2003
Un verdadero tesoro
enero de 2003


Un verdadero tesoro

En octubre de 1983 me hallaba asistiendo a una fiesta en Rosario, Argentina, cuando para mi sorpresa, me fijé en una jovencita que leía un libro; pero no era cualquier libro, sino que se parecía exactamente al que yo había estado buscando. Parecía que de él emanaban rayos de luz, como si estuviera diciendo: “Aquí estoy”.

No me habían presentado a la jovencita, pero vencí mi timidez y me acerqué a ella. Eché un vistazo al libro abierto, aunque no pude ver nada excepto la palabra Alma en la parte superior de la página. Mi corazón latía de emoción. Tenía que ser el libro correcto.

“Discúlpeme”, dije. “¿Haría el favor de permitirme ver su libro?”.

Una vez más para mi sorpresa, ella empezó a hacerme preguntas.

“¿Este libro?”

“Sí, ese libro”.

“¿Sabe qué libro es éste?”

“No. Eso es lo que quiero averiguar”.

“¿Por qué?”

“Estoy interesada en él”.

“Sí, pero ¿por qué?”

“Bueno, porque… es muy importante para mí”.

“Pero, ¿no puede decirme el porqué?”

Yo empezaba a exasperarme. “Si no quiere dejármelo, al menos dígame su título”.

Nuevamente me dijo: “¡Pero dígame por qué! ¿Por qué desea saber qué libro es este?”.

Me di cuenta de que tendría que explicárselo. “Hace unos dos años llegué a este país”, dije. “No conocía a nadie, por lo que pasé mucho tiempo leyendo la Biblia a conciencia. Cuanto más leía, más me convencía de que mi iglesia estaba errada. Un día ayuné y oré, y le pregunté al Señor si mi iglesia era la correcta o si debía buscar otra.

“El Señor contestó mi oración. Tuve un sueño en el que me mostró a un profeta llamado José, del cual supe que, de una manera u otra, estaba relacionado con la iglesia correcta, la cual se basaba en un libro tan importante como la Biblia. Cuando lo encuentre, habré hallado la Iglesia verdadera de Jesucristo. Lo único que sé del libro es su apariencia externa y la única palabra que vi en su interior: Alma . Creo que es el mismo libro que usted tiene en las manos”.

Ahora era la joven la que estaba sorprendida. Me dijo que era el Libro de Mormón y, entendiendo que mis intenciones eran buenas, al fin me lo dio. Observé el título; ahora era mi turno para hacer preguntas.

“¿Los mormones tienen este libro?”

“Sí”.

“¿Quién lo escribió?”

“Varios profetas que vivieron en este continente”.

“¿No lo escribió un hombre llamado Smith?”

“No. Por mandato divino, él tradujo los escritos de unas planchas de oro”.

“¡Entonces se trata de un verdadero tesoro!”

“Sí que lo es”.

Mi felicidad era inmensa. Aun antes de leer el Libro de Mormón, estaba segura de que era verdadero y de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era la Iglesia verdadera.

La jovencita del libro me presentó a los misioneros, quienes pronto me facilitaron mi propio ejemplar del Libro de Mormón.

Desde que lo encontré, el Libro de Mormón ha sido mi compañero inseparable. Cuando lo leo, siento alivio del dolor. Hallo esperanza cuando me siento desanimada y percibo el amor de Dios cuando todo lo demás parece inútil.

Sofía Corina Rimondi de Agreda es miembro de la Rama Mollendo, Distrito Mollendo, Perú.