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Cómo cultivar el amor y la amistad en el matrimonio


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Cómo cultivar el amor y la amistad en el matrimonio

Ideas para poner en práctica

De acuerdo con sus propias necesidades y circunstancias, siga una o ambas de las siguientes sugerencias:

  • Estudie Moroni 7:45–48. Anote las características de la caridad que se mencionan en este pasaje. Propóngase mejorar en cuanto a esas características en su propia vida. Considere formas en que esas cualidades pueden ayudar a los esposos y las esposas a cultivar el amor y la amistad que hay entre ellos.

  • Con su cónyuge, formulen un plan para dedicarse tiempo el uno al otro, a solas, cada semana. Tal vez sea necesario programar esas ocasiones escribiendo recordatorios en un calendario o en un cuaderno.

Asignación de lectura

Estudie el siguiente artículo. Si está casado, léalo y analícelo con su cónyuge.

Unidad en el matrimonio

Presidente Spencer W. Kimball
Duodécimo Presidente de la Iglesia

Ciertamente, un matrimonio honorable, feliz y próspero es la meta principal de toda persona normal. El matrimonio es quizás la más vital de todas las decisiones, la que causa efectos de más alcance, ya que tiene que ver no solamente con la felicidad inmediata, sino también con el gozo eterno. Afecta no solamente a los cónyuges sino también a su familia, y particu-larmente a sus hijos y a los hijos de éstos a través de las muchas generaciones.

Cuando se elige a un compañero para esta vida y para la eternidad, se debe efectuar la más cuidadosa preparación, meditación, oración y ayuno para asegurarse de que, de todas las decisiones que se tomen, ésta sea la más acertada. En un verdadero matrimonio debe existir una unión de mentes así como de corazones. Las decisiones no se deben tomar basándose totalmente en las emociones, sino que la mente y el corazón, fortalecidos por el ayuno, la oración y el haberlo considerado detenidamente, le dará a uno la máxima posibilidad de obtener felicidad en el matrimonio. Éste trae consigo la necesidad de sacrificarse y de compartir, y exige gran desinterés.

Muchas novelas y programas de televisión terminan en matrimonio: “Y vivieron felices para siempre…” Hemos llegado a la conclusión de que no se logra la felicidad y un buen matrimonio con el solo hecho de efectuar una ceremonia. La felicidad no se adquiere apretando un botón, como sucede con la luz eléctrica; la felicidad es un estado de la mente y proviene de adentro; se debe ganar; no se puede comprar con dinero; no se consigue sin dar nada a cambio.

Algunos consideran la felicidad como una vida fascinante de ocio, lujos y emociones constantes; pero un verdadero matrimonio se basa en una felicidad que es más que eso, una que se logra al dar, servir, compar-tir, sacrificar, y en la que se destaca el desinterés.

Dos personas que provienen de diferentes hogares, después de la ceremonia se dan cuenta de que deben hacer frente a la realidad. Ya no existe la vida de fantasía ni de la imaginación; debemos salir de entre las nubes y poner los pies firmes sobre la tierra. Se debe asumir la responsabilidad y se deben aceptar los nuevos deberes; se tendrán que abandonar algunas libertades personales y efectuar muchos ajustes desinteresados.

Luego de la ceremonia, uno empieza a descubrir muy pronto que el cónyuge tiene debilidades que antes no le había notado. Las virtudes que constan-temente eran magnificadas durante el cortejo parecen hacerse más pequeñas, mientras que las debilidades que antes parecían tan pequeñas e insignificantes, alcanzan proporciones considerables. Es entonces el momento de tratar de comprenderse, de hacer una autoevaluación y de desarrollar el sentido común, el razonamiento y el planeamiento. Los hábitos de años ahora muestran la cara; puede que el cónyuge sea tacaño o despilfarrador, perezoso o trabajador, devoto o irreligioso; puede que sea bondadoso y tenga una actitud de cooperación, o que tenga mal genio y se enoje fácilmente, que sea exigente o dadivoso, egoísta o modesto. El problema de los parientes políticos se ve más claramente, y la relación que el cónyuge tiene con ellos se amplifica nuevamente.

Con frecuencia hay una falta de disposición de sentar cabeza y de asumir las fuertes responsabili-dades que aparecen de inmediato. El ahorro se resiste a reemplazar el estilo de vida de lujos, y los jóvenes con frecuencia parecen estar demasiado dispuestos a no tener menos que el vecino. Frecuentemente, falta la voluntad para hacer los ajustes económicos necesarios; las esposas jóvenes con frecuencia están exigiendo que todos los lujos de los que gozaban anteriormente en los hogares de sus prósperos padres se continúen en su propio hogar. Algunas de ellas están muy dispuestas a ayudar a obtener ese tipo de vida de lujos al continuar trabajando después del matrimonio. Como consecuencia salen del hogar, en donde yace su deber, en busca de logros profesionales o de negocios, estableciendo así una economía que se estabiliza de tal manera que llega a ser muy difícil volver a la vida familiar normal. Cuando ambos cónyuges trabajan, muchas veces entra en la familia la competencia en vez de la cooperación. Dos trabajadores exhaustos regresan a la casa con los nervios en tensión, más orgullo individual, más deseo de independencia, y como consecuencia surgen las dificultades. Las pequeñas fricciones se convierten en problemas monumentales.

Mientras que la vida matrimonial es difícil y es común encontrar en ella la discordia y la frustración, aún así la felicidad duradera es posible y, más de lo que la mente humana pueda imaginar, el matrimonio puede ser una fuente de dicha. Esto se encuentra al alcance de toda pareja, de toda persona. El concepto de las “almas gemelas” es una ilusión y un concepto ficticio; y aunque la mayoría de nuestros jóvenes tratan con toda diligencia y devoción de encontrar una persona con la cual la vida pueda ser más compatible y hermosa, también es cierto que casi cualquier buen hombre y mujer podría tener felicidad y éxito en el matrimonio si estuvieran dispuestos a pagar el precio.

Existe una fórmula infalible, la cual garantiza a toda pareja un matrimonio feliz y eterno; pero al igual que en todas las fórmulas, no se deben eliminar, reducir ni limitar los ingredientes principales. La selección antes del cortejo y entonces la expresión constante de afecto después del proceso matrimonial son de igual importancia; pero no más importantes que el matrimonio mismo, cuyo éxito depende de ambas personas: no de una, sino de ambas.

En el matrimonio que comienza y se basa en normas razonables como ya se ha mencionado, no hay combinaciones de poder que puedan destruirlo, excepto el poder que hay dentro de cualquiera de los dos cónyuges, o de ambos; y deben asumir la responsa-bilidad generalmente. Otras personas y agencias pueden influir para bien o para mal. Puede parecer que el aspecto económico, social y político, así como otras situaciones, se relacionan con él; pero el matrimonio está basado pura y exclusivamente en ambos cónyuges, quienes siempre podrán lograr éxito y felicidad en su matrimonio si se lo proponen, y son desinteresados y justos entre sí.

La fórmula es sencilla; los ingredientes son pocos, aunque hay muchas amplificaciones de cada uno.

Primero, debe existir una actitud adecuada hacia el matrimonio, que contemple la selección de un cónyuge que llegue lo más cerca posible al pináculo de la perfección en todos los aspectos que tengan importancia para las personas. Y entonces esas personas deben llegar al altar del templo con el conocimiento de que tienen que trabajar arduamente para lograr éxito en su vida juntos.

Segundo, debe abundar la generosidad, olvidándose de sí mismo y dirigiendo toda la vida familiar y todo le atañe a ella para el bienestar familiar, dejando a un lado los deseos egoístas.

Tercero, el cortejo y las expresiones de afecto, amabilidad y consideración deben continuar, a fin de que el amor se mantenga vivo y crezca.

Cuarto, se deben vivir plenamente los manda-mientos del Señor, tal como se encuentran definidos en el Evangelio de Jesucristo.

Mezclando estos ingredientes en forma adecuada y manteniéndolos en función, es casi imposible que surja la desdicha, que continúen los malos entendidos o que existan desavenencias. Los abogados que se ocupan de los divorcios tendrían que ejercer su profesión en otro campo y los tribunales que se ocupan de los divorcios estarían cerrados con candado.

Dos personas que estén considerando ir al altar matrimonial deben darse cuenta de que para lograr el matrimonio feliz que esperan tener, deben saber que la ceremonia del casamiento en sí no resuelve todos los problemas, sino que significa sacrificarse, compartir y aun renunciar a ciertas libertades personales; significa una larga y ardua frugalidad; significa hijos que traen consigo cargas económicas, de servicio, de cuidado y preocupación; pero también significa la más profunda y dulce de todas las emociones.

Antes del matrimonio, toda persona tiene la libertad de hacer lo que le plazca, de organizar y planear su vida de la manera que crea conveniente, de tomar todas las decisiones siendo ella misma el punto central. Antes de tomar los votos matrimoniales, los novios deben darse cuenta de que es necesario que cada uno acepte, literal y plenamente, que el bienestar de la nueva familia debe anteponerse siempre al propio bienestar. Cada cónyuge debe eliminar el “yo” y el “mío”, y substituirlos por el “nosotros” y el “nuestro”. En toda decisión se debe considerar el hecho de que habrá dos o más personas que serán afectadas por la misma. Al tener que tomar decisiones importantes, la esposa tendrá en cuenta la manera en que éstas afectarán a los padres, los hijos, el hogar y su vida espiritual. La ocupación que escoja el marido, su vida social, sus amistades, sus intereses personales, deben considerarse bajo el aspecto de que él es sólo una parte de una familia, o sea, que para todas las cosas se debe tener en cuenta al grupo familiar.

Quizás la vida del matrimonio no siempre transcurra sin cambios e incidentes, pero aun con éstos se puede gozar de gran paz. La pareja podrá tener pobreza, enfermedad, desalientos, fracasos y hasta muerte en la familia, pero todo eso no tiene por qué robarles la paz. El matrimonio puede tener éxito siempre que el egoísmo no forme parte de él. Si existe una abnegación total, los problemas y dificultades unirán a los padres con lazos irrompibles. Durante la depresión de la década de 1930, hubo una marcada disminución en el divorcio; la pobreza, los fracasos y el desánimo unían a los padres. La adversidad puede estrechar relaciones que la prosperidad tal vez destruya.

Es casi seguro que el matrimonio que esté basado en el egoísmo fracasará. Aquel que se case por dinero, o por prestigio o clase social, ciertamente se sentirá desilusionado. Aquel que se case para satisfacer su vanidad y su orgullo, o que se case para fastidiar o hacer quedar mal a alguien, se está engañando sólo a sí mismo. Pero el que se case para brindar felicidad, así como para recibirla, para prestar servicio y para recibirlo, y que se preocupa por los intereses de los dos y de la familia a medida que vaya creciendo, tendrá una buena posibilidad de que su matrimonio sea feliz.

El amor es como una flor y, al igual que el cuerpo, necesita que se le alimente constantemente. El cuerpo mortal pronto se consumiría y moriría si no se le alimentara con frecuencia. La tierna flor se marchitaría y moriría si no se le diera alimento y agua. Así también sucede con el amor; no se puede esperar que el amor perdure por siempre a menos que se le alimente continuamente con porciones de cariño, manifestaciones de aprecio y admiración, expresiones de gratitud y generosidad.

El altruismo total es otro factor que contribuirá a lograr un matrimonio feliz; si se buscan constante-mente los intereses, la comodidad y la felicidad del cónyuge, el amor que se descubre durante el cortejo y se afirma en el matrimonio, crecerá sin medida. Muchas parejas permiten que su matrimonio se haga viejo y que se enfríe como un pedazo de pan duro, o como los chistes que se han contado demasiadas veces, o como una sopa de crema que se ha enfriado. Ciertamente los alimentos más vitales para el amor son la consideración, la bondad, la amabilidad, el interés, las expresiones de afecto, los abrazos que muestran aprecio, la admiración, el orgullo, el compañerismo, la confianza, la fe, el trabajo en conjunto, la igualdad y la interdependencia.

A fin de ser realmente felices en el matrimonio, debemos observar fielmente los mandamientos del Señor en forma continua; nadie, ya sea soltero o casado, ha logrado ser feliz a menos que haya sido justo. Existen las satisfacciones temporarias y las situaciones camufladas por el momento, pero la felicidad total y permanente sólo puede ser el producto de la dignidad. La persona que haya llevado una vida basada en profundas convicciones religiosas jamás podrá ser feliz mientras lleve un estilo de vida inactivo. La conciencia continuará afligiendo, a menos que se haya cauterizado, en cuyo caso el matrimonio ya está en peligro. Una conciencia punzante puede hacer que la vida sea muy insoportable. La inactividad [en la Iglesia] es destructiva para el matrimonio, especialmente cuando ambos son inactivos en diferentes grados.

Las diferencias religiosas son las diferencias más difíciles y las que menos se pueden resolver.

El matrimonio fue establecido por Dios; no es simplemente una costumbre social; sin un matri-monio adecuado y dichoso, nunca podremos ser exaltados. Si leen las palabras del Señor, verán que afirma que lo correcto y apropiado es casarse.

Puesto que eso es verdad, el Santo de los Últimos Días que es consciente e inteligente planeará su vida cuidadosamente para asegurarse de que no haya impedimentos que le obstruyan el camino. Al cometer un serio error, uno puede colocar en el camino obstáculos que tal vez nunca se puedan eliminar y que pueden obstruir nuestro camino a la vida eterna y a la divinidad, lo cual es nuestro destino final. Si dos personas aman al Señor más que a su propia vida, seguramente gozarán de esa gran felicidad trabajando juntos en una armonía total, con el programa del Evangelio como estructura básica. Cuando con regularidad el esposo y la esposa van juntos al santo templo, se arrodillan en su casa a orar junto con su familia, van de la mano a las reuniones religiosas, se mantienen totalmente castos, mental y físicamente, a fin de que todos sus pensamientos, deseos y amor estén centrados en un solo ser, que es su compañero, y trabajan en conjunto para edificar el Reino de Dios, entonces la felicidad está en su pináculo.

En ocasiones en el matrimonio nos allegamos a otras cosas, aun cuando el Señor dijo: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22).

Eso significa igualmente que “amarás a tu esposo con todo tu corazón, y te allegarás a él y a ningún otro”. Frecuentemente, las personas continúan allegándose a su madre, a su padre y sus amigos; en ocasiones las madres no ceden la influencia que han tenido sobre sus hijos, y el esposo, así como la esposa, regresan a sus padres para obtener consejo y confiarles sus problemas; en cambio, deben acercarse a su cónyuge en la mayoría de las cosas y no hablar de sus intimidades a los demás.

Las parejas hacen bien en establecer su propio hogar inmediatamente, separada de la de sus padres. Puede que el hogar sea modesto y sencillo, pero sigue siendo un domicilio independiente. Su vida matrimonial debe ser independiente de la de sus padres; ámenlos más que nunca; atesoren su consejo; aprecien su relación con ustedes; pero vivan su vida gobernados por sus propias decisiones, por sus propias consideraciones, después de recibir el consejo de los que deben brindarlo. El allegarse no significa simplemente ocupar la misma casa; significa unirse estrechamente, andar juntos:

“Por lo tanto, es lícito que… los dos serán una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación;

“y para que sea llena con la medida del hombre, conforme a la creación de éste antes que el mundo fuera hecho” (D. y C. 49:16–17).

Hermanos y hermanas, quisiera decirles que ésta es la palabra del Señor; es de suma importancia y no hay nadie que deba argumentar con el Señor. Él creó la tierra; Él creó la humanidad; Él conoce las condiciones; Él estableció el programa, y nosotros no somos lo suficientemente inteligentes ni listos para ser capaces de discutir con Él respecto a estas cosas importantes. Él sabe lo que es correcto y verdadero.

Les suplicamos que mediten sobre estas cosas; asegúrense de que su matrimonio marche en la manera debida, de que su vida esté en orden, de que cumplan su parte en el matrimonio en la forma apropiada.

Véase el ejemplar de junio de 1978 de la revista Liahona, páginas 1–5. [Nota: en la revista no se encuentra el texto completo de este artículo.]