Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Capítulo 3: La adversidad, un componente del plan de Dios para nuestro progreso eterno


Capítulo 3

La adversidad, un componente del plan de Dios para nuestro progreso eterno

“Cuando [las dificultades de la vida mortal] nos humillan, nos refinan, nos enseñan y nos bendicen, pueden ser potentes instrumentos en las manos de Dios para convertirnos en mejores personas”

De la vida de Howard W. Hunter

En la Conferencia General de abril de 1980, el élder Howard W. Hunter, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, contó que una vez estuvo entre una gran multitud para ver las regatas de canoas largas en Samoa. “La multitud estaba inquieta”, dijo, “y la mayoría de los ojos se dirigían al mar, esperando ver aparecer las primeras canoas. De pronto, el gentío rompió en bullicio al avistar las embarcaciones a la distancia. Cada una de ellas llevaba una tripulación de cincuenta vigorosos remeros, que sumergían y sacaban los remos con un ritmo que impulsaba las embarcaciones a través de las olas y del agua espumosa: un espectáculo hermosísimo.

“Poco después, las canoas y los remeros se veían ya claramente al avanzar en su carrera hacia la meta. Aun cuando aquellos fornidos hombres remaban con toda su energía, el peso de una canoa para cincuenta hombres avanzaba contra una poderosa fuerza adversa: la resistencia del agua.

“Los vítores de la gente aumentaron en intensidad al cruzar la meta la primera de las canoas”.

Tras la carrera, el élder Hunter se dirigió a donde atracaron las canoas y habló con uno de los remeros, quien le explicó que la proa de las barcas “se construye de tal manera que corte y divida las aguas y así venza en algo la resistencia que retarda la velocidad de su avance; dijo, además, que el remar en contra de esa fricción del agua genera la fuerza que impulsa la embarcación hacia delante. La resistencia genera la oposición, pero también el movimiento hacia delante”1.

El élder Hunter se basó en la regata de Samoa como introducción a un discurso sobre los propósitos de la adversidad. Durante su ministerio como apóstol, habló en muchas ocasiones sobre la adversidad y ofreció consejo, esperanza y aliento. Hablaba por experiencia personal, ya que había atravesado enfermedades mortales y otras pruebas. Testificó con una firme convicción que en momentos de tribulación, “Jesucristo tiene el poder de aliviar nuestras cargas y aligerar nuestras pesadumbres”2.

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Cristo junto al estanque de Betesda

En nuestras pruebas, el Salvador nos extiende a todos la misma invitación que al hombre junto al estanque de Betesda: “¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6).

Enseñanzas de Howard W. Hunter

1

La adversidad forma parte del plan de Dios para nuestro progreso personal

He observado que la vida de todos está llena de altibajos. En verdad, vemos mucho gozo y dolor en el mundo, muchos planes que se desbaratan y nuevos rumbos, muchas bendiciones que no siempre parecen o se perciben como bendiciones, y muchas experiencias que nos hacen humildes y aumentan nuestra paciencia y nuestra fe. Todos hemos tenido estas experiencias de vez en cuando y supongo que siempre las tendremos……

El presidente Spencer W. Kimball, que supo bastante de sufrimiento, desilusiones y circunstancias fuera de su control, escribió:

“Por ser humanos, querríamos eliminar de nuestra vida el dolor físico y la angustia mental, y asegurarnos el bienestar y la comodidad continuos; pero si cerráramos la puerta al pesar y a la inquietud, tal vez [estaríamos] excluyendo a nuestros mejores amigos y benefactores. El sufrimiento puede hacer santas a las personas si por él aprenden paciencia, longanimidad y dominio propio” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 17).

En esa afirmación, el presidente Kimball se refiere a cerrar las puertas a ciertas experiencias de la vida… Hay puertas que se cierran de continuo en nuestra vida y, en algunos casos, nos dan verdadero dolor y angustia. Pero creo que cuando una de esas puertas se cierra, hay otra que se abre (y tal vez más de una), dándonos esperanza y bendiciones en otros aspectos de la vida que de otro modo no hubiéramos recibido…

[…El presidente Marion G. Romney] dijo hace pocos años que todo hombre y mujer, incluso los más fieles y leales, encontrarían adversidad y aflicción en su vida porque, como dijo José Smith: “Los hombres tienen que sufrir a fin de poder venir al monte de Sion y ser exaltados por encima de los cielos” [Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 242; véase Conference Report, octubre de 1969, pág. 57].

El presidente Romney agregó después:

“Eso no quiere decir que ansiamos el sufrimiento; lo evitamos en lo posible. Sin embargo, ahora sabemos, y todos lo supimos cuando elegimos venir a la vida terrenal, que aquí seríamos probados en el crisol de la adversidad y la aflicción…

“[Más aún], el plan del Padre para probar [y refinar] a Sus hijos no hizo una excepción ni para el mismo Salvador. El sufrimiento que Él aceptó soportar, y que de hecho soportó, equivalía al sufrimiento combinado de todos los hombres [y mujeres del mundo entero. Al temblar y sangrar, y desear no tener que beber la copa, dijo:] ‘Bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres’ (D. y C. 19:18–19)” (en Conference Report, octubre de 1969, pág. 57).

Todos nosotros debemos acabar nuestros “preparativos para con los hijos de los hombres” [D. y C. 19:19]. Los preparativos de Cristo fueron bastante diferentes de los nuestros, pero todos tenemos preparativos que hacer, puertas que abrir. Hacer tan importantes preparativos a menudo nos requerirá algo de dolor, ciertos cambios inesperados en el sendero de la vida y algo de sumisión, “tal como un niño se somete a su Padre” [Mosíah 3:19]. El terminar los preparativos divinos y abrir puertas celestiales puede llevarnos, y no hay duda de que así será, hasta las horas finales de nuestra vida mortal3.

Vinimos a la vida mortal para afrontar resistencia, lo cual forma parte del plan de nuestro progreso eterno. Sin tentación, enfermedades, dolor y pesares, no podría haber bondad, ni virtud, ni aprecio por el bienestar, ni gozo… Es preciso que recordemos que las mismas fuerzas de resistencia que obstaculizan nuestro progreso también nos brindan oportunidades de superarnos4.

2

Nuestras tribulaciones terrenales tienen por objeto aportarnos crecimiento y experiencia

Cuando [las dificultades de la vida mortal] nos humillan, nos refinan, nos enseñan y nos bendicen, son potentes instrumentos en las manos de Dios para convertirnos en mejores personas, hacer que seamos más agradecidos, más llenos de amor y más considerados con otras personas en sus propios momentos de dificultad.

Sí, todos tenemos momentos difíciles, de manera individual y colectiva, pero incluso en los periodos más severos, en tiempos antiguos o modernos, esos problemas y profecías nunca tuvieron otro objeto más que bendecir a los rectos y ayudar a los que son menos rectos a acercarse al arrepentimiento. Dios nos ama y las Escrituras nos dicen que “ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16]5.

Lehi, el gran patriarca del Libro de Mormón, habló de manera alentadora a su hijo Jacob, nacido en el desierto en una época de aflicción y oposición. La vida de Jacob no fue como él podría haber esperado que fuera ni como lo dictaría el transcurso ideal de la experiencia. Había sufrido aflicciones y reveses, pero Lehi prometió que esas aflicciones serían consagradas para bien de su hijo (véase 2 Nefi 2:2).

Después Lehi agregó estas palabras que han llegado a ser clásicas:

“Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo… no se podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal” (2 Nefi 2:11).

Esa explicación de algunos de los dolores y desilusiones de la vida me ha brindado gran consuelo a través de los años. He sentido aun más consuelo al saber que los más grandes hombres y mujeres, incluso el Hijo de Dios, afrontaron esa oposición para entender mejor la diferencia entre la rectitud y la maldad, la santidad y la desdicha, lo bueno y lo malo. De su encarcelamiento en la oscura y húmeda cárcel de Liberty, el profeta José Smith aprendió que si somos llamados a pasar por tribulaciones, será para nuestro progreso y experiencia, y en definitiva nos será contado para nuestro bien (véase D. y C. 122:5–8).

Cuando una puerta se cierra, hay otra que se abre, aun para un profeta en la prisión. No siempre tenemos la sabiduría o experiencia suficiente para juzgar correctamente todas las posibles puertas de entrada o de salida. La mansión que Dios prepara para cada uno de Sus hijos amados quizás tenga sólo algunos pasillos y barandas, alfombras especiales y cortinas por las que Él nos haga pasar en nuestro camino para poseerla…

En distintas épocas de nuestra vida, probablemente muchas veces, tenemos que reconocer que Dios sabe lo que nosotros no sabemos y ve lo que no vemos. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová” (Isaías 55:8).

Si tienen problemas en el hogar por hijos descarriados, si sufren reveses financieros y tensiones emocionales que amenazan sus hogares y su felicidad, si deben afrontar el tener que perder la vida o la salud, que la paz llegue a su alma. No seremos tentados más de lo que podamos resistir [véanse 1 Corintios 10:13; Alma 13:28; 34:39]. Nuestros desvíos y decepciones son el sendero recto y angosto que nos conduce a Él6.

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José Smith en la cárcel

Cuando José Smith se encontraba en la cárcel de Liberty, el Señor le reveló que la adversidad puede aportarnos experiencia y ser para nuestro bien.

3

Tenemos todos los motivos para ser optimistas y estar confiados aun en los momentos de dificultad

Siempre ha habido y siempre habrá algunas dificultades en la vida mortal; pero sabiendo lo que sabemos, y si vivimos de la forma en que debemos vivir, no hay lugar ni excusa para el pesimismo ni la desesperación.

En mi vida he visto dos guerras mundiales, además de la de Corea, la de Vietnam y [algunas más]. He atravesado la Depresión y he conseguido estudiar derecho en la universidad mientras formaba una joven familia. He visto cómo se desbarataban los mercados de valores y la economía mundial, y también cómo enloquecían unos cuantos déspotas y tiranos, todo lo cual ocasionó bastantes problemas por todo el mundo mientras sucedió.

Por lo tanto, espero que no piensen que todas las dificultades del mundo se han acumulado en su década, ni que las cosas nunca han estado peor que como están para ustedes en lo personal, ni que nunca mejorarán. Les aseguro que las cosas han estado peor y que siempre mejorarán. Siempre lo hacen, especialmente cuando vivimos y amamos el evangelio de Jesucristo y permitimos que florezca en nuestra vida…

Contrariamente a lo que algunos podrían decir, tienen todos los motivos del mundo para ser felices y optimistas y confiar. Toda generación desde el inicio de los tiempos ha tenido cosas que superar y problemas que resolver7.

4

Al acudir al Salvador, Él aliviará nuestras cargas y aligerará nuestras pesadumbres

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.

“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30)… …Ese

maravilloso ofrecimiento de ayuda expresado por el Hijo de Dios mismo no fue sólo para los galileos de Su época. Ese llamado a tomar sobre nosotros Su yugo fácil y Su carga ligera no está limitado a las generaciones pasadas. Fue y es una invitación universal para todos los pueblos, para todas las ciudades y todas las naciones; dirigido a todos los hombres, a las mujeres y a los niños de todo el mundo.

En nuestros momentos de más necesidad, no debemos dejar de reconocer esa respuesta infalible a los problemas de nuestro mundo. Allí reside la promesa de gozar de paz interior y protección. Allí reside el poder para remitir el pecado en toda época. Nosotros también debemos creer que Jesucristo tiene el poder de aligerar nuestras cargas y aliviar nuestras pesadumbres. Nosotros también debemos venir a Él para que nos haga descansar de nuestros afanes.

Por supuesto, las promesas van acompañadas de obligaciones. “Llevad mi yugo sobre vosotros”, ruega Él. En los tiempos bíblicos, el yugo era un implemento de gran utilidad para los que labraban la tierra: Permitía que la fuerza de un segundo animal se uniera y sumara al esfuerzo del primero para compartir y reducir el pesado esfuerzo que exigía el arado o carromato. La carga que resultaba abrumadora o tal vez imposible de llevar para un solo animal podían acarrearla dos de ellos equitativa y cómodamente si estaban ligados a un mismo yugo. Su yugo requiere que hagamos un esfuerzo grande y sincero, pero para quienes están realmente convertidos, el yugo es fácil y la carga resulta ligera.

¿Por qué afrontar las cargas de la vida solos?, nos pregunta Cristo, ¿o por qué afrontarlas con un apoyo temporal que pronto flaqueará? Para aquellos que están cargados, es el yugo de Cristo, la fortaleza y la paz de mantenerse codo a codo con Dios, lo que nos dará el apoyo, el equilibrio y la fuerza para vencer las dificultades y soportar nuestras labores aquí, en el áspero campo de la vida mortal.

Obviamente, las cargas personales de la vida varían de una persona a otra, pero todos las tenemos… Por supuesto, algunos pesares son causados por los pecados de un mundo que no obedece el consejo de [nuestro] Padre Celestial, pero sea cual sea la razón, nadie está completamente a salvo de las dificultades de la vida. A cada uno de nosotros, Cristo nos dijo en realidad: Ya que todos tenemos que llevar alguna carga y soportar algún yugo, ¿por qué no dejan que sea el mío? Les hago la promesa de que mi yugo es fácil y ligera mi carga (véase Mateo 11:28–30)8.

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jovencito sonriente

“Los discípulos de Cristo de todas las generaciones reciben la invitación, incluso el mandamiento, de ser llenos de un fulgor perfecto de esperanza”.

5

Los Santos de los Últimos Días no tienen por qué temer las tribulaciones de los últimos días

Las Escrituras… indican que habrá periodos en los que el mundo entero tendrá alguna dificultad. Sabemos que en nuestra dispensación la injusticia, desgraciadamente, será muy evidente, y que nos acarreará inevitables dificultades, y dolor y castigo. Dios acortará esa iniquidad en Su propio y debido tiempo, pero nuestra tarea consiste en vivir plena y fielmente, y no enfermarnos de preocupación por los males del mundo ni por cuándo terminarán. Nuestra tarea es tener el Evangelio en nuestra vida y ser una luz que brilla, una ciudad asentada sobre el monte, que refleje la belleza del evangelio de Jesucristo, y el gozo y la felicidad que siempre recibirán todas las personas de toda época que guarden los mandamientos.

En esta última dispensación habrá gran tribulación (véase Mateo 24:21). Sabemos que habrá guerras y rumores de guerras (véase D. y C. 45:26) y que toda la tierra estará en conmoción (véase D. y C. 45:26). Todas las dispensaciones han pasado por tiempos peligrosos, pero nuestros días entrañarán un peligro genuino (véase 2 Timoteo 3:1). Se multiplicarán los hombres malos (véase 2 Timoteo 3:13), pero lo cierto es que se han multiplicado con mucha frecuencia anteriormente. Llegarán calamidades y abundará la iniquidad (véase D. y C. 45:27).

Inevitablemente, el resultado natural de algunos de estos tipos de profecías es el temor, el cual no se limita a la generación más joven. Es un temor compartido por personas de todas las edades que no comprenden lo que nosotros entendemos;

pero deseo recalcar que estos sentimientos no son necesarios para los fieles Santos de los Últimos Días, y que no proceden de Dios. Al antiguo Israel, el gran Jehová dijo:

“Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará…

“Y Jehová es el que va delante de ti; él estará contigo; no te dejará ni te desamparará; no temas ni te intimides” (Deuteronomio 31:6, 8).

Y a ustedes, nuestra maravillosa generación del Israel moderno, el Señor ha dicho:

“Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer…

“Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:34, 36).

Tal consejo está intercalado a lo largo de todas nuestras Escrituras modernas. Escuchen estas maravillosas palabras reconfortantes: “No temáis, pequeñitos, porque sois míos, y yo he vencido al mundo, y vosotros sois de aquellos que mi Padre me ha dado” (D. y C. 50:41). “De cierto os digo, mis amigos, no temáis, consuélense vuestros corazones; sí, regocijaos para siempre, y en todas las cosas dad gracias” (D. y C. 98:1).

A la luz de tal maravilloso consejo, considero que nos corresponde regocijarnos un poco más y desesperarnos un poco menos, dar gracias por lo que tenemos y por la magnitud de las bendiciones de Dios para nosotros, y hablar un poco menos de lo que podamos o no tener, o de la ansiedad que puede acompañar a los tiempos difíciles en esta generación o cualquier otra.

Un tiempo de gran esperanza y entusiasmo

Para los Santos de los Últimos Días, éste es un periodo de gran esperanza y emoción, una de las mejores eras de la Restauración y, por lo tanto, de cualquier dispensación, por cuanto la nuestra es la mayor de todas las dispensaciones. Debemos tener fe y esperanza, dos de las grandes virtudes fundamentales de cualquier discipulado de Cristo. Debemos seguir ejerciendo la confianza en Dios, en vista de que es el primer principio de nuestro conjunto de creencias. Debemos creer que Dios tiene todo poder, que nos ama y que su obra no se verá detenida ni frustrada en nuestra vida personal ni en el mundo en general…

Les prometo en el nombre del Señor, cuyo siervo soy, que Dios siempre protegerá y cuidará a Su pueblo. Pasaremos por nuestras dificultades, del mismo modo que toda generación y todo pueblo las han atravesado; pero con el evangelio de Jesucristo, tienen toda esperanza, promesa y certeza. El Señor tiene poder sobre Sus santos y siempre preparará lugares de paz, defensa y seguridad para Su pueblo. Cuando tenemos fe en Dios, podemos esperar un mundo mejor; para nosotros en lo personal y para toda la humanidad. El profeta Éter enseñó en la antigüedad (y él sabía mucho sobre problemas): “De modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras, siendo impulsados a glorificar a Dios” (Éter 12:4).

Los discípulos de Cristo de todas las generaciones reciben la invitación, incluso el mandamiento, de ser llenos de un fulgor perfecto de esperanza (véase 2 Nefi 31:20).

Procurar disipar el temor

Si nuestra fe y esperanza están ancladas en Cristo, en Sus enseñanzas, mandamientos y promesas, entonces podemos contar con algo verdaderamente destacable, genuinamente milagroso, capaz de dividir el Mar Rojo y guiar al Israel moderno a un lugar donde seremos “libres ya de miedo y dolor” (Himnos, 1992, Nº 17). El temor, que puede sobrevenir a las personas en los días difíciles, es una de las principales armas del arsenal que utiliza Satanás para lograr que la humanidad sea infeliz. Aquel que teme pierde fortaleza para el combate de la vida en la lucha contra el mal. Por lo tanto, el poder del mal siempre procura generar temor en el corazón humano. En toda época y toda era, la humanidad ha afrontado el temor.

Como hijos de Dios y descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, debemos procurar disipar el temor de entre las personas. Un pueblo tímido y temeroso no puede desempeñar su labor correctamente y no puede efectuar la obra de Dios de ningún modo. Los Santos de los Últimos Días tienen una misión divinamente asignada que cumplir, la cual simplemente no debe disiparse por el temor y la ansiedad.

Un apóstol del Señor de tiempos anteriores dijo lo siguiente: “La clave de la conquista del temor se ha dado mediante el profeta José Smith. ‘Si estáis preparados, no temeréis’ (D. y C. 38:30). Ese divino mensaje debe repetirse hoy en toda estaca y todo barrio” (élder John A. Widtsoe, en Conference Report, abril de 1942, pág. 33).

¿Estamos preparados para entregarnos a los mandamientos de Dios? ¿Estamos preparados para lograr la victoria sobre nuestros apetitos? ¿Estamos preparados para obedecer una ley recta? Si podemos contestar sí con sinceridad a esas preguntas, podemos expulsar el temor de nuestra vida. Ciertamente, el grado de temor en nuestro corazón puede medirse eficazmente a la luz de nuestra preparación para vivir con rectitud, vivir de un modo que debería caracterizar a todo Santo de los Últimos Días de cualquier periodo o tiempo.

El privilegio, el honor y la responsabilidad de vivir en los últimos días

Permítanme concluir con una de las más admirables declaraciones que jamás haya leído del profeta José Smith, quien afrontó tan inmensas dificultades en su vida y quien, por supuesto, pagó el más alto precio por su victoria. Sin embargo, salió victorioso, y fue un hombre feliz, fuerte y optimista. Los que lo conocían sentían su fortaleza y valentía, incluso en los momentos más oscuros. No se hundía en el desánimo ni permanecía en el abatimiento.

Acerca de nuestra época —la de ustedes y la mía— dijo que es el momento “que los profetas, reyes y sacerdotes [de épocas pasadas] han tratado con gozo particular. Han mirado adelante [todos estos antiguos testigos de Dios] con gloriosa expectativa hacia el día en que ahora vivimos; e inspirados por celestiales y gozosas expectativas, han cantado, escrito y profetizado acerca de ésta, nuestra época… Nosotros somos el pueblo favorecido que Dios ha elegido para llevar a cabo la gloria de los últimos días” [Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 195].

¡Qué privilegio! ¡Qué honor! ¡Qué responsabilidad y qué gozo! Tenemos todos los motivos que existen en esta vida y la eternidad para regocijarnos y dar gracias por la calidad de nuestra vida y las promesas que se nos han concedido9.

Sugerencias para el estudio y la enseñanza

Preguntas

  • ¿Cómo puede ayudarnos el saber que la adversidad forma parte del plan de Dios para nuestro progreso eterno? (Véase la sección 1). ¿Por qué piensa que la adversidad es una parte necesaria de la vida terrenal?

  • Repase las enseñanzas del presidente Hunter de la sección 2 respecto a algunos de los propósitos de la adversidad. ¿De qué modo ha notado que la adversidad puede beneficiarnos? ¿Cómo podemos llegar a ver la adversidad desde la perspectiva eterna del Señor?

  • ¿Por qué, según lo enseña el presidente Hunter, tenemos motivo para ser felices y optimistas incluso en momentos de dificultad? (Véase la sección 3). ¿De qué manera podemos cultivar un mayor optimismo durante tales momentos? ¿Cuáles son algunas de las bendiciones que seguimos teniendo incluso durante la más grave adversidad?

  • ¿Cómo podemos aceptar la invitación del Salvador de permitirle llevar nuestras cargas y aliviar nuestras pesadumbres? (Véase la sección 4). ¿Qué significa tomar Su yugo sobre nosotros? ¿Cómo le ha ayudado el Salvador en tiempos de dificultad?

  • El presidente Hunter enseña que los sentimientos de temor respecto a las tribulaciones de los últimos días no proceden de Dios (véase la sección 5). ¿En qué sentido resulta dañino vivir con temor? ¿Cómo podemos vivir con esperanza y fe en vez de temor?

Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema

Juan 14:27; 16:33; Hebreos 4:14–16; 5:8–9; 1 Nefi 1:20; Alma 36:3; D. y C. 58:2–4; 101:4–5; 121:7–8; 122:7–9.

Ayuda para el estudio

“Muchos descubren que el mejor momento para estudiar es por la mañana, después de haber descansado por la noche… Otros prefieren los silenciosos momentos después que se ha concluido con el trabajo y los afanes del día… Acaso más importante que el momento del día, sea tener un horario establecido para estudiar con regularidad” (véase Howard W. Hunter, “El estudio de las Escrituras”, Liahona, enero de 1980, pág. 97).

Notas

  1. Véase “¡Dios tendrá a un pueblo probado!”, Liahona, julio de 1980, pág. 34.

  2. Véase “Venid a mí”, Liahona, enero de 1991, pág. 20.

  3. Véase “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”, Liahona, enero de 1988, págs. 55–56.

  4. Véase “¡Dios tendrá a un pueblo probado!”, págs. 35, 38.

  5. “An Anchor to the Souls of Men”, Ensign, octubre de 1993, pág. 71.

  6. Véase “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”, pág. 57.

  7. “An Anchor to the Souls of Men”, pág. 70.

  8. Véase “Venid a mí”, pág. 20.

  9. “An Anchor to the Souls of Men”, págs. 71–73.