El Señor ha dicho que en los últimos días habrá “guerras y rumores de guerras, y toda la tierra estará en conmoción, y desmayará el corazón de los hombres” (D. y C. 45:26). Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, somos un pueblo de paz. Seguimos al Salvador, que es el Príncipe de Paz y y esperamos Su reinado milenario, época en que las guerras terminarán y la paz será restaurada en la tierra (véase Isaías 2:4). No obstante, reconocemos que en este mundo, a veces los líderes del gobierno envían tropas militares a la guerra para defender sus naciones y sus ideales.

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Los Santos de los Últimos Días que prestan servicio en las fuerzas armadas no tienen por qué debatirse entre ser leales a su país o a su Dios. En la Iglesia “creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley” (Artículos de Fe 1:12). El servicio militar demuestra dedicación a ese principio.

Si se ordena a los Santos de los Últimos Días ir a la batalla, ellos pueden recordar el ejemplo del capitán Moroni, el gran líder militar del Libro de Mormón. Aunque era un guerrero poderoso, “no se deleitaba en derramar sangre” (Alma 48:11). Era “firme en la fe de Cristo” y su única razón de pelear era “defender a su pueblo, sus derechos, su país y su religión” (Alma 48:13). Si los Santos de los Últimos Días tienen que ir a la guerra, deberán ir con un espíritu de verdad y rectitud, con el deseo de hacer el bien; deberán ir con amor en el corazón por todos los hijos de Dios, incluso por los que estén en el bando contrario. Entonces, si se les requiere derramar la sangre de otra persona, no se contará ese acto como un pecado.

Véase también Gobierno y leyes civiles; Paz

—Véase Leales a la fe, 2004, págs. 98–99

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