Historia de la Iglesia
“El servir… nos hace útiles en Su reino”


“El servir… nos hace útiles en Su reino”

Cuando Carlos Amado, de once años, se bautizó, su familia era la más grande en su rama de la Ciudad de Guatemala. Por ser el hijo mayor de una familia que siguió creciendo hasta que tuvieron 15 hijos, Carlos sintió la necesidad de ser un ejemplo de lo que es un poseedor del sacerdocio. A medida que progresaba en el Sacerdocio Aarónico, aprovechó cada oportunidad que se le presentaba para preparar, bendecir, repartir la Santa Cena y compartir el Evangelio con sus amigos. A temprana edad aprendió la importancia de cumplir con las asignaciones de la Iglesia y las grandes bendiciones que se reciben por prestar servicio. Cuando tenía 14 años, sintió un fuerte deseo de servir en una misión.

Sin embargo, con una familia tan numerosa, sería difícil contar con los medios económicos para hacerlo. A los 17 años, le dijeron que si podía ahorrar la mitad de los fondos, el presidente de la misión proporcionaría el resto. Durante los siguientes cuatro años, trabajó y utilizó lo que ganaba para pagar sus diezmos, ayudar a mantener a su familia y ahorrar lo más que le fuera posible.

Durante ese tiempo, vio a muchos de sus amigos recibir sus llamamientos misionales, ir a servir y regresar. “Volvían a casa tan entusiasmados, diciéndome lo felices que se sentían al servir como misioneros”, decía, “y luego me hacían la cruel pregunta: ‘¿Cuándo te vas tú a la misión?’”.

Finalmente, a la edad de 21 años, Amado había ahorrado lo suficiente y envió sus papeles para la misión. Sin embargo, su llamamiento se demoró casi un año, después de que la solicitud se perdiera en dos ocasiones. “Cuanto más deseaba ir en una misión, más dificultades se me presentaban”, afirmó más tarde. “Ahora me doy cuenta de que la oposición es parte de la felicidad, y cuanto más te esfuerzas por hacer algo bueno, más difícil es la tarea”. Finalmente, cuando tenía 22 años, Carlos Amado fue llamado a la Misión Los Andes, en Perú.

Después de que él regresó de la misión, su hermana hizo arreglos para que la familia emigrara a los Estados Unidos. Sin embargo, él sintió que todavía le quedaba trabajo por hacer en Guatemala. Se quedó en el país, formó una familia y más tarde desempeñó un papel clave en el establecimiento del programa de Seminarios e Institutos en el país y en todo Centroamérica.

El 1 de abril de 1989, Carlos Amado fue sostenido como miembro del Cuórum de los Setenta. En discursos de conferencias generales, transmitió lecciones que había aprendido a lo largo de su vida. En un discurso de la Conferencia General de octubre de 1993, exhortó a los jóvenes servir en una misión. “Ahora, ustedes tienen el privilegio de servir dos años como misioneros con la única mira de glorificar a Dios y de edificar Su Reino”, enseñó. “Durante ese tiempo, Cristo les refinará el espíritu, les moldeará el carácter e implantará en sus corazones los principios que les permitirán vivir con rectitud y gozo en esta vida y por la eternidad”. En abril de 2008, volvió a hablar sobre el tema del valor del servicio. “El servir fortalece nuestra fe y nos hace útiles en Su reino”, enseñó; “… nos enseña a amar y a comprender a nuestros semejantes; nos ayuda a olvidarnos de nuestros deseos personales; elimina el egoísmo, el orgullo y la ingratitud”.