Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Jesucristo, el Hijo del Dios viviente


Capítulo 24

Jesucristo, el Hijo del Dios viviente

Jesucristo es el Hijo literal de Dios, el Redentor del género humano y la cabeza viviente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

De la vida de Heber J. Grant

El presidente Heber J. Grant dijo: “No hay nada tan preciado para el corazón humano como el testimonio de Jesucristo”1. El presidente Grant se preocupaba profundamente por los que no tenían un testimonio firme del Salvador. Decía: “Lo que el mundo necesita en la actualidad más que cualquier otra cosa es tener una fe absoluta en Dios, nuestro Padre, y en Jesucristo, Su Hijo, como el Redentor del mundo”2. Vio esa enorme necesidad cuando viajaba por el mundo para predicar el Evangelio y se encontraba con enseñanzas falsas referentes a la vida y a la misión de Jesucristo. Le causaba tristeza lo que él indicaba como “la falta de creencia en Dios y en la divinidad de Jesucristo”. Por ejemplo, en una ocasión contó de un artículo que se publicó en un periódico en el que el autor recomendaba que “la gente desechara ‘lo absurdo’ de que Jesucristo fuese un Dios sobre la tierra y un Redentor del mundo”. El presidente Grant siempre se apresuraba a rebatir ese concepto y a dar testimonio en defensa de la verdad. Decía:

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Christ exiting the tomb

“Nuestro Señor y Maestro no vino a la tierra para hacer Su voluntad, sino la voluntadde Su Padre, y cumplió satisfactoriamente Su misión. Triunfó sobre la muerte, el infierno y el sepulcro, y ha ganado la recompensa de un trono a la diestra de Su Padre”.

“Cada vez que he leído esa aseveración —y la he leído en varios lugares—, he aprovechado la oportunidad de explicar a la gente, en los diversos lugares en los que he predicado, el punto de vista de los Santos de los Últimos Días con respecto al Evangelio en que creemos.

“He proclamado en esas reuniones, en algunas de las cuales la mayoría de los concurrentes no eran miembros de la Iglesia, que todo Santo de los Últimos Días debe aceptar la doctrina de que Dios mismo visitó al joven José Smith y de que Dios mismo presentó a Jesucristo a ese joven como Su Hijo Amado”3.

Toda palabra que el presidente Grant hablaba con respecto al Salvador ponía de manifiesto su amor por el Señor y cuánto se regocijaba en Él. Decía: “Es notable el hecho de que nunca leamos ni oigamos de las obras que efectuó nuestro Señor y Salvador Jesucristo sin disfrutar de ellas, al paso que, por otro lado, no hay nada tan interesante en la vida ni en la historia de ninguna otra persona que no nos cansemos de ella si la leemos o la oímos repetidas veces. La historia de Jesucristo es una historia de antaño que siempre es nueva. Cuanto más a menudo leo de Su vida y de Sus obras tanto más grandes son el regocijo, la paz, la felicidad y la satisfacción que inundan mi alma. Siempre hay algo nuevo que me cautiva y me deleita cuando medito en Sus palabras y en el plan de vida y salvación que Él enseñó a los hombres durante su vida sobre la tierra”4.

La característica distintiva del carácter del presidente Grant era su testimonio del Salvador y del Evangelio restaurado. El élder John A. Widtsoe, que fue ordenado apóstol por el presidente Grant, escribió: “Los hombres que alcanzan la verdadera grandeza se esmeran por vivir de conformidad con los principios fundamentales y orientadores. Eso es particularmente efectivo en la vida del presidente Grant. La fe en Dios y en Su Hijo Jesucristo, así como en el Evangelio restaurado, le han guiado desde la niñez. Es del todo imposible comprender su notable carrera si no se tiene en cuenta el poder orientador de su fe… Su testimonio de la divinidad de Jesucristo y del Evangelio restaurado penetra hasta el alma con su emocionante fervor”5.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Jesucristo es el Hijo literal de Dios.

Creemos firmemente que Jesucristo es el Hijo de Dios, engendrado por Dios, el primogénito en el espíritu y el unigénito engendrado en la carne; creemos que Él es el Hijo de Dios tanto como ustedes y yo somos hijos de nuestros padres6.

Me regocijo por que la Iglesia de Jesucristo está fundada en la primera gran visión que recibió el joven José Smith hace más de cien años. Éste dijo que vio a dos Seres Celestiales cuyo fulgor y gloria no admiten descripción, y que uno de Ellos le habló, y señalando al Otro, le dijo: “Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” [Véase José Smith—Historia 1:17]. No puede haber duda alguna en el alma de ningún Santo de los Últimos Días con respecto a que Jesucristo es el Hijo del Dios viviente, puesto que Dios mismo se lo presentó a José Smith7.

“¡He aquí el hombre!”, dijo Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea, cuando Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura con que le habían vestido para burlarse de Él, estuvo delante de la multitud que gritaba: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” [Juan 19:5–6].

Cegados por la ignorancia, el fanatismo y la envidia, los de la multitud sólo veían en el Hombre condenado un malhechor, un violador de la ley tradicional, un blasfemo, al que furiosa e injustamente condenaron a la cruz. Sólo un grupo relativamente pequeño de hombres y mujeres lo consideraban como lo que en realidad es: ¡el Hijo de Dios, el Redentor del género humano!.

Desde hace diecinueve siglos, las naciones que se denominan cristianas han celebrado el nacimiento de Cristo. Todos los años el repique de campanas, la armonía de la música y las voces de las personas se han unido para proclamar de nuevo el mensaje angélico: “…en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” [Lucas 2:14].

Sin embargo, así como en la ocasión de aquel juicio histórico, del mismo modo, a través de las épocas, los hombres le han considerado desde diferentes puntos de vista. Algunos, que le rechazan con tanta malignidad y odio como le rechazaron los de la muchedumbre de entonces, le consideran a Él y a Sus discípulos “inventores de un sistema moral cristiano que ha disminuido y debilitado el vigor del moderno mundo europeo”. Otros, con una visión más clara, nacida de la experiencia, le consideran como el originador de un sistema que “fomenta la laboriosidad, la honradez, la verdad, la pureza y la bondad; que apoya la ley, favorece la libertad y es esencial para ésta, y desea unir a los hombres en una gran hermandad”.

Muchas personas le consideran “la individualidad perfecta: la intrépida personalidad de la historia”, pero niegan Su divinidad.

Millones de personas le aceptan como el gran Maestro, pero cuyas enseñanzas no se aplican a las circunstancias sociales modernas. Unos pocos —¡ah, cuán pocos!— de los habitantes de la tierra le aceptan por lo que Él realmente es: “el Unigénito del Padre; que vino al mundo, sí, Jesús, para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad” [véase D. y C. 76:23, 41]8.

Jesucristo vino a la tierra a redimir al género humano.

A los miembros de la Iglesia de todo el mundo y a los amantes de la paz de todas partes, decimos: ¡He aquí, vean en este Hombre de Galilea no tan sólo al gran Maestro, no tan sólo al Líder inigualable, sino el Príncipe de Paz, el Autor de la Salvación, ahora mismo, literal y verdaderamente el Salvador del Mundo!9.

Deseamos el progreso de todo el género humano y rogamos a Dios que bendiga a todas las personas que se esfuerzan por el mejoramiento de la humanidad en sus diversas circunstancias; y decimos con respecto a todas las personas que creen que Jesús es el Cristo y que lo proclaman: Oh Dios, bendice a esa persona… Jesús es el Redentor del mundo, el Salvador de la humanidad, que vino a la tierra con la misión divinamente señalada de morir por la redención del género humano. Jesucristo es literalmente el Hijo de Dios, el Unigénito en la carne. Él es nuestro Redentor, y nosotros le adoramos, y alabamos a Dios por cada persona que haya sobre la faz de la tierra que adore a nuestro Señor y Maestro como el Redentor del mundo10.

Desde el principio del tiempo, según nuestro cómputo, hasta el presente, Dios nuestro Padre ha declarado, en diversas ocasiones, tanto por Su propia voz como por la voz de Sus profetas inspirados, que Él enviaría a la tierra a Su Hijo Unigénito, a fin de que, por medio de Él, por medio de Su resurrección, de la cual nuestro Señor sería las primicias, los del género humano fuesen redimidos del castigo de la muerte, a la que toda carne está sujeta, y mediante la obediencia a la ley del recto vivir, que Él enseñó y ejemplificó durante Su vida, quedasen limpios de los pecados y fuesen hechos herederos del reino del cielo11.

El nacimiento de Cristo nuestro Señor fue más que tan sólo un hecho sencillo, fue el gran acontecimiento de la historia del mundo que los profetas habían esperado con interés, del que poetas habían cantado y en el que ángeles unieron sus voces con las de los mortales en alabanzas a Dios. Fue el día decretado y preordenado por nuestro Padre que está en los cielos en el que Él se manifestaría a Sus hijos, que están aquí en la tierra, en la Persona de Su Hijo Unigénito…

Él vino para que los hombres pudiesen ver y conocer a Dios como Él es, puesto que dio testimonio de que el que le había visto a Él había visto al Padre, porque era la imagen misma de Su Persona [véase Juan 14:7–9; Hebreos 1:3].

Vino a enseñarnos la naturaleza de Dios, y, tanto por ejemplo como por precepto, señaló el camino que, si lo seguimos, nos llevará de regreso a Su presencia. Él vino a romper las ligaduras de la muerte con las que el hombre estaba atado e hizo posible la resurrección mediante la cual el sepulcro y el aguijón de la muerte son sorbidos en victoria12.

En el divino ministerio de Su vida, el Señor proclamó el Evangelio y, como ser mortal, Él nos dio el ejemplo del hombre perfecto.

El Evangelio es un plan para la orientación de las personas en su mutuo trato social aquí, como mortales, así como para su orientación en su vida espiritual hasta el final, para que sean salvas y exaltadas en el mundo venidero13.

Durante el breve periodo de Su ministerio, organizó Su Iglesia, seleccionó a doce apóstoles a los cuales, con Pedro a la cabeza, confirió las llaves del sacerdocio y explicó claramente la organización de Su Iglesia y las doctrinas de Su Evangelio, por medio de la obediencia a las cuales, la humanidad sería redimida y llevada nuevamente a la presencia de Dios14.

La vida de Jesucristo, que nació en un establo, que fue acostado en un pesebre y que fue condenado a morir entre dos ladrones, desde el punto de vista de los hombres fue el mayor de los fracasos, pero nuestro Señor y Maestro no vino a la tierra para hacer Su voluntad, sino la voluntad de Su Padre, y cumplió satisfactoriamente Su misión. Triunfó sobre la muerte, el infierno y el sepulcro, y ha ganado la recompensa de un trono a la diestra de Su Padre15.

“Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio” [Los Artículos de Fe 3].

Creemos que Cristo fue engendrado divinamente, que nació de mujer, que llevó una vida mortal, que fue crucificado en la cruz, que murió, que Su espíritu salió de Su cuerpo, que fue sepultado y que, al tercer día, resucitó y Su espíritu se reunió con Su cuerpo…

Testificamos que los hombres [José Smith y Sidney Rigdon], a quienes visitó Jesús cuando llevaba a cabo el establecimiento de Su Iglesia, dejaron este testimonio de esa maravillosa visión:

“Y mientras meditábamos en estas cosas, el Señor tocó los ojos de nuestro entendimiento y fueron abiertos, y la gloria del Señor brilló alrededor.

“Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud;

“y vimos a los santos ángeles y a los que son santificados delante de su trono, adorando a Dios y al Cordero, y lo adoran para siempre jamás.

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;

“que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” [D. y C. 76:19–24].

…Añadimos nuestro propio y humilde testimonio: que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que él es un Ser resucitado, y que si siguen Su ejemplo, todo hombre, toda mujer y todo niño que haya vivido y viva, saldrá del sepulcro siendo un ser resucitado, como Cristo es un Ser resucitado, los justos para vidas de inefable regocijo y progreso eterno16.

Me regocijo en saber que Jesús es el Redentor del mundo, nuestro Hermano mayor, y en que Su nombre y sólo Su nombre es el único debajo del cielo por el cual podemos obtener la salvación y volver a morar con nuestro Padre Celestial y con nuestro Salvador, así como con nuestros seres queridos que han fallecido17.

Por medio de Su expiación, el Salvador nos brinda paz, consuelo y regocijo.

Mediante el vivir de acuerdo con el Evangelio de Cristo y el experimentar el regocijo que emana del servir a Su causa, se recibe la única paz que existe para siempre.

A la multitud, Jesús dijo:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;

“porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” [Mateo 11:28–30].

A Sus apóstoles, en el aposento de la pascua, dijo:

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” [Juan 14:27].

Su paz calmará nuestro sufrimiento, sanará nuestros corazones quebrantados, quitará los sentimientos de odio que alberguemos en nuestro interior y creará en nosotros un amor por nuestros semejantes que nos llenará el alma de serenidad y felicidad.

Su mensaje y la virtud de Su sacrificio expiatorio llegan a los lejanos extremos de la tierra y bendicen a las gentes de los mares más remotos. A cualquier parte que vayan los hombres, allí podrán llegar a Él. Donde Él esté, allí se encontrará también el Santo Espíritu con Sus frutos de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe…” [Gálatas 5:22].

Él será nuestro consuelo y nuestro solaz, nuestro guía y nuestro consejero, nuestra salvación y exaltación, “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” [Hechos 4:12].

De su sabiduría divina proviene la verdad eterna: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” [Mateo 16:26]; “porque”, dijo Pablo, “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia… y gozo en el Espíritu Santo” [véase Romanos 14:17].

Precisamente antes de elevar su divina oración [véase Juan 17], Jesús, enseñando a los apóstoles, les dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” [Juan 16:33]18.

Jesucristo vive y dirige Su Iglesia hoy en día.

Jesucristo es el Hijo del Dios viviente… Proclamamos a todo el mundo que sabemos que Él vive19.

Esta Iglesia es… una obra maravillosa y un prodigio. No hay nada que se iguale a ella en todo el mundo, por motivo de que Jesucristo, el Hijo de Dios, la estableció y es la cabeza de ella20.

Jesús es el Cristo y Él es la principal piedra del ángulo de esta grandiosa obra: Él la dirige y continuará dirigiéndola21.

Testificamos que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron en nuestra propia época al profeta José Smith para establecer nuevamente Su Iglesia, la cual nunca volverá a ser derribada, y que mensajeros celestiales han restaurado Su sacerdocio y su santa autoridad22.

He experimentado un regocijo inefable al expresar a las personas con las que he tratado que sé que Dios vive, que sé que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, el Redentor del género humano; que sé que José Smith fue y es un profeta del Dios verdadero y viviente, que tengo un férreo testimonio en mi corazón de que Brigham Young fue un instrumento escogido del Dios viviente, de que John Taylor, Wilford Woodruff, Lorenzo Snow fueron, como lo es hoy día Joseph F. Smith, cada uno de ellos, el representante del Dios viviente y el portavoz de Dios aquí, sobre la tierra. [El presidente Grant expresó este testimonio el 4 de octubre de 1918, unas siete semanas antes de suceder a Joseph F. Smith como Presidente de la Iglesia]23.

Suplicamos a las gentes del mundo que vengan a Cristo, por medio de quien viene la redención a todos los que tomen sobre sí Su nombre y guarden los mandamientos que Él ha dado. Testificamos que se ha restaurado la plenitud del Evangelio, que Su Iglesia se ha establecido y que continuará extendiéndose hasta que prevalezca la paz entre los hombres y venga Su reino, y se haga Su voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Oh Señor, acelera la llegada de ese majestuoso día24.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Por qué es la fe en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo “lo que el mundo necesita en la actualidad más que cualquier otra cosa”? ¿Qué influencias mundanas pueden hacer disminuir la fe en Jesucristo como el Hijo de Dios? ¿Qué podemos hacer para incrementar nuestra fe en el Salvador?

  • ¿Qué influencia ha ejercido su testimonio del Salvador en su diario vivir? ¿Por qué el hecho de saber que el Salvador triunfó sobre todo lo adverso le infunde a usted esperanza cuando se enfrenta con dificultades?

  • ¿Por qué vino Jesucristo a la tierra? ¿Cómo podemos ayudar al Señor con mayor eficacia en Sus propósitos?

  • ¿Por qué el progreso de la Iglesia testifica de la misión continua de Jesucristo? ¿Por qué el saber que Cristo mismo está a la cabeza de la Iglesia aumenta su dedicación a tomar parte en el reino de Dios?

  • ¿En qué forma nuestra comprensión de la misión del Salvador influye en nuestra interacción con las personas que no son de nuestra fe?

Notas

  1. En Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo I, pág. 183.

  2. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, pág. 146.

  3. Gospel Standards, págs. 6–7.

  4. Gospel Standards, pág. 22.

  5. “The Living Prophet”, Improvement Era, noviembre de 1926, págs. 4, 8; los párrafos se han cambiado.

  6. “Analysis of the Articles of Faith”, Millennial Star, 5 de enero de 1922, pág. 2.

  7. Gospel Standards, págs. 23–24.

  8. En James R. Clark, compilador, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 6 tomos, 1965–1975, tomo VI, págs. 37–38.

  9. En Messages of the First Presidency, tomo VI, pág. 39.

  10. En Conference Report, abril de 1921, pág. 203.

  11. Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, abril de 1930, págs. 3–4; leído por el presidente Heber J. Grant.

  12. En Messages of the First Presidency, tomo V, pág. 246.

  13. En Messages of the First Presidency, tomo V, pág. 346.

  14. Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, abril de 1930, pág. 6; leído por el presidente Heber J. Grant.

  15. “Letter from President Heber J. Grant”, Millennial Star, 26 de febrero de 1903, pág. 131.

  16. En Messages of the First Presidency, tomo VI, págs. 32–35.

  17. En Conference Report, abril de 1916, pág. 37.

  18. En Messages of the First Presidency, tomo VI, pág. 140.

  19. Gospel Standards, pág. 164.

  20. En Conference Report, octubre de 1924, pág. 7.

  21. En Conference Report, octubre de 1909, pág. 30.

  22. En Messages of the First Presidency, tomo VI, pág. 34.

  23. En Conference Report, octubre de 1918, págs. 24–25.

  24. En Messages of the First Presidency, tomo V, págs. 247–248.