Capítulo cinco

Sacrificios y bendiciones en Nauvoo

Nuestro Legado: Una breve historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días


Los Santos de los Últimos Días que se trasladaron a Illinois recibieron una calurosa bienvenida por parte de los generosos ciudadanos del poblado de Quincy. Después de que el profeta José Smith regresó de su encarcelamiento en la cárcel de Liberty, los santos se trasladaron a unos 56 kilómetros al norte sobre la ribera del río Misisipí. Allí drenaron los grandes pantanos de la zona y comenzaron a edificar la ciudad de Nauvoo junto a un recodo del río. En poco tiempo la ciudad zumbaba con actividad y comercio al congregarse allí los santos de todas partes de los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. En menos de cuatro años, Nauvoo se convirtió en una de las ciudades más grandes de Illinois.

Los miembros de la Iglesia vivían relativamente en paz, con la tranquilidad de que un profeta vivía y trabajaba entre ellos. Cientos de misioneros llamados por el profeta partieron de Nauvoo para proclamar el Evangelio. Se construyó un templo, se recibió la investidura del templo; se crearon barrios por primera vez, se establecieron estacas, se organizó la Sociedad de Socorro, se publicó el Libro de Abraham y se recibieron importantes revelaciones. Durante más de seis años, los santos manifestaron un extraordinario nivel de unidad, fe y felicidad mientras su ciudad se convertía en un faro de laboriosidad y de verdad.

Los sacrificios de los misioneros de Nauvoo

Al comenzar a construir sus casas y a sembrar, muchos de los santos enfermaron de paludismo, enfermedad infecciosa que causaba fiebre y escalofríos. Entre los enfermos se encontraban la mayoría de los Doce y el mismo José Smith. El 22 de julio de 1839, el Profeta se levantó de su lecho con el poder de Dios que descansaba sobre él. Valiéndose del poder del sacerdocio, se sanó a sí mismo y a los enfermos de su propia casa y después, en virtud de ese poder, mandó que se sanaran los que acampaban en tiendas de campaña a la entrada de su casa. Muchas personas fueron sanadas. El Profeta fue de tienda en tienda y de casa en casa bendiciendo a todos. Fue uno de los días grandiosos de fe y sanidad en la historia de la Iglesia.

Durante ese período, el Profeta llamó a los integrantes del Quórum de los Doce Apóstoles para predicar el Evangelio en Inglaterra. El élder Orson Hyde, miembro del Quórum de los Doce, fue enviado a Jerusalén a dedicar la tierra de Palestina para el recogimiento del pueblo judío y de los otros hijos de Abraham. Se enviaron misioneros a predicar por todo Estados Unidos y el este de Canadá, y Addison Pratt y otros misioneros recibieron el llamamiento de ir a las islas del Pacífico.

Estos hermanos hicieron grandes sacrificios al dejar sus hogares y sus familias para responder al llamado de servir al Señor. Muchos miembros de los Doce enfermaron de paludismo mientras se preparaban para partir hacia Inglaterra. Wilford Woodruff, quien estaba sumamente enfermo, dejó a su esposa, Phoebe, con muy pocos víveres y apenas con lo suficiente para subsistir. George A. Smith, el apóstol más joven, estaba tan enfermo que tuvieron que llevarlo hasta el carromato, y un hombre que lo vio le preguntó al conductor si había estado robando cuerpos del cementerio. Los únicos que no padecían la enfermedad al partir de Nauvoo fueron Parley P. Pratt, quien se llevó a su esposa e hijos, su hermano Orson Pratt y John Taylor, aunque posteriormente el élder Taylor enfermó de gravedad y casi perdió la vida en el transcurso del viaje a la ciudad de Nueva York.

Brigham Young estaba tan enfermo que no podía caminar ni siquiera una corta distancia sin que alguien le ayudara, y su compañero, Heber C. Kimball, se encontraba en las mismas condiciones. Sus esposas y familias también habían caído enfermas. Cuando los Apóstoles alcanzaron la cima de un cerro a corta distancia de sus hogares, ambos acostados en el carromato, sintieron que no podrían soportar el tener que dejar a sus familias en condiciones tan desastrosas. Ante la sugerencia de Heber, se esforzaron por ponerse de pie, agitaron el sombrero sobre la cabeza y gritaron tres veces: “Hurra, hurra por Israel”. Sus esposas, Mary Ann y Vilate, recibieron la fuerza suficiente para ponerse de pie, recargarse contra el marco de la puerta y gritar: “Adiós; que Dios los bendiga”. Los dos hombres volvieron a acostarse en las camas del carromato con un espíritu de gozo y satisfacción, al ver que sus esposas estaban de pie, en lugar de permanecer enfermas en cama.

Las familias que quedaban detrás demostraron su fe cuando se sacrificaron para apoyar a los que habían aceptado llamamientos misionales. Cuando Addison Pratt fue llamado a una misión a las Islas Sandwich, su esposa, Louisa Barnes Pratt, explicó: “Tenía que vestir y educar a mis cuatro hijos, y me quedé sin dinero… Al principio mi corazón flaqueó, pero tomé la determinación de confiar en el Señor y enfrentar con valor los infortunios de la vida y regocijarme porque a mi esposo se le había encontrado digno de predicar el Evangelio”.

Louisa y sus hijos fueron al muelle para despedir a su esposo y padre. Después de llegar a su casa, ella informó que “la tristeza se apoderó de nuestra mente. Al poco rato, comenzaron a retumbar los truenos; los vecinos de enfrente tenían un techo que goteaba, frágil e inseguro; pronto llegaron para resguardarse de la tormenta. Nos sentimos tan agradecidos al verles llegar; nos hablaron, nos consolaron, cantamos himnos, y el hermano oró con nosotros y se quedaron hasta que hubo pasado la tormenta”.1

Poco después de la partida de Addison a la misión, su hija menor contrajo viruela. La enfermedad era tan contagiosa que cualquier poseedor del sacerdocio que fuera a ayudarle corría el riesgo de contraer la enfermedad, así que la hermana Pratt oró con fe y “reprendió la fiebre”. En el cuerpo de su hija aparecieron once ampollitas, pero la enfermedad nunca se desarrolló y en pocos días la fiebre desapareció. Louisa escribió: “Alguien que conocía muy bien cómo era la enfermedad vio a mi hija; me dijo que sí había sido un ataque de viruela; que yo la había conquistado con mi fe”.2

Aquellos misioneros que partieron de Nauvoo con tantos sacrificios trajeron a miles de conversos a la Iglesia, muchos de los cuales también dieron muestras de gran fe y valor. Mary Ann Weston vivía en Inglaterra con la familia de William Jenkins, mientras aprendía a ser costurera; el hermano Jenkins se había convertido al Evangelio. Un día Wilford Woodruff fue a la casa de la familia Jenkins para saludarles; sólo Mary Ann estaba en casa, por lo que el hermano Woodruff se sentó junto a la chimenea y cantó un himno, cuyas palabras decían: “¿Negaré la inspiración que siento del Espíritu de Dios por temor al hombre?” Mary Ann lo miró mientras cantaba y después relató que “se veía tan pacífico y feliz que pensé que tenía que ser un buen hombre, y que el Evangelio que predicaba debía ser el verdadero”.3

Debido a la asociación que Mary Ann tuvo con los miembros de la Iglesia, se convirtió y se bautizó poco tiempo después, siendo el único miembro de su familia que respondería al mensaje del Evangelio restaurado. Se casó con un miembro de la Iglesia que murió cuatro meses después, debido, en parte, a una paliza que había recibido de manos de una chusma que deseaba interrumpir una reunión de la Iglesia. Habiendo quedado sola, abordó un barco lleno de Santos de los Últimos Días que se dirigían a Nauvoo y dejó atrás su hogar, sus amigos y sus incrédulos padres. Nunca más volvió a ver a su familia.

Con el tiempo, su valor y dedicación bendijeron la vida de muchas personas. Se casó con Peter Maughan, un viudo que se estableció en Cache Valley en la parte norte del estado de Utah. Allí ella crió a una familia numerosa y fiel que honró tanto su nombre como a la Iglesia.

Los libros canónicos

Durante el período de la Iglesia en Nauvoo, se publicaron algunos de los escritos que más tarde llegaron a conocerse como La Perla de Gran Precio. Este libro contiene selecciones del Libro de Moisés, el Libro de Abraham, un extracto del testimonio de Mateo, selecciones de la Historia de José Smith y los Artículos de Fe. Estos documentos fueron escritos o traducidos por José Smith, bajo la dirección del Señor.

Ahora los santos tenían las Escrituras que llegarían a conformar los libros canónicos de la Iglesia: la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio. Estos libros tienen un valor incalculable para los hijos de Dios porque enseñan las verdades fundamentales del Evangelio y llevan al investigador sincero al conocimiento de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo. Conforme a la dirección del Señor y a través de Sus Profetas, se han agregado revelaciones adicionales a las Escrituras contemporáneas.

El Templo de Nauvoo

Tan sólo quince meses después de la fundación de Nauvoo, la Primera Presidencia, siendo obediente a la revelación, anunció que había llegado el momento de establecer “una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de orden, una casa para adorar a nuestro Dios, donde puedan efectuarse las ordenanzas de acuerdo con Su divina voluntad”.4 Aunque eran pobres y difícilmente podían atender las necesidades de sus propias familias, los Santos de los Últimos Días respondieron al llamado de sus líderes y comenzaron a donar tiempo y medios para la construcción del templo. Para tal fin, más de mil hombres donaron uno de cada diez días de mano de obra. Louisa Decker, una jovencita, se asombró al ver que su mamá vendió su vajilla de porcelana y un acolchado fino para contribuir con dinero para el templo.5 Otros miembros donaron caballos, carromatos, vacas, puercos (cerdos) y grano para ayudar en la construcción del templo. A las mujeres de Nauvoo se les pidió que contribuyeran con monedas de uno y diez centavos para el fondo del templo.

Caroline Butler no tenía este tipo de monedas, pero sentía un gran deseo de dar algo. Un día, mientras se encaminaba a la ciudad en una carreta, vio dos bisontes muertos. De pronto supo cuál sería su regalo para el templo. Ella y sus hijos arrancaron las largas crines de los animales y se las llevaron a casa. Las lavaron, las peinaron y las prepararon de tal modo que hilaron una especie de hilaza o lana. Después tejieron ocho pares de guantes gruesos que les regalaron a los que trabajaban cortando piedra para el templo en medio del crudo frío del invierno.6

Mary Fielding Smith, esposa de Hyrum Smith, escribió una carta a las mujeres Santos de los Últimos Días de Inglaterra, quienes en el transcurso de un año juntaron 50.000 monedas de un centavo, las que juntas pesaban más de 200 kg., y se enviaron por barco a Nauvoo. Los granjeros donaron bueyes y carromatos; otros vendieron parte de sus tierras y donaron el dinero al comité de construcción. Se dieron muchos relojes y pistolas. Los santos de Norway, Illinois, enviaron cien ovejas a Nauvoo, poniéndolas a la disposición del comité del templo.

Al recordar esta época, Brigham Young dijo: “Trabajamos arduamente en el Templo de Nauvoo, tiempo durante el cual fue difícil conseguir pan y otras provisiones para alimentar a los obreros”. Sin embargo, el presidente Young aconsejó a los encargados de los fondos del templo que dieran toda la harina que tenían, confiando en que el Señor proveería más. Al poco tiempo, Joseph Toronto, converso reciente a la Iglesia procedente de Sicilia, llegó a Nauvoo con $2.500 dólares en oro, los cuales puso a los pies de las autoridades.7 Estos ahorros de toda la vida del hermano Toronto se usaron para abastecerse de harina y comprar otras provisiones que se necesitaban con urgencia.

Poco después de la llegada de los santos a Nauvoo, el Señor reveló a través del profeta José Smith que debían llevarse a cabo bautismos por los antepasados muertos que no hubieran escuchado el Evangelio (véase D. y C. 124:29–39). Muchos santos sintieron gran consuelo cuando recibieron la promesa de que los muertos podrían recibir las mismas bendiciones que los que aceptaran el Evangelio aquí en la tierra.

El Profeta también recibió una revelación importante concerniente a las enseñanzas, los convenios y las bendiciones que ahora se conocen como la investidura del templo. Esta ordenanza sagrada permitiría a los santos “obtener la plenitud de aquellas bendiciones” que les prepararían para “venir y morar en la presencia de Elohim en los mundos eternos”. 8 Después de recibir la investidura, los esposos podrían sellarse, mediante el poder del sacerdocio, por esta vida y por toda la eternidad. José Smith comprendía que estaría poco tiempo en la tierra, así que mientras el templo aún estaba bajo construcción, comenzó a impartir la investidura a un grupo selecto de fieles seguidores en un cuarto del segundo piso de su almacén.

Incluso después del asesinato del profeta José Smith, cuando los santos comprendieron que en breve tendrían que dejar Nauvoo, se fortaleció su cometido de finalizar el templo. Se dedicó el ático del templo aún sin terminar como la parte de la estructura donde podía impartirse la investidura. Los santos estaban tan ansiosos por recibir esta ordenanza sagrada que Brigham Young, Heber C. Kimball y otros miembros de los Doce Apóstoles permanecieron en el templo de día y de noche, durmiendo no más de cuatro horas. Mercy Fielding Thompson estaba encargada de lavar y planchar la ropa del templo, así como de supervisar la cocina. También ella vivía en el templo, y a veces trabajaba la noche entera a fin de tener todo listo para el día siguiente. Había otros miembros que eran igualmente devotos.

¿Por qué los santos trabajaron tan arduamente para terminar un edificio que en breve tendrían que abandonar? Casi seis mil Santos de los Últimos Días recibieron sus investiduras antes de partir de Nauvoo. Al volver los ojos hacia la migración al Oeste, su fe aumentó y se sintieron seguros con el conocimiento de que sus familias estaban selladas eternamente. Con rostros bañados de lágrimas, listos para seguir avanzando después de sepultar a un hijo o a un cónyuge en la inmensa pradera americana, los santos siguieron adelante con determinación debido, en gran medida, a las promesas contenidas en las ordenanzas que habían recibido en el templo.

La Sociedad de Socorro

Mientras se construía el Templo de Nauvoo, Sarah Granger Kimball, esposa de Hiram Kimball, uno de los ciudadanos más adinerados de la ciudad, contrató a una costurera de nombre Margaret A. Cooke. Con el deseo de adelantar la obra del Señor, Sarah donó tela con objeto de confeccionar camisas para los hombres que trabajaban en el templo y Margaret aceptó coserlas. Poco después, algunas de las vecinas de Sarah también sintieron el deseo de participar en la costura de las camisas, por lo que se reunieron en la sala de la familia Kimball y decidieron organizarse formalmente. Se le pidió a Eliza R. Snow que escribiera una constitución así como los reglamentos de la nueva sociedad.

Eliza le presentó el documento terminado al profeta José Smith, quien declaró que era la mejor constitución que había visto. Aún así, el Profeta tenía la impresión de que debía ampliar la visión de la mujer con respecto a lo que ésta podía lograr. Por lo tanto, pidió que las mujeres asistieran a otra reunión, en la que él organizó La Sociedad de Socorro de Mujeres de Nauvoo. Emma Smith, esposa del Profeta, fue la primera presidenta de la sociedad.

El Profeta les dijo a las hermanas que recibirían “instrucción mediante el orden que Dios ha establecido a través de los que han sido nombrados para dirigir —y ahora doy vuelta a la llave para ustedes en el nombre de Dios, y esta Sociedad se regocijará y recibirá conocimiento e inteligencia desde este momento en adelante— este es el comienzo de mejores días para esta Sociedad”.9

Poco después de la creación de la sociedad, un comité de la misma visitó a todos los pobres de Nauvoo para evaluar sus necesidades y solicitó donativos para ayudarles. Los niños necesitados recibieron su educación gracias a los donativos en efectivo, y el producto de la venta de alimentos y ropa de cama. También se donaron lino, lana, hilaza, tejas, jabón, velas, productos de quincallería, alhajas, canastos, acolchados, mantas, cebollas, manzanas, harina, pan, galletas y carne para ayudar a los necesitados.

Además de ayudar a los pobres, las hermanas de la Sociedad de Socorro llevaban a cabo reuniones de adoración. Eliza R. Snow informó que en una reunión “casi todas las presentes se levantaron y hablaron, y el Espíritu del Señor, como riachuelo purificador, alentó todo corazón”.10 Estas hermanas oraron unas por otras, fortalecieron mutuamente su fe y consagraron sus vidas y recursos para ayudar a promover la causa de Sión.

El martirio

Aunque los años de Nauvoo fueron de gran felicidad para los santos, al poco tiempo comenzó de nuevo la persecución, culminando con el asesinato de José y Hyrum Smith. Fue una época de oscuridad y pesar que nunca se olvidaría. Después de saber del martirio, Louisa Barnes Pratt escribió sus propios sentimientos al respecto: “Era una noche tranquila, y había luna llena. Parecía ser una noche de muerte, ¡y todo conspiró para hacerla solemne! Se escucharon las voces de los líderes que llamaban a los varones a congregarse, y escuchándolas a lo lejos, caían sobre el corazón como campana fúnebre. Las mujeres se reunían en grupos, llorando y orando, algunas deseando que los asesinos recibieran un terrible castigo, otras reconociendo la mano de Dios en el suceso”.11

Al igual que Louisa Barnes Pratt, muchos Santos de los Últimos Días recordaron los acontecimientos del 27 de junio de 1844 como una época de lágrimas y corazones quebrantados. El martirio fue el acontecimiento más trágico de los comienzos de la Iglesia, y, sin embargo, no era totalmente inesperado.

Por lo menos en diecinueve ocasiones diferentes, comenzando en 1829, José Smith les dijo a los santos que probablemente no dejaría esta vida pacíficamente12. Aunque sentía que sus enemigos algún día le quitarían la vida, no sabía cuándo sucedería. Al terminar la primavera de 1844, los enemigos de dentro y fuera de la Iglesia trabajaron arduamente para destruir al Profeta. Thomas Sharp, editor de un periódico cercano y líder en el partido político antimormón del condado de Hancock, públicamente pidió el asesinato del Profeta. Grupos de ciudadanos, apóstatas y líderes cívicos conspiraron para destruir al Profeta y así lograr la destrucción de la Iglesia.

Thomas Ford, gobernador de Illinois, le escribió a José Smith, insistiendo en que los miembros del Ayuntamiento de Nauvoo debían someterse a juicio ante un jurado que no era mormón bajo el cargo de causar disturbios civiles. Dijo que era la única manera de apaciguar al pueblo. Les prometió completa protección, aunque el Profeta dudaba seriamente que tuviera el poder para cumplir su juramento. Cuando parecía que no había ninguna otra alternativa, el Profeta, su hermano Hyrum, John Taylor y otros hombres se sometieron al arresto, plenamente conscientes de que no eran culpables de ningún crimen.

Al prepararse para partir de Nauvoo hacia Carthage, asiento judicial del condado que quedaba a unos treinta kilómetros de distancia, el Profeta sabía que veía por última vez a su familia y amistades. Él profetizó: “Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega”.13

Mientras el Profeta emprendía su camino, B. Rogers, quien había trabajado en la granja de José desde hacía más de tres años, y otros dos jóvenes cruzaron a pie los campos y se sentaron en un cerco esperando que pasara su amigo y líder. José detuvo el caballo a un lado de ellos y les dijo a los miembros de la milicia que estaban con él: “Caballeros, ésta es mi granja y éstos son mis jóvenes. Yo los estimo y ellos me estiman”. Después de estrechar la mano de cada uno de los jóvenes, montó su caballo y cabalgó hacia su encuentro con la muerte.14

Dan Jones, converso galés, se reunió con el Profeta en la cárcel de Carthage. El 26 de junio de 1844, la última noche de su vida, José escuchó el disparo de un rifle, se levantó de la cama y se acostó en el suelo cerca del hermano Jones. El Profeta le susurró al oído: “¿Tiene miedo de morir?” El hermano Jones respondió: “Siendo parte de esta causa, no pienso que la muerte pueda albergar ningún terror”. “Antes de morir aún verá Gales y cumplirá la misión que tiene señalada”, profetizó José.15 Miles de fieles Santos de los Últimos Días disfrutan actualmente de las bendiciones de la Iglesia como resultado de la misión honorable y productiva que posteriormente sirvió Dan Jones en Gales.

El 27 de junio de 1844, poco después de las cinco de la tarde, una chusma de aproximadamente doscientos hombres con el rostro pintado tomaron por asalto la cárcel de Carthage, dispararon y mataron a José y a su hermano Hyrum e hirieron de gravedad a John Taylor. Willard Richards fue el único que salió ileso. Después de escuchar el grito de “Allí vienen los mormones” la chusma y la mayoría de los residentes de Carthage huyeron. Willard Richards atendió al herido John Taylor, ambos llorando la muerte de sus líderes. El cuerpo de Hyrum estaba dentro de la cárcel, mientras que José, quien había caído por la ventana, yacía afuera junto al pozo.

Uno de los primeros Santos de los Últimos Días en llegar a la escena fue Samuel, hermano de los dos mártires. Él y otros ayudaron a Willard Richards a preparar los cuerpos para la larga y amarga jornada de regreso a Nauvoo.

Mientras tanto, en Warsaw, Illinois, la familia de James Cowley, que era miembro de la Iglesia, se preparaba para cenar. Matthias, de catorce años de edad, escuchó que sucedía algo fuera de lo normal en el pueblo y fue a unirse al grupo que se juntaba para hablar de la noticia. El principal que comunicaba la noticia vio al joven Cowley y le ordenó regresar a casa al lado de su madre. Los jóvenes que no eran miembros de la Iglesia lo siguieron, tirándole basura antes de que pudiera escapar corriendo a través del patio de un vecino.

Pensando que la situación se había calmado, Matthias fue hacia el río para sacar un cubo de agua. Al verlo los miembros de la chusma le pagaron a un sastre que estaba borracho para que lo arrojara al río. Cuando Matthias se detuvo para meter el balde en el río, el sastre lo tomó por el cuello y le dijo: “Mormoncito… te voy a ahogar”. Matthias relató: “Le pregunté por qué quería ahogarme, y si alguna vez yo le había hecho algún daño. Él dijo que no, que no me iba a ahogar porque yo era un buen chico y que podía irme a casa”. Esa noche los miembros de la chusma intentaron sin éxito incendiar la casa de la familia Cowley tres veces, pero mediante la fe y las oraciones, la familia fue protegida.16 Matthias Cowley creció y permaneció fiel en la Iglesia; su hijo Matthias y su nieto Matthew fueron llamados para servir en el Quórum de los Doce Apóstoles.

Thomas Ford, gobernador de Illinois, escribió lo siguiente acerca del martirio: “El asesinato de los hermanos Smith, en lugar de acabar con… los mormones y dispersarlos, como muchos pensaron que sucedería, solamente sirvió para unirlos más y darles nueva confianza en su fe”.17 El gobernador también escribió: “Quizás algún hombre dotado como Pablo, algún orador espléndido que con su elocuencia atraiga multitudes por miles… pueda tener éxito en darle nueva vida [a la Iglesia Mormona] y hacer sonar el nombre del mártir José… con suficiente fuerza para que resuene en las almas de los hombres”. Ford vivió con el temor de que esto sucediera y que su propio nombre, como el de Pilato y Herodes, llegara a conocerse como infame en toda la historia.18 Su temor se hizo realidad.

El presidente John Taylor se recuperó de sus heridas y posteriormente escribió un tributo a los líderes asesinados, el cual ahora se conoce como la sección 135 de Doctrina y Convenios. Él dijo: “José Smith, el Profeta y Vidente del Señor, ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en él, exceptuando sólo a Jesús… Vivió grande y murió grande a los ojos de Dios y de su pueblo; y como la mayoría de los ungidos del Señor en tiempos antiguos, ha sellado su misión y obras con su propia sangre; y lo mismo ha hecho su hermano Hyrum. ¡En vida no fueron divididos, y en su muerte no fueron separados!… Vivieron por la gloria; murieron por la gloria; y la gloria es su recompensa eterna” (D. y C. 135:3, 6).

La sucesión en la presidencia

Cuando el profeta José Smith y su hermano Hyrum Smith fueron asesinados en la cárcel de Carthage, muchos de los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles y otros líderes de la Iglesia eran misioneros, por lo que no se encontraban en Nauvoo, y varios días pasaron antes de que estos hombres se enteraran de las muertes. Cuando Brigham Young escuchó la noticia, supo que las llaves del liderazgo del sacerdocio aún estaban en la Iglesia porque esas llaves se habían dado al Quórum de los Doce; sin embargo, no todos los miembros comprendían quién debía reemplazar a José Smith como profeta, vidente y revelador del Señor.

El 3 de agosto de 1844, llegó Sidney Rigdon, Primer Consejero de la Primera Presidencia, procedente de Pittsburgh, Pensilvania. Hacía un año había comenzado a seguir un curso contrario al consejo del profeta José Smith y se había apartado de la Iglesia. Rehusó reunirse con los tres miembros de los Doce que ya se encontraban en Nauvoo y, en su lugar, decidió dirigirse a un grupo grande de santos que se habían congregado para llevar a cabo el servicio de adoración dominical. Les habló de una visión que había recibido en la que supo que nadie podía reemplazar a José Smith; les dijo que debía nombrarse a un guardián de la Iglesia y que ese guardián debía ser Sidney Rigdon. Fueron pocos los santos que lo apoyaron.

Brigham Young, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, no regresó a Nauvoo sino hasta el 6 de agosto de 1844. Declaró que sólo deseaba saber “lo que Dios dice” acerca de quién debía dirigir la Iglesia.19 Los Doce convocaron una reunión para el jueves 8 de agosto de 1844. Sidney Rigdon habló en la sesión matutina durante más de una hora, obteniendo pocos seguidores.

Entonces Brigham Young habló brevemente, consolando el corazón de los santos. George Q. Cannon relató que al estar hablando el hermano Young, “era como si fuera la voz del mismo José”, y “a los ojos del pueblo parecía como si fuera la misma persona de José que estaba de pie ante ellos”.20 William C. Staines testificó que Brigham Young habló con una voz similar a la del profeta José Smith. “Pensé que era él”, dijo el hermano Staines, “y también lo pensaron miles de personas que lo escucharon”.21 Wilford Woodruff también relató aquel momento maravilloso: “Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, nadie habría podido convencerme de que no era José Smith, y cualquiera que conozca a estos dos hombres puede testificarlo”.22 Esa manifestación milagrosa, vista por muchos, ayudó a los santos a comprender que el Señor había escogido a Brigham Young para suceder a José Smith como líder de la Iglesia.

En la sesión de la tarde, Brigham Young habló de nuevo, y testificó que el profeta José Smith había ordenado a los Apóstoles, quienes poseían las llaves del reino de Dios en todo el mundo. Profetizó que aquellos que no siguieran a los Doce no prosperarían y que únicamente los Apóstoles serían victoriosos en edificar el reino de Dios.

Después de su discurso, el presidente Young le pidió a Sidney Rigdon que hablara, pero él decidió no hacerlo. Después de los comentarios de William W. Phelps y Parley P. Pratt, Brigham Young volvió a tomar la palabra. Habló de terminar el Templo de Nauvoo, de recibir la investidura antes de salir al desierto y de la importancia de las Escrituras. Habló de su amor por José Smith y su afecto por la familia del Profeta. Entonces los santos votaron unánimemente a favor de sostener a los Doce Apóstoles como líderes de la Iglesia.

Aunque hubo varias personas más que afirmaron tener derecho a la Presidencia de la Iglesia, en su mayor parte la crisis de la sucesión para los Santos de los Últimos Días había terminado. Brigham Young, el apóstol de mayor antigüedad y Presidente del Quórum de los Doce, era el hombre a quien Dios había escogido para dirigir a su pueblo, y éste se había unido para sostenerlo.

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Notas

  1. “Journal of Louisa Barnes Pratt”, Heart Throbs of the West, compilado por Kate B. Carter, 12 tomos, 1939–1951, 8:229.

  2. “Journal of Louisa Barnes Pratt”, 8:233.

  3. “Journal of Mary Ann Weston Maughan”, Our Pioneer Heritage, compilado por Kate B. Carter, 9 tomos, 1958–1966, 2:353–354.

  4. History of the Church, 4:186.

  5. Louisa Decker, “Reminiscences of Nauvoo”, Woman´s Exponent, marzo de 1909, pág. 41.

  6. “The Mormons and Indians”, Heart Throbs of the West, 7:385.

  7. B. H. Roberts, A Comprehensive History of the Church, 2:472.

  8. History of the Church, 5:2.

  9. Acta de la Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo, 28 de abril de 1842, pág. 40.

  10. Acta de la Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo, 28 de abril de 1842, pág. 33.

  11. “Journal of Louisa Barnes Pratt”, 8:231.

  12. History of the Church, 4:587, 604; 6:558.

  13. History of the Church, 6:555.

  14. Kenneth W. Godfrey, “A Time, a Season, When Murder Was in the Air”, Mormon Heritage, julio/agosto de 1994, págs. 35–36.

  15. History of the Church, 6:601.

  16. Matthias Cowley, “Reminiscences”, 1856, pág. 3; en los Archivos de la Iglesia SUD.

  17. Thomas Ford, A History of Illinois, editado por Milo Milton Quaife, 2 tomos, 1946, 2:217.

  18. Thomas Ford, A History of Illinois, 2:221–223.

  19. History of the Church, 7:230.

  20. Citado en History of the Church, 7:236.

  21. Citado en History of the Church, 7:236.

  22. Citado en History of the Church, 7:236.