2002
Mujeres de rectitud
diciembre de 2002


Mujeres de rectitud

Más que nunca precisamos mujeres de fe, de virtud, de visión y de caridad que oigan y respondan a la voz del Señor.

El tema de mis palabras significa mucho para mí. Llevo cincuenta años casado con la hermana Ballard. El día más grandioso de mi vida fue cuando conocí a Barbara Bowen, y mi mayor logro fue convencerla de que se casara conmigo. También fue un día importantísimo aquel en que nos casamos en el Templo de Salt Lake. Somos los padres de dos hijos y cinco hijas, y quizás el hecho de ser padre de cinco hijas y de veintidós nietas me convierta en un experto en el tema de las mujeres.

Al considerar los días que nos aguardan, creo que este mensaje es de vital importancia tanto para los hombres como para las mujeres, así que invito a los hombres a meditar en las siguientes palabras y que oren al respecto: Sus vidas están significativamente influenciadas por las mujeres que son sus esposas, hijas y compañeras con las que tienen el placer de trabajar y servir en la Iglesia.

Permítanme entrar en materia citando una carta enviada a las Oficinas Generales de la Iglesia, en la que una mujer escribió:

“Tengo un marido y unos hijos maravillosos a los que amo profundamente. Amo al Señor y a Su Iglesia más de lo que soy capaz de expresar. ¡Sé que la Iglesia es verdadera y me doy cuenta de que no debiera sentirme desanimada por ser quien soy! Pero aún así, la mayor parte de mi vida he pasado por una crisis de identidad. Jamás me he atrevido a expresar estos sentimientos en voz alta, sino que los he escondido tras la enorme y confiada sonrisa que tengo cada semana en las reuniones de la Iglesia. Durante años he vacilado en si tenía valor alguno más allá de mi papel de esposa y madre. Me temo que los hombres existen para que tengan gozo, pero que las mujeres existen para pasar desapercibidas. Anhelo sentir que, aun siendo mujer, le importo al Señor”.

Me gustaría responder a la tesis que forma la base de la preocupación de esta mujer fiel: ¿Respeta el Señor a las mujeres? ¿Le importan al Señor las mujeres? La respuesta es sí, un sonoro sí.

El Valor de las Mujeres

El élder James E. Talmage (1862–1933), que fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, declaró que “no hay mayor defensor en todo el mundo, de la mujer y el sexo femenino que Jesús el Cristo” (Jesús el Cristo, págs. 499–500). Yo así lo creo. La primera vez que el Señor reconoció ser el Cristo, fue a una mujer samaritana en el pozo de Jacob, donde le enseñó sobre el agua viva y declaró con sencillez: “…Yo soy” (Juan 4:26). Y fue a Marta a quien dijo: “…Yo soy la resurrección y la vida… Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25–26).

Luego, durante Su más grande agonía, mientras colgaba de la cruz, el Salvador sintió compasión por una persona, Su madre, cuando en aquel terrible pero glorioso momento pidió a Juan el Amado que cuidara de ella como si fuera su propia madre (véase Juan 19:26–27).

De esto pueden estar seguros: El Señor ama especialmente a las mujeres rectas, mujeres que no sólo son fieles, sino que están llenas de fe, mujeres que son optimistas y vivaces porque saben quiénes son y a dónde van, mujeres que se esfuerzan por vivir y servir como mujeres de Dios.

Hay quienes sugieren que los varones son favorecidos del Señor porque se les ordena al sacerdocio, pero cualquiera que crea eso no entiende el gran plan de felicidad. Dios mismo especificó la naturaleza, tanto preterrenal como terrenal, del hombre y de la mujer, y simplemente no forma parte de Su carácter disminuir el papel y las responsabilidades de ninguno de Sus hijos.

Tal y como explicó el presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972), “el Señor ofrece a Sus hijas todo don espiritual y toda bendición que puedan obtener Sus hijos varones” (en Conference Report, abril de 1970, pág. 59). Todos nosotros, tanto hombres como mujeres, recibimos el don del Espíritu Santo y tenemos derecho a la revelación personal. Todos podemos tomar sobre nosotros el nombre del Señor, llegar a ser hijos e hijas de Cristo, participar de las ordenanzas del templo después de lo cual salimos dotados de poder, recibir la plenitud del Evangelio y lograr la exaltación en el reino celestial. Esas bendiciones espirituales están al alcance tanto de los hombres como de las mujeres según su fidelidad y el esfuerzo que hagan por recibirlas.

El propósito doctrinal básico para la creación de la tierra es facilitar a los hijos espirituales de Dios la continuidad del proceso de la exaltación y la vida eterna. Dios dijo a Moisés:

“Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé.

“Y yo, Dios, los bendije y díjeles: Fructificad y multiplicaos, henchid la tierra (Moisés 2:27–28).

La proclamación de la Iglesia sobre la familia confirma que Dios no ha revocado ni cambiado Su mandato. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles “solemnemente [proclaman] que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (“La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24).

A veces, esa doctrina hace que las mujeres se pregunten: “¿Depende el valor de una mujer exclusivamente de su papel como esposa y madre?”. La respuesta es sencilla y obvia: No. Aunque no hay nada que pueda hacer mujer alguna que tenga un impacto más duradero y eterno que el enseñar a sus hijos a caminar en rectitud, el valor de ella no se basa únicamente en el hecho de que sea madre ni en su estado marital. Algunas mujeres no tienen el privilegio de casarse y tener hijos en esta vida; sin embargo, si son dignas, recibirán esas bendiciones más adelante. A los hombres y a las mujeres que tienen el privilegio de tener hijos se les hará responsables de esa valiosa y eterna mayordomía. Aunque no existe una contribución más importante que se pueda realizar a la sociedad, a la Iglesia o al destino eterno de los hijos de nuestro Padre que la que ustedes realizan como madres y padres, la maternidad y la paternidad no son las únicas medidas de rectitud ni de la aceptación de una persona ante el Señor. Todo hombre y mujer rectos tienen un papel importante que realizar en el avance del reino de Dios.

Preocupación Por las Tergiversaciones de Satanás

Siento un aprecio profundo y constante por las mujeres y la gran influencia que ejercen sobre todo asunto importante, en especial sobre la familia y la Iglesia. He hablado sin titubeos sobre la participación que debe tener la mujer en el sistema de consejos de la Iglesia (véase “Fortalezcamos los consejos”, Liahona, enero de 1994, págs. 89–92), pues no podemos cumplir nuestra misión como Iglesia sin las observaciones inspiradas y el apoyo de la mujer.

Por ese motivo, me preocupa lo que veo suceder en algunas de nuestras jovencitas. Satanás quiere que ustedes se vistan, hablen y se comporten de forma antinatural y destructiva en las relaciones que tengan con los jóvenes. El adversario está logrando mucho éxito a la hora de distorsionar las actitudes respecto al género, a los papeles respectivos del hombre y de la mujer, a la familia y al valor individual. Él es el autor de la ampliamente extendida confusión sobre el valor, la función, la contribución y la naturaleza única de la mujer. En la cultura popular de hoy día, que se pregona en todo tipo de medio de comunicación, desde las películas al Internet, se aplaude a la mujer que es sexualmente atractiva, osada y socialmente agresiva, distorsiones que están llegando a formar parte de la forma de pensar de algunas de las mujeres de la Iglesia.

Mi deseo más profundo es poder aclarar lo que sentimos respecto a las hermanas de esta Iglesia los que presidimos los consejos de la misma, lo que siente nuestro Padre Celestial en cuanto a Sus hijas y lo que espera Él de ellas. Mis queridas hermanas, creemos en ustedes, confiamos en su bondad y su fortaleza, en su inclinación a la virtud y al coraje, en su amabilidad y valor, en su fuerza y resistencia, y contamos con todo ello. Creemos en su misión como mujeres de Dios y somos conscientes de que ustedes son el pegamento emocional (y a veces espiritual) que mantiene unidas a las familias y muchas veces a los barrios. Creemos que la Iglesia simplemente no podrá alcanzar su potencial sin la fe, la fidelidad, la tendencia innata a anteponer el bienestar de los demás al suyo, y la fortaleza y la tenacidad espiritual de ustedes. Creemos que el plan de Dios es que ustedes sean reinas y reciban las bendiciones más elevadas que toda mujer puede recibir en esta vida y en la eternidad. Por otro lado, el plan de Satanás consiste en que ustedes se ocupen tanto con las cosas superficiales del mundo que pierdan por completo la visión de lo que han venido a ser y hacer aquí. Recuerden que Satanás desea que “todos los hombres sean miserables como él” (2 Nefi 2:27). Jamás pierdan su preciada identidad al hacer algo que pueda poner en peligro el prometido futuro eterno que su Padre Celestial les ha preparado.

Jóvenes varones, en caso de que se pongan demasiado cómodos mientras concentro la atención en las mujeres, sepan que ustedes también tienen un papel importante en todo esto. En ocasiones ustedes son la razón por la que nuestras jovencitas se distraen de su misión eterna en esta vida. Hagan saber a las mujeres de su vida que ustedes desean que ellas sean mujeres de Dios y no del mundo. El Señor espera que ustedes protejan y salvaguarden a Sus hijas. Grandes serán sus remordimientos si despojan a jovencita alguna de su virtud y pureza.

La Mujer Es Vital En La Obra del Señor

Mi súplica y oración más ferviente es que los jóvenes y las jovencitas entiendan que nuestras hermanas siempre han sido una parte vital e integral de la obra del Señor. Mujeres fieles han trabajado valientemente en la causa de la verdad y la rectitud desde antes de la fundación de este mundo. En su visión de la redención de los muertos, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) vio no sólo al padre Adán y a otros profetas, sino también a “nuestra gloriosa madre Eva, con muchas de sus fieles hijas que habían vivido en el curso de las edades y adorado al Dios verdadero y viviente” (D. y C. 138:39).

Piensen en el incomparable papel de Eva, cuyos actos pusieron en marcha el gran plan de nuestro Padre. Piensen en María, “un vaso precioso y escogido” (Alma 7:10), que dio a luz al niño Cristo. Por supuesto que nadie cuestionaría las contribuciones de estas mujeres majestuosas.

También en nuestra dispensación hay heroínas. Innumerables mujeres de todos los continentes y ámbitos han realizado importantes contribuciones a la causa de Cristo. Piensen en Lucy Mack Smith, madre de los martirizados profetas José y Hyrum Smith y abuela del presidente Joseph F. Smith. Su capacidad y su rectitud en las condiciones emocionales y espirituales más exigentes ciertamente influyeron en sus hijos profetas y los mantuvo firmemente en el sendero que les llevó a cumplir con su destino preordenado.

Llegado a este punto, puede que estén pensando: “Pero, ¿y qué de mí y de mi contribución? Yo no soy Eva ni María ni Lucy Mack Smith. No soy nadie excepcional. ¿Hay algo de mi aporte que sea importante para el Señor? ¿Me necesita Él en verdad?” Recuerden que también se valora a los justos que no son del todo visibles y que ellos también, en boca de un profeta del Libro de Mormón, “[prestan]… servicio al pueblo” (Alma 48:19).

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) respondió a esa pregunta de la siguiente manera: “Tanto los hombres como las mujeres rectos son una bendición para todos aquellos en cuyas vidas surten influencia.

“…En el mundo anterior a nuestra venida a la tierra, se dieron ciertas asignaciones a las mujeres fieles, mientras que los hombres fieles fueron preordenados a ciertas labores del sacerdocio, y aunque ahora no recordamos los detalles… somos responsables de aquellas cosas que tiempo atrás se esperaron de nosotros” (My Beloved Sisters, 1979, pág. 37).

Toda hermana de esta Iglesia que haya hecho convenios con el Señor tiene el mandato divino de ayudar a salvar almas, de guiar a las mujeres del mundo, de fortalecer los hogares de Sión y de edificar el reino de Dios. La hermana Eliza R. Snow (1804–1887), la segunda presidenta general de la Sociedad de Socorro, dijo que “toda hermana de esta Iglesia debe ser una predicadora de la rectitud… pues tenemos mayores y más elevados privilegios que cualquier otra mujer sobre la faz de la tierra” (“Great Indignation Meeting”, Deseret Evening News, 15 de enero de 1870, pág. 2).

Toda hermana que defiende la verdad y la rectitud disminuye la influencia del mal; toda hermana que fortalece y protege a su familia está haciendo la obra de Dios; toda hermana que vive como una mujer de Dios se convierte en un ejemplo para los demás y planta las semillas de una influencia justa que se cosechará en las décadas venideras. Toda hermana que haga convenios sagrados y los observe llegará a ser un instrumento en las manos de Dios.

El Ejemplo del Salvador

Siempre me ha interesado una conversación ocurrida entre Dios el Padre y Su Hijo mayor Unigénito, que es el máximo ejemplo del cumplimiento de las promesas preterrenales. Cuando Dios preguntó quién iría a la tierra a preparar el camino para que toda la humanidad se salvara, se fortaleciera y fuera bendecida, Jesucristo fue el que dijo de forma sencilla: “Heme aquí; envíame” (Abraham 3:27).

Así como el Salvador se ofreció para cumplir con Sus responsabilidades divinas, nosotros tenemos el reto y la responsabilidad de hacer lo mismo. Si se están preguntando si son importantes para el Señor, imagínense el impacto que tienen cuando conciertan compromisos como los siguientes:

“Padre, si necesitas una mujer para criar a Tus hijos en rectitud, heme aquí; envíame”.

“Si precisas una mujer que rechace la vulgaridad, se vista con modestia, hable con dignidad y muestre al mundo lo dichoso que es guardar los mandamientos, heme aquí; envíame”.

“Si necesitas una mujer que pueda resistir las seductoras tentaciones del mundo al mantener los ojos fijos en la eternidad, heme aquí; envíame”.

“Si te hace falta una mujer de firmeza fiel, heme aquí; envíame”.

Entre hoy y el día cuando el Señor regrese, Él necesita mujeres en toda familia, en todo barrio, en toda comunidad y en toda nación que se ofrezcan con rectitud y digan a través de sus palabras y hechos: “Heme aquí; envíame”.

Mi pregunta es: “¿Serán ustedes una de esas mujeres? Y ustedes, poseedores del sacerdocio, ¿responderán al mismo llamado?”.

Sé que la mayoría de ustedes quiere hacerlo pero, ¿cómo lo harán? ¿Cómo responderán constantemente al Señor: “Heme aquí; envíame”, en un mundo lleno de mensajes engañosos sobre la mujer y la familia, y dada la importancia que ambas tienen para el Señor?

Para aquellos que realmente quieren vivir de acuerdo con lo que son, para aquellos que desean ver más allá de los engaños de Satanás y que, cueste lo que cueste, desean arrepentirse cuando sea necesario, tengo dos sugerencias: Primero, escuchen y sigan a los que sostenemos como profetas, videntes y reveladores. Segundo, aprendan a escuchar la voz del Espíritu, o la voz del Señor según la comunica el poder del Espíritu Santo.

Sigamos Al Profeta y a los Apóstoles

No puedo hacer suficiente hincapié en la importancia de escuchar y seguir al profeta y a los apóstoles. En el mundo de hoy, donde los comentaristas de radio y televisión pasan las veinticuatro horas exponiendo opiniones contradictorias, donde los mercaderes compiten por todo, desde el dinero de ustedes hasta su voto, en medio de todo esto hay una voz clara, inmaculada y ecuánime en la que siempre podrán confiar, y ésa es la voz del profeta y de los apóstoles vivientes, cuya única intención es “el eterno bienestar de vuestras almas” (2 Nefi 2:30).

¡Piensen en ello! Piensen en el valor de tener una fuente de información en la que puedan confiar siempre, que siempre esté pendiente de sus intereses eternos, que siempre les facilite la verdad inspirada. Se trata de una dádiva y de una guía fenomenales.

En noviembre de 2000, el presidente Gordon B. Hinckley habló en una charla fogonera a los jóvenes de la Iglesia de todo el mundo (véase “El consejo y la oración de un profeta en beneficio de la juventud”, Liahona, abril de 2001, págs. 30–41). Jóvenes adultos, ¿han estudiado su mensaje y determinado las cosas que deben evitar o hacer de forma diferente? Conozco a una joven de diecisiete años que justo antes del discurso del profeta se había perforado las orejas por segunda vez.

Llegó a casa después de la charla fogonera, se quitó el segundo juego de aretes y dijo a sus padres: “Si el presidente Hinckley dice que debemos llevar un solo par de aretes, eso me basta”.

Es posible que el llevar dos pares de aretes tenga o no tenga consecuencias eternas para esa jovencita, pero su disposición de obedecer al profeta sí las tiene, y si le obedece ahora en algo relativamente sencillo, cuánto más fácil le resultará seguirle cuando estén en juego cosas más importantes.

Les hago una promesa, una promesa sencilla pero verdadera: Si prestan atención al profeta viviente y a los apóstoles, y dan oído a nuestro consejo, no se irán por mal camino.

Aprendan a Escuchar la Voz del Espíritu

Si quieren evitar las trampas de Satanás, si se sienten confusos o desconcertados ante alguna decisión que deban tomar y necesitan dirección, aprendan a escuchar la voz del Señor tal y como se comunica por medio del Espíritu Santo, y luego, claro está, hagan lo que esa voz les indique.

Nefi enseñó claramente que el Espíritu Santo “es el don de Dios para todos aquellos que lo buscan diligentemente” y que “el que con diligencia busca, hallará” (1 Nefi 10:17, 19). La sorprendente realidad, mis queridos hermanos y hermanas, es que ustedes controlan lo cerca que están del Señor; ustedes determinan la claridad y la disponibilidad de las impresiones del Espíritu Santo; determinan todo eso a través de sus hechos, su actitud, sus decisiones, las cosas que vean, vistan, escuchen y lean, y la sinceridad y regularidad con la que inviten al Espíritu a acompañarles en la vida.

¡Reflexionen por un instante en el impacto y en la magnitud de esa gran bendición! Se les ha concedido un don que, cuando se utiliza y se respeta, dará respuesta a todas las preguntas y a los problemas confusos y difíciles que enfrenten en la vida.

Sólo puedo imaginar algunas de las dudas a las que las jóvenes se enfrentan en este momento. ¿Deben casarse con el joven con el que están saliendo? ¿Debieran finalizar sus estudios? ¿Deben servir en una misión? ¿Qué profesión deben escoger? ¿Por qué dedicar tanto esfuerzo a una profesión cuando todo lo que han deseado de verdad es ser madres?

A medida que avanza la vida, ¿cómo reaccionarán ante los retos que vendrán de forma inevitable? ¿Sabrán a dónde acudir en busca de paz y consuelo si se les llama a enterrar a un hijo, como ha sucedido con dos de nuestros hijos, o si un hijo amenaza con desviarse del sendero del Evangelio? ¿Cómo sabrán qué hacer cuando hagan frente a reveses económicos? ¿A dónde acudirán en busca de sabiduría e inspiración cuando se les llame a un cargo de liderazgo en el barrio o la estaca? Ustedes, los varones, se enfrentan a inquietudes semejantes.

Para todos ustedes sólo hay una manera de salvar de forma segura y con confianza los obstáculos y las oportunidades que son parte del camino de la vida. En primer lugar, escuchen al profeta y a los apóstoles. Estudien los principios que enseñamos. Luego, lleven esos principios ante el Señor y pregúntenle cómo deben aplicarlos a su vida. Pídanle que influya en sus pensamientos, que tiemple sus hechos, que guíe sus pasos. “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien” (Alma 37:37). Él se comunicará con ustedes a través del poder y la presencia del Espíritu Santo.

Den Oído a las Impresiones del Espíritu

Hay diversas cosas que aumentarán enormemente nuestra capacidad de entender las impresiones del Espíritu Santo, y por tanto, de oír la voz de Dios.

Primero, el ayuno y la oración. Cuando los hijos de Mosíah se encontraron con Alma, hijo, se regocijaron por ello y reconocieron que, como “se habían dedicado a mucha oración y ayuno”, habían sido bendecidos con el espíritu de profecía y revelación, “y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios” (Alma 17:3).

Segundo, sumergirse en las Escrituras. Las palabras de Cristo “os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3). Las Escrituras son el conducto de la revelación personal. Jóvenes adultos, su generación está mucho más versada en las santas Escrituras de lo que estaba la mía a su edad. Se les ha enseñado a leer y estudiar las Escrituras. Les insto a que intensifiquen su estudio y les prometo que aumentará y mejorará su capacidad de oír la voz del Señor, según se comunica a través del Espíritu Santo.

Tercero, prepararse para pasar tiempo en la casa del Señor. Cuando llegue el momento oportuno de ir al templo, salimos de él “armados con… poder” (D. y C. 109:22) y con la promesa de que al “crecer” nuestro conocimiento del Señor, “[recibiremos] la plenitud del Espíritu Santo” (D. y C. 109:15). El templo es un lugar para la revelación personal. Si han recibido su investidura, visiten el templo con regularidad. Si todavía no la han recibido, prepárense para entrar allí, pues tras las puertas del templo hay un poder que les fortalecerá contra las vicisitudes de la vida.

Cuarto, escuchar el consejo de su padre, su madre y su cónyuge. Ellos tienen sabiduría y experiencia; compartan con ellos sus temores y sus preocupaciones. Pidan a su padre que les dé una bendición. Si por algún motivo él no es digno o capaz, acudan a su obispo o presidente de estaca. Ellos les aman y lo considerarán un privilegio bendecir su vida. Si aún no lo han hecho, debieran recibir su bendición patriarcal.

Quinto, la obediencia y el arrepentimiento. Si ustedes desean tener la compañía del Espíritu Santo, hay ciertas cosas que simplemente no pueden hacer: No es posible escuchar la letra soez de canciones, ver películas llenas de contenido sexual, juguetear con la pornografía en Internet (o en cualquier otra parte), tomar el nombre del Señor en vano, llevar ropa inmodesta, comprometer de forma alguna la ley de castidad o despreciar los valores verdaderos del ser hombre y mujer, y esperar que el Espíritu Santo permanezca con ustedes. Cualquier persona que tome parte en ese tipo de actividades no debiera extrañarse si le acompañan sentimientos de soledad, desánimo o indignidad. No tomen la decisión de vivir sin el Espíritu del Señor para guiarles, protegerles, advertirles, amonestarles y llenarles de paz. Arrepiéntanse, si deben hacerlo, para poder disfrutar de la compañía del Espíritu.

Las mujeres y los hombres que pueden oír la voz del Señor, y que responden a esas impresiones, se convierten en valiosos instrumentos en Sus manos. Jamás olvidaré una experiencia que tuve después de una conferencia de estaca. Se me pidió que participara en la bendición de una joven que padecía cáncer. Pertenecía a una familia de conversos que había hallado paz a través de las impresiones del Espíritu. Antes de darle la bendición, la hermana me dijo: “Élder Ballard, no tengo miedo a morir, pero me gustaría vivir aquí con mi familia. Estoy preparada para aceptar la voluntad de mi Padre Celestial. Tenga a bien bendecirme para encontrar paz y saber que Él estará conmigo”. ¡Con qué fe, capacidad para reflexionar y valor la había bendecido el Espíritu! Pocos meses más tarde la familia me notificó que nuestro Padre Celestial la había llamado de regreso a casa. Murió en paz y su familia vivió en paz porque estaban familiarizados con el Espíritu. Uno de los mensajes más dulces que les confiará el Espíritu es lo que el Señor siente por ustedes, y esa tranquilidad les fortalecerá como no lo puede hacer ninguna otra cosa.

Para terminar, vuelvo a ustedes, queridas hermanas, ustedes que tienen una capacidad profunda, innata y espiritual para oír la voz del Buen Pastor. No tienen por qué volverse a preguntar si tienen valor ante el Señor y ante las Autoridades Generales de los concilios presidentes de la Iglesia. Las amamos, las apreciamos, las respetamos. Jamás duden que su influencia es completamente vital para preservar a la familia y para contribuir al crecimiento y a la vitalidad espiritual de la Iglesia. Esta Iglesia no alcanzará su destino preordenado sin ustedes. Los hombres no podemos nutrir como lo hacen ustedes. La mayoría de nosotros no tiene la sensibilidad (espiritual ni de cualquier otro tipo) que ustedes tienen inherente a su naturaleza eterna. La influencia que ejercen sobre las familias, los hijos, los jóvenes y los hombres es excepcional. Ustedes son educadoras por naturaleza. Gracias a esos dones y talentos singulares, ustedes son vitales para llevar el Evangelio a todo el mundo y demostrar que hay gozo al vivir tal y como nos han aconsejado los profetas.

Ahora más que nunca necesitamos mujeres de fe, virtud, visión y caridad, como reza la declaración de la Sociedad de Socorro (véase Mary Ellen Smoot, “Alégrense, hijas de Sión” Liahona, enero de 2000, pág. 112). Necesitamos mujeres que oigan y respondan a la voz del Señor; mujeres que, cueste lo que cueste, defiendan y protejan a la familia. No queremos mujeres que quieran ser como hombres, que hablen como hombres, que se vistan como ellos, que conduzcan el auto como hacen algunos varones, o que actúen como tales. Necesitamos mujeres que se regocijen en su condición de mujer y que tengan una confirmación espritual de su identidad, su valor y su destino eterno. Pero más que nada, se precisan mujeres que defiendan la verdad y la rectitud, que condenen todo tipo de maldad y digan: “Señor, heme aquí; envíame”.

Les testifico que ustedes son de gran valor, que ésta es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El reino de Dios rodará hasta llenar toda la tierra. Ustedes son llamadas a ser ejemplos y estandartes a todo el mundo, y mostrar a los hombres y las mujeres del mundo que la mujer tiene una disposición natural a hacer el bien y buscar las cosas del Espíritu.

Simplemente les digo: Dios bendiga a las mujeres de la Iglesia.

De un discurso pronunciado en una reunión espiritual en la Universidad Brigham Young el 13 de marzo de 2001.