Conferencia General
La luz se allega a la luz
Conferencia General de abril de 2021


La luz se allega a la luz

Al intensificar nuestra fe en Cristo, recibimos luz en una medida cada vez más intensa hasta que esta disipa todas las tinieblas.

Mis queridos hermanos y hermanas, me regocijo con ustedes este bendito domingo de Pascua de Resurrección al contemplar la luz gloriosa que nació en la tierra con la resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Durante Su ministerio terrenal, Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”1. El Espíritu de Cristo “existe en todas las cosas, [y] da vida a todas las cosas”2; conquista la oscuridad que de otro modo nos rodearía.

Hace años, en busca de aventuras, mis dos hijos y yo acompañamos a un grupo de hombres jóvenes a la Caverna de los Lamentos, llamada así por un sonido que en algún momento resonó en la entrada. La caverna es una cueva con un estrecho pasaje que lleva a una cámara vertical de 55 metros (180 pies) de profundidad, siendo la más grande de su clase en California.

Imagen
Cueva Moaning

Solo hay dos formas de bajar: por la segura escalera circular o descender a rapel hasta el suelo; mis hijos y yo decidimos hacer rapel. Mi hijo mayor descendió primero, mientras que mi hijo menor y yo, a propósito, fuimos los últimos para que pudiésemos descender juntos.

Después de que nuestros guías nos instruyeron y aseguraron con arneses y equipo de amarre a una cuerda fuerte, descendimos poco a poco de espaldas hasta que nos paramos en una pequeña saliente y nos armamos de confianza, ya que ese era el último lugar para poder regresar y el último lugar donde podíamos ver la luz del sol desde la boca de la cueva.

Nuestro siguiente paso de espaldas nos lanzó a una caverna estilo catedral, tan alta y ancha que podría tragarse a la Estatua de la Libertad. Allí estuvimos colgados, girando lentamente, mientras nuestros ojos se ajustaban a la relativa oscuridad. A medida que continuamos el descenso, el resplandor de las luces eléctricas iluminó una asombrosa pared de brillantes estalagmitas y estalactitas.

De repente, las luces se apagaron por completo. Suspendidos encima del abismo, nos devoró una oscuridad tan profunda que ni siquiera podíamos vernos las manos en las cuerdas frente a nosotros. De inmediato, una voz gritó: “Papá, papá, ¿estás ahí?”.

“Estoy aquí, hijo, estoy aquí”, respondí.

La inesperada pérdida de la luz estaba planeada para demostrar que, sin electricidad, la oscuridad de la caverna era impenetrable. Se logró el objetivo, ya que “sentimos” la oscuridad. Cuando volvió la luz, la oscuridad se rindió de inmediato, tal y como siempre se debe rendir ante incluso la luz más tenue. Mis hijos y yo tenemos el recuerdo de una oscuridad que nunca habíamos conocido, un mayor aprecio por la luz que nunca olvidaremos y la seguridad de que nunca estamos completamente solos en la oscuridad.

Nuestro descenso a esa caverna de alguna manera se asemeja a nuestro trayecto por la vida terrenal. Partimos de la gloriosa luz del cielo y descendimos a través de un velo de olvido a un mundo oscuro. Nuestro Padre Celestial no nos dejó a merced de las tinieblas, sino que nos prometió luz para nuestro trayecto a través de Su Amado Hijo Jesucristo.

Sabemos que la luz del sol es esencial para toda la vida en la tierra. Igualmente, esencial para nuestra vida espiritual es la luz que emana de nuestro Salvador. En Su perfecto amor, Dios concede la Luz de Cristo a toda persona “que viene al mundo”3 para que pueda “discernir el bien del mal”4 y sea inspirada a “hacer lo bueno continuamente”5. Esa luz, que se deja ver a través de lo que a menudo llamamos nuestra conciencia, nos invita a actuar y a ser mejores, a ser nuestro mejor yo.

Al intensificar nuestra fe en Cristo, recibimos luz en una medida cada vez más intensa hasta que esta disipa todas las tinieblas que pudiesen acumularse a nuestro alrededor. “Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto”6.

La Luz de Cristo nos prepara para recibir la influencia ministradora del Espíritu Santo, que es “el poder convincente de Dios […] de la verdad del Evangelio”7. El tercer miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo, “es un personaje de Espíritu”8. La fuente más grande de luz que el Padre Celestial imparte en la vida terrenal proviene del Espíritu Santo, cuya influencia “iluminará [su] mente y llenará [su] alma de gozo”9.

En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, mediante la autoridad restaurada del sacerdocio, a ustedes se les bautiza por inmersión para la remisión de pecados. Luego, se les imponen las manos sobre la cabeza y se les confiere este maravilloso e “inefable don”10 del Espíritu Santo.

Después, cuando sus deseos y acciones se centren en la senda de los convenios, el Espíritu Santo, como una luz en su interior, revelará y testificará de la verdad11, advertirá del peligro, consolará12 y purificará13, y proporcionará paz14 a su alma.

Debido a que “la luz se allega a la luz”15, la compañía constante del Espíritu Santo los llevará a tomar decisiones que los mantendrán en la luz; por el contrario, las decisiones que se tomen sin la influencia del Espíritu Santo tenderán a llevarlos a las sombras y a la oscuridad. El élder Robert D. Hales enseñó: “Cuando [la luz] está presente, la oscuridad es derrotada y debe retirarse […]. Cuando está presente la luz del Espíritu Santo, la oscuridad de Satanás se aleja”16.

Permítanme sugerir que quizás este sea el momento en que se pregunten: ¿Tengo esa luz en mi vida? Si no es así, ¿cuándo fue la última vez que la tuve?

Así como la luz del sol baña diariamente a la tierra para renovar y sostener la vida, ustedes pueden diariamente hacer más brillante la luz que hay en su interior cuando eligen seguirlo a Él, a Jesucristo.

Agregan más luz cada vez que buscan a Dios en oración, al estudiar las Escrituras para escucharlo17 o al actuar conforme a la guía y revelación de nuestros profetas vivientes, y al obedecer y guardar los mandamientos para “[andar] en todas las ordenanzas del Señor”18.

Cada vez que se arrepientan, permitirán que la luz del sol espiritual penetre su alma y que la paz ingrese a su vida. Al participar de la Santa Cena todas las semanas a fin de tomar sobre ustedes el nombre del Salvador, recordarlo siempre y guardar Sus mandamientos, Su luz brillará en ustedes.

Hay gozo en su alma cada vez que comparten el Evangelio y dan su testimonio. Cada vez que se sirven unos a otros como lo hizo el Salvador, sentirán Su calidez en el corazón. La luz del Padre Celestial siempre reside dentro de Su santo templo y sobre todos los que se presentan en la Casa del Señor. Su luz en ustedes se incrementa con sus actos de bondad, paciencia, perdón y caridad, y se manifiesta en su semblante feliz. Por otro lado, caminamos en las sombras cuando somos demasiado rápidos para enojarnos o demasiado lentos para perdonar. “Si mantienen su rostro hacia la luz del sol, las sombras no tienen más remedio que quedarse atrás”19.

Al vivir para merecer la compañía del Espíritu Santo, de verdad ustedes “aument[an] su capacidad espiritual para recibir revelación”20.

La vida presenta desafíos y reveses, y todos debemos enfrentar algunos días oscuros y algunas tormentas. A pesar de todo, si dejamos “que Dios prevalezca en nuestras vidas”21, la luz del Espíritu Santo revelará que hay un propósito y un significado en nuestras pruebas, que al final nos transformarán en personas mejores y más completas con una fe más firme y una esperanza más brillante en Cristo, sabiendo que Dios estaba todo el tiempo allí con nosotros en nuestros días oscuros. Tal como el presidente Russell M. Nelson ha aconsejado: “La oscuridad creciente que acompaña a la tribulación hace que la luz de Jesucristo brille con mayor fulgor”22.

Las etapas de nuestra vida pueden llevarnos a lugares inesperados e indeseables. Si el pecado los ha llevado allí, corran la cortina de oscuridad y comiencen ahora mismo a acercarse humildemente a su Padre Celestial con un corazón quebrantado y un espíritu contrito y arrepiéntanse. Él escuchará su oración ferviente. Con valor este día, “[a]llegaos a [Él], y [Él se allegará] a vosotros”23. Nunca están fuera del alcance del poder sanador de la expiación de Jesucristo.

Provengo de buenos padres y de fieles antepasados que respondieron a la luz de Jesucristo y Su evangelio, y eso bendijo sus vidas y las de generaciones posteriores con resiliencia espiritual. Mi padre solía hablar de su padre, Milo T. Dyches, y contaba cómo su fe en Dios fue una luz para él, de día y de noche. El abuelo era guardabosques y a menudo cabalgaba solo en las montañas, confiando su vida sin dudarlo a la dirección y al cuidado de Dios.

Hacia finales de un otoño, el abuelo se encontraba solo en lo alto de las montañas. El invierno ya se asomaba cuando él ensilló uno de sus caballos favoritos, el viejo Príncipe, y se dirigió a un aserradero para pesar y medir troncos antes de que los cortaran en maderos.

Al anochecer, terminó su trabajo y volvió a montarse en la silla. Para entonces, la temperatura había bajado considerablemente y una violenta tormenta de nieve invernal envolvía la montaña. Sin luz ni camino para guiarlo, condujo a Príncipe en dirección a lo que él creía los llevaría de regreso a la estación de guardabosques.

Imagen
Milo Dyches viaja durante una tormenta

Después de viajar varios kilómetros en la oscuridad, Príncipe aminoró la marcha y luego se detuvo. El abuelo lo alentó varias veces para que avanzara, pero Príncipe se negó. Con la copiosa nieve que se arremolinaba a su alrededor, el abuelo se dio cuenta de que necesitaba la ayuda de Dios. Como lo había hecho a lo largo de su vida, humildemente “[pidió] con fe, no dudando nada”24. Una voz suave y apacible respondió: “Milo, afloja las riendas de Príncipe”. El abuelo obedeció y mientras aflojaba las riendas, Príncipe se dio la vuelta y avanzó pesadamente en otra dirección. Horas más tarde, Príncipe se detuvo nuevamente y bajó la cabeza. A través de la nieve, el abuelo vio que habían llegado a salvo a la entrada de la estación de guardabosques.

Con el sol de la mañana, el abuelo siguió las tenues huellas de Príncipe en la nieve. Respiró hondo cuando descubrió dónde había aflojado las riendas de Príncipe: fue en el borde mismo del acantilado de una elevada montaña, donde un solo paso hacia adelante habría lanzado tanto al caballo como a su jinete a la muerte en las escarpadas rocas abajo.

A raíz de esa experiencia y muchas otras, el abuelo aconsejaba: “El mejor y más grande compañero que jamás tendrás es tu Padre Celestial”. Cuando mi papá contaba la historia del abuelo, recuerdo que citaba de las Escrituras:

“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”25.

Imagen
El Salvador sostiene una lámpara

Testifico que Jesucristo es la luz eterna que “resplandece en las tinieblas”26. No hay oscuridad que pueda jamás suprimir, extinguir, dominar o derrotar esa luz. Nuestro Padre Celestial les ofrece gratuitamente esa luz. ¡Nunca están solos! Él escucha y contesta cada oración. Él los ha “llamado de las tinieblas a su luz admirable”27. Cuando pregunten: “Padre, Padre, ¿estás ahí?”. Él siempre responderá: “Aquí estoy, hijo mío, estoy justo aquí”.

Doy testimonio de que Jesucristo cumplió el plan del Padre Celestial como nuestro Salvador y Redentor28; Él es nuestra luz, nuestra vida y nuestro camino. Su luz nunca se apagará29, Su gloria nunca cesará, Su amor por ustedes es eterno, ayer, hoy y siempre. En el nombre de Jesucristo. Amén.