El poder de las historias de familia

A través de continentes y generaciones, el relato de la fe que Elizabeth Tait tenía en Cristo fortaleció a su tataranieta cuando ésta más lo necesitaba.


Por Adam C. Olson

Rosie Pacini siempre ha sentido una conexión especial con su tatarabuela, Elizabeth Xavier Tait, a causa de los relatos de lleno de fe, con los que Rosie había crecido. Las historias de la confianza que Elizabeth tenía en el Señor durante tribulaciones desgarradoras capturaron la imaginación de Rosie desde su niñez.

Lo que Rosie no podría haberse imaginado era lo semejante que serían sus tribulaciones a las de su tatarabuela y cuánto tendría que depender de la fuerza espiritual que le brindaban esas historias.

Dejar el hogar y perder a la familia

Bombay, India, década de 1950

Elizabeth Xavier era una mujer con preparación académica que disfrutaba de una vida de comodidades por ser de una familia adinerada y noble de la India. Sin embargo, su vida dio un giro brusco en 1850 cuando se casó con William Tail, experto en perforaciones del regimiento de la marina británica, quien había sido bautizado por Parley P. Pratt en Escocia.

Después de que Elizabeth se unió a la Iglesia, su familia la desheredó. El primer hijo de William y de Elizabeth murió de cólera. Luego, con ocho meses de embarazo y con el anhelo de unirse a los Santos y de llegar a ser una familia eterna, Elizabeth envió a William y a su segundo hijo a fin de que prepararan una casa para su familia en Sión.

Después de que el bebé nació, la familia de Elizabeth le rogó que dejara a su esposo y su religión, y que se quedara con ellos. No obstante, firme en su determinación de seguir al Salvador, ella dejó a su familia y su país para siempre y emprendió el viaje hacia Liverpool, Inglaterra.

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Colorado, Estados Unidos, 2003

Rosie creció cerca de Cedar City, Utah, siendo la octava hija de una familia numerosa y unida. Después de casarse con Joseph Pacini en el templo y de terminar sus estudios en BYU, Rosie emprendió su propio viaje que pondría a prueba su testimonio cuando Joseph obtuvo un empleo que lo llevaría lejos de casa. Más tarde, del mismo modo que Elizabeth perdió a su hijo, la madre de Rosie murió de forma inesperada.

“Para mí fue difícil dejar a mi familia”, afirma ella. “Perder a mi madre fue desgarrador. Sin embargo, cuando pienso en Elizabeth y en sus experiencias, pongo las cosas en perspectiva.

“Me imagino que hubo días en los que Elizabeth echaba de menos su casa, pero ella creía en Jesucristo y permitió que Su expiación, surtiera efecto en la vida de ella. Eso bastó para sacarla adelante. Me ha ayudado a depositar mi confianza en el Padre Celestial para recibir fortaleza, sin importar si tengo o no cerca a mi familia terrenal”.

 

El aguijón de la muerte

Liverpool, Inglaterra, 1856

En el largo viaje por mar desde la India hasta Inglaterra, la niña de brazos de Elizabeth enfermó de gravedad. La bebé falleció y fue enterrada en Liverpool. Elizabeth diría más tarde que perder a su bebé fue algo tan doloroso que no sabía si podría continuar. Desconsolada y sola, pero con el ánimo que le infundía el élder Franklin D. Richards, del Quórum de los Doce Apóstoles y quien prestaba servicio como presidente de la misión en Europa, Elizabeth zarpó rumbo a Boston.

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Nueva York, Estados Unidos, 2006

Poco después de que la familia se tuvo que mudar a Nueva York por motivo del trabajo de Joseph, Rosie tuvo síntomas de parto prematuro a las 30 semanas de embarazo. Los médicos consideraron la idea de operarla para que diera a luz, ya que el ritmo cardíaco del bebé disminuía. Dado que el ritmo cardíaco se normalizó, la familia se fue a casa sintiéndose aliviada. Días más tarde, en una consulta de seguimiento, el corazón del bebé no se escuchaba.

“Fue difícil dar a luz al bebé muerto. Sin aliento, ni certificado de nacimiento”, fue la forma en que Rosie resumió la definición legal del nacimiento. “Es como si él no hubiera sido real para los demás, excepto para mí. Quería que todos lo consideraran como si estuviera vivo. Yo lo tuve en mis entrañas. Sentía cuando se movía”.

La familia voló a Utah para enterrar al bebé junto a la madre de Rosie. Algunas semanas después, Rosie no quería irse.

“Entiendo a Elizabeth cuando se preguntaba si podría continuar”, afirma Rosie. “No obstante, siguió adelante. Todos pasamos por momentos como esos de vez en cuando, lo cual no está mal. Sin embargo, no podemos detenernos. Sabemos cuál es nuestra meta máxima. Tenemos a un amoroso Padre Celestial. Tenemos acceso a la expiación de Jesucristo. Así que tenemos que seguir adelante”.

 

Los inviernos de la vida

Iowa, Estados Unidos, 1856

Después de cruzar el Atlántico, Elizabeth se encontró en una cultura totalmente nueva. Viajó en tren hasta Iowa, Estados Unidos, que en ese entonces era el fin de la ruta ferroviaria hacia el oeste. A su arribo en julio de 1856, es probable que Elizabeth haya decidido esperar a Allen Findlay, un amigo y misionero de la India, quien llegaría poco después con su esposa y familia, como parte de la compañía de carros de mano de Willie.

El sufrimiento por el que pasaron las compañías de carros de mano de Martin y Willie es bastante conocido. Las compañías salieron tarde y fueron azotadas por un temprano invierno en las Montañas Rocosas. Más de 200 personas murieron a causa del congelamiento y la escasez de alimentos.

Entre la brigada de rescate enviada por el Presidente Brigham Young se encontraba William, el esposo de Elizabeth. La pareja se reunió sobre una gruesa capa de nieve y en medio del helado viento.

Después de recuperarse en Salt Lake City, el matrimonio terminó su viaje en Cedar City, a pocos kilómetros de donde Rosie nacería.

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Hong Kong, China, 2011

Al igual que había sucedido con Elizabeth varias generaciones atrás, Rosie pronto se encontró cruzando el Atlántico para vivir en una cultura desconocida, cuando Joseph fue enviado a trabajar a Hong Kong.

Estando en Asia y no muy lejos de la tierra natal de Elizabeth, Rosie pensaba a menudo en su tatarabuela y en su lucha por acostumbrarse a su nuevo entorno.

“A pesar de lo difícil que sea mi vida, parece fácil comparada con la de ella”, asegura Rosie. “Aún así, el primer año y medio que viví aquí fue difícil. Joseph viajaba mucho. Nuestro hijo mayor estaba empezando a ir a la escuela. Además, nuestro tercer hijo acababa de nacer”.

Rosie otra vez halló fortaleza en las historias de su familia, a sabiendas de que si Elizabeth pudo soportar todo con tal de llegar a Sión, ciertamente que ella también podría soportar sus propias tribulaciones y ayudar a edificar Sión. Su hija recién nacida lleva el nombre Elizabeth.

 

Otros han pasado por lo mismo

A medida que nos esforzamos por seguir a Jesucristo, todos enfrentamos períodos de tribulación, todos tenemos océanos y llanuras que atravesar, e inviernos que soportar.

Sin embargo, otros han pasado por lo mismo antes. Podemos hallar fortaleza en sus ejemplos de confianza en el Salvador, quien sufrió de manera inimaginable a fin de poder socorrernos a nosotros en nuestros padecimientos.

“El hecho de conocer sus historias nos ayuda a saber que hicieron cosas difíciles”, dice Rosie. “Sabemos por qué lo hicieron. La fuerza que los impulsaba era su testimonio del Evangelio y del Salvador. Con la misma fuerza impulsora, nosotros también podemos hacer cosas difíciles”.