Seis mitos sobre los miembros con discapacidades

mujer trabajando en Industrias Deseret

La erradicación de ideas equivocadas puede quitar los obstáculos que dificultan la aceptación y la participación.

Un pequeño diácono en silla de ruedas y a quien no le era posible llevar una bandeja sacramental tenía un gran deseo de llevar a cabo sus responsabilidades del sacerdocio. Un obispo perspicaz diseñó una bandeja de madera que adaptó a la silla de ruedas de modo que el diácono pudiera repartir la Santa Cena. Ahora los miembros del barrio presencian un hermoso ejemplo de servicio conforme este jovencito magnifica su llamamiento cada semana.

A muchos miembros con discapacidades se los ama y acepta debido a quiénes son y a lo que pueden hacer. La mayor parte de los líderes y miembros de la Iglesia responde de manera servicial y positiva. No obstante, en ocasiones, el temor o la falta de conocimiento pueden causar malentendidos. A continuación se analizan algunas de esas ideas erróneas.

Mito Nº 1: Hay muy pocas personas con discapacidades en un barrio promedio.

Estadísticas de discapacidades

No existen estadísticas referentes a la frecuencia con que las discapacidades afectan a los miembros de la Iglesia en comparación con otros habitantes de sus respectivos países. No obstante, las siguientes son estadísticas referentes a personas que residen en los Estados Unidos:

  • Los trastornos del desarrollo psicomotor afectan al 17 por ciento de los niños de EE. UU. Dichas discapacidades aparecen en la infancia y tienen consecuencias importantes en la salud y el rendimiento académico del niño de por vida. Entre ellas se encuentran las deficiencias físicas, psicológicas, intelectuales y del habla1.
  • En los Estados Unidos, el 22% de los adultos (mayores de 18 años) manifestaron padecer alguna discapacidad2.
  • En los Estados Unidos, más del 46 por ciento de los adultos mayores de 18 años experimentan durante su vida algún trastorno mental diagnosticable. Los más comunes son la ansiedad, los trastornos del control de los impulsos, los del estado de ánimo (la depresión y el trastorno bipolar, por ejemplo) y el abuso de sustancias.3. Otros trastornos podrían abarcar los trastornos del sueño, la demencia y los trastornos de la alimentación.

Al considerar las estadísticas anteriores, resulta evidente que hay muchos miembros con discapacidades. ¿Por qué no los vemos en la Iglesia? Existen al menos dos razones:

En primer lugar, en la mayoría de los casos, no es posible reconocer que las personas padecen discapacidades sólo por su apariencia. La mayor parte de las discapacidades no son obvias, como sucede con algunas enfermedades mentales, dificultades del aprendizaje, deficiencias intelectuales, trastornos de comunicación, el autismo leve, la sordera o la ceguera.

En segundo lugar, no vemos más miembros con discapacidades porque no asisten a las reuniones de la Iglesia. Algunas personas quizás necesiten apoyo para sentirse a gusto para participar, o ayuda especial debido a problemas de salud.

Mito Nº 2: Si dejan de asistir a la Iglesia unos pocos miembros con discapacidades, eso no tendrá repercusiones importantes en nuestra congregación.

“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). El que una persona con una discapacidad se sienta rechazada o incómoda y evite asistir a las reuniones o actividades de la Iglesia significa una gran pérdida para la congregación y para la persona misma. Además, es probable que ello llegue a afectar a familias enteras.

El padre de una joven con esquizofrenia dijo: “Las familias que tienen hijos con enfermedades mentales viven una vida solitaria. Aunque las enfermedades mentales son comunes, el asunto se pasa por alto, se descuida y se trata con desdén”.

Otra madre agrega: “He hallado que en numerosos círculos sociales [las discapacidades] siguen siendo un problema del que se evita hablar. Los miembros del barrio no hablan al respecto, y los integrantes de la familia quedan solos para afrontar sus dificultades. En nuestro caso, hemos tenido que recurrir a personas de fuera de la Iglesia para obtener apoyo”.

Una mujer que tiene un hijo autista dice: “Al mudarnos a un nuevo barrio, llamé a la Iglesia para averiguar si había alguna clase para Bobby. Llamé varias veces, pero nadie se puso en contacto conmigo. Las maestras visitantes y los maestros orientadores comenzaron a preguntar por qué no asistíamos a la Iglesia. Entonces volvimos a preguntar si alguien podía ayudarnos con nuestro problema. No obstante, conforme transcurría el tiempo y nadie abordaba el asunto, empezamos a alejarnos cada vez más. Mi esposo y yo nos divorciamos”.

Por fortuna, más adelante, esta buena mujer conoció a un hombre y se casó con él, los misioneros lo visitaron y él se unió a la Iglesia. La familia se mudó a otro lugar donde los líderes atendieron las necesidades del hijo y ahora toda la familia se ha sellado en el templo.

Estas experiencias demuestran que la forma en la que se responda ante las necesidades de una persona con una discapacidad puede tener repercusiones de largo alcance en la actividad y la salvación no sólo de dicha persona, sino de toda una familia. Hay muchas personas y familias similares a éstas que aún afrontan problemas y necesitan de nuestro amor e interés.

Para saber más sobre familias que enfrentaron retos semejantes, véase Boyd K. Packer, “El movimiento del agua”, Liahona, julio de 1991, págs. 7–10; y W. Craig Zwick, “Entre los brazos del amor del Salvador”, Liahona, noviembre de 1995, págs. 14–15.

Mito Nº 3: Si una persona no es plenamente responsable de sus actos, no tiene necesidad de aprender el Evangelio.

“Todas las mentes y todos los espíritus que Dios ha enviado al mundo son susceptibles al crecimiento” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 221).

Todas las personas, incluso quienes tienen discapacidades intelectuales, precisan comprender los principios del Evangelio tanto como les sea posible. Los principios del Evangelio pueden conceder a las personas con discapacidades el desarrollo y la paz interior que necesiten para perseverar a pesar de las pruebas de esta vida. El Evangelio las ayuda a cultivar entendimiento, paciencia, valor y esperanza. Además, las bendice con la certeza de que son de valor y que se les ama.

Una líder de las Mujeres Jóvenes observó con entusiasmo: “Todo hombre y mujer joven puede adorar al Señor ahora —sin aguardar hasta el Milenio o la Resurrección— sino ahora, a su propia manera”.

Mito Nº 4: Se debe recibir capacitación especial para atender a personas con discapacidades.

Si usted desea ayudar, ¡puede hacerlo! Piense en la parábola del buen samaritano. Cuando el sacerdote y el levita vieron al hombre herido, ¿por qué pasaron de largo? Quizás no fueran inicuos por naturaleza, tal vez sólo hayan sentido temor. Quizás no hayan sabido qué hacer.

Fue el samaritano, un enemigo político, quien “al verle, fue movido a misericordia”. Él hizo lo que pudo por el hombre y luego procuró el apoyo de otras personas para brindarle los cuidados necesarios. (Véase Lucas 10:29–37.)

Al igual que el samaritano, podemos ayudar si lo deseamos. Lo que único que debemos hacer es tomar conciencia y tener el deseo de hacerlo. Trate de ver a las personas con discapacidades justamente así, como personas a quienes les ha sobrevenido una discapacidad. Dichos miembros de la Iglesia tienen las mismas necesidades que el resto de la comunidad del barrio; desean ser amados y reconocidos, y participar y experimentar el mismo gozo.

Mito Nº 5: Es difícil lograr que los miembros con discapacidades participen debido a que tienen habilidades limitadas.

Hay muchas maneras de hacer participar a los miembros que tienen discapacidades. La adaptación de los programas de la Iglesia a las necesidades de la persona requiere sensibilidad, comprensión e inspiración, pero es posible.

Considere el caso de un obispo en silla de ruedas que preside un barrio, el de una hermana de la Sociedad de Socorro que padece una discapacidad intelectual pero que presta servicio con gran satisfacción en la guardería, el de una mujer que sufre una deficiencia auditiva y que enseña en la Escuela Dominical y el de un hombre que no tiene manos pero que presta servicio como patriarca. Un miembro de un sumo consejo dijo: “Soy ciego, sin embargo, he tenido llamamientos importantes en el barrio y la estaca. La gente me ve como una persona al relacionarse conmigo; y la minusvalía no se interpone. Las cosas no siempre fueron así; ha llevado algunos años lograrlo”.

Ya fuere que se llame a una persona con una discapacidad a servir como presidente de estaca o para apagar las luces después de las reuniones, todos pueden sentir el gozo de prestar servicio en el reino del Señor.

Mito Nº 6: Me compadezco por quienes tienen discapacidades, pero sinceramente no tengo tiempo.

Ayudar a quienes padecen discapacidades generalmente implica tomar nuevas actitudes en lugar de nuevos programas, y brindar más cuidado en lugar de dedicar más tiempo. Algunos años atrás, cierta familia asistió al campamento de entrenamiento de escultismo Philmont, en Nuevo México. Los niños mayores de la familia se sumaban a las actividades y pasaban momentos muy agradables. No obstante, el hijo de nueve años, que padece autismo, tenía verdaderas dificultades; las actividades de Lobatos no estaban diseñadas para alguien con deficiencias sociales y de lenguaje. La madre se sintió herida y humillada al observar la intolerancia y la impaciencia manifestada ante la conducta inapropiada de su hijo, quien tiene una apariencia normal.

Así pues, en una reunión de la Sociedad de Socorro realizada durante el campamento dedicó unos minutos a explicar la discapacidad y mencionar algunos de los retos que ella y su esposo enfrentaban al criar al niño. Una a una, las hermanas buscaron a sus familias y les explicaron la situación.

“Jamás he visto un cambio de actitud tan radical, ni he sentido tamaña demostración de amor y aceptación”, dijo la madre. “Esa experiencia confirmó mi creencia de que la Iglesia está compuesta por gente maravillosa que responde de manera cristiana al comprender las necesidades de otras personas”.

Al responder a las necesidades de los demás, seremos mejores personas gracias a ese servicio. Un líder del sacerdocio habla sobre Kurt, un scout que nació con síndrome de Down: “Fue con nuestra tropa a una caminata conmemorativa del Batallón Mormón de unos 29 kilómetros. Después de 16 kilómetros, aminoró el paso, pero junto a su padre, que iba adelante de él, y su maestro Scout, que iba detrás, Kurt dio paso tras paso”.

“Cuando Kurt y quienes le ayudaban finalmente aparecieron entre la maleza”, prosiguió el líder, “resonó una ovación espontánea, y Kurt corrió con orgullo la última parte llorando y exclamando: ‘¡Lo logré, lo logré! ¡Me están aplaudiendo! ¡Piensan que lo hice bien!’. De todo ojo brotaron lágrimas. Jamás olvidaremos aquella lección”.

Jesús dijo: “¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí… porque tengo compasión de vosotros” (3 Nefi 17:7).

Notas

  1. “Prevalence and Health Impact of Developmental Disabilities in US Children”, Pediatrics, marzo de 1994; número 93 (3), págs. 399–403.
  2. J. M. McNeil, J. Binette, Bureau of the Census, Economics and Statistics Administration, U.S. Department of Commerce; Disability and Health Branch, Division of Birth Defects, Child Development, and Disability and Health, National Center for Environmental Health; Health Care and Aging Studies Branch, Division of Adult and Community Health, National Center for Chronic Disease Prevention and Health Promotion, Centers for Disease Control, 1999.
  3. “National Comorbidity Survey Replication”, Clinician’s Research Digest, tomo XXIII, Nº 11, noviembre de 2005.