6 de diciembre de 2018

Recuerdo los dones de Dios

Me uní a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando tenía diecisiete años. La hermana Marlene Vélez fue mi primera y única maestra de Seminario. No recuerdo mucho de lo que ella enseñaba, pero recuerdo lo que sentía en sus clases. Ella me mostró el camino del discipulado, y yo lo seguí. Para un nuevo converso como yo, la hermana Vélez fue un don de Dios.

Esta época del año gira en torno al don más preciado de Dios: el sacrificio de Jesucristo. Al meditar sobre ese don, recuerdo otros dones que he observado al participar en Seminarios e Institutos de Religión por todo el mundo. Los siguientes maestros voluntarios hicieron sus propios pequeños sacrificios para traer almas a Cristo.

Recuerdo a Tosiwo, un joven de una aldea pequeña de Malem, Kosrae. Tosiwo, reciente graduado de la secundaria y converso, fue recomendado para ser el maestro de Seminario de unos pocos jóvenes en su rama que recién se había creado. Tosiwo aceptó el llamamiento sin ninguna vacilación. Consciente de que necesitaba saber más acerca del Evangelio que sus alumnos, estudiaba las Escrituras durante los descansos de su trabajo en el campo. Pasaba horas de su tiempo libre visitando a los alumnos y transmitiendo su entusiasmo por Seminario a sus hogares. Esos alumnos sentían el amor de Dios por ellos a través de Tosiwo.

Recuerdo a Jenny, entonces miembro menos activa, que respondió al desafío cuando Dios la necesitó. Se aproximaba el principio del año lectivo y no teníamos maestro para la clase de Seminario; quedaba poco tiempo. El inspirado obispo, tal vez en medio de la desesperación, recomendó a Jenny para que fuera la maestra de Seminario. Hablé con ella y le expliqué por qué estaba allí. Con lágrimas en los ojos, ella respondió: “No estoy activa. ¿Por qué me haría esto el obispo?”. Permanecimos en silencio durante unos minutos; yo no sabía qué decirle. Entonces, con la humildad que caracteriza a la mayoría de las personas escogidas para ser dones de Dios, ella respondió: “¿Qué debo hacer para prepararme?”. Lo último que escuché es que Jenny llevaba ya 12 años enseñando Seminario.

Por último, recuerdo a la hermana Matisima, de una pequeña isla que se llama Uman, en la laguna Chuuk. Ella servía como secretaria auxiliar de la rama porque era la única miembro que sabía aritmética. También era la maestra de Seminario. La hermana Matisima esperaba a sus alumnos de Seminario fuera de la puerta de la escuela secundaria a la que ellos iban todos los días después de clases. Tenía el tipo de personalidad propensa a hablar con las personas que no son miembros, y a menudo la acompañaban a ella y a sus alumnos al caminar hacia la capilla para asistir a Seminario, y la escuchaban explicar de qué se trataba la lección de ese día. Cuando Dios llamó a la hermana Matisima a enseñar Seminario, ella consideraba a todos los estudiantes sus alumnos.

Estos son solo unos pocos de los dones que recuerdo; hay muchos más. Dios tiene una manera de personalizar Sus dones para Sus hijos. Son exactamente lo que necesitamos, cuando los necesitamos. A los jóvenes de la Iglesia: hay una hermana Vélez para todos.

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