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El amor y el servicio


Lección 33

El amor y el servicio

El propósito de esta lección es ayudarnos a comprender que el amor y el servicio a los demás es importante en nuestro llamamiento del sacerdocio.

Introducción

Muestre la ayuda visual 33-a, “Cristo es el gran ejemplo de amor”.

Jesucristo ama a cada persona. Su capacidad de amar es perfecta. Tan completo es Su amor, que las Escrituras nos dicen que Él es amor (1 Juan 4:7–12); el amor de Cristo queda demostrado en los actos de servicio que ha llevado a cabo por la humanidad.

Como poseedores del sacerdocio, tenemos la responsabilidad de llegar a ser como Cristo; pero para que podamos hacerlo, debemos aprender a amar como Él ama y a servir como Él sirve. El obispo H. Burke Peterson, nos ha enseñado que: “En un mundo donde Satanás está atacando como nunca a los hijos de los hombres, no tenemos mejor arma que un puro y generoso amor como el de Cristo” (“Una diaria porción de amor”, Liahona, octubre de 1977, pág. 57).

Se nos manda amar

Un día, mientras Cristo enseñaba, uno de los escribas le preguntó: “¿Cuál es el primer mandamientos de todos?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.

“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28–31).

¿Por qué son esos dos mandamientos mayores que los otros? (Si amamos a Dios y a nuestro prójimo, haremos todo lo que podamos para hacerlos felices y por lo tanto, observaremos los demás mandamientos.)

Una gran parte de la vida del Salvador se dedicó a la enseñanza del amor, por lo que a veces se llama a su Evangelio “el Evangelio de amor”. Él nos enseñó que solamente cuando amamos a los demás somos Sus discípulos (véase Juan 13:35). Nos dijo que debíamos amar incluso a nuestros enemigos (véase Mateo 5:43–44). Sólo pocas horas antes de Su crucifixión, Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

El presidente N. Eldon Tanner, recalcando la importancia del mandamiento de amar, dijo: “Sí, el único lema que necesitamos para ser en verdad felices en nuestro hogar es: Amaos los unos a los otros —sólo seis palabritas” (“The Great Commandment”, Improvement Era, junio de 1967, pág. 29).

La caridad, el amor puro de Cristo

Pida a los miembros de la clase que lean Moroni 7:45–47. ¿Qué es la caridad?

El élder Mark E. Petersen explicó que la caridad es “el amor puro de Cristo, que nos ayuda a amar a Dios y a nuestros semejantes” (“Do Unto Others”, Ensign, mayo de 1977, pág. 75). La historia que viene a continuación, relatada por el élder Marion D. Hanks, muestra cómo un padre enseñó a su hija a desarrollar y mostrar caridad.

“Pienso en una mujer especial que nació con un cuerpo muy deformado… [Ella] habló de un incidente que había tenido en su niñez. Sus amigos le ponían apodos que… le causaban gran dolor y lágrimas. Cuando llegó a su casa, su padre la sentó junto a él y abrazándola con sus fuertes brazos, lloró con ella mientras le explicó que… [esta experiencia] podría traer felicidad a su vida. ‘Hija mía’, dijo: ‘…es verdad que tienes una joroba y algunos otros problemas serios, pero no es tu culpa, ni la culpa de tus padres, ni la de nuestro Padre Celestial… Lo que los niños y las niñas te han dicho es verdad, aunque no haya sido justo ni bondadoso. Si durante tu vida tratas de ser más justa y más bondadosa hacia otras personas de lo que algunas de ellas han sido contigo, entonces serás feliz, y tendrás una vida plena y útil’” (“More Joy and Rejoicing”, Ensign, noviembre de 1976, pág. 32).

¿Qué sugiere esta historia que podemos hacer para ser más caritativos? Pida a los miembros de la clase que lean 1 Corintios 13:1.

El élder Theodore M. Burton ha explicado que “la caridad… es un amor tan grande, que estamos dispuestos a dar una parte de nosotros mismos a otros… Es fácil decir ‘Te amo’, pero el amor no sólo se debe declarar, sino demostrar con hechos. El amor, a menos que se demuestre, es tan sólo un estruendoso címbalo o un retumbante tambor, que aturde los oídos, pero no calma el alma” (“If I Have not Love—”, The Instructor, junio de 1970, pág. 201).

El ser caritativos nos ayudará a vivir vidas felices y útiles. Si no desarrollamos la caridad, seremos “como la escoria que los refinadores desechan (por no tener valor) y es hollada por los hombres” (Alma 34:29).

El servicio cristiano

Muestre la ayuda visual 33-a, “Cristo es el gran ejemplo de amor”.

El amor que sentimos hacia nuestro Padre Celestial y hacia Sus hijos se revela por medio de nuestro servicio a nuestros semejantes. El presidente Harold B. Lee dijo que una noche tuvo lo que “debe haber sido una visión” en la que se le dijo: “Si deseas amar a Dios, tienes que aprender a amar y servir a la gente. Esa es la forma en que mostrarás tu amor hacia Dios” (Stand Ye in Holy Places, pág. 189).

El servicio cristiano es el servicio prestado sinceramente a cualquiera que tenga necesidad, y a menudo sin recibir recompensa. Puede ser no solicitado o desagradable, y requerir mucho esfuerzo de nuestra parte, y quizás sea preciso realizarlo cuando es difícil para nosotros hacerlo; pero al margen de todo esto, es un servicio prestado simplemente porque amamos a los hijos de nuestro Padre Celestial.

¿Por qué debemos prestar servicio? ¿A quiénes podemos servir?

Debemos servir a todos, mientras podamos y ellos estén necesitados; sin embargo, el élder Thomas S. Monson nos recuerda que algunos necesitan nuestra ayuda con más desesperación que otros. “El enfermo, el cansado, el hambriento, el que tiene frío, el lastimado, el solitario, el viejo, el perdido, todos gritan desesperados pidiéndonos ayuda” (“El camino a Jericó”, Liahona, octubre de 1977, pág. 60).

Pida al miembro de la clase previamente asignado que presente la historia que se relata a continuación:

El obispo llamó a Steve a su oficina al finalizar la reunión sacramental. “¡Vaya!”, pensó Steve, “voy a ser el nuevo presidente del quórum de maestros. Todos los miembros del barrio desearán estrechar mi mano y felicitarme. ¡Mamá estará tan orgullosa de mí!”

El obispo le dijo: “Steve tenemos una asignación para ti: una de ‘buen vecino’. Nos sentimos preocupados por Hasty McFarland. Necesita a alguien que le brinde amistad. Aunque no es miembro de la Iglesia, el amor de Dios llega a todas las personas, y nosotros tenemos el privilegio de poder mostrar ese amor”.

Steve se sintió aturdido mientras sus pensamientos retrocedían a dos semanas antes, cuando él y sus amigos habían estado burlándose del anciano. Se sintió culpable y disgustado cuando oyó decir al obispo: “Quisiera que le visitaras dos o tres veces por semana, pero si esta asignación te resulta difícil de llevar a cabo, no sientas temor en decírmelo”.

Tras un suspiro, Steve dijo al obispo que lo haría. A continuación éste le dio algunas instrucciones sobre la asignación. “Puedes cortar leña, llevarle alimentos, mantas… En fin, todo lo que se te ocurra que puedas ayudarle a que se sienta apreciado; sé su amigo. Tu padre está al tanto de esta asignación y me dijo que te ayudará. También te ayudará tu Padre Celestial”.

A sus quince años de edad, Steve podía pensar en otras cosas que preferiría hacer, como jugar al fútbol, cazar, pescar o divertirse con sus amigos; pero sabía que había acordado cumplir con la asignación.

Hasty vivía como un ermitaño en una pequeña cabaña en las afueras del pueblo. Una vez al año se bañaba gratuitamente en el hotel, pagado por el comisario. Llevaba un parche negro sobre el ojo y tenía una excrecencia por un lado de la cabeza, por lo que la mayor parte de los niños e incluso algunos adultos, tenían la costumbre de hacer observaciones crueles sobre él.

Steve llegó a la cabaña de Hasty muy asustado. Llamó a la puerta, pero no recibió respuesta alguna. Finalmente, tras haber llamado al anciano, decidió empujar la puerta. La cabaña estaba obscura y fría; allí vio a Hasty sentado en la cama sobre una sucia y enmohecida manta.

“Hasty, ¿puedo hacer algo por usted?” Steve comenzó a decirle apresuradamente su nombre y que el obispo de su Iglesia le había enviado. El anciano no respondió; se limitó a mirar al suelo fijamente. Steve salió de la cabaña para cortar algunos trozos de leña, mientras a cada hachazo que daba se preguntaba por qué estaba allí. “Deja de refunfuñar”, decía una voz dentro de él; “el anciano tiene frío y necesita ayuda”.

Steve encendió una fogata y habló a Hasty, quien no le respondía, por lo que llegó a la conclusión de que no le estaba escuchando. Así, pues, le dijo que volvería al día siguiente con una manta limpia, cosa que hizo. Durante las siguientes cuatro semanas visitó a Hasty en días alternos, hasta que finalmente, el anciano comenzó a hablarle. Un día le preguntó: “¿Por qué vienes, muchacho? Estoy seguro de que un chico de tu edad puede encontrar cosas mejores que hacer que visitar a un viejo desagradable como yo”. Y luego sonrió.

El día de Acción de Gracias, Steve le invitó a cenar. Él no asistió, pero la familia de Steve le llevó parte de la cena. Los ojos de Hasty se llenaron de lágrimas cuando intentó agradecérselos.

Con el tiempo, Steve supo que Hasty había sido pastor, que su esposa e hijos habían muerto como consecuencia de una terrible fiebre, y que una enfermedad le había privado de su ojo. Por alguna razón, el ermitaño anciano ya no le parecía feo; y después del colegio, Steve corría para ayudarle y para escuchar sus historias.

Cuando llegó la Navidad, la familia de Steve le invitó a cenar una vez más, y esta vez sí asistió; aseado, de traje y de aspecto agradable. Cuando finalizó la cena, Hasty expresó su gratitud por Steve y su familia, diciendo que su vida había estado completamente desorganizada, pero que el amor que ellos le habían mostrado le estaba convirtiendo en una persona diferente.

Al mirar Steve a Hasty y ver lo feliz que era, comenzó a sentir en su corazón un cálido sentimiento (véase “Hasty”, New Era, noviembre de 1974, págs. 48–49).

¿Fue servicio cristiano el que se le ofreció a Hasty? ¿De qué modo recibió bendiciones el joven que prestó el servicio? ¿Cuál de los dos recibió más bendiciones?

Cuando nos bautizamos, prometimos al Señor “llevar las cargas los unos de los otros… llorar con los que lloran… y… consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:8–9). Tenemos la responsabilidad de buscar a quienes estén necesitados, y después de ayudarles con amor y bondad sin que se nos mande (véase D. y C. 58:26–29).

Conclusión

El obispo H. Burke Peterson nos ha recordado: “El Maestro dio este mandamiento a todos en general. No era para unos pocos en un país ni para muchos en otro; no fue dirigido a una familia aquí o allí, sino que a todos sus hijos, en todo lugar. ¡Expresad vuestro amor ahora! Demostradlo ahora” (“Una diaria porción de amor”, Liahona, octubre de 1977, pág. 57).

Ese amor no solamente beneficia a quienes servimos, sino también a nosotros mismos. El presidente Spencer W. Kimball ha hecho la siguiente observación: “Cuando servimos es cuando aprendemos a servir. Cuando estamos ocupados en el servicio a nuestros semejantes, no sólo les ayudan nuestras obras, sino que ponemos nuestros propios problemas en una nueva perspectiva… y hay menos tiempo para preocuparnos por nosotros mismos… A medida que servimos a otros, nos convertimos en personas más significativas” (“Esos actos de bondad”, Liahona, diciembre de 1976, pág. 1).

“Ahora tenemos mayores responsabilidades que antes, de hacer que nuestro hogar irradie a nuestros vecinos amor, armonía, deberes en la comunidad y lealtad. Que nuestros vecinos lo vean y oigan… ¡Que Dios nos ayude como miembros del sacerdocio, como miembros de la Iglesia, a irradiar… amor… caridad… y servicio!” (David O. McKay, “Radiation of the Individual”, Instructor, octubre de 1964, pág. 374).

Cometidos

  1. Ore humilde y sinceramente para recibir la capacidad de amar como Cristo ama.

  2. Muestre amor por su familia al llevar a cabo un acto de bondad para cada uno de los miembros de ella.

  3. Muestre amor por alguien que tenga necesidad al hacer algo bueno por él.

  4. Ayude al quórum del sacerdocio a planear una actividad de servicio para alguien.

Pasajes adicionales de las Escrituras

  • Mateo 25:31–46 (servimos a Dios cuando servimos a nuestros semejantes).

  • 1 Corintios 13 (la caridad es el mayor atributo de la divinidad).

  • Moroni 7:45–48 (la caridad es el amor puro de Cristo y un don de Dios).

Preparación del maestro

Antes de presentar esta lección:

  1. Lea el capítulo 28, “El servicio”, y el capítulo 30, “La caridad”, del manual Principios del Evangelio.

  2. Asigne a miembros de la clase para que relaten las historias y para que lean los pasajes de las Escrituras de la lección.