1990–1999
Escuchando La Voz Del Señor
Octubre 1996


Escuchando La Voz Del Señor

“Cuando las personas escuchan y aceptan con humildad y con una fe sencilla las palabras de los Profetas, reciben las bendiciones del Señor.”

He estado considerando la importancia que ha tenido en mi vida y en la vida de otras personas, la disposición a escuchar la voz del Señor, especialmente cuando esta llega por medio de Sus siervos y bajo la influencia del Espíritu Santo.

El que yo pueda estar aquí esta tarde tengo que agradecerlo a mis padres, quienes muchos años atrás, al recibir a los misioneros, escucharon por primera vez la voz del Señor y prestaron atención a ella. Esto cambió el rumbo que llevaban sus vidas, y fue una gran influencia en la vida de sus hijos y nietos.

Al ir creciendo junto a la Iglesia en Uruguay y ser testigo de esta maravillosa obra en otros países de Sudamérica, he observado con mucha atención el efecto que ha tenido sobre la vida de las personas cuando han escuchado con diligencia y humildad la voz del Señor. La misma experiencia tuve al regresar a España y ver el cambio que se producía en las vida de la gente cuando obran con diligencia a los siervos del Señor y desarrollaban la fe suficiente para obedecer los mandamientos. Como escribió Pablo a los Romanos: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” ( Romanos 10:17).

La misma promesa que recibió el pueblo de Israel se mantiene en estos días:

“Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltara sobre todas las naciones de la tierra.

“Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzaran, si oyeres la voz de Jehová tu Dios” (Deuteronomio 28:12).

La exhortación a escuchar con atención la palabra del Señor se ha repetido en todas las dispensaciones. El Salvador en su ministerio terrenal repitió frecuentemente estas palabras: “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:15; 13:9,43: Marcos 4:23; Lucas 8:8; 14:35). También enseñó que “… EL que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna …” Juan 5:24).

El prefacio que el Señor le dio al libro de Doctrina y Convenios y que conocemos como la sección 1 comienza diciendo: “Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, y cuyos ojos están sobre todos los hombres; si, de cierto digo: Escuchad, pueblos lejanos; y vosotros los que estáis sobre las islas del mar, oíd juntamente” (D. y C. 1:1).

El Rey Benjamín comenzó su poderoso discurso con estas palabras: “… vosotros que podéis oír las palabras que os declararé hoy; porque no os he mandado subir hasta aquí para tratar livianamente las palabras que os hable, sino para que me escuchéis, y abráis vuestros oídos para que podáis oír, y vuestros corazones para que podáis entender, y vuestras mentes para que los misterios de Dios sean desplegados a vuestra vista” (Mosíah 2:9).

Esta exhortación de abrir nuestros oídos para poder oír no siempre es atendida en la misma forma. Mientras algunas personas manifiestan una disposición a escuchar con atención y ser obedientes a las palabras del Señor, otras parecen cerrar sus oídos no queriendo escuchar ni obedecer Existen también otros que son lentos en oír, pero finalmente lo hacen y llegan a ser obedientes. Para todas estas personas, el resultado de su actitud hacia la voz del Señor traerá a sus vidas consecuencias que, en muchas ocasiones, pueden ser de carácter eterno.

Un ejemplo de aquellos que cierran sus oídos lo encontramos en el capitulo 15 de 1 Samuel cuando Saúl, que había sido ungido como rey de Israel, desechó los consejos y advertencias del Profeta del Señor y trató de justificar sus acciones incorrectas. Samuel el Profeta amonestó a Saúl y le enseñó que “… Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” y luego le indicó las consecuencias de su actitud: “… Por cuanto tu desechaste la palabra de Jehová el también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:22-23). De la historia de Saúl aprendemos que el orgullo es un gran obstáculo para escuchar la voz del Señor.

En el capitulo 5 de 2 Reyes podemos leer la historia de Naamán, un general del ejército sirio que acudió al profeta Eliseo para ser sanado de su lepra. El Profeta envió a uno de sus siervos para decirle. “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurara y serás limpio” (2 Reyes 5 10), pero esto no agradó a Naamán, quien se fue enojado. Gracias a la persuasión de sus criados que le animaron a seguir las instrucciones del Profeta, finalmente “descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios: y su carne se volvió cual la carne de un niño, y quedo limpio.” (2 Reyes 5:14). Muchas veces las palabras de los Profetas no están de acuerdo con las expectativas que tenemos o con nuestra forma de ver las cosas. En algunas ocasiones parece que necesitamos que alguien, además de los Profetas, nos persuada a escuchar la voz del Señor.

En el capitulo 17 de 1 Reyes leemos sobre una humilde viuda que vivía en Sarepta durante un tiempo de gran escases de alimentos a causa de la sequía. Esta sencilla mujer no tenía nada mas que un puñado de harina y un poco de aceite para ella y su hijo, con los que esperaba preparar su última comida y dejarse morir. El profeta Elías le pidió que le diera de comer primero a el con la promesa de que si lo hacia, la harina y el aceite no disminuiría hasta que volviera a llover.

“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió el, y ella, y su casa, muchos días.

“Y la harina de la tinaja no escaseó ni el aceite de la vasija menguó, conforme con la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 Reyes 17: 15-16) .

Podemos ver cómo, cuando las personas escuchan y aceptan con humildad y con una fe sencilla las palabras de los Profetas, reciben las bendiciones del Señor.

En conclusión, la voz del Señor se puede recibir al oír a los siervos del Señor, al estudiar las Escrituras y al seguir los susurros que recibimos a través de la inspiración del Espíritu Santo. Y a aquellos que no sólo oyen sino que siguen la voz del Señor, el Señor los llama “mis escogidos, por estos escuchan mi voz y no endurecen sus corazones” (D. y C. 29:7).

Creo que la habilidad y la disposición de escuchar puede mejorarse, nuestros oídos pueden destaparse para oír con claridad la voz del Señor. En la sección 136 versículo 32 se encuentra una guía para lograr esto: “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que el vea, y sean destapados SUS oídos para que oiga”. Mediante la humildad y la oración podremos desarrollar y mejorar la capacidad de estar atentos a las palabras de vida, que bendecirán nuestra vida y la de nuestras familias.

Esta conferencia es una gran oportunidad para escuchar con atención la voz del Señor, seguir los consejos y prestar atención a las enseñanzas que estamos recibiendo. Yo se que Dios el Padre Eterno vive, que Jesucristo también vive y es nuestro Salvador y Redentor. Yo sé que el Presidente Gordon B. Hinckley es un Profeta del Señor y que esta es la Iglesia verdadera. Tengo un testimonio de la veracidad del Libro de Mormón y del papel divinamente ordenado del profeta José Smith. Comparto este testimonio con ustedes en el nombre de Jesucristo. Amen.