Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Vida y ministerio de Heber J. Grant


Vida y ministerio de Heber J. Grant

En la conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de octubre de 1899, el élder Heber J. Grant, que en ese entonces era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Ningún obstáculo es infranqueable cuando Dios manda y nosotros obedecemos”1. Esta sencilla exposición constituyó un tema que Heber J. Grant vivió y reiteró a lo largo de su vida y su ministerio. No dejó de experimentar fuertes golpes de la adversidad, pero él afrontó todo obstáculo con fe, con obediencia, con diligencia y con entusiasmo.

Una época de cambios y de progreso

El presidente Heber J. Grant vivió en una época de cambios extraordinarios. Nació en 1856 en un mundo de carretas tiradas por bueyes y de carruajes tirados por caballos, en el tiempo en que muchos viajes se medían en meses. Cuando falleció en 1945, dejó un mundo de automóviles y aviones, época en la que los viajes ya se medían en horas. El correo por diligencia de su juventud quedó atrás para dar paso a otros medios de comunicación: el teléfono, la radio y el correo aéreo.

Habiendo nacido 26 años después de la organización de la Iglesia y 9 años después de que los pioneros hubieron llegado al Valle de Salt Lake, Heber J. Grant presenció una etapa de gran progreso en el reino de Dios sobre la tierra. A lo largo de su vida, tuvo una estrecha relación con Presidentes de la Iglesia y también ayudó a preparar a otros hombres que le habían de suceder en ese llamamiento. En su juventud, frecuentó el hogar del presidente Brigham Young. Como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, prestó servicio bajo la dirección de los presidentes John Taylor, Wilford Woodruff, Lorenzo Snow y Joseph F. Smith. Sirvió en el Quórum de los Doce con otros tres hermanos que llegarían a ser Presidentes de la Iglesia: George Albert Smith, David O. McKay y Joseph Fielding Smith. Durante el servicio que prestó como Presidente de la Iglesia, Heber J. Grant ordenó al apostolado a los élderes Harold B. Lee, Spencer W. Kimball y Ezra Taft Benson. En 1935, él y sus consejeros de la Primera Presidencia contrataron a un joven ex misionero llamado Gordon B. Hinckley para que fuese el secretario ejecutivo del Comité de Radio, Publicidad e Información Misional de la Iglesia.

Una cariñosa relación entre madre e hijo

Heber Jeddy Grant nació el 22 de noviembre de 1856 en Salt Lake City, Utah, siendo el único hijo de Rachel Ridgeway Ivins Grant y Jedediah Morgan Grant, quien era el segundo consejero del presidente Brigham Young. Nueve días después de haber nacido Heber, su padre falleció de una combinación de fiebre tifoidea y pulmonía.

Durante gran parte de su infancia, Heber y su madre viuda lucharon por sobrevivir económicamente. Pasaron “noches tempestuosas en las que no tenían fuego, meses sin zapatos, sin tener a la vez nada más que un solo conjunto de ropa barata hecha en casa, un adecuado abastecimiento de pan y una escasa comida, pues sólo contaban con unos cuantos kilos de mantequilla y de azúcar para todo el año”2.

Rachel, resuelta a ganarse el sustento para ella y para su pequeño hijo, trabajaba de costurera y atendía a pensionistas. Sus hermanos le ofrecieron una vida desahogada si abandonaba la Iglesia, pero ella permaneció fiel a su fe. Esa devoción y sacrificio dejaron una impresión perdurable en Heber, quien posteriormente comentó:

“Los hermanos de mi madre que eran económicamente acaudalados ofrecieron darle una renta vitalicia si renunciaba a su religión. Uno de sus hermanos le dijo: ‘Rachel, has deshonrado el apellido de los Ivins. No queremos volverte a ver si te quedas con esos terribles mormones’ —eso ocurrió cuando ella partía con destino a Utah—, ‘pero’, continuó, ‘si vuelves en un año, si vuelves en cinco años, si vuelves en diez o en veinte años, y no importa cuándo vuelvas, las puertas siempre estarán abiertas para ti, no tendrás dificultades económicas y tu vida será más fácil’.

“Posteriormente, cuando se vio en la pobreza, si no hubiese sabido que José Smith era un profeta de Dios y que el Evangelio es verdadero, todo lo que tenía que hacer era regresar al Este del país para que sus hermanos cuidaran de ella. Pero en lugar de volver junto a su adinerada familia donde habría tenido una situación económica holgada tanto para ella misma como para su hijo, prefirió ganarse la vida entre aquellos con los que se sentía más fuertemente unida que con sus familiares que no eran creyentes de su fe”3.

Rachel Grant y su hijo eran pobres económicamente, pero eran ricos en su cariño entrañable del uno por el otro y en su devoción al Evangelio restaurado de Jesucristo. El presidente Grant dijo: “Yo, desde luego, se lo debo todo a mi madre, puesto que mi padre falleció cuando yo tenía tan sólo nueve días de edad; y las maravillosas enseñanzas, la fe y la integridad de mi madre han sido una inspiración para mí”4.

Inspirado por su madre, Heber J. Grant adquirió y desarrolló una característica por la que sería conocido en toda la Iglesia: la perseverancia. Su diligencia y buena disposición para trabajar le llevaron a superar debilidades naturales. Por ejemplo, los demás niños se burlaban de él por la dificultad que tenía para jugar al béisbol. Su reacción a esas burlas fue ganar el dinero suficiente para comprarse una pelota de béisbol y entonces dedicar largas horas a practicar tirando la pelota contra un granero. Su perseverancia en ello le llevó tiempo después a jugar con el equipo de béisbol que ganó el campeonato. Cuando era estudiante universitario, algunos de sus compañeros se reían de su mala letra. Años más tarde, contó: “Aunque aquellas observaciones no estaban destinadas a herirme en ninguna manera, pues eran bromas inocentes, de todos modos me afectaban profundamente e hicieron surgir en mí el espíritu de la determinación. Decidí ser un ejemplo de perfección caligráfica para todos mis compañeros universitarios y llegar a ser maestro de caligrafía y de teneduría de libros en esa institución… comencé a dedicar mi tiempo libre a practicar caligrafía y seguí haciéndolo año tras año hasta que se me reconoció como ‘el mejor calígrafo del mundo’ ”. Con el tiempo, ganó el primer premio en caligrafía en una feria del Territorio y llegó a ser maestro de caligrafía y tenedor de libros en la Universidad Deseret (en la actualidad, la Universidad de Utah)5.

“Líder financiero y empresarial”

Heber J. Grant entró en el mundo de los negocios cuando era muy joven a fin de ayudar a la manutención de su madre. A los quince años de edad, le contrataron de tenedor de libros y de empleado administrativo de pólizas de seguro en una oficina de seguros. Además, trabajó en operaciones bancarias y ganó dinero después de sus horas regulares de trabajo escribiendo tarjetas e invitaciones, y haciendo mapas.

Al contemplar el futuro y pensar en mayores oportunidades, “tuvo la gran aspiración de cursar estudios universitarios y de obtener una licenciatura en estudios superiores”. Pensó que tenía “muy pocas esperanzas de conseguirlo, por motivo de que carecía de recursos y tenía una madre viuda de la cual cuidar”, pero le ofrecieron estudiar en la Academia Naval de los Estados Unidos. Con respecto a eso, contó lo siguiente:

“Por primera vez en mi vida, no dormí bien; estuve despierto casi toda la noche, regocijándome ante la expectativa de que la aspiración de mi vida fuese a cumplirse. Me quedé dormido poco antes del amanecer, y mi madre tuvo que despertarme.

“Le dije: ‘Madre, es maravilloso que yo vaya a tener una educación tan buena como la de cualquier otro joven de Utah. Casi no he dormido; he estado despierto casi hasta el alba’.

“Al mirar su rostro, comprendí que había estado llorando.

“He sabido de personas que, cuando se han encontrado a punto de morir ahogadas, han visto pasar toda su vida por su mente en unos pocos segundos. Yo me vi todo un almirante; me vi viajando en barco por todo el mundo, lejos de mi madre viuda. Reí, la rodeé con mis brazos, la besé y le dije:

“ ‘Madre, no deseo seguir la carrera naval. Voy a ser un hombre de negocios; buscaré empleo inmediatamente y cuidaré de ti, para que ya no tengas que atender a pensionistas para ganarte el sustento’.

“Sobrecogida por la emoción, ella rompió a llorar y me dijo que no había cerrado los ojos en toda la noche, suplicando en oración que yo renunciara a la aspiración de mi vida a fin de que no la dejase sola”6.

Al dedicarse Heber al ejercicio de los negocios, consiguió prosperar a una joven edad, en particular en las empresas bancarias y de seguros. Adquirió la reputación de un hombre de negocios honrado y trabajador. Heber M. Wells, que fue el primer gobernador del estado de Utah, comentó: “Él va al despacho de ejecutivos y directores de las instituciones financieras y empresariales más importantes de los Estados Unidos y allí le acogen calurosa y afectuosamente hombres que se sienten orgullosos de conocerle como amigo y como líder financiero y empresarial”7. En una publicación financiera de 1921, aparecieron las siguientes palabras de homenaje al presidente Grant: “El Sr. Grant posee las características de un verdadero líder: Resolución y tenacidad, nobleza y humildad, entusiasmo por todas las causas que adopta y una laboriosidad infatigable. Es muy conocido y respetado por los hombres de negocios del Oeste de los Estados Unidos, sea cual sea su afiliación religiosa”8.

Heber J. Grant no siempre prosperó en los negocios. Por ejemplo, en 1893 sobrevino una crisis económica que arrasó la mayor parte de los Estados Unidos, dejando en la ruina económica a cientos de bancos, empresas ferroviarias, minas y negocios. Esa crisis, a la que se denominó “El Pánico de 1893”, tomó desprevenido al élder Grant, que en aquel entonces era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. Quedó con deudas que tardó años en cancelar. Durante esos tiempos difíciles, toda la familia Grant se unió en el empeño de reducir la tensión financiera de la casa. “En cuanto tuvimos la edad indispensable”, recordó una de las hijas, “comenzamos a trabajar… e inmensa fue nuestra satisfacción en esos tiempos de nuestra juventud saber que le ayudábamos al ganar nuestro propio sustento”9.

A la larga, el presidente Heber J. Grant prosperó económicamente y utilizó sus medios económicos para ayudar a personas, a familias, a la Iglesia y a la comunidad. Dijo: “Si bien he trabajado arduamente para ganar Dinero, como saben ustedes, lo mismo que lo saben todos mis amigos que conocen plenamente los sentimientos más íntimos de mi corazón, ese Dinero no ha sido mi dios ni nunca he puesto en él el corazón, sino sólo para hacer el bien con el que he tenido. Deseo con todo fervor albergar siempre esos sentimientos”10.

Para el presidente Grant era un gran placer regalar libros, y los regaló por miles, la mayoría de los cuales dedicaba de su puño y letra. Decía que compraba esos libros con lo que hubiese sido su “dinero para cigarros”, o, en otras palabras, el dinero que gastaba para satisfacer su hábito de hacer regalos era prácticamente el mismo que gastaría un fumador para satisfacer sus ganas de fumar11. Con su gusto de hacer tantos regalos, a veces perdía la cuenta de lo que había regalado. “Una vez le regalé a un señor un libro”, contó, “y, tras agradecérmelo muy amablemente, me dijo: ‘Hermano Grant, le agradezco este libro de todo corazón; es el tercer ejemplar que me regala’ ”. Después de eso, el presidente Grant llevó un índice de los libros que regalaba12.

Se decía del presidente Grant: “…él da porque hacerlo es un placer para él; es el impulso de un corazón grande y generoso”13. Su hija Lucy Grant Cannon dijo de él que era “el hombre más generoso del mundo” y contó del interés particular que tenía su padre en [el bienestar de] las viudas y los huérfanos, que “les pagaba el préstamo hipotecario de sus casas, se ocupaba en que los hijos de las viudas consiguieran un puesto en alguna empresa y en que los que estuviesen enfermos recibieran la debida atención médica”. Incluso “durante los años que siguieron al pánico económico de 1893, en los que la familia contaba con muy poco dinero”, prosiguió contando ella, “cuando dar cinco centavos era más difícil de lo que había sido dar cinco o diez dólares, mi padre siguió auxiliando a los afligidos”14.

“Un excepcional hombre de familia”

Otra de las hijas del presidente Grant, Frances Grant Bennett, dijo: “Si bien todo el mundo conoce la firmeza de carácter [de mi padre], pocas personas saben el excepcional hombre de familia que ha sido”15. Sus responsabilidades en la Iglesia le exigían viajar con frecuencia, pero él se mantenía en estrecho contacto con sus familiares mediante los miles de cartas y de notas que les escribía. Su nieto Truman G. Madsen recordó: “Su manera de salvar la distancia que le imponían sus viajes frecuentes era escribir… En el tren, en las salas de espera, en los hoteles, mientras se encontraba en el estrado entre las reuniones, escribía mensajes a sus familiares para hacerles saber de sus experiencias e impresiones y para contestar a los de ellos”16.

Su hija Lucy recordó los momentos maravillosos que tanto ella como sus hermanos y hermanas pasaban con él cuando regresaba a casa después de haber ministrado a los santos:

“¡Qué jubilosos momentos pasábamos cuando él regresaba a casa! Nos reuníamos alrededor de él a oír lo que nos contaba. Le veo en mis recuerdos caminando por la casa con un niño sentado sobre cada uno de sus pies, o haciendo caballito a los niños sobre sus rodillas…

“Acuden a mi memoria los recorridos que acostumbrábamos hacer en el carruaje tirado por nuestro caballo, el viejo John. Aun cuando los dos asientos del coche quedaban apiñados, todos teníamos que ir. Papá nos llevaba por nuestro paseo preferido que era por la [Calle] West Temple y de allí al “Liberty Park”. Flanqueaban la calle West Temple hileras de álamos. Si era el principio de la primavera cuando la savia comenzaba a subir por los árboles, papá detenía el carruaje y cortaba de ellos una ramita tierna para hacernos silbatos. Con cuánto interés le observábamos quitarle suavemente la corteza, hacer los cortes en la madera tanto en la corteza como en la fibra de la ramita, poner nuevamente la parte de la corteza en la ramita y el silbato quedaba hecho. Y cómo sonaban los silbatos al dirigirnos con lentitud de regreso a casa, puesto que cada uno de ellos sonaba con un tono un tanto diferente”17.

El presidente Grant poseía la facultad de conservar la disciplina en casa sin recurrir al castigo físico. Su hija Lucy dijo: “Me temo que nuestro padre nunca consideró un serio mandato aquello de ‘si detienes el castigo, malcriarás al niño’… Creo que nos dolía mucho más saber que habíamos disgustado a nuestros padres que lo que nos hubiese dolido haber sentido el golpe de una vara”18.

El presidente Grant instaba a los padres a “poner sus vidas en orden de tal forma que su ejemplo fuese una inspiración para sus hijos”19 y vivió de conformidad con esa enseñanza. Su hija Frances contó de una ocasión en la que aprendió del ejemplo de su padre:

“Ocurrió un episodio que se grabó en mí de un modo tan indeleble que lo he recordado toda mi vida. Sucedió que dije unas palabras que papá no aprobó, por lo que me especificó que tendría que arrancármelas, y procedió a lavarme la boca completamente con agua y jabón, y me dijo: ‘Ya tienes la boca limpia. No quiero que vuelvas a ensuciártela otra vez con palabras como ésas’.

“Varios días después, cuando nos encontrábamos sentados a la mesa tomando el desayuno, papá comenzó a contar una anécdota, y, al repetir lo que otra persona había dicho, dijo una expresión irreverente, la cual yo advertí en seguida.

“ ‘Papá’, le dije, ‘tú me lavaste la boca por haber dicho palabras como ésa’.

“ ‘Sí, así fue’, me respondió. ‘Y yo no debiera decirlas tampoco. ¿Quisieras lavarme la boca?’

“Y, por cierto, lo hice. Fui a buscar el jabón para lavar e hice mi trabajo a fondo.

“Mi padre pudo haberse negado. Pudo haber alegado que en realidad él no había dicho palabrotas, lo cual, desde luego, era cierto; pero ése no era su modo de ser. Una niña pequeña no se daba cuenta de la diferencia que había entre el que se contase lo que otra persona había dicho y el que se dijese una expresión por cuenta propia, y él lo comprendió. A partir de ese momento, supe que mi padre siempre sería justo en todos sus tratos conmigo y así fue, efectivamente. Después de aquello, nunca le oí ni siquiera citar cosas profanas. Como le gustaba mucho contar anécdotas animadas, cuando lo hacía, decía: ‘John dijo, con algunas palabras de énfasis, tal y tal cosa’, pero nunca dijo las palabras. Creía firmemente en enseñar por medio del ejemplo y nunca nos pidió hacer nada que no hiciese él mismo”20.

Lucy recordó el solícito amor de su padre por su madre, que falleció a los 34 años de edad: “Durante los años en los que mi madre estuvo enferma, lo cual duró mucho tiempo, las atenciones de mi padre para con ella fueron tan constantes y consideradas que de ello comentaban no sólo sus familiares y amigos íntimos, sino también las personas extrañas que presenciaban la evidencia de su dedicación. Estuve junto a mi madre durante seis meses mientras estuvo en tratamiento en un hospital de California, y papá nos visitaba tan a menudo como le era posible. Le enviaba a mamá flores a intervalos frecuentes, así como fruta, caramelos, ropa nueva, en fin, de todo. Casi todos los días recibía una carta de él, y si por alguna razón, tardaban en llegar, aun las enfermeras lo advertían. Recuerdo que la Madre Superiora (estábamos en un hospital católico) decía a mi madre que en todos los años que había ejercido de enfermera nunca había visto a hombre alguno tratar a su esposa con tanta consideración como la trataba su esposo”21.

Lucy también contó de las atenciones constantes de su padre por su propia madre: “No he tenido el privilegio de ver a ningún hijo más atento ni más cariñoso con su madre. Su preocupación por hacerla feliz en su vejez, su buena disposición para compartir con ella todo lo que tenía y proporcionarle un buen sustento era casi una obsesión en él. Todos los días cuando ofrecíamos las oraciones familiares y le tocaba a él el turno de orar, se arrodillaba junto a la abuela y oraba de modo que ella pudiese oírle, pese a su sordera. Él le hablaba y ella le oía la voz cuando no oía a algunas otras personas… [Mi padre] vivió el sexto mandamiento en todos los aspectos: ‘Honra a tu padre y a tu madre…’ [Éxodo 20:12]… Durante los últimos siete años de su vida, la abuela vivió en mi casa, y no pasó un solo día en que papá estuviese en casa que no fuese a ver a su madre o la llamase por teléfono, o preguntara por ella. Él siempre se sintió muy orgulloso de su madre por su gentileza, su espléndida espiritualidad y su rostro bello y radiante: rostro que reflejaba el contentamiento y la paz que poseía”22.

Una vida de dedicación y de servicio a la Iglesia

Presidente de estaca

Poco antes de cumplir 24 años, Heber J. Grant fue llamado a dejar su hogar de Salt Lake City y trasladarse a Tooele, Utah, donde prestaría servicio en calidad de presidente de estaca. De esa época de su vida, comentó: “Yo no tenía experiencia y tuve una sensación imponente de mi ineptitud”23. No obstante, se dedicó por completo a su nueva responsabilidad. Más adelante, dijo: “Nunca se me pasó por la cabeza que no me quedaría [en Tooele] todos los días de mi vida. Nunca pensé en nada más”24.

El 30 de octubre de 1880, los miembros de la Estaca Tooele, Utah se sorprendieron cuando les presentaron a Heber J. Grant, de 23 años de edad, que era para ellos prácticamente un extraño, como su nuevo presidente de estaca. Al presentarse a la congregación, dio un breve discurso. Aun cuando la disertación fue más breve de lo que a él le hubiese gustado, dejó entrever a la gente cómo era el hombre que sería su líder del sacerdocio. Años después, narró el mensaje central de aquel discurso:

“Anuncié en un discurso que duró siete minutos y medio que no pediría a ningún hombre de Tooele que fuese más honrado en el pago de los diezmos que yo; que diese más de sus medios en proporción a lo que tenía de lo que daría yo; que no pediría a nadie que viviese la Palabra de Sabiduría mejor que yo, y que daría lo mejor de mí mismo para el beneficio de la gente de esa estaca de Sión”25.

El presidente Grant prestó servicio fielmente como presidente de estaca durante dos años antes de su llamamiento al santo apostolado.

Apóstol

El 16 de octubre de 1882, el élder Heber J. Grant fue ordenado apóstol por el presidente George Q. Cannon, Primer Consejero del presidente John Taylor. Durante los 36 años que estuvo en el Quórum de los Doce, el élder Grant hizo su aportación a la Iglesia como líder, como maestro, como hombre de negocios y como misionero. Fue miembro de la superintendencia general de la organización de hombres jóvenes de la Iglesia y fue uno de los principales fundadores de la revista de la Iglesia titulada Improvement Era. También fue gerente administrativo de esa revista.

En calidad de apóstol, el élder Grant pasó cinco años en el servicio misional regular. Tras aceptar los llamamientos de la Primera Presidencia, organizó y presidió la primera misión en Japón, y posteriormente, presidió las Misiones Británica y Europea. Cuando aconsejaba a los misioneros que servían con él, solía repetir dos temas. Primero, los amonestaba a observar las normas de la misión y a guardar los mandamientos. Segundo, los exhortaba a trabajar arduamente. En la Misión Británica, marcó la pauta al trabajar más horas al día que nunca antes. Por toda esa misión, el rendimiento aumentó aun cuando el número de misioneros disminuyó un poco de un año a otro26.

Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

El presidente Joseph F. Smith falleció el 19 de noviembre de 1918, sabiendo que Heber J. Grant le sucedería como Presidente de la Iglesia. Las últimas palabras del presidente Smith al presidente Grant fueron: “Que el Señor te bendiga, muchacho, que el Señor te bendiga; tienes una gran responsabilidad. Recuerda siempre que ésta es la obra del Señor y no del hombre. El Señor es más grandioso que cualquier hombre. Él sabe quién desea Él que guíe Su Iglesia y jamás se equivoca. Que el Señor te bendiga”27.

La Primera Presidencia se disolvió y quedó el Quórum de los Doce Apóstoles como la autoridad principal de la Iglesia, con el presidente Heber J. Grant como Presidente de ese Quórum. El 23 de noviembre de 1918 el presidente Gran fue apartado en calidad de Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Conservó los consejeros que habían prestado servicio con el presidente Smith: el presidente Anthon H. Lund como Primer Consejero y el presidente Charles W. Penrose como Segundo Consejero.

La primera conferencia general del presidente Grant como Presidente de la Iglesia se celebró en junio de 1919, tras un aplazamiento de dos meses debido a la epidemia mundial de influenza que se propagó en esa fecha y que afectó la vida en el Valle de Salt Lake. Parte de su primer discurso de conferencia que pronunció en calidad de Presidente de la Iglesia fue una reiteración del primer discurso que dio como presidente de la Estaca Tooele:

“Siento mi pequeñez con una intensidad que excede a todas las palabras con que Dios me ha dotado para expresarlo, al estar ante ustedes en esta ocasión, ocupando el cargo en el cual ustedes me han sostenido con su voto. Recuerdo la oportunidad en la que estuve ante la congregación en Tooele, tras haber sido sostenido como presidente de esa estaca, cuando era un muchacho de veintitrés años, y prometí a los miembros lo mejor que había en mí. Me encuentro hoy aquí con toda humildad, reconociendo mi propia ineptitud, mi falta de sabiduría y de información, y mi falta de capacidad para ocupar el elevado cargo en el que me han sostenido con su voto. Pero lo que dije de muchacho en Tooele, digo hoy aquí: que, con la ayuda del Señor, haré lo mejor que pueda para cumplir toda obligación que se deposite sobre mis hombros como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, hasta el máximo de mi capacidad.

“No pediré a ningún hombre que sea más generoso con sus medios en proporción con lo que tenga de lo que yo soy con los míos, para hacer avanzar el Reino de Dios. No pediré a nadie que observe la Palabra de Sabiduría de modo más estricto que yo. No pediré a nadie que sea más concienzudo ni más puntual en el pago de sus diezmos y ofrendas de lo que lo seré yo. No pediré a nadie que esté más dispuesto a venir temprano y a irse tarde, ni a trabajar con todas las fuerzas de su mente y de su cuerpo de lo que lo haré yo, siempre con humildad. Suplico las bendiciones del Señor, reconociendo con toda sinceridad que, sin las bendiciones del Señor, será imposible para mí cumplir satisfactoriamente el elevado llamamiento al que se me ha llamado. Pero, al igual que Nefi, sé que el Señor nunca pide nada a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha pedido hacer [véase 1 Nefi 3:7]. Con ese conocimiento en lo más profundo de mi ser, acepto la gran responsabilidad, sin temor a las consecuencias, puesto que sé que Dios me sostendrá como Él ha sostenido a todos mis predecesores que han ocupado este cargo, siempre, claro está, que yo trabaje con humildad y con diligencia, buscando de continuo la orientación de Su Santo Espíritu, lo cual me esforzaré por llevar a cabo”28.

El presidente Grant prestó servicio en calidad de Presidente de la Iglesia durante casi 27 años, un periodo más largo que el de cualquier otro Presidente de la Iglesia con excepción de Brigham Young. Durante ese tiempo, los miembros de la Iglesia, lo mismo que millones de otras personas en todo el mundo, padecieron, a lo largo de la etapa de las repercusiones desastrosas de la primera Guerra Mundial, la devastación financiera de la Gran Depresión Económica, así como las tribulaciones y los horrores de la segunda Guerra Mundial. Si bien ése fue un tiempo notorio por los golpes de la adversidad que sobrevinieron, también fue un tiempo de regocijo. Los Santos de los Últimos Días celebraron el centenario de la Primera Visión y el de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Se regocijaron con la dedicación de los Templos de Laie, Hawai; de Cardston, Alberta; y de Mesa, Arizona. Y, a partir de octubre de 1924, los que no podían asistir a la conferencia general al Tabernáculo de Salt Lake o a los edificios adyacentes a éste oyeron por radio los mensajes de los profetas de los Últimos Días.

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Pres. Grant sends the first radio message to church

El presidente Heber J. Grant, en el extremo derecho, pronunciósu primer mensaje por radio al mundo el 6 de mayo de 1922.

En sus mensajes a los santos, el presidente Grant reiteradamente ponía de relieve la importancia de guardar los mandamientos. Decía: “Les prometo, como siervo del Dios viviente, que todo hombre y toda mujer que obedezca los mandamientos de Dios prosperará, que toda promesa que ha hecho Dios se cumplirá para ellos y que progresarán en sabiduría, en luz, conocimiento, inteligencia y, sobre todo, en el testimonio del Señor Jesucristo”29. Cuando hablaba de la necesidad de guardar los mandamientos, solía dar atención particular a la Palabra de Sabiduría y a la ley del diezmo. En un discurso de conferencia, enseñó:

“El diablo está listo para cegarnos con las cosas del mundo y con mucho gusto nos quitaría la vida eterna, el mayor de todos los dones. Pero el diablo no tiene poder para hacerlo, ni nunca se le dará poder para derribar a ningún Santo de los Últimos Días que esté guardando los mandamientos de Dios. No se da ningún poder al adversario de las almas de los hombres para destruirnos si estamos cumpliendo con nuestro deber. Si no somos absolutamente honrados con Dios, entonces debilitamos nuestra capacidad para oponer resistencia al mal, destruimos parte de las fortificaciones con las que somos protegidos y el diablo puede entrar. Pero nadie ha perdido nunca el testimonio del Evangelio ni se ha vuelto a la derecha ni a la izquierda si ha tenido el conocimiento de la verdad, si ha estado cumpliendo sus deberes, si ha estado observando la Palabra de Sabiduría, si ha estado pagando el diezmo y si ha estado cumpliendo los llamamientos y los deberes de su oficio y llamamiento en la Iglesia.

“Hay quienes piden constantemente saber lo que el Señor desea de ellos y que viven acosados de dudas con respecto a eso. Estoy plenamente convencido de que todo lo que el Señor desea de ustedes y de mí, así como de todo otro hombre u otra mujer de la Iglesia es que cumplamos cabalmente con nuestro deber y que guardemos los mandamientos de Dios”30.

Durante la Gran Depresión Económica de la década de 1930, cuando las gentes de todo el mundo se enfrentaban con las dificultades del desempleo y de la pobreza, pesaba sobre el presidente Grant y sus consejeros, los presidentes J. Reuben Clark Jr. y David O. McKay, la preocupación del bienestar de los Santos de los Últimos Días. El 20 de abril de 1935, llamaron a su oficina a Harold B. Lee, un joven presidente de estaca cuya estaca había estado cuidando satisfactoriamente de los pobres y los necesitados. El presidente Lee recordó después:

“El presidente Grant… dijo que no había nada más importante que hiciese la Iglesia que cuidar de su gente necesitada y que, en su opinión, todo lo demás debía sacrificarse [a fin de que] se diese el debido auxilio a nuestra gente. Me quedé asombrado cuando me enteré de que, desde hacía años, como resultado de la reflexión y planeamiento de ellos, así como de la inspiración de Dios Todopoderoso, la índole esencial del mismísimo plan había estado en espera y en preparación para el tiempo en que, a su juicio, la fe de los Santos de los Últimos Días fuese tal que estuviesen dispuestos a seguir el consejo de los hombres que guían y presiden esta Iglesia31.

En abril de 1936, después de haber deliberado en consejo con el presidente Lee y con las Autoridades Generales, lo mismo que con hombres de negocios y con otras personas, la Primera Presidencia introdujo el Plan de Seguridad de la Iglesia, el cual se conoce hoy como el programa de bienestar de la Iglesia. En la conferencia general de octubre de 1936, el presidente Grant explicó el objetivo del programa: “Nuestro propósito principal era establecer, hasta donde fuese posible, un sistema mediante el cual se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna y se establecieran una vez más entre nuestra gente la independencia, la laboriosidad, la frugalidad y el autorrespeto. El propósito de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente su trono como el principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”32.

El presidente J. Reuben Clark Jr. testificó: “El Plan de Bienestar se basa en la revelación… El establecimiento del sistema de bienestar en la Iglesia es consecuencia de una revelación que recibió el presidente Grant mediante el Espíritu Santo”33. El élder Albert E. Bowen, que fue ordenado apóstol por el presidente Grant, explicó la finalidad del programa: “El verdadero objetivo del Plan de Bienestar es la edificación del carácter de los miembros de la Iglesia, tanto de los que dan como de los que reciben, rescatando desde lo más profundo de su ser todo aquello que sea de valor y sacando a florecer y dar fruto la riqueza latente del espíritu, lo cual es, ante todo, la misión, el propósito y la razón de ser de esta Iglesia”34.

En febrero de 1940, al presidente Grant le dio un ataque de apoplejía que le afectó el habla y le paralizó temporariamente el lado izquierdo del cuerpo. Eso no le impidió seguir trabajando en la obra del Señor. Trabajaba unas pocas horas al día y continuó dando discursos breves en las conferencias generales durante los siguientes dos años. El 6 de abril de 1942 pronunció un discurso en la conferencia general por última vez. De allí en adelante, sus discursos los leyeron otras personas. Su último discurso en una conferencia general, el cual leyó Joseph Anderson el 6 de abril de 1945, concluyó con estas palabras de testimonio:

“Lo más maravilloso que ha ocurrido en la historia del mundo desde que el Salvador vivió en la tierra es que Dios mismo estimó conveniente visitar la tierra con Su Amado Hijo Unigénito, nuestro Redentor y Salvador, y aparecer al joven José. Hay miles y cientos de miles de personas que han tenido un testimonio y conocimiento perfectos de esta verdad eterna. El Evangelio en su pureza ha sido restaurado en la tierra, y deseo hacer hincapié en que, como pueblo, tenemos una obra suprema que realizar, la cual es llamar al mundo al arrepentimiento del pecado y a obedecer los mandamientos de Dios. Es nuestro deber por encima de todos los demás ir tanto por el país como por el extranjero, según lo permitan los tiempos y las circunstancias, a proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo. También es nuestro deber tener presentes a los hijos de nuestro Padre que nos han precedido en la muerte sin haber adquirido conocimiento del Evangelio, y abrir para ellos las puertas de la salvación en nuestros templos, donde también tenemos obligaciones que cumplir.

“Les doy testimonio de que sé con certeza que Dios vive, que Él oye y contesta las oraciones; que Jesús es el Cristo, el Redentor del mundo; que José Smith fue y es un profeta del Dios verdadero y viviente; y que Brigham Young y los que le han sucedido han sido, y son, asimismo, profetas de Dios.

“No tengo palabras para expresar a Dios mi gratitud por este conocimiento que poseo. Una y otra vez se me ha conmovido el corazón, se me han desbordado de los ojos lágrimas de gratitud por el conocimiento de que Él vive y de que este Evangelio llamado mormonismo es efectivamente el plan de vida y de salvación, que es en verdad el Evangelio del Señor Jesucristo. Dios nos ayude a ustedes y a mí, y a todos a vivirlo, y Dios ayude a los que no conocen la verdad, para que reciban este testimonio, es mi constante y ferviente oración, y lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén”35.

El estado de salud del presidente Grant siguió empeorando hasta que falleció el 14 de mayo de 1945. El funeral se llevó a cabo cuatro días después. El presidente Joseph Fielding Smith evocó lo siguiente: “Cuando pasó el cortejo, los miles de personas que había a lo largo de muchas calles inclinaron la cabeza. Le rindieron homenaje representantes de otras iglesias y doblaron por él las campanas de la Catedral Católica… Hombres famosos de lugares distantes vinieron a tributarle honores, cerraron sus puertas muchos establecimientos comerciales de la ciudad y hubo un duelo general porque un hombre eminente se había ido de esta vida tras una larga y extraordinaria existencia”36.

En el funeral dirigieron la palabra los presidentes J. Reuben Clark Jr. y David O. McKay, que habían sido el primer y el segundo consejero del presidente Grant, respectivamente. El homenaje que le rindieron hizo eco a los sentimientos de los cientos de miles de Santos de los Últimos Días que habían sostenido al presidente Grant como su profeta.

El presidente Clark dijo que el presidente Grant “vivió con rectitud y se atrajo las bendiciones de nuestro Padre Celestial que reciben los que guardan y obedecen Sus mandamientos”37.

El presidente McKay dijo: “Perseverante en sus logros, sincero, honrado, recto en todos sus tratos, constructivo en la expresión, dinámico en la acción, inflexible con el mal, comprensivo con los infortunados, magnánimo en grado superlativo, fiel en la vida a todo deber, afectuoso y considerado con sus seres queridos, leal a los amigos, a la verdad y a Dios —así era nuestro honroso y amado Presidente—, un líder distinguido, un digno ejemplo para la Iglesia y para el género humano de todo el mundo”38.

Notas

  1. En Conference Report, octubre de 1899, pág. 18.

  2. Ronald W. Walker, “Jedediah and Heber Grant”, Ensign, julio de 1979, pág. 49.

  3. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, págs. 341–342.

  4. Gospel Standards, pág. 151.

  5. “The Nobility of Labor”, Improvement Era, diciembre de 1899, pág. 83.

  6. Gospel Standards, págs. 348–349.

  7. “President Grant—The Business Man: Business Ventures and Church Financing”, Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 689.

  8. “Strength of the ‘Mormon’ Church”, Coast Banker, San Francisco y Los Ángeles, marzo de 1921; citado en Conference Report, abril de 1921, pág. 205.

  9. Lucy Grant Cannon, “A Father Who Is Loved and Honored”, Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 681.

  10. Gospel Standards, pág. 330.

  11. Gospel Standards, pág. 248.

  12. Carta de Heber J. Grant a Harrison M. Merrill, 7 de octubre de 1930, Archivos del Departamento de Historia Familiar y de Historia de la Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

  13. Bryant S. Hinckley, “Greatness in Men: President Heber J. Grant”, Improvement Era, octubre de 1931, pág. 703.

  14. Improvement Era, noviembre de 1936, págs. 680–681.

  15. Glimpses of a Mormon Family, 1968, págs. 299, 301.

  16. Manuscrito no publicado de Truman G. Madsen.

  17. Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 681.

  18. Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 681.

  19. En Conference Report, octubre de 1944, pág. 9.

  20. Glimpses of a Mormon Family, págs. 15–16.

  21. Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 682.

  22. Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 684; los párrafos se han cambiado.

  23. Gospel Standards, pág. 12.

  24. Gospel Standards, pág. 77.

  25. Gospel Standards, pág. 191.

  26. Véase Ronald W. Walker, “Heber J. Grant’s European Mission, 1903–1906”, en Journal of Mormon History, 1988, pág. 20.

  27. Citado por Heber J. Grant, en Conference Report, abril de 1941, pág. 5.

  28. En Conference Report, junio de 1919, pág. 4.

  29. Gospel Standards, pág. 39.

  30. En Conference Report, abril de 1944, pág. 10.

  31. Citado en L. Brent Goates, Harold B. Lee: Prophet and Seer, 1985, págs. 141–142.

  32. Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, octubre de 1936, pág. 3; leído por el presidente Heber J. Grant.

  33. “Pres. Clark Testifies of Divinity of Church Welfare Program”, Church News, 8 de agosto de 1951, pág. 15.

  34. The Church Welfare Plan (curso de estudio de “Gospel Doctrine” [Doctrina del Evangelio]), 1946, pág. 44.

  35. En Conference Report, abril de 1945, pág. 10.

  36. Essentials in Church History, vigésima edición, 1966, pág. 653.

  37. “President Heber J. Grant”, Improvement Era, junio de 1945, pág. 333.

  38. “President Heber J. Grant”, Improvement Era, junio de 1945, pág. 361.