2017
Ayudando a regresar a Mirta
Marzo de 2017


Voces de los Santos de los Últimos Días

AYUDANDO A MIRTA A REGRESAR

Fui llamada a servir como consejera de la Sociedad de Socorro en el nuevo barrio al que asistía mi familia. Durante nuestras reuniones de presidencia, repasábamos una lista de nombres de hermanas de la Sociedad de Socorro de nuestro barrio, y pensábamos en maneras de ayudarlas a ellas y a sus respectivas familias.

Me llamó la atención una hermana del barrio llamada Mirta. Mirta era miembro de la Iglesia desde hacía muchos años pero, por alguna razón, había dejado de asistir varios años.

Me di cuenta de que su esposo era el presidente del cuórum de élderes pero que sus hijos, que eran miembros, tampoco asistían a la Iglesia. Cada domingo veía a su esposo acudir solo.

Sentí que necesitaba ayudar a esa familia a regresar junta a la Iglesia y disfrutar de las bendiciones que el Señor deseaba darles. Durante las siguientes reuniones de presidencia compartí mi esperanza de ayudar a Mirta a regresar a la Iglesia. Planeamos actividades en las que pudiéramos incluirla de una manera especial, y determinamos algunas asignaciones que podríamos darle.

Cuando la visitamos, ella aceptó cada una de las asignaciones, y más tarde las desempeñó a la perfección. Nos dimos cuenta de que ella esperaba con entusiasmo que una de nosotras la recogiera para llevarla a las actividades de la Sociedad de Socorro.

Cuando organizamos como presidencia los compañerismos de maestras visitantes, pedí a las hermanas que consideraran la posibilidad de que Mirta y yo fuéramos compañeras. Cada mes, sin falta, Mirta y yo íbamos a hacer nuestras visitas. Cada salida que hacíamos para visitar a las hermanas era una oportunidad de conversar y conocernos mejor.

Cada vez que la invitaba a asistir a la Iglesia, ella simplemente decía: “Cuando sienta que estoy preparada, iré”. Yo no lo entendía, pero respetaba su decisión. Con el tiempo, su respuesta pasó a ser: “Puede que vaya el domingo”.

Cada domingo la esperaba ansiosamente; ella nunca asisitía, pero seguía teniéndola en mis oraciones. Un cambio repentino hizo que mi familia regresara al lugar donde habíamos vivido antes, y no tuve la oportunidad de despedirme de Mirta. Cuando nos fuimos del barrio, ella todavía no había regresado a la Iglesia.

Algunos meses después, me dijeron que Mirta había vuelto a la Iglesia y era consejera en la Sociedad de Socorro.

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó: “Nunca sabrán todo el bien que logren. La vida de alguien será bendecida por el esfuerzo de ustedes” (“A las mujeres de la Iglesia”, Liahona, noviembre de 2003, pág. 115).

Muchas veces, los resultados no son lo que uno espera, y no llegan cuando se han previsto. No cesemos de trabajar; esta es la obra del Señor, y nosotros somos Sus instrumentos escogidos para cambiar las vidas de muchas personas.