“Un gran hombre”

 

El presidente Thomas S. Monson celebró su cumpleaños número 86 el 21 de agosto. El siguiente es un tributo de uno de sus amigos y socios desde hace mucho tiempo, el élder Glen L. Rudd, quien prestó servicio en los quórumes de los Setenta de 1987 a 1992. Aunque el presidente Monson y el élder Rudd, de 91 años, no estaban en el mismo círculo de amigos cuando eran niños, se llegaron a conocer y formaron una amistad duradera al servir como obispos jóvenes al mismo tiempo. Trabajaban estrechamente juntos, particularmente a través del programa de Bienestar de la Iglesia, mientras ayudaban a satisfacer las necesidades de los miembros de sus barrios.

 

Por el élder Glen L. Rudd

El élder Glen L. Rudd, a la izquierda, y el presidente Thomas S. Monson han sido amigos desde hace más de 65 años. Fotografía cortesía del élder Glen L. Rudd.

El presidente Thomas S. Monson y yo nacimos y crecimos a una milla de distancia del Templo de Salt Lake. Podíamos caminar fácilmente hasta el centro de la ciudad, pero vivíamos en el lado oeste, donde vivía mucha gente pobre. Afortunadamente, tuvimos excelentes oportunidades de ayudar, servir y bendecir a las personas.

Había muchas personas jóvenes que se criaron en esta parte de la ciudad y todos nos conocíamos bastante bien porque íbamos a la misma escuela primaria. Alguien dijo: “No esperes a ser un gran hombre; ¡se un buen muchacho ahora mismo!”. Tom lo debía saber, porque eso es exactamente lo que hizo. Es un alma muy noble en la actualidad y lo ha sido durante muchos años. Pero desde el momento en que era diácono y a lo largo de sus años en el Sacerdocio Aarónico, fue un líder joven excepcional en su propia área.

El señor envió a hombres especiales para presidir esa parte de la Iglesia en lo que se conocía como la Estaca Pioneer. Afortunadamente, Tom y yo pudimos conocer a los obispos y los líderes de la estaca, particularmente a los hombres del sumo consejo. Bajo la inspiración de Harold B. Lee, quien era presidente de estaca en ese momento, y el liderazgo del presidente Paul C. Child, edificaron el primer almacén de bienestar en la Avenida Pierpont. Sirvió a la estaca desde 1932 por unos cinco años hasta que otros presidentes de estaca decidieron unirse como organización regional.

Después de cuatro años, la Primera Presidencia —conformada por el presidente Heber J. Grant, el presidente J. Reuben Clark, Jr. y el presidente David O. McKay— hizo varias visitas al almacén. Lo observaron detenidamente y finalmente decidieron que Harold B. Lee era el hombre que debía ayudar a multiplicar lo que estaba sucediendo en un programa de Bienestar de la Iglesia general. La Primera Presidencia estaba totalmente encargada de lo que querían que se hiciera. Relevaron al presidente Lee como presidente de estaca y lo hicieron director gerente de lo que se conocería como el programa de Bienestar de la Iglesia. Durante cinco años, el hermano Lee trabajó en los detalles de este gran programa. Seguía el modelo de lo que se hizo en la Estaca Pioneer.

Personal de planta de envasado en la Estaca Zion Park, 1940.

En 1936, se anunció el programa de Bienestar de la Iglesia, y en un plazo de 30 días, toda la Iglesia se organizó en 14 regiones diferentes, con los presidentes de estaca a cargo de sus regiones. Los obispos estaban a cargo de los almacenes de distribución. La obra comenzó rápidamente, pero sobre un fundamento seguro.

El presidente Monson y yo tuvimos la oportunidad de ser obispos durante varios años juntos mientras llenábamos miles de pedidos del obispo para el almacén de alimentos, ropa y otros artículos que se necesitaban. Él era un obispo generoso. Años más tarde, me dijo: “Era generoso, pero si pudiera ser obispo de nuevo, sería todavía más generoso de lo que fui”.

Yo conocía a su gente y sabía lo bueno que era. Yo era gerente de la Manzana de Bienestar, trabajando en particular con el obispo Jesse Drury, que era el encargado del almacén en la Manzana de Bienestar, y esto hacía fácil saber qué estaban haciendo los diferentes obispos para cubrir las necesidades de bienestar. Nadie en la Iglesia en ese momento distribuía más ayuda que el obispo Monson, yo mismo o el obispo Rudy Luckau, quien también era un obispo de nuestra estaca. Varias veces nos llamaron por distribuir demasiado, pero podíamos explicar lo que se nos había enseñado hacer. Explicábamos la instrucción del hermano Lee, el presidente Child y otros grandes líderes y decíamos que sólo estábamos siguiendo al consejo del Señor y Sus líderes.

Retrato de Thomas S. Monson y sus consejeros del obispado del Barrio 6 y 7. Fue sostenido como obispo el 7 de mayo de 1950. (c) Thomas S. Monson

Fue en esos primeros días en que el presidente Monson se fortaleció. Amaba a la gente joven, era especialmente bueno con ellos y tenía un amor especial por las personas mayores. Nunca dejó pasar un día sin tener algún contacto con ellos. Era un privilegio que los jóvenes obispos fuéramos capacitados y se nos enseñaran las doctrinas básicas y fundamentales, y entonces se nos diera el derecho y la autoridad de tender una mano para bendecir a las personas.

He conocido al presidente Monson desde hace más de 65 años. Recuerdo que antes de que estuviera casado, Marva, mi futura esposa en ese momento, y yo fuimos en dos o tres citas con Tom y Frances. Él y yo fuimos a muchas reuniones diferentes juntos, así como a varias actividades sociales. Él era un joven brillante que se formó en todos los sentidos. Con sinceridad puedo decir que nunca he conocido a un hombre joven en mi vida que haya trabajado más arduamente para aprender destrezas y adquirir habilidades. Esas habilidades no sólo le ayudaron cuando era niño, sino que le ayudaron al ir a la escuela y le pusieron en el puesto en el que ha estado en estos últimos años, como líder de una Iglesia mundial. Tom no era solamente un gran muchacho. Él es un gran hombre.