de éste, aun cuando glorioso, no justifica la conclusión de que en él se cumplió cabalmente la profecía. Por otra parte, debe tenerse presente que la declaración del Señor por boca de Malaquías, relacionada con el día ardiente en que los inicuos serán consumidos como estopa, aún tiene que cumplirse. Es evidente, pues, que la interpretación comunmente aceptada es inexacta, y que debemos buscar en una fecha posterior a la época de Juan, el cumplimiento de la predicción de Malaquías. Esta ocasión posterior ha llegado; corresponde a la dispensación actual y señala la inauguración de una obra especialmente reservada para la Iglesia en estos postreros días. Durante una manifestación gloriosa concedida a José Smith y a Oliverio Cowdery en el Templo de Kirtland, Ohio, el 3 de abril de 1836, les apareció Elías, el profeta de la antigüedad que había sido tomado de la tierra mientras se hallaba aún en el cuerpo. Les declaró: “He aquí, ha llegado el tiempo preciso anunciado por boca de Malaquías—el cual testificó que él (Elías) sería enviado antes que llegara el día grande y terrible del Señor, para convertir el corazón de los padres a los hijos, y los hijos a los padres, para que no fuera herido el mundo entero con una maldición—por tanto, se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación; y por esto podéis saber que el día grande y terrible del Señor, está cerca, sí a las puertas”. (Doc. y Con. 110:13-16) Véase también The House of the Lord, por el autor, páginas 82, 83.

  2. El signo de la paloma.—”Juan el Bautista … tuvo el privilegio de ver al Espíritu Santo descender en forma de paloma, o mejor dicho en la señal de la paloma, como testimonio de esa administración. La señal de la paloma fue instituída desde antes de la creación del mundo como testimonio o testigo del Espíritu Santo, y el diablo no puede presentarse en la seña o señal de la paloma. El Espíritu Santo es un personaje y tiene la forma de una persona. No se limita a la forma de la paloma, mas se manifiesta en la señal de la paloma. El Espíritu Santo no puede transformarse en paloma; pero se dio a Juan la señal de la paloma para simbolizar la señal del hecho, así como la paloma es el emblema de la verdad y la inocencia”.—Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 338.

  3. El testimonio de Juan el Bautista.—Nótese que según lo asentado, el testimonio de Juan el Bautista sobre la divinidad de Cristo se dió después del período de los cuarenta días de ayuno y las tentaciones de nuestro Señor, y por tanto, aproximadamente seis semanas después del bautismo de Jesús. A la delegación de sacerdotes y levitas del partido farisaico que visitaron a Juan, obedeciendo las instrucciones de sus príncipes, probablemente por nombramiento del Sanedrín, aquél, después de negar que era el Cristo o cualquiera de los profetas mencionados en la interrogación, dijo: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí”. Al día siguiente y de nuevo al otro día, testificó públicamente que Jesús era el Cordero de Dios; y al tercer día de la visita de los sacerdotes y levitas a Juan, Jesús partió a Galilea. (Juan 1:19-43)

    La designación “Cordero de Dios” que Juan empleó, indica que él conceptuaba al Mesías como el que había sido señalado para el sacrificio; y fue quien usó el término primeramente en la Biblia. Posteriormente hallamos otras aplicaciones públicas, directas o sobrentendidas, en Hech. 8:32; 1 Pedro 1:19; Apo. 5:6, 8, 12, 13; 6:1,16; 7:9, 10, 17, etc.

  4. “Venid y ved”—El espíritu de la invitación que nuestro Señor extendió a los dos jóvenes, Andrés y Juan, que buscaban la verdad, se manifiesta en un privilegio similar que se extiende a toda persona. El hombre que desea conocer a Cristo debe venir a El para ver y oír, sentir y conocer. Los misioneros podrán comunicar las buenas nuevas, el mensaje del evangelio, pero la respuesta debe ser individual. ¿Estáis en duda en cuanto a lo que ese mensaje significa hoy? Entonces venid y ved por vosotros mismos. ¿Queréis saber dónde se puede hallar al Cristo? Venid y ved.

  5. El Padre Eterno es un Ser resucitado y exaltado.—”Como el Padre tiene potencia en sí mismo, también el Hijo tiene poder en sí mismo para poner su vida y volverla a levantar; y así, El tiene su propio cuerpo. El Hijo hace lo que ha visto hacer al Padre; luego el Padre en alguna ocasión puso su vida y la volvió a tomar; consiguientemente, El tiene su propio cuerpo. Cada cual se hallará en su propio cuerpo”.—Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 381.

    “¡ Dios una vez fue como nosotros ahora; es un hombre glorificado y está sentado sobre su trono allá en los cielos! Ese es el gran secreto. Si el velo se partiera hoy, y el Gran Dios que conserva este mundo en su órbita y sostiene todos los mundos y todas las cosas con su poder, se manifestase a sí mismo, digo que si fueseis a verlo hoy, lo veríais en la forma de un hombre, así como vosotros os halláis en toda la persona, imagen y forma de un hombre; porque Adán fue creado a la misma imagen y semejanza de Dios, y de El recibió instrucciones, y anduvo y conversó con El, como un hombre habla y se comunica con otro”.—Ibid., página 427.

  6. Tinajuelas para purificaciones ceremoniales.—En la casa donde se hizo la fiesta en Caná se hallaban en un lugar especialmente reservado, seis tinajuelas de piedra para agua, “conforme a la purificación de los judíos”. En los hogares judíos se proveían receptáculos con agua, por orden prescrita, a fin de facilitar las purificaciones ceremoniales exigidas por la ley. De estas tinajuelas se tomaba el agua según se necesitaba; eran depósitos para abastecimiento de agua, no vasos que se usaban para la purificación misma.

  7. El testimonio de los milagros.—La promesa del Señor en días anteriores (Marc. 16:17, 18), así como en la dispensación actual (Doc. y Con. 84:65-73), es precisa en el sentido de que ciertos dones determinados del Espíritu seguirán al creyente como señales de aprobación divina. Por consiguiente, la posesión de tales dones se puede considerar como rasgo esencial de la Iglesia de Jesucristo. No obstante, no hay justificación para ver en la evidencia de los milagros testimonio infalible de una autoridad celestial. Por otra parte, las Escrituras afirman que algunas fuerzas espirituales de naturaleza perversa han obrado milagros y seguirán obrándolos, engañando a muchos que carecen de discernimiento. Si se aceptan los milagros como evidencia infalible de poder divino, los magos de Egipto, en vista de las maravillas que efectuaron al oponerse al plan ordenado para el rescate de Israel, merecen nuestro respeto tanto como Moisés (Exodo 7:11). Juan el Teólogo vio en visión un poder inicuo que obraba milagros, engañando a muchos, efectuando grandes maravillas, y aun haciendo que descendiera fuego del cielo (Apo. 13:11-18). Además, vio espíritus inmundos que él sabía eran “espíritus de demonios, que hacen señales” (Apo. 16:13, 14). Aparte de lo anterior, considérese la profecía del Señor: “Se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24). Refiriéndose a lo que acontecerá durante el gran juicio, estas palabras de Jesucristo indican que los milagros, como prueba de un ministerio divinamente señalado, carecen de validez: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. (Mateo 7:22, 23) Los judíos, a quienes se comunicaron estas enseñanzas, sabían que se podían efectuar maravillas por poderes malignos, porque acusaron a Cristo de hacer milagros mediante la autoridad de Beelzebú, príncipe de los demonios (Mateo 12:22-30; Marc. 3:22; Lucas 11:15).—Artículos de Fe, por el autor, páginas 256, 257.

  8. “La posisión de la ciencia en cuanto a los milagros” es el tema de un artículo de mucho valor escrito por el profesor H. L. Orchard, publicado en Journal of the Transactions of the Victoria Institute or Philosophical Society of Great Britain, 1910, tomo 42, páginas 81-122. A este artículo se otorgó el primer premio en 1909. Después de hacer una extensa exposición analítica de su tema, el autor presenta el siguiente resumen, con el cual concordaron aquellos que tomaron parte en las discusiones subsiguientes: “Con la presente completamos nuestra investigación científica de los milagros bíblicos. En ella hemos comprendido: (1) la naturaleza del fenómeno; (2) las condiciones en las cuales se dice que ocurrió; (3) el carácter del testimonio de lo ocurrido. A la pregunta, ¿fueron probables los milagros de la Biblia?, la ciencia responde afirmativamente. Al siguiente interrogatorio, ¿efectivamente ocurrieron?, la ciencia de nuevo, y en forma muy enfática, sostiene la afirmativa. Si los comparamos al oro, la ciencia ha hecho su ensayo y declara que el oro es puro. O podemos decir que los milagros de la Biblia son semejantes a un collar de perlas. En caso que la ciencia desee saber si las perlas son genuinas, puede aplicar substancias químicas y otras pruebas a la investigación de su carácter; puede investigar las condiciones y circunstancias en que se hallaron las perlas en cuestión. ¿Fueron descubiertas originalmente en una ostra o en algún laboratorio industrial? Y puede investigar el testimonio de expertos. Si el resultado de cualquiera de estos exámenes afirmase el carácter genuino de las perlas, la ciencia difícilmente creería que eran “imitación”; y si todos los resultados declarasen su carácter genuino, la ciencia afirmaría en el acto que eran perlas verdaderas. Como hemos visto, esto es lo que sucede con los milagros de la Biblia. Por tanto, la ciencia afirma su ocurrencia efectiva”.