Entre amigos
Los templos son un regalo del Padre Celestial
De un discurso de la conferencia general de abril de 2000
“Todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino de los cielos” (D. y C. 137:10).
Hace algunos años, tuve que ir a una conferencia de estaca en California para cumplir con una asignación. En el vuelo que me llevó de regreso a Utah, una hermosa señora de aproximadamente setenta y cinco años se sentó junto a mí; su nombre era Patti y le encantaba hablar.
Patti me contó todo acerca de su familia: acerca de su esposo y su hijo, quienes habían muerto. Nuestra conversación continuó hasta que estábamos a punto de aterrizar. Entonces dije: “Patti, ha estado hablando durante la mayor parte del viaje. Antes de que aterricemos en Salt Lake City, me gustaría hacerle algunas preguntas”.
Le pregunté sinceramente: “Patti, ¿sabe que volverá a ver a su esposo que ha fallecido?”.
“Pero, ¿es eso posible?”, contestó.
Le dije: “¿Sabe que volverá a ver a su hijo Matt, quien falleció cuando era bebé?”.
Los ojos se le humedecieron y le temblaba la voz. El Espíritu del Señor la conmovió. ¡Los había extrañado tanto!
Volví a preguntarle con espíritu de oración: “Patti, ¿sabe que usted tiene un Padre Celestial amoroso y lleno de bondad que la ama profundamente?”.
“¿Sí?”, preguntó.
“Patti, ¿sabe que su Padre Celestial tiene un plan especial para usted y que su familia puede estar junta para siempre?”, le pregunté.
“¿De veras?”, contestó.
“¿Alguna vez oyó algo acerca del plan?”, le pregunté.
“No”, respondió.
Con mucha sinceridad, le pregunté: “¿Le gustaría saber acerca de él?”.
“Sí, me gustaría”, respondió.
El Espíritu del Señor la había conmovido profundamente.
Los misioneros le enseñaron a Patti y, tres semanas más tarde, mientras se encontraba en Utah, Patti me llamó: “Hermano Kikuchi, habla Patti. Me voy a bautizar. ¿Le gustaría asistir a mis servicios bautismales?”.
Mi esposa y yo fuimos a su bautismo. Muchos de los miembros habían sido muy bondadosos con ella y la habían hermanado. ¡Ah, nunca olvidaré su rostro que resplandecía de alegría cuando salió del agua!
Nunca olvidaré sus dulces lágrimas cuando se encontraba en el sagrado altar del Templo de Salt Lake un año más tarde. Recuerdo su brillo celestial y lleno de paz cuando se selló a su esposo y a su hijo, quienes habían fallecido, y a su hija que aún vivía y ya era miembro de la Iglesia.
Mi amiga Patti encontró al Señor Jesucristo. Gracias al sellamiento en el templo, ahora sabe que su familia es eterna en el Señor.