Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El trabajo y la autosuficiencia


Capítulo 12

El trabajo y la autosuficiencia

El Señor nos bendecirá si trabajamos al máximo de nuestra capacidad.

De la vida de Heber J. Grant

El presidente Heber J. Grant solía predicar de los principios del trabajo arduo y de la autosuficiencia. Aconsejaba: “Que piense todo hombre que es el arquitecto de su propio destino y el constructor de su propia vida, y que se propone hacer un éxito de ella por medio de su trabajo. ‘Seis días trabajarás, y harás toda tu obra’ mas el séptimo día reposarás [véase Éxodo 20:9–11]. No estén dispuestos a trabajar solamente cuatro o cinco días ni a hacerlo sólo a medias. Trabaje todo Santo de los Últimos Días arduamente por todo lo que obtenga, ya sea en el trabajo o en cualquier cosa que haga”1.

Cuando el presidente Grant hablaba del valor del trabajo, lo hacía basándose en su experiencia de toda la vida. Como hijo único de su madre viuda, aprendió temprano en la vida a barrer y a lavar y secar la vajilla. También ayudaba a su madre en su trabajo de costurera para ganarse el sustento para ellos dos. “Por las noches me sentaba en el suelo hasta la medianoche”, recordó más adelante, “a pedalear la máquina de coser a fin de aliviar el cansancio de sus piernas”2. Los esfuerzos de Heber por ayudar a su madre continuaron después de pasada su niñez, por cuanto, ya de joven, ingresó en el mundo de los negocios con el fin de prestarle ayuda económica.

Uno de los más grandes deseos del presidente Grant era “grabar en la mente de los jóvenes de Sión la eficacia indescriptible del trabajo”3. En una serie de artículos que escribió para la revista de la Iglesia Improvement Era, el presidente Grant relató experiencias personales con el fin de demostrar que su buena disposición para trabajar le llevó a alcanzar un temprano éxito en el mundo de los negocios. “Hablaré de eso”, explicó, “no con el fin de echarme flores, por decirlo en lenguaje figurado, sino con la esperanza de inspirar en mis lectores el deseo de trabajar. La gente concuerda, por lo general, en que las experiencias personales que se cuentan, vocalmente o por escrito, conllevan más fuerza y dejan una huella más indeleble en la mente de los que oyen o de los que leen que cualquier otra cosa. Ésta ha de ser mi excusa para relatar muchos incidentes de mi propia trayectoria laboral.

“Cuando yo era niño e iba a la escuela, una vez me señalaron a un señor que era el encargado de llevar los libros de contabilidad del Banco Wells Fargo y Compañía, en Salt Lake City, y se me dijo que ganaba un salario de ciento cincuenta dólares al mes. Y bien, recuerdo haber calculado que, sin contar el domingo, ese señor ganaba seis dólares al día, lo cual me pareció una enorme cantidad de dinero… Soñé entonces con llegar un día a tener el cargo de tenedor de libros y trabajar para el Banco Wells Fargo y Compañía; entonces tomé una clase de teneduría de libros en la Universidad Deseret [en la actualidad, la Universidad de Utah], con el anhelo de llegar un día a ganar lo que en aquel tiempo consideraba un enorme salario.

“Cito con mucho gusto… las palabras de Lord Bulwer Lytton: ‘Lo que el hombre necesita no es talento, sino determinación; lo que necesita no es poder para alcanzar logros, sino la voluntad de trabajar’. Samuel Smiles dijo: ‘La determinación, al igual que los huevos, a menos que se incube por medio de la acción, se desintegra’.

“Lord Lytton, sin lugar a dudas, daba por sentado que cuando un joven sueña noble y valientemente, ese sueño le inspira a tener determinación, o un norte, en la vida y a ‘incubar esa determinación por medio de la acción’ sin permitir que ‘se desintegre’. Habiendo tomado la determinación de ser tenedor de libros, me puse manos a la obra para alcanzar ese objetivo. Recuerdo muy bien que eso produjo gran diversión entre mis compañeros. Uno de ellos, tras mirar mis cuadernos, comentó: ‘¿Qué es eso: huellas de una pata de pollo untada en la tinta?’. Otro dijo: ‘¿Ha golpeado un rayo el tintero?’. Aunque ésas y otras observaciones no estaban destinadas a lastimarme en ninguna manera, pues eran bromas inocentes, de todos modos me afectaron profundamente e hicieron surgir en mí el espíritu de la determinación. Decidí ser un ejemplo de perfección caligráfica para todos mis compañeros universitarios y llegar a ser maestro de caligrafía y de teneduría de libros en esa institución. Puesto que tenía la determinación y también ‘la disposición para trabajar’, y que estaba de acuerdo con Lord Lytton en que ‘en el léxico de los jóvenes no existe palabra tal como fracasar’, comencé a dedicar mi tiempo libre a practicar caligrafía y seguí haciéndolo año tras año hasta que se me reconoció como ‘el mejor calígrafo del mundo’3.

“El resultado de esos esfuerzos fue que, unos años después, conseguí un buen trabajo como tenedor de libros y escribiente de pólizas en una compañía de seguros. Aunque sólo tenía quince años, escribía muy bien, y eso era todo lo que hacía falta para cumplir satisfactoriamente con mi cargo; sin embargo, no me sentía totalmente satisfecho y en mis ratos libres seguía soñando con algo mejor mientras practicaba la caligrafía. Yo trabajaba en el edificio del banco A. W. White & Co., y, cuando no estaba atareado en mi trabajo, me ofrecía para ayudar en el trabajo del banco, haciendo cualquier cosa que fuese necesaria con tal de emplear mi tiempo libre; nunca pensaba en si me iban a pagar por el trabajo o no, sino que sólo tenía el deseo de trabajar y aprender. El señor Morf, contador del banco, era buen calígrafo y dedicó tiempo y esfuerzos para ayudarme en mi empeño de llegar a ser yo también experto en caligrafía. Aprendí a hacer tan buena letra que solía ganar más escribiendo tarjetas e invitaciones, etc., y haciendo mapas antes y después de mis horas laborables que lo que ganaba con mi trabajo regular. Algunos años después, recibí en la Feria Territorial un diploma que me distinguía como el mejor calígrafo de Utah. Un tiempo después, cuando comencé a trabajar por cuenta propia, surgió una vacante en la Universidad para ocupar el cargo de profesor de caligrafía y contaduría, y a fin de cumplir la promesa que me había hecho cuando era un jovencito de doce o trece años, de que algún día enseñaría esas asignaturas, hice una solicitud para ocupar ese cargo; ésta fue aceptada y en esa forma cumplí con lo que yo mismo me había prometido4.

El presidente Grant tenía “la disposición para trabajar” tanto en sus empeños espirituales como en los temporales. Era un trabajador incansable en calidad de padre, de maestro del Evangelio y de testigo especial del Señor Jesucristo. Todos los aspectos de su vida reflejaban el principio que solía enseñar: “La ley del éxito, tanto aquí como en la existencia venidera, es tener humildad de corazón y espíritu de oración, y trabajar, trabajar, TRABAJAR”5. Aconsejaba: “Si tienen aspiraciones, sueñen con lo que deseen lograr y, entonces, pongan el hombro a la lid y trabajen. Con tan sólo soñar con algo sin trabajar no se logra nada; lo que importa es el trabajo propiamente tal. La fe sin obras está muerta, nos explica Santiago, como el cuerpo sin espíritu está muerto [véase Santiago 2:17, 26]. Hay muchas personas que tienen fe, pero carecen de las obras, y yo creo en las personas que tienen fe y obras, y que tienen la determinación de hacer las cosas”6.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Debemos trabajar al máximo de nuestra capacidad.

Debemos tener aspiraciones y el deseo de trabajar al máximo de nuestra capacidad. El trabajo es agradable al Señor7.

Nunca ha habido un día en el que yo no haya estado dispuesto a realizar el más humilde de los trabajos (si es que hay tal cosa como trabajo humilde, lo cual dudo) en lugar de estar ocioso8.

Hoy por la mañana me he tomado el trabajo de leer en Doctrina y Convenios con respecto al ocioso, y he de indicar que tenemos algunos haraganes entre nosotros. En la sección 75 de Doctrina y Convenios, hallamos lo siguiente:

“Sea diligente cada cual en todas las cosas. No habrá lugar en la iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres” [D. y C. 75:29]…

En la sección 88, leemos:

“Cesad de ser ociosos; cesad de ser impuros; cesad de criticaros el uno al otro; cesad de dormir más de lo necesario; acostaos temprano para que no os fatiguéis; levantaos temprano para que vuestros cuerpos y vuestras mentes sean vigorizados” [D. y C. 88:124].

Les ruego que tengan presente que estas palabras no son de Heber J. Grant, sino que son las palabras del Señor:

“Y en vista de que se les manda trabajar, los habitantes de Sión también han de recordar sus tareas con toda fidelidad, porque se tendrá presente al ocioso ante el Señor.

“Ahora, yo, el Señor, no estoy bien complacido con los habitantes de Sión, porque hay ociosos entre ellos; y sus hijos también están creciendo en la iniquidad; tampoco buscan con empeño las riquezas de la eternidad, antes sus ojos están llenos de avaricia” [D. y C. 68:30–31].

“No serás ocioso; porque el ocioso no comerá el pan ni vestirá la ropa del trabajador” [D. y C. 42:42]…

“He aquí, se les ha enviado a predicar mi evangelio entre las congregaciones de los inicuos; por tanto, les doy este mandamiento: No desperdiciarás tu tiempo, ni esconderás tu talento en la tierra para que no sea conocido” [D. y C. 60:13]…

Esperemos que el espíritu de independencia que poseyeron nuestros padres pioneros renazca en nosotros y que ningún Santo de los Últimos Días que posea el sacerdocio de Dios sea culpable de ociosidad. Comencemos a trabajar temprano por la mañana y sigamos trabajando hasta tarde en el día9.

Hay en el mundo en la actualidad un espíritu cada vez mayor de evitar prestar servicio, de no estar dispuestos a trabajar arduamente, de intentar ver cuán poco se puede hacer y cuánto más se puede recibir por hacerlo. Eso está mal. Nuestro espíritu y propósito deben ser realizar todo aquello de que seamos capaces, en un tiempo determinado, por el beneficio de los que nos empleen, así como por el beneficio de las personas con las que estemos relacionados.

El otro espíritu: el de conseguir todo lo que se pueda y dar a cambio lo menos que sea posible es contrario al Evangelio del Señor Jesucristo10.

Me he esforzado por inculcar en los jóvenes lo esencialmente importante que es que trabajen al máximo de su capacidad y que, al hacerlo, nunca se desalienten…

“…Levántate, y manos a la obra; y Jehová esté contigo” [véase 1 Crónicas 22:16]…

En la batalla de la vida no he hallado nada que haya sido más valioso para mí que llevar a cabo los deberes del día de la mejor forma posible; y sé que si los jóvenes hacen eso, se prepararán mejor para las labores del mañana…

A los diecinueve años de edad, yo llevaba los libros y era escribiente de pólizas para el Sr. Henry Wadsworth, que era agente de Wells Fargo y Compañía. No estaba ocupado todo el tiempo y no trabajaba para la compañía, sino para el agente en forma individual… Me ofrecí para archivar las cartas del banco, etc., y para llevar unos libros para la Compañía Sandy Smelting, lo cual hacía personalmente el señor Wadsworth.

A fin de hacer hincapié en el pasaje de 1 Crónicas que he citado anteriormente, mencionaré que mi trabajo complació en tal forma al señor Wadsworth que me empleó para hacer las cobranzas de Wells Fargo y Compañía, y me pagó veinte dólares por ese trabajo, además de mi sueldo regular de setenta y cinco dólares en el negocio de seguros. Así fue como llegué a ser empleado de Wells Fargo y Compañía, y a hacer realidad uno de mis sueños.

Cuando llegó la víspera del Año Nuevo, era muy tarde y todavía me encontraba en la oficina… Entró el señor Wadsworth y muy afablemente me dijo que el negocio marchaba bien, que las cosas iban viento en popa, o algo por el estilo. Me mencionó el hecho de que yo había llevado los libros de la Compañía Sandy Smelting sin retribución y me hizo muchos elogios que me hicieron sentir muy contento. En seguida, me entregó un cheque por la cantidad de cien dólares, lo cual fue una retribución doble por todo mi trabajo extra. La satisfacción que sentí por haber ganado la buena voluntad y la confianza de mi empleador valió para mí más que el doble de cien dólares.

A todo hombre joven que se esfuerce por emplear todo su tiempo, sin detenerse a contar la cantidad de dinero que recibirá por sus servicios, sino que haya sido inspirado por el deseo de trabajar y de aprender, le prometo que alcanzará el éxito en la batalla de la vida11.

El trabajo nos lleva a ser autosuficientes.

Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo, sobre la cual todas las bendiciones se basan, y nadie recibirá la bendición sin cumplir la ley correspondiente [véase D. y C. 130:20–21]. Quiero inculcar en los Santos de los Últimos Días que en esta vida obtenemos aquello por lo cual trabajamos, por lo que deseo instar a todo Santo de los Últimos Días a ser trabajador12.

Nuestro propósito principal [al establecer el programa de bienestar de la Iglesia] era establecer, hasta donde fuese posible, un sistema mediante el cual se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna y se establecieran una vez más entre nuestra gente la independencia, la industria, la frugalidad y el amor propio. El propósito de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente su trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia.

Nuestro gran líder Brigham Young, en circunstancias semejantes, dijo:

“Pongan a los pobres a trabajar: a plantar árboles frutales, a partir leños para hacer vallados, a cavar acequias, a hacer cercas o cualquier cosa útil que les permita comprar cereales, harina y lo indispensable para la vida” [véase Discourses of Brigham Young, seleccionados por John A. Widtsoe, 1954, pág. 275].

Ese consejo es tan oportuno en la actualidad como lo fue cuando Brigham Young lo dio13.

Seamos todos industriosos y útiles al máximo de nuestra fortaleza y capacidad. Se nos ha mandado comer el pan con el sudor de nuestro rostro [véase Génesis 3:19].

…Es fácil dar dinero a un hombre, pero hay que tener corazón y comprensión para interesarse en él y procurar proyectar un plan para su bienestar y beneficio. Y es un principio del Evangelio de Jesucristo, tanto en la actualidad como lo ha sido siempre, ayudar a toda persona a ayudarse a sí misma, ayudar a todo hijo e hija de nuestro Padre Celestial a labrar su propia salvación, tanto temporal como espiritualmente14.

Deseo hacer presente una aseveración del presidente Brigham Young:

“La experiencia me ha enseñado, y esto se ha convertido en un principio para mí, que jamás se obtiene ningún beneficio si se da sin reserva a hombre o mujer dinero, alimento, ropa o cualquier otra cosa, si éstos se encuentran físicamente capacitados para trabajar y ganar lo que necesiten, mientras haya algo sobre esta tierra que ellos puedan hacer. Éste es mi principio e intento actuar de acuerdo con él. Hacer lo contrario arruinaría a los miembros de cualquier comunidad del mundo convirtiéndolos en ociosos” [véase Discourses of Brigham Young, pág. 274].

Y lo que arruinara a una comunidad arruinaría a un estado, y, quisiera añadir, también arruinaría a una nación15.

Vamos a grabar en la mente de las personas, hasta donde sea posible, esas palabras de Brigham Young… con las que indicó que su norma era no dar nada a nadie a no ser que la persona lo ganara; que las personas deben hacer algo para ganar lo que reciban. Nada destruye tanto la individualidad de un hombre, de una mujer o de un niño como el no ser autosuficientes16.

El trabajo es una responsabilidad de toda la vida.

El trabajo es lo que conserva joven a la gente. La haraganería es lo que comienza a debilitar a las personas desde el momento en el que dejan de trabajar. El presidente Young era un hombre activo y vigoroso cuando falleció; una apendicitis puso fin a su vida. Su sucesor, John Taylor, tenía setenta y tres años de edad cuando llegó a ser Presidente de la Iglesia. El sucesor de John Taylor, Wilford Woodruff, tenía más de ochenta años cuando llegó a ser el Presidente de la Iglesia y, según la opinión de algunas personas, él debió haberse jubilado veinte años antes de ese tiempo… Lorenzo Snow llegó a la presidencia de esta Iglesia siendo tan activo como cualquier hombre joven y, con un criterio maduro, a los ochenta y cinco años de edad, y cuando la Iglesia se encontraba en una grave situación económica, de la cual él la rescató. Durante los tres años de su administración, hasta que llegó a los ochenta y ocho años, su mente fue tan clara y activa como la de cualquier hombre que haya presidido esta Iglesia.

Joseph F. Smith, según lo que decían muchas personas, tenía dos años más de la edad en la que debía haberse jubilado cuando llegó a ser Presidente de esta Iglesia y lo mismo se aplica a mí. El mes que viene, según el decir de algunas personas, hará veintidós años que debía haberme jubilado17.

No pido a ningún hombre ni a ningún niño de esta Iglesia, aun cuando tengo más de ochenta años de edad, que trabaje más horas de las que yo trabajo… No sé de nada que acabe más rápidamente con la salud de una persona que el hecho de no trabajar18.

Creo que algunos Santos de los Últimos Días se inclinan a decir: “Y bien, una vez que cumplamos sesenta y cinco años, ya no tendremos que trabajar”… Yo he hecho la misma cantidad de trabajo durante los últimos dieciséis años, tras haber pasado los sesenta y cinco, que lo que hice anteriormente. Y con las bendiciones del Señor, si Él me permite permanecer aquí otros quince o dieciséis años —lo cual dudo—, deseo hacer tanto o quizá un poco más de lo que he hecho en los últimos dieciséis años. Creo firmemente que el trabajo no mata a nadie, sino que es la pereza lo que mata al hombre a una edad temprana.

Debe existir en el corazón de todo hombre y de toda mujer la siguiente determinación: “Voy a vivir. Nada se me ha dado sino tiempo en el cual vivir, y voy a esforzarme todos los días de mi vida por llevar a cabo un trabajo que sea aceptable para mi Padre Celestial y, de ser posible, hacer las cosas un poco mejor hoy de lo que las hice ayer”19.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Qué podemos hacer en familia para conseguir que el trabajo sea el principio gobernante en nuestras vidas? ¿De qué forma pueden los padres enseñar a sus hijos a trabajar?

  • ¿Cómo podemos hallar respetabilidad en todo trabajo que realicemos? ¿Qué podemos aprender o qué beneficio podemos recibir del trabajo aun cuando éste sea ingrato o desagradable?

  • En el proceso de llegar a hacer realidad su sueño de ganar un buen salario, ¿qué otras satisfacciones recibió el joven Heber J. Grant? ¿Qué satisfacciones ha tenido usted como consecuencia de los estudios y del trabajo arduo?

  • ¿Por qué es importante que trabajemos por lo que recibamos? ¿Cómo nos afecta el no ser autosuficientes individualmente, como familia y como comunidades y naciones?

  • ¿Qué influencia produce el trabajo en la mente, en el cuerpo y en el espíritu? ¿Qué ha aprendido usted de personas que hayan seguido trabajando a lo largo de toda su vida?

Notas

  1. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, pág. 138.

  2. “Faith-Promoting Experiences”, Millennial Star, 19 de noviembre de 1931, pág. 760.

  3. Gospel Standards, pág. 182.

  4. “The Nobility of Labor”, Improvement Era, diciembre de 1899, págs. 82–84; los párrafos se han cambiado.

  5. Gospel Standards, pág. 182.

  6. Gospel Standards, pág. 357.

  7. En Conference Report, octubre de 1938, pág. 15.

  8. Gospel Standards, pág. 108.

  9. En Conference Report, octubre de 1937, págs. 10–11.

  10. Gospel Standards, págs. 183–184.

  11. Improvement Era, diciembre de 1899, págs. 81–82, 85–86.

  12. Gospel Standards, pág. 109.

  13. Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, octubre de 1936, pág. 3; leído por el presidente Heber J. Grant.

  14. En Conference Report, abril de 1945, pág. 8; los párrafos se han cambiado.

  15. En Conference Report, octubre de 1936, pág. 6.

  16. Relief Society Magazine, octubre de 1937, pág. 627.

  17. En Conference Report, octubre de 1938, págs. 3–4.

  18. Gospel Standards, pág. 183.

  19. Gospel Standards, pág. 108.