CAPÍTULO 15: Gordon B. Hinckley: DECIMOQUINTO PRESIDENTE DE LA IGLESIA

Presidentes de la Iglesia Manual del alumno, (2003), 267–92


Gordon B. Hinckley

RESUMEN DE LA VIDA DE GORDON B. HINCKLEY

Edad

Acontecimientos

 

Nace en Salt Lake City, Utah, el 23 de junio de 1910; sus padres son Bryant S. Hinckley y Ada Bitner Hinckley.

8

Es bautizado por su padre (28 de abril de 1919).

20

Fallece su madre (9 de noviembre de 1930).

21

Se gradúa de la Universidad de Utah (junio de 1932).

22–24

Sirve como misionero en las Islas Británicas (1933–1935).

24

Recibe el nombramiento de secretario ejecutivo del Comité de Publicaciones Misionales, Publicidad y Radio de la Iglesia (1935).

26

Contrae matrimonio con Marjorie Pay (29 de abril de 1937).

33

Acepta un puesto en la compañía ferrocarrilera Union Depot and Railroad Company en Salt Lake City (1943).

41

Se le llama como secretario general del Comité Misional General (1951).

42

El presidente David O. McKay le pide que prepare las presentaciones del templo en idiomas no anglo-sajones (1953).

46

Se le llama como presidente de la Estaca East Millcreek (28 de octubre de 1956).

47

Se le sostiene como Ayudante de los Doce (6 de abril de 1958).

51

Se le ordena como apóstol (5 de octubre de 1961).

53

Habla en el programa de televisión de la cadena CBS Church of the Air (6 de octubre de 1963).

69

Bajo la dirección del presidente Spencer W. Kimball, lee una proclamación de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles en conmemoración del sesquicentenario de la Iglesia, transmitido vía satélite desde Fayette, Nueva York (6 de abril de 1980).

71

Se le llama como consejero del presidente Spencer W. Kimball (23 de julio de 1981).

75

Se le llama como consejero del presidente Ezra Taft Benson (10 de noviembre de 1985).

83

Se le llama como consejero del presidente Howard W. Hunter (5 de junio de 1994).

84

Se le ordena y aparta como Presidente de la Iglesia (12 de marzo de 1995).

85

Presenta “La familia: Una proclamación para el mundo” en la reunión general de la Sociedad de Socorro (23 de septiembre de 1995).

86

Representa a la Iglesia en el programa televisivo 60 Minutes (transmitido en abril de 1996); organiza Quórumes de Setenta adicionales (aumentando a cinco quórumes el 5 de abril de 1997).

87

Anuncia que se construirán templos más pequeños por todo el mundo (octubre de 1997).

88

Habla, vía satélite, en la que puede haber sido la reunión más grande de misioneros congregada hasta esa fecha (21 de febrero de 1999).

89

La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles publicaron el documento “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles” (1º de enero de 2000); dedica el Templo de Palmyra, Nueva York (6 de abril de 2000).

90

Dedica el Centro de Conferencias en Salt Lake City, Utah (8 de octubre de 2000); recorre aproximadamente 3.250.000 kilómetros, visita 58 países, habla ante 2.200.000 miembros y dedica 24 templos (2000); publica su libro Standing for Something: Ten Neglected Virtues That Will Heal Our Hearts and Homes (2000); anuncia el Fondo Perpetuo para la Educación, para ayudar a que los jóvenes de la Iglesia en todo el mundo puedan estudiar (abril de 2001).

92

Dedica el Templo de Nauvoo, Illinois (27 de junio de 2002); publica su libro Way to Be!: Nine Ways to Be Happy and Make Something of Your Life (2002).

DESCIENDE DE ANTEPASADOS PIONEROS

“Thomas Hinckley, antepasado del presidente Hinckley, fue gobernador de la Colonia Plymouth, Massachusetts, de 1681 a 1692. El abuelo del presidente Hinckley, Ira Nathaniel Hinckley, perdió a sus padres y fue enviado desde el estado de Michigan hasta Nauvoo y conoció al profeta José Smith” (Boyd K. Packer, “Presidente Gordon B. Hinckley: Primer Consejero”, Liahona, octubre/noviembre de 1986, pág. 7).

En 1843, a los catorce años de edad, Ira Nathaniel Hinckley se unió a la Iglesia, y en 1850 llegó al Valle del Gran Lago Salado. Después de establecerse en Salt Lake City con su familia, viajó en varias ocasiones al este para ayudar a otros santos a emigrar al oeste. En 1862 se alistó en el ejército para vigilar la línea telegráfica transcontinental durante la Guerra Civil. En 1867 el presidente Brigham Young le envió una carta a Ira, pidiéndole que aceptara una nueva asignación:

“ ‘Deseamos tener a una persona apta y buena para establecerse en la hacienda de la Iglesia en Cove Creek, Condado de Millard y hacerse cargo de ella. Se ha sugerido su nombre para ese puesto. Como está a cierta distancia de otras poblaciones, para ese cargo se necesita un hombre de juicio práctico y sólido, y de experiencia. Cove Creek está sobre el camino principal hacia Dixie (en Utah), Pahranagat (en Nevada), y el sur de California, a unos 55 kilómetros al sur de Fillmore y aproximadamente a 29 kilómetros al norte de Beaver. Si usted considera aceptar esta misión, debe tratar de acompañarnos al sur. Esperamos partir este lunes. No es prudente que lleve a su familia hasta que se construya el fuerte… Si resuelve ir, háganoslo saber a través del portador de esta carta, y cuando venga, traiga su propio transporte a fin de acompañarnos’.

“…Ira envió una respuesta sencilla con el mensajero: ‘Dígale al Presidente que estaré allí el día indicado con el transporte preparado para partir’ ” (Sheri L. Dew, Go Forward with Faith: The Biography of Gordon B. Hinckley, 1996, pág. 12).

SU PADRE FUE FUERTE Y FIEL

Ira Nathaniel Hinckley dejó a su familia en Coalville, Utah, hasta que el fuerte en Cove Creek estuvo listo para ser ocupado. Mientras estuvo lejos, su esposa, Angelina Wilcox Noble Hinckley, dio a luz a un hijo, Bryant Stringham Hinckley (padre de Gordon B. Hinckley), el 9 de julio de 1867. Ira mudó a su familia a Cove Fort y durante los siguientes diecisiete años ayudaron a que los viajeros que pasaban por la zona tuviesen abrigo, alimento y seguridad.

“Los primeros recuerdos de Bryant Hinckley eran sobre la vida en Cove Fort, donde él y sus hermanos aprendieron a cabalgar casi al mismo tiempo que aprendieron a caminar. Muchas tardes se subían a los muros del fuerte, con sus binoculares en la mano, observando a los vaqueros en sus cabalgaduras poniendo en el corral a caballos salvajes, y al ganado que pastaba en los cerros hacia el este…

“En 1883, cuando Bryant tenía dieciséis años, Angeline se mudó a Provo para que los cinco hijos mayores de Ira asistieran a la Academia Brigham Young. Bryant tenía una edad en la que se es muy impresionable, y la academia abrió para el muchacho rural de Utah todo un mundo nuevo…

“Después de su graduación, se le ofreció un puesto para enseñar en la academia, a condición de que obtuviera más entrenamiento. En consecuencia viajó a Poughkeepsie, Nueva York, y asistió al Eastman Business College, del cual se graduó en diciembre de 1892. También completó varios meses de postgrado en la Universidad Rochester Business antes de regresar a casa en la primavera de 1893 para enseñar en la Academia Brigham Young. En junio de 1893, contrajo matrimonio con Christine Johnson” (Dew, Go Forward with Faith, págs. 16–18).

A principios de 1900, Bryant aceptó el ofrecimiento del puesto de rector del nuevo LDS Business College en Salt Lake City. “Su instinto para los negocios, así como su capacidad como maestro y su facilidad para comunicarse con los demás, sirvieron mucho al colegio… Diez años después, cuando dejó el puesto, el colegio se consideraba como uno de los mejores del país en el campo de los negocios” (Dew, Go Forward with Faith, pág. 18).

Bryant y Christine Hinckley tuvieron nueve hijos. Trágicamente, el mismo día que nació el quinto, su hija de dos años de edad murió a causa de una fiebre aguda, y en julio de 1908, después de quince años de matrimonio, Christine enfermó repentinamente y tuvo una intervención quirúrgica de emergencia. Todos los esfuerzos para curarla fueron inútiles y falleció poco después. Bryant estaba desolado. Su esposa estaba muerta, él había quedado solo y con ocho hijos para cuidar.

NACIÓ GORDON B. HINCKLEY

Gordon B. Hinckley's father

Bryant Stringham Hinckley, padre de Gordon B. Hinckley.

Meses después del fallecimiento de su esposa, Bryant Hinckley sintió que sus hijos necesitaban una madre y él una compañera. En aquel entonces era rector del LDS Business College, y Ada Bitner, talentosa profesora de inglés y de taquigrafía, formaba parte del personal docente. Después de un breve noviazgo, Bryant y Ada se casaron en el Templo de Salt Lake, el 4 de agosto de 1909.

Gordon B. Hinckley's mother

Ada Bitner Hinckley, madre de Gordon B. Hinckley.

“En la bendición patriarcal recibida quince años antes, a Bryant se le había prometido: ‘No sólo llegarás tú a ser grande sino que tu posteridad también lo será; de tus lomos saldrán estadistas, profetas, sacerdotes y Reyes del Altísimo. El Sacerdocio jamás se apartará de tu familia. No habrá fin para tu posteridad… y el nombre de Hinckley será honrado en todas las naciones debajo de los cielos’.

“El día que Bryant y Ada se regocijaron por la llegada de su primer hijo, no pudieron haber previsto que en gran manera ese hijo daría cumplimiento a la profecía. Nació el 23 de junio de 1910, y recibió el nombre de soltera de su madre, por lo que se le conocería como Gordon Bitner Hinckley” (Dew, Go Forward with Faith, pág. 22).

DESDE TEMPRANA EDAD APRENDIÓ MUCHAS LECCIONES

“Un niño larguirucho y delgado, susceptible al dolor de oídos y otras dolencias, Gordon fue una preocupación constante para su madre. De noche era común encontrar a Ada calentando dos pequeñas bolsas de sal que luego sujetaba contra los doloridos oídos del niño…

“Gordon también sufría de alergias, asma y fiebre del heno, y las condiciones de vida de esa época agravaban sus problemas. Casi todos los habitantes de Salt Lake City quemaban carbón en las estufas, las cocinas y los hornos, y el hollín resultante permanecía sobre la ciudad como una manta que sofocaba, particularmente en la etapa más dura del invierno…

“La pesada concentración de hollín y de otros contaminantes fue el desafío más severo de Gordon. A los dos años de edad contrajo un caso tan severo de tos ferina que un médico le dijo a Ada que el único remedio era el aire puro de campo. Bryant atendió el consejo y compró una granja de dos hectáreas en la zona rural de East Milcreek, al este del Valle de Salt Lake” (Dew, Go Forward With Faith, págs. 24–25).

Al recordar algunas de las lecciones que aprendió en su niñez, el presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Yo crecí aquí, en Salt Lake City, y fui un niño común y pecoso… Mi padre era un hombre instruido y tenía mucho talento; era respetado en la comunidad. Amaba mucho a la Iglesia y a sus líderes. El presidente Joseph F. Smith, que era el Presidente de la Iglesia en su época, fue uno de sus héroes. También llegó a estimar mucho al presidente Heber J. Grant, que fue también Presidente de la Iglesia en 1918.

“Mi madre también era muy inteligente y bondadosa. Ella también era maestra, pero cuando se casó con mi padre… dejó su empleo para ser ama de casa y madre, y para nosotros, ella triunfó en su cometido.

“Vivíamos en lo que a mí me parecía una casa grande en el Barrio Uno. Tenía cuatro cuartos en la planta baja: cocina, comedor, sala y biblioteca, y arriba, cuatro dormitorios. La casa estaba ubicada en la esquina de un terreno grande con mucho césped, muchos árboles y demandaba grandes y constantes quehaceres.

“En mis primeros años, teníamos una cocina a leña en la cocina y una estufa en el comedor. Más adelante instalamos calefacción central y nos parecía maravillosa; sin embargo la caldera tenía un apetito voraz por carbón y no tenía un aparato que la alimentara automáticamente. Había que alimentarla a paladas y acumular el carbón arriba de la llama para que durara toda la noche.

“Yo aprendí una gran lección de ese monstruo. Si quería estar calentito, tenía que llenar la caldera de carbón (o sea, que aprendí que si quería estar confortable tenía que trabajar).

“Mi padre era de la opinión de que sus hijos tenían que aprender a trabajar en verano tanto como en invierno, por lo tanto, compró una granja de dos hectáreas, que con el tiempo llegó a ser de más de doce. Allí vivíamos todo el verano y volvíamos a la ciudad cuando empezaban las clases.

“Teníamos muchos árboles frutales que había que podar todas las primaveras. Papá nos llevó a ver demostraciones de podado por expertos de la escuela agraria. Así aprendimos una gran lección: que podíamos predecir cómo iba a ser la fruta en otoño por la forma en que podábamos en primavera. La clave era espaciar las ramas para que la fruta tuviera bastante aire y sol. Además aprendimos que las ramas nuevas daban la mejor fruta. Esto tiene muchas aplicaciones en la vida” (“Lecciones que aprendí en la niñez”, Liahona, julio de 1993, págs. 63–64).

LOS HINCKLEY REALIZABAN NOCHES DE HOGAR PARA LA FAMILIA

El presidente Hinckley compartió los siguientes recuerdos de su niñez:

“En 1915 el presidente Joseph F. Smith pidió que las familias de la Iglesia tuvieran la Noche de Hogar. Mi padre dijo que lo haríamos, que calentaríamos la sala donde estaba el piano de mi madre y haríamos lo que nos pedía el Presidente de la Iglesia.

“Cuando éramos niños, a mis hermanos y a mí no nos gustaba hacer nada enfrente de los demás. Una cosa era hacer algo mientras jugábamos, pero pedirnos que cantáramos un solo enfrente de los demás era como pedirle al helado que no se derritiera con el calor de la cocina. Al principio nos reíamos y hacíamos comentarios tontos, pero mis padres insistieron y aprendimos a cantar y a orar juntos, a escuchar con atención cuando mamá nos leía cuentos de la Biblia y del Libro de Mormón. Papá nos contaba cuentos de memoria…

“De esas humildes reuniones en la sala de nuestra vieja casa surgió algo indescriptible. Se fortaleció el amor que sentíamos por nuestros padres y nuestros hermanos. Aumentó el amor que sentíamos por el Señor y creció en nuestro corazón el agradecimiento que sentíamos por las cosas simples y buenas. Esas cosas maravillosas sucedieron porque nuestros padres obedecieron el consejo del presidente de la Iglesia. (De eso aprendí algo tremendamente importante.)

“En nuestra casa sabíamos que papá amaba a mamá. Esa fue otra de las grandes lecciones de mi niñez. No recuerdo haber escuchado a mi padre nunca hablar mal a mi madre ni decir nada malo de ella. Él la animaba a participar en las actividades de la Iglesia y a cumplir con sus responsabilidades cívicas y vecinales. Ella tenía mucho talento y él la alentaba para que lo utilizara. Papá siempre trataba de que mamá estuviera confortable. Los hijos veíamos que se trataban con igualdad, que eran compañeros, que trabajaban juntos y se amaban y eran considerados el uno con el otro, como también sabíamos que nos querían a nosotros” (“Lecciones que aprendí en la niñez”, Liahona, julio de 1993, págs. 65–66).

LA FAMILIA HINCKLEY VALORABA EL APRENDIZAJE EN EL HOGAR

Los padres de Gordon B. Hinckley eran profesores y querían dar a sus hijos las mejores oportunidades de aprendizaje. “Ya que Ada había sido maestra de inglés, había leído mucho e insistía en que su familia usara la gramática correctamente. No toleraba el lenguaje descuidado, y sus hijos aprendieron a hablar con precisión y cuidado. Decir “pa” en lugar de “para” o usar lenguaje corriente era casi imperdonable.

“Ada había sido una estudiante excepcional y esperaba lo mismo de sus hijos. Durante años Gordon atesoró el pequeño Handy Dictionary (Diccionario práctico) de Webster que tenía esta inscripción: ‘Ada Bitner, Premio a la Excelencia, 1889’. Los libros y la preparación académica eran también importantes para Bryant, y él había transformado en biblioteca uno de los cuartos de la casa, el cual se podía cerrar para estudiar. Los estantes estaban llenos de más de mil libros” (Dew, Go Forward With Faith, pág. 30).

Años más tarde, el presidente Hinckley habló con cariño acerca de la biblioteca de su casa:

“Cuando yo era niño vivíamos en una casa grande y vieja. A uno de los cuartos se le llamaba “la biblioteca”. Contaba con una mesa sólida y una buena lámpara, tres o cuatro sillas cómodas con buena iluminación, y había libros en estantes que cubrían las paredes. Había muchos tomos que mis padres habían adquirido en el transcurso de muchos años.

“Nunca se nos obligaba a leerlos, pero estaban ahí, a la mano, para que los utilizáramos cuando quisiéramos.

“En aquella habitación siempre había silencio, ya que se daba por sentado que era un lugar para estudiar.

“También había revistas: las revistas de la Iglesia y otras dos o tres buenas revistas. Había libros de historia y literatura, libros sobre temas técnicos, diccionarios, un conjunto de enciclopedias y un atlas del mundo. Naturalmente, en aquella época no había televisión. La radio hizo su aparición en la época en que yo estaba creciendo, pero en nuestra casa prevalecía un ambiente propicio para el estudio. No quisiera que ustedes pensaran que éramos grandes eruditos, pero sí se nos exponía a la buena literatura, a las grandes ideas de pensadores famosos y al lenguaje de hombres y mujeres de pensamientos profundos que se expresaban maravillosamente” (véase “El ambiente de nuestros hogares”, Liahona, octubre/noviembre de 1985, pág. 2).

SUS PADRES ESPERABAN LO MEJOR DE SUS HIJOS

“Irónicamente en su niñez, con todo lo que los Hinckley habían recalcado en cuanto a la literatura y al aprendizaje, a Gordon no le gustaba la escuela. A los seis años de edad, cuando debió haber comenzado primer año, se escondió de los padres el primer día de clase. Como era un niño pequeño y delicado de salud, Bryant y Ada decidieron que tal vez se sentiría mejor al año siguiente si asistía con Sherman, su hermano menor.

“Cuando al año siguiente llegó el primer día de clases, Gordon corrió dando vueltas por la casa en un intento de escapar de su madre, pero Ada prevaleció… En poco tiempo Gordon alcanzó a los de su año y pasó al segundo grado” (Dew, Go Forward With Faith, págs. 30–31). No fue sino hasta cursar los estudios preuniversitarios que la actitud de Gordon cambió radicalmente.

Los padres siempre los animaron, a él y a los otros hijos a dar lo mejor de sí y siempre se esperó de todos ellos el cumplimiento de ciertas normas de conducta. Los padres no aplicaban una disciplina estricta, pero sabían cómo comunicar lo que se esperaba. Si era necesario, asignaban tareas adicionales a los hijos que necesitaban ese estímulo. En cierta ocasión, en primer año, “después de un día particularmente difícil en la escuela, Gordon volvió a la casa, arrojó los libros sobre la mesa y se puso a andar de un lado a otro de la cocina, y luego lanzó una imprecación. Ada, se escandalizó ante esa expresión, explicó que bajo ninguna circunstancia esas palabras deberían volver a salir de su boca y llevó a Gordon al lavatorio, donde enjabonó generosamente una toallita y se la restregó alrededor de la lengua y por los dientes. Él escupió ‘espuma’ y sintió ganas de volver a decir varias malas palabras, pero resistió ese deseo” (Dew, Go Forward With Faith, pág. 33). Mucho después dijo: “Fue una buena lección. Puedo decir que me he esforzado por no tomar el nombre del Señor en vano desde aquel día. Estoy agradecido por esa lección” (véase “No tomarás el nombre de Dios en vano”, Liahona, enero de 1988, pág. 46).

RECIBIÓ UNA BENDICIÓN PATRIARCAL

En 1995 el presidente Hinckley habló de su bendición patriarcal:

“Recibí mi bendición patriarcal cuando era todavía un niño, a los once años de edad. Un converso [Thomas E. Callister] que había venido de Inglaterra era nuestro patriarca; quien me puso las manos sobre la cabeza y me dio una bendición. Creo que nunca leí aquella bendición hasta que estaba en el barco de viaje a Inglaterra, en 1933. La saqué de mi baúl y la leí detenidamente, y la volvía a leer cada tanto mientras estaba en la misión en Inglaterra.

“No quiero contarles todo lo que contiene esa bendición, pero aquel hombre habló con voz profética. Entre otras cosas dijo que yo elevaría mi voz en testimonio de la verdad entre las naciones de la tierra. Cuando fui relevado de mi misión, hablé en Londres en una reunión de testimonios en el Battersea Town Hall; al domingo siguiente hablé en Berlín, y el siguiente en París. Al otro domingo hablé en Washington D.C. Volví a casa cansado, débil, delgado y fatigado… y me dije: ‘Ya basta. He viajado tan lejos como pude haberlo deseado. No quiero volver a viajar nunca más’. Y pensé que ya había cumplido aquella bendición. Había hablado en cuatro de las grandes capitales del mundo: Londres, Berlín, París y Washington, D.C. Pensé que había cumplido aquella parte de la bendición.

“Digo con gratitud y con un espíritu de testimonio… que desde entonces ha sido mi privilegio, por la providencia y la bondad del Señor, dar testimonio de esta obra y del llamamiento divino del profeta José Smith en todas las tierras de Asia, o casi todas: Japón, Corea, Tailandia, Taiwán, Filipinas, Hong-Kong, Vietnam, Burma, Malasia, India, Indonesia, Singapur y algunas otras. He testificado de la divinidad de esta obra en Australia, Nueva Zelandia, en las islas del Pacífico, en las naciones de Europa, en todas las naciones de América del Sur y en todas las naciones del Oriente,” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, págs. 422–423).

RECIBIÓ UN FIRME TESTIMONIO ACERCA DE JOSÉ SMITH

El presidente Hinckley compartió una experiencia que tuvo en su niñez, cuando llegó a saber que José Smith realmente era un profeta:

“Hace muchos años, cuando a los doce años de edad me ordenaron diácono, mi padre, que entonces era presidente de nuestra estaca, me llevó a mi primera reunión del sacerdocio. En aquellos días esas reuniones se efectuaban una noche entre semana. Recuerdo que fuimos al edificio del Barrio Diez en Salt Lake City. Él se dirigió hacia el estrado y yo me senté en la última fila, sintiéndome un poco solitario e incómodo en aquel salón lleno de hombres fuertes que habían sido ordenados al sacerdocio de Dios. La reunión se inició, se anunció el himno de apertura y, como era la costumbre en aquel entonces, todos nos pusimos de pie para cantar. Allí había quizás unas cuatrocientas personas. Todos juntos esos hombres elevaron sus voces potentes, algunos con acento de lenguas europeas, de donde habían venido como conversos, todos cantando estas palabras con un gran espíritu de convicción y testimonio:

Al gran Profeta rindamos honores.
Fue ordenado por Cristo Jesús,
a restaurar la verdad a los hombres
y entregar a los pueblos la luz.

(Himnos, Nº 15).

“Cantaban del profeta José Smith, y al hacerlo se me llenó el corazón de amor por el gran Profeta de esta dispensación, y de creencia en él. En mi niñez se me había enseñado mucho acerca de él en las reuniones y las clases de nuestro barrio, así como también en nuestro hogar; pero mi experiencia en aquella reunión de sacerdocio de estaca fue diferente. Supe entonces, mediante el poder del Espíritu Santo, que José Smith ciertamente era un Profeta de Dios.

“Cierto es que durante los años siguientes, hubo ocasiones en que ese testimonio vaciló un poco, particularmente en los años de mis estudios universitarios. Sin embargo, aquella convicción nunca me abandonó del todo, y se ha ido afirmando a través de los años, en parte a causa de los desafíos de aquellos días que me llevaron a leer, estudiar y lograr esa certeza por mí mismo” (véase “ ‘Al gran Profeta rindamos honores’ ”, Liahona, mayo de 1984, págs. 1–2).

NO HABÍA LUGAR SUFICIENTE EN EL EDIFICIO DE LA ESCUELA SECUNDARIA

El presidente Hinckley compartió la siguiente experiencia de cuando ingresó a los estudios secundarios:

“…como no cabían todos los alumnos en el [edificio de la secundaria], mandaron a nuestra clase de séptimo grado de vuelta a la [escuela primaria].

“Nos sentimos rebajados; estábamos furiosos. Habíamos pasado ya seis años difíciles en esa escuela y pensábamos que merecíamos algo mejor. Los varones nos reunimos después de clase y decidimos que no íbamos a tolerar que nos trataran así. Decidimos hacer una huelga.

Al día siguiente no fuimos a clase, pero no sabíamos adónde ir. No podíamos quedarnos en la casa porque nuestras madres nos descubrirían. No se nos ocurrió irnos a un cine del centro porque no teníamos dinero para cosas así. No queríamos ir al parque porque teníamos miedo de que nos viera el Sr. Clayton, el que vigilaba si alguno faltaba a escondidas. No se nos ocurrió escondernos detrás de la cerca de la escuela y contar chistes verdes porque no sabíamos ninguno. Nunca habíamos oído hablar de drogas ni de nada por el estilo. Así que caminamos sin rumbo y desperdiciamos el día.

“A la mañana siguiente, Don Stearns (que en inglés se pronuncia igual que la palabra que significa severo en español) nos esperaba en la puerta de la escuela. Su apariencia hacía juego con su nombre. Nos habló sin miramientos y después nos dijo que no podíamos volver a la escuela si no traíamos una nota de nuestros padres. Esa fue mi primera experiencia con una expulsión. Nos dijo también que las huelgas no solucionaban los problemas y que se esperaba que fuéramos ciudadanos responsables y, que si teníamos una queja, debíamos ir a hablar con el director de la escuela.

“No nos quedaba otra alternativa que volver a casa y conseguir la nota.

“Recuerdo haber entrado a casa con el rabo entre las piernas. Mi madre me preguntó qué me pasaba y le conté. Le dije que necesitaba una nota para volver a la escuela y ella la escribió. Fue muy breve, pero fue la peor reprimenda que me dio en su vida. Decía así:

“ ‘Estimado Sr. Stearns:

“ ‘Sírvase disculpar la falta de Gordon ayer. No tuvo el valor de oponerse a la presión de sus amigos’.

“La firmó y me la entregó.

“Caminé de vuelta a la escuela y llegué al mismo tiempo que otros muchachos. Todos le entregamos las notas a Don Stearns. No tengo idea de si alguna vez las leyó, pero nunca me olvidé de la nota de mi madre. A pesar de que yo había tomado parte activa en la decisión, desde ese día me hice el firme propósito de que jamás haría algo sólo por seguir a la mayoría. Decidí allí mismo que tomaría mis propias decisiones de acuerdo con mis principios y con lo adecuado en ese momento, y que no dejaría que nadie me presionara a decidir una cosa u otra.

“Muchas veces, esa decisión ha sido una bendición en mi vida, a veces en circunstancias muy difíciles. Ha evitado que hiciera algunas cosas que, si las hubiera hecho, podían haberme costado caro o por lo menos me hubieran robado el autorrespeto” (véase “Lecciones que aprendí en la niñez”, Liahona, julio de 1993, pág. 65).

SU FE SUPERÓ SUS DUDAS

“En 1928 Gordon terminó los estudios preuniversitarios en LDS High School y ese mismo otoño se inscribió en la Universidad de Utah, exactamente un año antes del comienzo de la Gran Depresión Económica…

“Mientras Gordon siguió estudiando en la universidad y pasó de depender de sus padres a ser autosuficiente, él y muchos de sus compañeros comenzaron a preguntarse con respecto a la vida, al mundo y aun a la Iglesia. Sus inquietudes fueron agravadas por el cinismo de la época…

“Afortunadamente pudo comentar con su padre algunas de sus inquietudes, y juntos examinaron los interrogantes que él tenía: la falibilidad de las Autoridades Generales, el por qué a la gente que vive el Evangelio le suceden cosas difíciles, por qué Dios permite que algunos de Sus hijos sufran, etc. El entorno de fe que abundaba en la casa de Gordon fue vital durante ese período inquisitivo, tal como lo explicó más adelante: ‘Mis padres eran absolutamente firmes en su fe. No intentaron hacerme “engullir” el Evangelio ni me empujaron a participar, pero no dejaron de expresar lo que pensaban. Mi padre era sabio y de buen juicio y no era dogmático. Él había enseñado a estudiantes universitarios y apreciaba a la gente joven así como sus puntos de vista y dificultades. Tenía una actitud comprensiva y tolerante, y siempre estaba dispuesto a hablar de lo que me preocupaba’.

“Debajo de los interrogantes de Gordon, y de su actitud de crítica, había un hilo de fe que se había estado formando desde hacía mucho tiempo. Poco a poco, a pesar de sus interrogantes y dudas, comprendió que tenía un testimonio que no podía negar. Y aunque comenzó a comprender que no siempre había una respuesta clara y definida para cada pregunta difícil, también se dio cuenta de que su fe en Dios superaba sus dudas. Desde aquella noche, hacía tantos años, en que había asistido a su primera reunión de sacerdocio de estaca, había sabido que José Smith era un profeta: ‘El testimonio que había recibido de jovencito permaneció conmigo y llegó a ser un baluarte al cual pude asirme durante aquellos años tan difíciles’, dijo” (Dew, Go Forward with Faith, págs. 45–47).

FALLECIÓ SU MADRE

La madre de Gordon B. Hinckley, Ada Bitner Hinckley, falleció el 9 de noviembre de 1930, cuando él tenía veinte años. Hablando de la muerte de su madre, dijo:

“A los cincuenta años, mamá contrajo cáncer y [mi padre] la atendía constantemente. Recuerdo nuestras oraciones familiares y nuestros ruegos y las oraciones de él, con lágrimas en los ojos.

“En aquel entonces no había seguros médicos. Papá hubiera gastado hasta el último centavo para buscar una cura. En realidad gastó muchísimo dinero con su enfermedad. La llevó a Los Ángeles en busca de mejores tratamientos, pero sin resultados.

“De eso hace 62 años, pero recuerdo con claridad el dolor de mi padre cuando bajó del tren y saludó a sus desconsolados hijos. Caminamos taciturnamente por la plataforma de la estación hasta otro vagón; de allí bajaron el ataúd y se lo entregaron al encargado de la empresa funeraria. Allí aprendimos un poco más del cariño y la consideración de mi padre, y eso tuvo un efecto perdurable en mi vida.

“También entendí mejor el sufrimiento tan profundo que sienten los niños que pierden a su madre, pero, a la vez, que la muerte es un estado en el que se siente completa paz, sin dolor, y que no es el final del alma” (véase “Lecciones que aprendí en la niñez”, Liahona, julio de 1993, págs. 66–67).

FUE LLAMADO A SERVIR EN UNA MISIÓN EN INGLATERRA

Gordon B. Hinckley

Como misionero, hablando en Hyde Park, Londres, Inglaterra, 22 de julio de 1934.

Después de graduarse de la Universidad de Utah en 1932, Gordon B. Hinckley tenía intenciones de inscribirse en la Facultad de Periodismo de la Universidad Columbia, en la Ciudad de Nueva York, pero el Señor tenía otros planes para él. “Un domingo por la tarde, poco antes de cumplir los veintitrés años de edad, el obispo Duncan invitó a Gordon a ir a verlo a su casa. El obispo fue directo al grano: ¿Había pensado en servir como misionero? Gordon se asombró. En aquellos días de depresión económica, el servicio misional era la excepción y no la regla. Como consecuencia de la inestabilidad económica, el sostener a un misionero era prácticamente imposible para la mayoría de las familias; de hecho, pocos eran los llamados a servir como misioneros. Sin embargo, tan pronto como el obispo expuso el asunto, Gordon supo cuál debía ser su respuesta: le dijo al obispo Duncan que iría.

“Sin embargo, se perfilaba la realidad de financiar la misión. Bryant le aseguró a su hijo que encontraría la forma de hacerlo, y Sherman [hermano menor de Gordon] ofreció colaborar. Gordon decidió usar los modestos ahorros que había acumulado para sus estudios de postgrado. Lamentablemente, poco después de haberse comprometido a ir, el banco donde tenía sus ahorros quebró, y Gordon perdió todo su dinero. Poco después la familia descubrió que durante años Ada había mantenido una pequeña cuenta de ahorros con las monedas que recibía como cambio cuando hacía las compras y la había reservado para el servicio misional de sus hijos. Gordon se sintió conmovido por los años de callado sacrificio de su madre y de su profética visión. Aún después de su muerte ella continuaba dándole apoyo y sostén. Más importante aún fue el ejemplo de consagración, y él consideró sagrado el dinero que recibió de los ahorros de ella” (Dew, Go Forward with Faith, pág. 56).

Recibió su llamamiento misional para ir a la Misión Europea, con sede en Londres, Inglaterra. El élder Hinckley viajó a Inglaterra en un barco que atracó en Plymouth la noche del 1º de julio de 1933. Al día siguiente se le asignó ir a Preston, Lancashire.

Como sucede con muchos misioneros, él tuvo sus momentos de desánimo. Sus alergias lo molestaron a causa de las pasturas de junio que estaban polinizando cuando él llegó. Las lágrimas que la fiebre del heno le producía eran constantes, y su energía y resistencia estaban bajas en sumo grado, como jamás lo habían estado. Posteriormente rememoró:

“A mi arribo al lugar yo no me sentía bien. Debido a mi estado de salud y a la oposición que se hacía sentir, me sentí desanimado durante esas primeras semanas, a tal punto que le escribí una carta a mi padre para decirle que creía que yo estaba perdiendo el tiempo y desperdiciando su dinero. Él no sólo era mi padre, sino también mi presidente de estaca, y asimismo un hombre sabio e inspirado. Respondió a mi misiva con una carta muy breve, en la que decía: ‘Querido Gordon: Recibí tu última carta, y sólo tengo un consejo que darte: Olvídate de ti mismo y ponte a trabajar’. Horas antes, esa misma mañana, durante nuestra clase de estudio de las Escrituras, mi compañero y yo habíamos leído estas palabras del Señor: ‘Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.’ (Marcos 8:35).

“Aquellas palabras del Maestro, seguidas por el consejo de mi padre, llegaron a lo más recóndito de mi alma. Con la carta de mi padre en la mano, entré al dormitorio de esa casa en la que vivíamos, me arrodillé y le hice una promesa al Señor. Hice convenio con Él de que me esforzaría por olvidarme de mí mismo y me concentraría en Su servicio.

“Ese dichoso día de julio de 1933 fue mi día de decisión. Mi vida se vio inundada de una nueva luz y mi corazón de un júbilo antes desconocido para mí. Mi experiencia misional fue altamente satisfactoria y preciada, y por ello guardo una eterna gratitud, por haber trabajado en Preston, donde comenzó la obra misional, y en otros lugares a los que ésta había llegado, incluso la gran ciudad de Londres donde serví la mayor parte de mi misión” (véase “Una proclamación al mundo”, Liahona, noviembre de 1987, pág. 6).

“Tan pronto como el élder Hinckley se puso de lleno a trabajar en la obra, recibió una carta trasladándolo de Lancashire a Londres como asistente especial del élder Joseph F. Merrill, que en ese entonces era miembro del Consejo de los Doce Apóstoles y Presidente de la Misión Europea.

“ ‘No bautizamos a muchas personas en Londres en aquellos días’, dice su compañero de misión Wendell J. Ashton, ‘pero el élder Hinckley causaba sensación en las reuniones que teníamos en una esquina del parque Hyde Park. Les puedo asegurar que aprendimos a hablar rápidamente y a tener lista una respuesta. Y el élder Hinckley era el mejor de nuestro grupo. Siempre he pensado que allí, en Hyde Park en Londres, él obtuvo una gran experiencia de lo que haría tan hábilmente el resto de su vida: defender a la Iglesia y hablar con valor de sus verdades. Lo hacía bien entonces y sigue haciéndolo bien ahora’.

“El tiempo pasó rápidamente y en poco tiempo el joven élder Hinckley estuvo de regreso en Salt Lake City, cansado, delgado y (con gran ironía a la luz de lo que le deparaba el destino) con el deseo de ‘no volver a viajar a ningún otro lado’ ” (véase Jeffrey R. Holland, “Presidente Gordon B. Hinckley: Valiente y denodado”, Liahona, agosto de 1995, pág. 14).

SIRVIÓ EN EL COMITÉ DE PUBLICACIONES MISIONALES, RADIO Y PUBLICIDAD

Gordon B. Hinckley

Sirvió como secretario ejecutivo del Comité de Publicaciones Misionales, Publicidad y Radio de la Iglesia, en 1935. Mientras se encontraba en ese puesto escribió y creó gran parte de los primeros materiales de relaciones públicas y ayudas visuales de la Iglesia.

Después de la misión del presidente Hinckley, su presidente de misión, el élder Joseph F. Merrill del Consejo de los Doce, le pidió que rindiera un informe al presidente Heber J. Grant y a la Primera Presidencia sobre la publicación de materiales misionales. “Se organizó un nuevo comité de los Doce para poner al alcance de la obra misional las facilidades que ofrecían los medios de comunicación más modernos. Gordon serviría como productor y secretario del Comité de [Publicaciones Misionales, Radio y Publicidad] de la Iglesia. De hecho, este fue el comienzo de la oficina de comunicaciones públicas de la Iglesia. Debió poner a un lado sus planes de ir a la universidad. Su carrera como maestro de Seminario, ya que enseñaba media jornada a su regreso de la misión, tuvo que reemplazarse. El comité se componía de seis miembros de los Doce, con el élder Stephen L. Richards como presidente” (Packer, “Presidente Gordon B. Hinckley: Primer Consejero”, Liahona, octubre de 1986, pág. 6).

ENCONTRÓ A SU COMPAÑERA ETERNA

Gordon B. Hinckley

Marjorie Pay Hinckley

Gordon B. Hinckley y Marjorie Pay se habían estado cortejando antes de la misión de él y eran buenos amigos. Ella se sintió muy feliz cuando supo del llamamiento y lo animó a que fuera a servir. “ ‘Marjorie era la típica jovencita mormona de nuestra juventud’, recuerda Ramona H. Sullivan, hermana menor del presidente Hinckley, ‘y vivía al otro lado de la calle. Era muy bonita. Lo que más recuerdo de Marge en aquellos días es cuán refinada y ejemplar era, aun desde jovencita, al presentar discursos y números especiales en las reuniones y actividades de nuestro viejo Barrio Uno. Todas las demás parecían ponerse de pie y hablar entre dientes, pero Marjorie era totalmente profesional. Ella tenía una dicción excelente y controlaba todos sus movimientos. Aún recuerdo aquellos discursos que daba’.

“Aunque no empezaron un noviazgo en serio hasta que él regresó de la misión, lo primero que le llamó la atención fue precisamente una de esas lecturas de los años juveniles de Marjorie Pay. ‘La vi por primera vez en la Primaria’, cuenta riéndose el presidente Hinckley. ‘Ella dio un discurso. No sé de qué forma me impresionó, pero lo cierto es que jamás lo olvidé. Después ella creció hasta convertirse en una joven hermosa, y yo tuve el buen sentido de casarme con ella’.

“Los Hinckley contrajeron matrimonio el 29 de abril de 1937 y tuvieron tres hijas y dos hijos… A esta familia tan unida se añadieron más tarde veinticinco nietos y trece bisnietos” (véase Holland, “Presidente Gordon B. Hinckley: Valiente y denodado”, Liahona, agosto de 1995, pág. 17–18).

HUBO UN PERÍODO DE AJUSTE EN EL MATRIMONIO

“Mientras continuaba aprendiendo más acerca de la administración de la Iglesia, Gordon también encontró que había mucho para mantenerlo ocupado en casa mientras él y Marjorie aprendían a vivir juntos. Y hubo ajustes. Poco después de haber anunciado su compromiso, Emma Marr Petersen, esposa del élder Mark E. Petersen, había advertido a Marjorie que los primeros diez años de matrimonio serían los más difíciles. Su comentario sorprendió y asombró a Marjorie, quien más adelante admitió:

‘Yo estaba segura de que los diez primeros años serían maravillosos, pero durante nuestro primer tiempo juntos descubrí que ella ¡había dado en el clavo! Hubo muchos ajustes. Claro que no eran del tipo de cosas que te hacen correr a la casa de mamá para contarle. Pero de vez en cuando lloré sobre mi almohada. Los problemas estaban casi siempre relacionados con vivir según el calendario de actividades de la otra persona y de hacer las cosas a la manera del otro. Nos amábamos, no cabía ninguna duda, pero también teníamos que acostumbrarnos el uno al otro. Creo que todos los matrimonios tienen que hacerlo’ ” (Dew, Go Forward with Faith, pág. 118).

CONSTRUYÓ UNA CASA

“Poco después de contraer matrimonio, [Gordon B. Hinckley] dio comienzo a la difícil tarea de construir una pequeña casa, con la intención de ir agregándole habitaciones a medida que la familia fuera haciéndose más numerosa. Su hijo Clark recuerda: ‘Papá siempre tenía un plan para el futuro. En la casa que construyó, dejó las paredes preparadas para instalar las puertas, pensando que a medida que fuese reconstruyendo y expandiendo, se necesitarían las puertas como parte del plan’. Dick, el hijo mayor, agrega: ‘Parecía que nuestra casa siempre estaba uno o dos años atrasada comparada con el crecimiento de la familia, y mamá constantemente tenía que verse con alguna parte de la casa o del jar-dín sin terminar. Años más tarde, cuando se mudaron a un condominio, mamá comentó: ‘¡Por fin tenemos paredes que papá no puede derribar ni cambiar!’ ” (véase M. Russell Ballard, “Presidente Gordon B. Hinckley”, Liahona, octubre de 1994, págs. 11–12).

FUE LLAMADO AL APOSTOLADO

Gordon B. Hinckley

Después de recibir su llamamiento como apóstol, septiembre de 1961.

Durante veinticuatro años Gordon B. Hinckley había trabajado en las Oficinas Generales de la Iglesia y había cultivado una buena relación con muchas de las Autoridades Generales. En 1958 fue llamado a servir como Ayudante del Quórum de los Doce Apóstoles. El 30 de septiembre de 1961, temprano por la mañana, recibió una llamada telefónica del presidente David O. McKay, quien lo invitó a ir a su oficina tan pronto como le fuera posible.

“Menos de una hora después, los dos hombres se encontraban sentados uno frente al otro, y el presidente McKay explicó la razón de esta temprana visita antes de la sesión matutina de la conferencia general: ‘He sentido que debía proponerlo para ocupar la vacante en el Quórum de los Doce Apóstoles’, le dijo sencillamente al élder Hinckley, ‘y deseamos sostenerlo hoy en la conferencia’. Esas palabras dejaron a Gordon sin habla, y buscó una respuesta, pero sin éxito. ¿Cómo era posible que recibiera un llamamiento semejante? Él sabía, naturalmente, que había una vacante en el Quórum, pero ni por un instante había pensado, ni remotamente, que él sería llamado a ocupar ese lugar.

“El presidente McKay continuó: ‘Su abuelo y su padre eran dignos de este puesto, y usted también lo es’. Con esas palabras, la compostura del élder Hinckley se derrumbó, porque no había tributo mayor que el profeta pudiera haberle rendido, y que hubiese significado más para él. ‘Las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos mientras el presidente McKay me miraba con aquella mirada penetrante y hablaba de mis antepasados’, rememoró. ‘Mi padre fue un hombre mejor que yo, pero no tuvo las oportunidades que yo había tenido. El Señor me ha bendecido con grandes oportunidades’…

“En una carta que escribió en su propia máquina portátil, le dijo a su hijo misionero, que en ese entonces servía en Duisburg, Alemania: ‘Pienso que debo contarte que he sido llamado al Quórum de los Doce Apóstoles’, le dijo a Dick. ‘No sé por qué he sido llamado a ese puesto. No he hecho nada extraordinario; sólo he tratado de hacer lo mejor posible en las tareas que se me han encomendado, sin preocuparme en cuanto a quién recibe el reconocimiento’. Dick dijo tiempo después: ‘Por la carta pude darme cuenta de que papá se sentía abrumado con el llamamiento. Yo mismo me sorprendí con las novedades. Nunca se me había ocurrido que él pudiera ser llamado a ser uno de los Doce’ ” (Dew, Go Forward with Faith, págs. 234, 236).

DEBEMOS RECORDAR LA EXPIACIÓN DE JESUCRISTO:

El élder Gordon B. Hinckley enseñó:

“Ningún miembro de esta Iglesia debe olvidar jamás el terrible precio que pagó nuestro Redentor, quien dio su vida para que el género humano pudiera vivir: la agonía de Getsemaní, la farsa amarga de Su juicio, la hiriente corona de espinas que desgarró su carne, el grito de sangre del populacho delante de Pilato, el solitario sufrimiento de la torturante caminata a lo largo del camino del Calvario, el espantoso dolor que padeció cuando los grandes clavos le perforaron las manos y los pies, la febril tortura de Su cuerpo al colgar de la cruz aquel trágico día, el Hijo de Dios exclamando: ‘Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen’ (Lucas 23:34).

“Ésa fue la cruz, el instrumento de Su tortura, el terrible artefacto diseñado para destruir al Hombre de Paz, la inicua recompensa por Su obra milagrosa de curar a los enfermos, de hacer que los ciegos vieran, de levantar a los muertos. Ésa fue la cruz sobre la que colgó y murió en la solitaria cumbre del Gólgota.

“No podemos olvidar ese hecho. No debemos olvidarlo jamás, ya que fue allí donde nuestro Salvador y Redentor, el Hijo de Dios, se entregó en un sacrificio vicario por cada uno de nosotros” (“Nuestra más bella esperanza”, Liahona, abril de 1995, págs. 4–5).

FUE LLAMADO A SER CONSEJERO DE LA PRIMERA PRESIDENCIA

“Indudablemente, uno de los momentos más emocionantes de la vida de Gordon B. Hinckley fue a mediados de 1981, cuando el presidente Spencer W. Kimball lo llamó para que fuera consejero en la Primera Presidencia. Aunque los que la integraban se hallaban en estados variados de mala salud, la Primera Presidencia estaba ‘completa’, con el presidente Kimball y los presidentes N. Eldon Tanner y Marion G. Romney aún servían en ella. Sin embargo, en un momento de clara inspiración y de buena salud, el presidente Kimball le pidió al élder Hinckley que formara parte de la Primera Presidencia como ‘Consejero de la Primera Presidencia’ como consejero adicional, cargo del cual había amplio precedente en la historia de la Iglesia…

“ ‘Cuando acepté el llamado del presidente Kimball para unirme a ellos, no sabía exactamente cuáles serían mis funciones, y tal vez ellos tampoco lo supieran entonces’, dice el presidente Hinckley. ‘Pero las circunstancias requerían una asistencia extra, y yo estaba más que dispuesto a prestarla. Ignoraba si el llamamiento sería por unos días o por unos meses’.

“Según resultó, el presidente Gordon B. Hinckley no se alejaría ya más de la Primera Presidencia de la Iglesia. En 1982 falleció el presidente Tanner; el presidente Romney pasó a ser Primer Consejero y el presidente Hinckley fue llamado como Segundo Consejero.

“ ‘Aquella fue una responsabilidad enorme y abrumadora’, dice. ‘Había momentos en que parecía una carga terrible. Por supuesto, siempre consultaba a nuestros hermanos del Quórum de los Doce.

“ ‘Me acuerdo de una ocasión en particular en que me arrodillé para pedir ayuda al Señor pidiéndole ayuda en medio de una situación muy difícil y me vinieron a la memoria aquellas palabras: “Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios” (D. y C. 101:16). Supe otra vez que ésta es Su obra y que Él no la dejaría fallar, que todo lo que teníamos que hacer era ponernos a trabajar con nuestro mejor esfuerzo, y que la obra seguiría avanzando sin obstáculos ni impedimentos de ninguna clase” (véase Jeffrey R. Holland, “El presidente Gordon B. Hinckley valiente y denodado”, Liahona, junio de 1995, pág. 22).

Mientras servía como consejero de los presidentes Spencer W. Kimball, Ezra T. Benson y Howard W. Hunter, el presidente Hinckley observó la carga física que ellos padecieron al final de sus vidas. Hubo ocasiones en las que presidió en las reuniones cuando el Presidente o los otros consejeros no pudieron estar presentes por causa de mala salud. La responsabilidad de dirigir recayó en él en la toma de muchas decisiones que mantuvieron a la Iglesia siguiendo adelante. Él aceptó humildemente y con oración la carga abrumadora.

“El élder Thomas S. Monson reflexionó sobre el papel del presidente Hinckley durante ese período singular de la historia de la Iglesia: ‘El presidente Hinckley se encontraba en una situación sumamente difícil porque el presidente Kimball aún era el profeta. Aunque un hombre tenga limitaciones físicas, puede no estarlo mental ni espiritualmente. El presidente Hinckley tuvo la tarea nada envidiable de no ir demasiado lejos ni demasiado rápidamente, pero sí de seguir adelante tanto como fuese necesario. Siempre tuvo la habilidad y el sentido común para hacer lo que un consejero debe hacer: jamás intervenir en lo que únicamente le corresponde hacer al presidente’ ” (Dew, Go Forward with Faith, pág. 401).

“NO PODEMOS ABANDONAR LA PALABRA DEL SEÑOR”

El presidente Gordon B. Hinckley escribió lo siguiente:

“El Señor nos ha dado tantos consejos y mandamientos con respecto a eso que ningún miembro de la Iglesia tiene por qué equivocarse. Nos ha dado pautas claras en cuanto a la pureza personal, a la relación con el prójimo, a la obediencia a las leyes, a la lealtad que debemos tener hacia el gobierno, a la observancia del día de reposo, al pago del diezmo y otras ofrendas, al cuidado de los pobres, así como a abstenernos de las bebidas alcohólicas y del tabaco, a ser buenos vecinos, tener un hogar e hijos, a dar a conocer el Evangelio a otros, y podría seguir enumerándolas.

“No hay necesidad de discutir acerca de esas normas. Si permanecemos fieles y aplicamos las creencias de nuestra religión, impulsaremos la causa más eficazmente que por cualquier otro medio. . .

“No van a faltar quienes traten de tentarnos y de hacernos caer en una trampa. Hasta es posible que nos menosprecien, que nos humillen, que nos vituperen, que nos pongan en ridículo ante los demás. También están aquellos, tanto fuera como dentro de la Iglesia, que tratan de obligarnos a cambiar de parecer en algunos asuntos, como si tuviéramos derecho de usurpar la autoridad que le pertenece sólo a Dios.

“No tenemos ninguna intención de discutir con otros; nosotros enseñamos el Evangelio de paz. No podemos desechar la palabra del Señor, que llega a nosotros por medio de hombres a quienes hemos sostenido como profetas” (véase Gordon B. Hinckley, “No discutáis con los demás, sino seguid firmes en la fe”, Liahona, noviembre de 1989, págs. 4–5).

EL LIBRO DE MORMÓN ES UNA INFLUENCIA TANGIBLE

El presidente Hinckley testificó en cuanto al milagro del Libro de Mormón: “Si hay milagros entre nosotros, seguramente uno de ellos es el Libro de Mormón. Los incrédulos pueden dudar de la Primera Visión y alegar que no hubo testigos para comprobarlo. Los críticos pueden despreciar toda manifestación divina acaecida a la aparición de esta obra alegan-do que es de naturaleza tan intangible que es imposible demostrar para la mente pragmática; como si las cosas de Dios se pudieran comprender por otro medio que no sea el espíritu de Dios. Podrán negar nuestra teología; pero no pueden negar honradamente el Libro de Mormón. Aquí está; lo pueden sentir y leer, pueden aquilatar su valor y contenido. Pueden testificar de su influencia” (“Agregamos nuestro testimonio”, Liahona, diciembre de 1989, pág. 9).

USEN SUS TALENTOS PARA SERVIR Y BENDECIR A OTROS

Dirigiéndose a un grupo de jóvenes, el presidente Hinckley dijo:

“Sería éste un mundo hermoso si toda joven tuviera el privilegio de casarse con un hombre bueno en quien pudiera respaldarse con orgullo no solo por esta vida sino por la eternidad, que le perteneciera sólo a ella para amarlo, respetarlo y apoyarlo. ¡Qué mundo maravilloso sería si cada joven se casara en la casa del Señor con una joven a cuyo lado pudiese estar y servirle de protector, proveer para sus necesidades, ser su esposo y compañero!

“Pero las cosas no siempre se dan de ese modo. Hay personas que por razones inexplicables no tienen la oportunidad de casarse. A ustedes quisiera decir que no pasen el tiempo y gasten sus vidas navegando en el mar de la autocompasión. Dios les ha dado talentos de diversos tipos y les ha dado la capacidad de satisfacer las necesidades de otras personas y llegar a sus corazones con su bondad e interés. Alléguense a alguien necesitado. También de ese tipo de personas hay muchas.

“Incrementen su conocimiento. Refinen la mente y las habilidades en aquello para lo que tengan vocación. Nunca en la historia del mundo han tenido las mujeres tales oportunidades en las profesiones, en los negocios, en la educación y en todas las vocaciones honorables de la vida. No piensen que porque son solteras Dios se ha olvidado de ustedes. Repito Su promesa citada antes: ‘Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano, y dará respuesta a tus oraciones’ (D. y C. 112:10).

“El mundo las necesita. La Iglesia también las necesita. Muchas son las causas que requieren de sus fuerzas, su sabiduría y sus talentos” (véase Gordon B. Hinckley, “Vivid conforme a vuestra herencia”, Liahona, enero de 1984, pág. 142).

ENSEÑÓ LA IMPORTANCIA DE LA MATERNIDAD

En la reunión general de mujeres de septiembre de 1983, el presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“A ustedes que tienen la necesidad de trabajar aun cuando preferirían quedarse en casa, quisiera decirles algunas palabras. Sé que hay muchas que se encuentran en esta situación. Han sido abandonadas o son divorciadas y con hijos que cuidar. Otras son viudas con familias por las que velar. Les presento mi profundo respeto por su dignidad y espíritu de autosuficiencia. Ruego que el Señor les bendiga con fuerzas y con gran capacidad, pues necesitan ambas cosas. Tienen tanto la responsabilidad de proveer sustento como la de cuidar de un hogar. Sé que es difícil y muchas veces descorazonador. Ruego que el Señor les bendiga con sabiduría especial y con el tremendo talento de proveer para sus hijos mediante el tiempo, la compañía, el amor, con esa guía particular que sólo una madre es capaz de dar. Ruego también que Él les bendiga con ayuda generosa de familiares, de amigos y de la Iglesia, la que servirá para aliviar parte del peso de sus hombros y brindar consuelo en momentos extremos.

“Percibimos, al menos en cierto grado, la soledad que a menudo deben cumplir, y las frustraciones que deben experimentar al tratar de superar problemas que a veces les parece que exceden su capacidad para solucionarlos…

“Ahora les hablo a las que trabajan sin ser necesario y que por así hacerlo dejan a sus hijos al cuidado de quienes a menudo son apenas pobres sustitutos. Vayan a ustedes unas palabras de advertencia. No hagan algo de lo que más tarde tendrán que arrepentirse. Si el propósito de esa ocupación diaria es sencillamente ganar más dinero para ciertos lujos o para bienes deseables, aunque no indispensables, y como precio de ellos sacrifican la compañía de sus hijos y la oportunidad de criarlos, se darán cuenta de que han perdido la sustancia mientras trataban de aferrarse a las sombras…

“… Me consta que [nuestro Padre Celestial] ama a Sus hijas tanto como a Sus hijos. El presidente Harold B. Lee declaró en una ocasión que el sacerdocio es el poder por el cual Dios obra por medio del hombre. Deseo agregar que la maternidad es el medio por el cual Dios cristaliza Su gran plan maestro de preservar Su creación. Tanto el sacerdocio como la maternidad son vitales en el plan del Señor.

“Cada uno complementa al otro y se necesitan mutuamente. Dios nos creó varón y mujer, cada uno con características y aptitudes individuales y singulares. La mujer es la que da a luz y nutre a los hijos, y el hombre es el proveedor y el protector. No hay ley que pueda alterar los sexos. Las legislaciones deben brindar igualdad de oportunidades, igualdad de comprensión y también de privilegios políticos, pero toda legislación que tenga como fin crear un género neutro en cuanto a lo que Dios creó, varón y mujer, resultará más en problemas que en beneficios. De ello estoy convencido.

“Deseo, de todo corazón, que empleáramos menos cantidad de tiempo en hablar de derechos y más en hablar de responsabilidades. Dios ha dado a la mujer de esta Iglesia una obra que cumplir en el establecimiento de Su reino. Esa obra está ligada a todos los aspectos de nuestras tres responsabilidades, que son: primero, enseñar el Evangelio al mundo; segundo, fortalecer la fe y fomentar la felicidad de los miembros de la Iglesia, y tercero, llevar adelante la gran obra de la salvación de los muertos…

“Pónganse sus ropas hermosas, oh hijas de Sión. Vivan conforme a la magnífica herencia que el Señor Dios, nuestro Padre Celestial, les ha concedido. Elévense por encima del polvo del mundo, amparadas en el conocimiento de que son hijas de Dios, con un derecho divino. Caminen a la luz del sol con la cabeza en alto sabiendo que se les ama y se les honra, que son parte de Su reino y que hay para ustedes una gran obra que no puede delegarse a nadie más” (véase “Vivid conforme a vuestra herencia”, Liahona, enero de 1984, págs. 142–144).

EL EGOÍSMO ES UNA DE LAS PRINCIPALES CAUSAS DE DIVORCIO

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó:

“¿Por qué hay tantos hogares deshechos? ¿Qué les sucede a los matrimonios que empezaron con amor sincero y el deseo de ser leales y fieles el uno al otro?

“La respuesta no es fácil, lo sé. Pero me parece que hay algunas razones obvias para explicar un gran porcentaje de los problemas. Lo digo por la experiencia que he tenido al tratar con estas tragedias, y encuentro que el egoísmo es la raíz de la mayoría de ellos.

“No creo que un matrimonio feliz sea aquel donde haya mucho romanticismo sino donde el cónyuge se interesa verdaderamente por el bienestar de su compañero.

“El egoísmo es a menudo la base de los problemas económicos, que son serios y que afectan de manera visible la estabilidad de la vida familiar. El egoísmo es la raíz del adulterio, de la desobediencia a los convenios sagrados que se han hecho, y todo por satisfacer la pasión. El egoísmo es lo contrario del amor; es el cáncer de la ambición; destruye la autodisciplina, desvanece la lealtad, desbarata convenios sagrados. [Y aflige tanto a hombres como a mujeres.]

“Demasiadas son las personas que llegan al matrimonio habiendo sido malcriadas y consentidas, pensando que todo debe andar perfectamente bien en todo momento, que la vida es una serie de entretenimientos y que las pasiones deben satisfacerse aun sacrificando principios. ¡Qué trágicas son las consecuencias de esas ideas superficiales y poco razonables!…

“Hay un remedio para todo esto, y no es el divorcio. Se encuentra en el Evangelio del Hijo de Dios. Él fue quien dijo: ‘…por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre’ (Mateo 19:6). El remedio para la mayoría de los problemas matrimoniales no es el divorcio sino el arrepentimiento. No es la separación sino la integridad que impulsa a un hombre a armarse de valor y cumplir con sus obligaciones. El remedio se encuentra en la aplicación de la Regla de Oro…

“A veces existen causas legítimas para el divorcio. No puedo decir que nunca es justificado. Pero digo con toda seguridad que esta plaga que parece estar en aumento en todos lados no es de Dios, sino que es la obra del enemigo de la rectitud, de la paz y de la verdad” (“Lo que Dios ha unido”, Liahona, julio de 1991, págs. 79–80).

EL MATRIMONIO DEBE SER UNA ASOCIACIÓN ETERNA

El presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Estoy convencido de que Dios, nuestro Padre Eterno, no ama a Sus hijas menos que a Sus hijos. En el plan del Evangelio la esposa no va adelante ni detrás de su esposo, sino a su lado en un verdadero compañerismo ante el Señor.

“Veo a mi propia compañera de cincuenta y dos años. ¿Es la contribución de ella menos aceptable ante el Señor que la mía? Estoy bien seguro que no. Ella ha andado silenciosamente a mi lado, me ha apoyado en mis responsabilidades, ha criado y bendecido a nuestros hijos, ha servido en muchos llamamientos en la Iglesia y ha sembrado una ilimitada medida de alegría y bondad dondequiera que ha ido. Cuantos más años tengo, más aprecio, sí, tanto más amo, a esta mujercita con la cual me arrodillé en el altar de la casa del Señor hace más de medio siglo.

Gordon B. Hinckley

El presidente Hinckley con el presidente Ronald Reagan, de los Estados Unidos de Norteamérica, y con el presidente Thomas S. Monson, septiembre de 1982.

“De todo corazón deseo que los matrimonios sean felices. Deseo que cada matrimonio sea una asociación eterna. Creo que ese deseo se puede cumplir si hay voluntad de hacer el esfuerzo para que se lleve a cabo” (véase “Alcanzad vuestro potencial divino”, Liahona, enero de 1990, págs. 96–97).

“Creo en una familia en la que haya un hombre que contemple a su compañera como su tesoro más preciado, y la trate de acuerdo con ese sentimiento; una familia en la que la mujer vea a su marido como un ancla y una fuente de fortaleza, de consuelo y seguridad; un hogar donde haya hijos que miren a sus padres con respeto y gratitud, donde haya padres que vean a sus hijos como una bendición, y que consideren la tarea de criarlos y educarlos como una responsabilidad maravillosa y extremadamente seria. Criar un hogar como ése exige esfuerzo y energía, paciencia y disposición a perdonar, amor, perseverancia y sacrificio; las demandas son muchas, pero vale la pena hacer el esfuerzo” (“Yo creo”, Liahona, marzo de 1993, pág. 7).

SE LE SOSTIENE COMO PRESIDENTE DE LA IGLESIA

Gordon B. Hinckley

Presidente Gordon B. Hinckley

El 3 de marzo de 1995, falleció el presidente Howard W. Hunter. El presidente Gordon B. Hinckley, sabiendo que el manto para presidir la Iglesia ahora recaería sobre él, necesitaba la confirmación de parte del Señor y la seguridad que Él da. Fue al Templo de Salt Lake para conocer la voluntad del Señor. Allí en la sala de reuniones de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce, tras puertas cerradas, leyó las Escrituras y meditó sobre la expiación del Señor. Examinó los retratos de los profetas de esta dispensación y sintió que ellos lo animaban y que él sería bendecido y apoyado en su ministerio. Escribió:

“ ‘Parecía que ellos me decían que habían hablado en mi favor en un concilio realizado en los cielos, que no tenía necesidad de temer, que sería bendecido y sostenido en mi ministerio.

“ ‘Me arrodillé y le rogué al Señor. Hablé mucho con Él en oración… Tengo la seguridad de que mediante el poder del Espíritu, oí la palabra del Señor, no vocalmente, sino como algo cálido que sentí en mi corazón, concerniente a las preguntas que yo había hecho en oración’.

“Después del tiempo que pasó en el templo, el presidente Hinckley sintió cierta paz acerca de lo que estaba por delante. ‘Me siento mejor; tengo en el corazón una seguridad más firme de que el Señor está haciendo Su voluntad con relación a Su causa y a Su reino, que seré sostenido como Presidente de la Iglesia, profeta, vidente y revelador, y así serviré tanto tiempo como el Señor desee’, escribió después. ‘Con la confirmación del Espíritu en mi corazón, ahora estoy listo para marchar adelante y trabajar de la mejor manera que sé hacerlo. Es difícil para mí creer que el Señor me está dando esta responsabilidad tan sagrada y sublime… Espero que el Señor me haya capacitado para hacer lo que espera de mí. Le daré lealtad total, y ciertamente buscaré Su guía’…

“El presidente James E. Faust expresó un sentimiento que compartían muchas de las Autoridades Generales: ‘No sé de ningún hombre que haya llegado a la Presidencia de esta Iglesia estando tan bien preparado para esta responsabilidad. El presidente Hinckley ha conocido y trabajado con cada Presidente de la Iglesia desde el presidente Heber J. Grant hasta Howard W. Hunter, y ha estado bajo la tutela de todos estos grandes líderes de nuestro tiempo, uno por uno, en una forma muy personal’ ” (Dew, Go Forward with Faith, págs. 508, 510–511).

SE SIENTE CÓMODO CON LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Gordon B. Hinckley

Con el comentarista de televisión Mike Wallace, durante una entrevista como parte del programa “60 Minutes”, diciembre de 1995.

Las primeras asignaciones del presidente Hinckley en el campo de las relaciones públicas le aportaron mucha experiencia con los medios de comunicación. Su disposición a relacionarse con ellos le ha dado a la Iglesia oportunidades sin precedentes de compartir el mensaje de la Restauración con el mundo; y sus entrevistas en radio y televisión han permitido que muchas personas se enteren de la Iglesia por primera vez.

“ ‘El presidente Hinckley está ayudando a sacar a la Iglesia de la oscuridad’, dijo el élder Neal A. Maxwell. ‘La Iglesia no puede progresar como necesita hacerlo si estamos escondidos debajo de un almud. Alguien tiene que dar un paso hacia adelante, y el presidente Hinckley está dispuesto a hacerlo. Es un hombre de la historia y al mismo tiempo de nuestros días, y tiene dones maravillosos de expresión que le permiten presentar nuestro mensaje en una forma que agrada a la gente de todas partes’…

“ ‘El presidente Hinckley siente respeto por los medios de comunicación, pero no les tiene temor’, explicó el élder Maxwell, que fue testigo de sus presentaciones en entornos similares. ‘Y tiene tal conocimiento de la historia de la Iglesia y de datos acerca de la Iglesia de hoy, que no es probable verlo desconcertado ante una pregunta inesperada en la que no haya pensado o que no haya procesado ya en su propia mente. Sabe dar respuestas importantes que son concisas y adecuadas para los medios de difusión. Es mentalmente ágil y está a la altura de las situaciones en las que se llega a encontrar. No se siente compelido a eludir ninguna de nuestras faltas como pueblo; ni las encubre ni las hermosea. Como resultado, los periodistas responden ante su sinceridad. Tiene la capacidad de establecer lazos con personas de todas las condiciones, y en ese sentido está sumamente preparado para pre-sentar nuestra historia al mundo’ ” (Dew, Go Forward with Faith, págs. 536, 546–547).

CREEMOS EN CRISTO

En 1995, durante una entrevista por radio, el presidente Hinckley explicó: “Somos cristianos. Ninguna de las religiones existentes expresa un testimonio mayor de la divinidad de nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios y como Redentor del mundo que la Iglesia que lleva Su nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Su Evangelio es el… que enseñamos. Y nos esforzamos por trabajar con el mismo espíritu de amor que Él ejemplificó” (véase “Las palabras del Profeta actual”, Liahona, diciembre de 1996, pág. 8).

LA REVELACIÓN CONTINÚA

El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Una vez alguien le preguntó al hermano Widtsoe: ‘¿Cuándo vamos a recibir otra revelación? ¿Cómo es que no hemos recibido revelaciones desde que Doctrina y Convenios fue recopilada? ¿Cuánto hace que no recibimos una revelación?’. El hermano Widtsoe respondió: ‘Oh, desde el jueves pasado’. Y así es como sucede. Cada jueves, cuando estamos en Salt Lake, la Primera Presidencia y los Doce nos reunimos en el templo, en esos sagrados recintos, y oramos juntos y comentamos entre todos ciertos asuntos, y el espíritu de revelación viene sobre los presentes. Lo sé. Lo he visto. Yo estuve allí aquel día de junio en 1978 cuando el presidente Kimball recibió revelación, rodeado por integrantes del Consejo de los Doce, de los cuales en aquel tiempo yo era uno. Ésta es la obra de Dios; es la labor del Todopoderoso. No hay hombre que pueda entorpecerla ni detenerla; seguirá adelante y continuará creciendo y bendiciendo la vida de la gente a través de toda la tierra” (Teachings of Gordon B. Hinckley, pág. 555).

EXPLICÓ LA NECESIDAD DE LA PROCLAMACIÓN SOBRE LA FAMILIA

En septiembre de 1995, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles dio a conocer “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Primero fue leída por el presidente Hinckley como parte de su mensaje en la Reunión General de la Sociedad de Socorro. Antes de leerla, dijo: “Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir sobre todo ello. A fin de hacerlo, nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, presentamos una proclamación a la Iglesia y al mundo como una declaración y confirmación de las normas, doctrinas y prácticas relativas a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta Iglesia han repetido a través de la historia” (“Permanezcan firmes frente a las asechanzas del mundo”, Liahona, enero de 1996, pág. 116).

En un almuerzo para los medios de difusión y conferencia de prensa en mayo de 1996, el presidente Gordon B. Hinckley ofreció esclarecimiento sobre la necesidad de la proclamación. “¿Por qué tenemos hoy en día esta proclamación sobre la familia? Porque la familia está siendo atacada, por todo el mundo se están desintegrando las familias. El lugar para empezar a mejorar la sociedad es el seno del hogar. En su mayor parte, los hijos hacen lo que se les enseña. Estamos tratando de hacer del mundo un lugar mejor al fortalecer a la familia” (“Pensamientos de inspiración”, Liahona, agosto de 1997, pág. 5).

“¡QUE DIOS LAS BENDIGA, MADRES!”

El presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“La verdadera fortaleza de cualquier nación, sociedad o familia yace en las cualidades de carácter que los hijos mayormente han aprendido en el modo cotidiano, sencillo y tranquilo de sus madres. Lo que una vez declaró Jean Paul Richter en cuanto al padre es aún más cierto respecto a la madre, y cambiaré un poco las palabras para recalcar mi punto: ‘Lo que una madre dice a sus hijos no lo oye el mundo, pero lo oirá la posteridad’…

“…Invito a toda mujer, dondequiera que se encuentre, a elevarse hasta alcanzar el gran potencial que hay en ella. No les pido que vayan más allá de su capacidad, pero sí que no se desesperen con pensamientos de fracaso. Espero que no traten de ponerse metas más allá de su aptitud para alcanzarlas, sino que simplemente hagan lo que puedan como mejor sepan. Si lo hacen, verán milagros.

“¡Que Dios las bendiga, madres! Una vez que todas las victorias y las derrotas de los hombres se cuenten, cuando el polvo de las batallas de la vida comience a asentarse, cuando todo por lo que trabajamos con tanto esfuerzo en este mundo de conquista se desvanezca delante de nuestros ojos, ustedes estarán allí, deben estar allí como fortaleza para una generación nueva, en la marcha siempre progresista de la raza humana, cuya calidad dependerá de ustedes” (Motherhood: A Heritage of Faith, folleto, 1995, págs. 6, 9, 13).

“EDUQUEN A SUS HIJOS POR LOS SENDEROS DEL EVANGELIO”

Dirigiendo sus palabras a las madres sin compañero, el presidente Hinckley dijo:

“Sea cual fuere la causa de su situación presente, tengan la seguridad de que las llevamos en el corazón. Sabemos que muchas viven solas, con inseguridad, preo-cupación y temor. En la mayoría de los casos, casi nunca tienen bastante dinero; sienten constante inquietud por sus hijos y por el futuro de ellos. Muchas se encuentran en circunstancias en las que tienen que trabajar y dejar a sus niños solos, sin nadie que los cuide. Pero si les dan mucho cariño mientras son pequeñitos, si les hacen muchas demostraciones de amor, si oran juntos, entonces hay más posibilidad de que sus hijos tengan paz en el corazón y un carácter íntegro. Enséñenles los caminos del Señor. Isaías declaró: ‘Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos’ (Isaías 54:13).

“Cuanto más eduquen a sus hijos por los senderos del Evangelio de Jesucristo, con amor y altas metas, tanta más seguridad hay de que tendrán paz en la vida” (véase “Permanezcan firmes frente a las asechanzas del mundo”, Liahona, enero de 1996, pág. 115).

LAS MUJERES JÓVENES DEBEN RECIBIR UNA BUENA EDUCACIÓN

Hablando a las Mujeres Jóvenes de la Iglesia, el presidente Hinckley dijo: “Les insto a cada una a obtener toda la educación posible porque la necesitarán en el mundo al que entrarán. La vida es cada vez más competitiva y los expertos afirman que el hombre o la mujer común y corriente, a lo largo de sus años de empleo, puede esperar cinco cambios de trabajo. El mundo está cambiando, y es muy importante que nos preparemos para cambiar con él. Pero todo esto tiene su lado positi-vo: ninguna otra generación en la historia ha brindado tantas oportunidades a las mujeres. El objetivo primordial de ustedes debe ser tener un matrimonio feliz, sellado en el templo del Señor, y seguido por la crianza de una buena familia; y si obtienen una buena educación, estarán mejor preparadas para realizar esos ideales” (“Seamos verídicos y fieles”, Liahona, julio de 1996, págs. 102–103).

“SIN TEMPLOS LA IGLESIA NO ESTÁ COMPLETA”

El presidente Hinckley a menudo habla de la importancia de los templos:

“La edificación y la dedicación de templos han avanzado con tanta rapidez en los últimos años, que algunas personas no le prestan gran atención ni le dan mucha importancia.

“Pero para el adversario eso no ha pasado inadvertido. La construcción y la dedicación de estos sagrados edificios han estado acompañadas de un resurgimiento de la oposición por parte de unos cuantos enemigos de la Iglesia, así como de la crítica de algunos de sus miembros. Esto me ha hecho recordar unas palabras que Brigham Young pronunció en 1861, cuando el Templo de Salt Lake estaba en construcción. Al pedirle a un hombre que evidentemente tenía experiencia anterior que trabajara también en la edificación de este templo, él respondió: ‘No me gusta la idea, porque nunca hemos podido construir un templo sin que las campanas del infierno empiecen a repicar’.

“A lo cual Brigham Young comentó: ‘Quiero oírlas repicar otra vez…’ (véase “Regocijaos en esta gran época de construir templos”, Liahona, enero de 1986, pág. 43).

“He sentido el ferviente deseo de tener un templo dondequiera que se necesite a fin de que nuestra gente, esté donde esté y sin realizar un sacrificio demasiado grande, pueda ir la Casa del Señor a recibir sus propias investiduras y tener la oportunidad de realizar la obra vicaria por los muertos…

“Sin templos la Iglesia no está completa. Sin esas ordenanzas sagradas la doctrina no se puede cumplir. Sin la Casa del Señor las personas no pueden tener la plenitud de aquello a lo que tienen derecho como miembros de esta Iglesia.

“El Señor nos ha bendecido con los medios, a través de las fieles consagraciones de los santos, para hacer lo que debemos hacer y tenemos que hacer. Ésta es la época más grande de construcción de templos en toda la historia del mundo. Pero no es suficiente. Debemos continuar con esta obra hasta tener un templo dedicado al alcance de nuestros fieles en todo el mundo” (Teachings of Gordon B. Hinckley, pág. 629).

HIZO PLANES DE TENER CIEN TEMPLOS PARA EL AÑO 2000

El presidente Hinckley ha tenido la oportunidad de dedicar más templos que todos los demás líderes de esta dispensación, en conjunto. Bajo su dirección la Iglesia aumentó su número de templos en funcionamiento por encima de los 100. Durante la conferencia general de abril de 1998, el presidente Hinckley anunció la construcción de templos más pequeños y comunicó el plan de tener 100 templos funcionando para el año 2000:

“…en estos últimos meses hemos estado viajando por muchos lugares donde residen miembros de la Iglesia. He estado con muchos que poseen muy poco en lo que respecta a bienes materiales, pero que tienen en el corazón una ardiente fe acerca de esta obra de los últimos días; aman la Iglesia, aman el Evangelio y aman al Señor, y desean hacer Su voluntad. Ellos pagan su diezmo, por modesto que sea; hacen tremendos sacrificios para poder ir al templo, viajando días enteros en autobuses incómodos y en botes viejos, además de ahorrar dinero y privarse de muchas cosas para lograrlo.

“Ellos necesitan templos más cercanos: templos pequeños, hermosos y prácticos.

“Por lo tanto, aprovecho la oportunidad para anunciar a toda la Iglesia un programa para construir de inmediato treinta templos más pequeños… Contarán con todas las instalaciones necesarias para efectuar las ordenanzas de la Casa del Señor.

“Éste será un proyecto extraordinario. Nada, ni siquiera parecido, se había intentado antes… Con eso se alcanzará un total de cuarenta y siete templos nuevos además de los cincuenta y uno que se encuentran en funcionamiento. Pienso que sería una buena idea que agregáramos dos más con el fin de llegar a los cien para el fin del siglo, dado que se cumplirán dos mil años ‘…desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne…’ (D. y C. 20:1). En este programa estamos avanzando a una velocidad nunca vista antes…

“Si las ordenanzas del templo son parte esencial del Evangelio restaurado, y yo les testifico que sí lo son, es entonces imprescindible que proporcionemos los medios para que puedan llevarse a cabo. Todo nuestro vasto esfuerzo de historia familiar está orientado hacia la obra del templo, y no tiene ningún otro propósito. Las ordenanzas del templo se convierten en las bendiciones supremas que la Iglesia tiene para ofrecer” (véase “Nuevos templos para proporcionar ‘las bendiciones supremas’ del Evangelio, Liahona, julio de 1998, págs. 95–96).

El templo número cien que se anunció (aunque fue el número setenta y siete que se dedicó) se construyó en Palmyra, Nueva York, cerca de la Arboleda Sagrada y de la antigua granja de la familia Smith, donde José Smith recibió la Primera Visión. El Templo de Palmyra, Nueva York fue dedicado el 6 de abril de 2000, en el aniversario número ciento setenta de la organización de la Iglesia. También conmemoró el aniversario dos mil del nacimiento del Salvador. Concurrieron aproximadamente mil cuatrocientos miembros a los cuatro servicios dedicatorios y se calcula que un millón trescientos mil miembros participaron en la dedicación a través de una transmisión vía satélite a los centros de estaca de los Estados Unidos y Canadá (véase Shaun D. Stahle, “A Day of Sacred Significance”, Church News, 15 de abril de 2000, págs. 3, 6).

SE CONSTRUYÓ EL CENTRO DE CONFERENCIAS

Gordon B. Hinckley

Durante la conferencia general de abril de 1996, el presidente Gordon B. Hinckley anunció que la Iglesia construiría un nuevo edificio de asambleas, el cual sería mucho más grande que el Tabernáculo, que tiene una capacidad de 6.000 personas y que proporcionaría más lugar para quienes quisieran asistir a la conferencia general. La ceremonia de la palada inicial para el edificio se llevó a cabo el 24 de julio de 1997, y la construcción del enorme edificio se terminó en tres años. El Centro de Conferencias se diseñó de manera que diera cabida a más de 21.000 personas, y también con el fin de utilizarse para muchos otros eventos de la Iglesia y de la comunidad.

Durante la primera conferencia general realizada en el Centro de Conferencias recién terminado, en abril de 2000, el presidente Hinckley dijo:

“Estamos agradecidos por el entusiasmo de los Santos de los Últimos Días con respecto a este nuevo centro de reuniones. Confío en que el entusiasmo continúe y en que tengamos el recinto lleno en todas las conferencias futuras.

“Éste es el más nuevo de una serie de lugares de reuniones construidos por nuestra gente. Cuando llegaron por primera vez a este valle hicieron una enramada, que si bien los protegía del sol, no les daba abrigo y casi ninguna comodidad. Entonces edificaron el antiguo Tabernáculo, al cual siguió el nuevo Tabernáculo que tan bien nos ha servido durante más de 130 años.

“Ahora, en esta histórica época en la que demarcamos el nacimiento de un nuevo siglo y el comienzo de un nuevo milenio, hemos construido este nuevo y espléndido Centro de Conferencias.

“Cada una de las obras de construcción del pasado fue una empresa audaz y sobre todo la del Tabernáculo. Su diseño fue exclusivo, ya que nunca nadie había construido un edificio así; todavía sigue siendo único en su género. Ha sido y seguirá siendo un edificio admirable. Seguirá existiendo, pues creo que los edificios tienen su vida propia, y continuará sirviendo largo tiempo en el imprevisible futuro.

“La construcción de esta estructura ha sido una obra temeraria. Nos hemos preocupado por ella. Hemos orado por ella. Hemos escuchado los susurros del Espíritu con respecto a ella. Y sólo cuando percibimos la voz confirmante del Señor resolvimos dar el paso adelante” (véase “Mi testimonio a todo el mundo”, Liahona, julio de 2000, pág. 4).

LA PORNOGRAFÍA ESCLAVIZA

Entre las advertencias del presidente Gordon B. Hinckley en cuanto a la pornografía, encontramos:

“La pornografía, que es una escuela de la inmoralidad más descarada, ya no es vista como un asunto que hay que esconder. En demasiados hogares y vidas, ahora se le considera un entretenimiento legítimo. La pornografía les roba a sus víctimas el autorrespeto y el aprecio por las bellezas de la vida. Destroza a los que caen en sus garras y los arrastra a una ciénaga de malos pensamientos y posiblemente de actos inicuos. Seduce, destruye y distorsiona la verdad con respecto al amor y a la intimidad. Es más mortífera que una espantosa enfermedad. La pornografía es tan adictiva y autodestructiva como lo son las drogas ilícitas, y literalmente destruye las relaciones personales de quienes se vuelven sus esclavos.

“Ninguno de nosotros puede darse el lujo de participar de tal basura. No podemos arriesgar el daño que produce a la más preciosa de todas las relaciones, el matrimonio, y a otras interacciones en el seno familiar. No podemos arriesgar el efecto que tendrá en nuestro espíritu y en nuestra alma. Las cintas obscenas de video, las líneas telefónicas dedicadas a ese negocio, la basura disponible vía Internet, las revistas y los filmes sensuales: todos ellos son trampas que deben ser evitadas como se evitan las plagas más mortíferas” (Standing for Something: Ten Neglected Virtues That Will Heal Our Hearts and Homes, 2000, págs. 36–37).

ORÓ POR LOS JÓVENES DE LA IGLESIA

Durante una transmisión mundial vía satélite, el presidente Hinckley aconsejó a los jóvenes de la Iglesia a hacer seis cosas:

  1. 1.

    Sean agradecidos.

  2. 2.

    Sean inteligentes.

  3. 3.

    Sean limpios [puros].

  4. 4.

    Sean verídicos.

  5. 5.

    Sean humildes.

  6. 6.

    Sean delicados a la oración.

Al concluir su mensaje, el presidente Hinckley ofreció la siguiente oración y bendición para los jóvenes de la Iglesia:

“Oh Dios, nuestro Padre Eterno, como Tu siervo, me inclino ante Ti en oración en beneficio de estos jóvenes diseminados por la tierra, quienes están reunidos esta noche en congregaciones por todas partes. Ten a bien sonreír con aprobación sobre ellos. Por favor escúchalos a medida que eleven sus voces en oración a Ti. Por favor llévalos tiernamente de la mano en la dirección que deben seguir.

“Por favor ayúdalos a andar en los senderos de verdad y de rectitud y guárdalos de la maldad del mundo. Bendícelos para que sean felices unas veces y serios en otras, para que puedan gozar de la vida y beber de su plenitud. Bendícelos para que anden aceptablemente ante Ti como Tus preciados hijos e hijas. Cada uno de ellos es Tu hijo, con la capacidad de realizar cosas grandes y nobles. Consérvalos en el alto sendero que con-duce al éxito. Presérvalos de los errores que podrían destruirlos. Si han errado, perdona sus transgresiones y llévalos de nuevo a los caminos de paz y de progreso. Estas bendiciones las suplico humildemente con gratitud por ellos e invoco Tus bendiciones sobre ellos con amor y afecto, en el nombre de Él, que lleva las cargas de nuestros pecados, sí, el Señor Jesucristo. Amén.” (“El consejo y la oración de un profeta en beneficio de la juventud”, Liahona, abril de 2001, págs. 33, 41).

SALT LAKE CITY FUE SEDE DE LAS OLIMPÍADAS DE INVIERNO DE 2002

Gordon B. Hinckley

El Templo de Salt Lake, con el Edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia (a la derecha, atrás) ya decorado para las Olimpíadas con un pendón en el que se ve a un patinador.

Del 8 al 24 de febrero, como sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002, Salt Lake City recibió al mundo. Fue un acontecimiento muy esperado, en el que se invirtieron más de siete años de preparación. Miles de voluntarios expusieron ante el mundo la hospitalidad de los residentes de Utah y ayudaron a establecer relaciones con las naciones de la tierra. Fueron “días en que la gente proveniente de todas las naciones que vinieron a Salt Lake City, algunas con suspicacia y prejuicios, se fueron con aprecio y respeto” (Sarah Jane Weaver, “Olympics Earn Friends and Respect for Church”, Church News, 2 de marzo de 2002, pág. 3).

Posteriormente el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “ ‘Creo que estaremos complacidos [con las Olimpíadas] y seremos beneficiados por ellas no sólo en el extranjero sino aquí, en nuestro estado, por las grandes relaciones que hemos establecido durante esta temporada en la que se llevaron a cabo los juegos mundiales’…

“Las Olimpíadas, dijo, producen excelencia en el atletismo y en la gente. ‘Es algo maravilloso que alguien sea el mejor de todo el mundo en cierto evento. Este asunto de la excelencia es algo maravilloso, y las Olimpíadas se crearon para cultivarlo. ¡Qué cosa tan estupenda! Con todo eso, hubo hermanamiento, amistad, aprecio, respeto y buenos sentimientos. No sé cómo hubiéramos podido hacerlo mejor’.

“Uno de los beneficios de los juegos, dijo, fue que la gente conociera a los miembros de la Iglesia y experimentara su hospitalidad y su disposición de servir. ‘Somos parte de esta comunidad. Tuvimos muchísimos voluntarios que sirvieron allí desinteresadamente. Nosotros somos corteses, hospitalarios y amistosos. Creo que el mundo entero nos vio como somos, y pienso que llegaron a apreciarnos y a respetarnos’…

“Para concluir, el presidente Hinckley expresó su amor por todas las personas del mundo, muchas de las cuales visitaron Utah durante los juegos olímpicos. ‘Amo a la gente’, dijo. ‘Pienso que amo a toda la gente. Reconozco que todos los hombres y todas las mujeres son hijos e hijas de Dios y que como tales todos somos hermanos y hermanas en un sentido muy real. No se puede tener paternidad sin hermandad. Eso es lo que yo siento’…

“ ‘Me siento contento de que ya haya terminado y que todo haya salido bien, y anticipo nuevas oportunidades’, dijo” (Weaver, Church News, 2 de marzo de 2002, pág. 3).

SE RECONSTRUYÓ EL TEMPLO DE NAUVOO, ILLINOIS

Gordon B. Hinckley

Ira Nathaniel Hinckley, abuelo del presidente Gordon B. Hinckley, vivió en Nauvoo durante su juventud, cuando se estaba construyendo el templo original, y fue parte del éxodo hacia el oeste para escapar de la persecución y la destrucción de Nauvoo. En 1938, casi cien años después de que los Santos de los Últimos Días fun-daran la ciudad de Nauvoo, Bryant S. Hinckley, hijo de Ira Hinckley y padre del presidente Hinckley, en ese entonces presidente de la Misión de los Estados del Norte, escribió en la revista Improvement Era en cuanto a su visión de restaurar Nauvoo. El año anterior la Iglesia había comenzado a adquirir terrenos y edificios donde habían vivido los santos en Nauvoo. Él sabía que era el momento de comenzar la restauración de Nauvoo. Dijo: “Completar este proyecto extraordinario será un asunto de enorme importancia. Pondrá de relieve uno de los logros más fascinantes, dramáticos y heroicos de los pioneros realizados en suelo americano. Revelará una historia de entereza, de autosuficiencia y de emprendimiento valeroso y patriótico que debe estimular la fe en el corazón de todos los hombres, en un tiempo en el que los más fuertes vacilan y titubean” (“The Nauvoo Memorial”, Improvement Era, agosto de 1938, pág. 511).

Al final de la conferencia general de abril de 1999, el presidente Gordon B. Hinckley anunció la reconstrucción del Templo de Nauvoo.

“En servicios sagrados e históricos efectuados el jueves 27 de junio de 2000, marcando el 158º aniversario del martirio del profeta José Smith y de su hermano Hyrum, el presidente Gordon B. Hinckley dedicó el templo reconstruido de Nauvoo, Illinois.

“Después de una ausencia de más de un siglo y medio, una Casa del Señor, con todas las ordenanzas sagradas que allí se ofrecen, una vez más está embelleciendo majestuosamente un terreno elevado en Nauvoo, Illinois, desde el cual se ve una curva del río Misisipi. El presente tiene un encuentro con el pasado en este templo que dentro de lo posible es una réplica del diseño y la estructura del templo original; es el último que se ha edificado en esta era sin precedentes de la construcción de templos” (“A Temple, Again, in Nauvoo”, Church News, 29 de junio de 2002, pág. 24).

El presidente Hinckley decidió tener la primera sesión dedicatoria en el 158º aniversario del martirio del profeta José Smith y de su hermano Hyrum en la cárcel de Carthage. “El primer servicio comenzó a las 6 de la tarde, hora de los estados centrales de los Estados Unidos; el presidente Hinckley hizo notar que serían las 5 de la tarde en la época de José Smith. ‘A esta hora, hace 158 años, en Carthage, el populacho asesino subió las escaleras, disparó sus pistolas y abrió a fuerzas la puerta de la celda’, dijo el presidente Hinckley al relatar los hechos que llevaron al martirio…

“El presidente Hinckley dijo que él sentía la presencia del Padre y del Hijo, ‘que se habían revelado al profeta José, quien dio su vida por esta obra. Creo que Él debe sentir un gran regocijo’.

“También dijo que sentía la presencia de su abuelo (Ira N. Hinckley), que había vivido en Nauvoo de joven, y de su padre, Bryant S. Hinckley, que había servido como presidente de la Misión de los Estados del Norte que incluía a Nauvoo. Expresó su confianza en que ‘muchos de ustedes sienten que sus antepasados están presentes’…

“Comentó acerca del enorme número de personas que participaban del servicio dedicatorio, tanto personalmente como en los centros de reuniones a lo ancho del mundo. Presentes en el templo había 1.631 miembros; las reuniones se transmitieron vía satélite a aproximadamente 2.300 localidades en 72 países. A la congregación en el templo, dijo: ‘Estoy seguro de que hay una numerosa concurrencia invisible que nos observa, aquellos que pasaron al otro lado y que ven en el edificio que dedicamos hoy el cumplimiento de sus esperanzas y sueños, y cierta recompensa por sus lágrimas y sacrificios indescriptibles. Ellos deben sentir un profundo amor por nosotros que hemos hecho posible la creación de este magnífico edificio que se levanta en memoria de ellos’ ” (Gerry Avant, “ ‘Crowning Objective of Joseph’s Life’ ”, Church News, 29 de junio de 2002, págs. 3–4).

Hubo doce sesiones dedicatorias adicionales entre el 28 y el 30 de junio. El Templo de Nauvoo, Illinois, es el templo número 113 en funcionamiento en la Iglesia.

“SÉ…”

El presidente Gordon B. Hinckley expresó el siguiente testimonio:

“Ésta es mi oportunidad de dejarles mi testimonio del Evangelio y del Señor Jesucristo y de Dios, mi Padre Eterno. ¿Sé que Ellos viven? ¡Naturalmente que lo sé! Y creo que la mayoría de ustedes lo sabe. Espero que lo sepan. Sé con certeza que Dios es mi Padre Eterno… No sé cómo Él escucha todas nuestras oraciones; eso no lo sé. Solo sé que lo hace porque contesta mis oraciones y también las de ustedes. Si piensan en ello, creo que dirán que las de ustedes han sido contestadas. Él es mi Padre Eterno y sé también que vendrá el día en que tendré que rendir cuentas ante Él de mi vida y de lo que he hecho con ella, cómo la he usado, lo que he logrado y el bien que he hecho en este mundo. Los libros serán abiertos y lo escrito será claro y seremos juzgados según el registro de nuestra vida; eso lo sé. Sé que Él es misericordioso y bondadoso. Sé que ama a Sus hijos e hijas. Sé que quiere que todos seamos felices. Sé que quiere que de nuestra vida hagamos algo bueno. De eso estoy seguro; en eso confío; eso lo sé.

“Sé que Su Hijo Unigénito en la carne, Su Hijo Amado, es mi Redentor, mi Salvador y mi Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, una vez el gran Jehová, que vino a la tierra, nació en un establo en una nación vasalla, entre un pueblo en el que había mucho odio y maldad. Él fue el gran Príncipe de Paz que enseñó amor, bondad y paciencia, que anduvo haciendo el bien, sanando a los enfermos, levantando a los muertos, haciendo que los ciegos vieran. Él fue mi Salvador que sangró por cada poro cuando habló con Su Padre en Getsemaní, y murió sobre la cruz por cada uno de nosotros y luego salió otra vez al tercer día para ser las primicias de los que durmieron. Él es mi Salvador y mi Redentor.

“Dios el Padre y el Señor resucitado visitaron al joven José Smith en una arboleda de la granja de su padre. Allí le dijeron que no se uniera a ninguna de las iglesias, que tuviera paciencia y que el Señor lo usaría a Su manera para llevar a cabo Sus propósitos. Luego recibió el Libro de Mormón a través de Moroni, un ser resucitado, y después el Sacerdocio Aarónico por medio de Juan el Bautista. Luego se recibió el Sacerdocio de Melquisedec por intermedio de Pedro, Santiago y Juan. Otras llaves del sacerdocio fueron restauradas a través de Moisés, Elías y Elías el profeta. Estas cosas son verdaderas. Son verdad. Que Dios nos bendiga para ser fieles en el gran conocimiento que tenemos para que cultivemos en nuestro corazón un espíritu de testimonio, para que moldeemos nuestra vida de acuerdo con ese conocimiento y para que recibamos en nuestra vida la gran felicidad que será una bendición para cada uno de nosotros, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén” (Teachings of Gordon B. Hinckley, págs. 650–651).