Sin importar la edad o las circunstancias, las mujeres de la Iglesia son todas hijas de Dios, con atributos y funciones únicas de ellas. Aprenda lo que los apóstoles han dicho a las mujeres en la actualidad.

Fe en el sacerdocio

El élder Ballard describe la escena en un video que se llama “El ejemplo de una mujer justa”, un extracto de los videos de la capacitación mundial de líderes Cómo fortalecer a la familia y a la Iglesia por medio del sacerdocio:

“Una escena especial se filmó en la pequeña vivienda pionera de mi bisabuela materna, Mary Fielding Smith, quien fue la esposa de Hyrum, el hermano mayor del profeta José Smith. Como madre sola, y mediante su fe firme en el sacerdocio, invocó ese poder y confió en él para criar y bendecir a sus hijos en el amor y la luz del Evangelio. Hoy día, su posteridad de miles de fieles líderes y miembros de la Iglesia le dan las gracias por su fe, valor y ejemplo” (“Ésta es mi obra y gloria”, Liahona, mayo de 2013).

 

 

 

Gran potencial, vidas virtuosas

“Si viven de acuerdo con esa misión, sean cuales sean las circunstancias de la vida en que se hallen —esposa, madre casada, madre sola, mujer divorciada, viuda o soltera—, el Señor nuestro Dios les presentará responsabilidades y bendiciones que superarán lo que puedan imaginar.

“Las invito a elevarse a la altura del gran potencial que llevan en su interior; pero no traten de alcanzar más allá de su capacidad; no se fijen metas que estén por encima de su habilidad para alcanzarlas; no se sientan culpables ni sigan pensando en el fracaso; no se comparen con otras personas. Hagan todo lo posible y el Señor proveerá el resto; tengan fe y confianza en Él, y verán que en su vida y la de sus seres queridos ocurren milagros. La virtud de su vida será una luz para los que se encuentren en tinieblas, porque ustedes son un testimonio viviente de la plenitud del Evangelio (véase D. y C. 45:28). Doquiera que se las haya colocado en esta tierra nuestra, hermosa pero a menudo turbulenta, cada una de ustedes puede ser la que ‘socorre a los débiles, levanta las manos caídas y fortalece las rodillas debilitadas’ (D. y C. 81:5)”. (Dieter F. Uchtdorf, “La influencia de una mujer justa”, Liahona, septiembre de 2009).

Tenaz confianza e inquebrantable devoción

“Antes que nada, quiero que estén orgullosas de ser mujeres; quiero que sientan la realidad de lo que eso significa, que sepan quiénes son en verdad. Son literalmente hijas espirituales de padres celestiales con una naturaleza y un destino divinos” (véase “La familia: Una proclamación para el mundo”). Esa incomparable verdad debe estar profundamente arraigada en sus almas y ser algo básico para toda decisión que tomen al hacerse mujeres maduras. Jamás podría haber mayor evidencia de su dignidad, de su valía, de sus privilegios y de su promesa. Nuestro Padre Celestial sabe cómo se llaman ustedes y conoce sus circunstancias; Él oye sus oraciones; Él conoce sus esperanzas y sueños, incluso sus temores y sus frustraciones. Y Él sabe lo que ustedes pueden llegar a ser por medio de su fe en Él. Debido a este patrimonio divino, ustedes, junto con todas sus hermanas y todos sus hermanos espirituales, tienen plena igualdad ante Su vista… Todo lo que Cristo enseñó lo enseñó tanto a las mujeres como a los hombres. De hecho, a la luz restaurada de ese Evangelio de Jesucristo la mujer, incluida la mujer joven, ocupa la dignidad propia de su naturaleza en el divino diseño del Creador.


Sean mujeres de Cristo; atesoren su valioso lugar a la vista de Dios; Él las necesita; esta Iglesia las necesita; el mundo las necesita. La tenaz confianza que la mujer tiene en Dios y la inquebrantable devoción a las cosas del Espíritu han sido siempre un ancla cuando el viento y las olas de la vida han sido de lo más intensos” (Jeffrey R. Holland, “A las mujeres jóvenes”, Liahona, noviembre de 2005).

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