2007
Una Navidad para recordar
Diciembre de 2007


Una Navidad para recordar

Hacía menos de dos años que mi esposa y yo nos habíamos casado; teníamos un bebé recién nacido y, como la mayoría de las familias de estudiantes, teníamos que estirar el dinero para poder mantenernos.

Nos quedaban todavía varios años por delante hasta la graduación y estábamos tratando de pasar lo mejor posible aquella Navidad. Yo tenía varios trabajos de medio tiempo y mi esposa, Lisa, estaba empleada como secretaria. No contábamos con muchos extras, pero éramos felices.

Cuando faltaban pocos meses para Navidad, todavía estaba tratando de conocer mejor a las familias a las que me habían asignado en la orientación familiar. Una en particular se destacaba por la adversidad que acababan de enfrentar: dos de sus hijos habían muerto en un accidente del cual el padre todavía estaba recuperándose, y la madre padecía una enfermedad que la había dejado físicamente discapacitada. A pesar de aquellas aflicciones, la familia irradiaba un hermoso espíritu y era un ejemplo por la manera en que obedecía los mandamientos.

En diciembre, cuando les hice la visita de maestro orientador, noté que no tenían árbol de Navidad. Me llené de tristeza por los niños. Sabiendo cuáles eran sus dificultades físicas, espirituales y económicas, mi esposa y yo decidimos hacer algo por ellos.

Habíamos ahorrado dinero suficiente para comprarnos un árbol de Navidad, así que resolvimos salir el día de Nochebuena, comprar el árbol más grande que consiguiéramos con lo que teníamos, envolverlo para regalo y dejarlo en forma anónima en la casa de aquella familia. Por suerte, no había nadie cuando llevamos el árbol. Mientras volvíamos a casa, íbamos imaginando la alegría que sentirían al regresar y encontrarse con el árbol en la puerta. Aquel pequeño sacrificio agregó a nuestra celebración un espíritu de paz y gozo que nunca antes había sentido.

Cuando llegamos a nuestro apartamento, nosotros mismos teníamos una sorpresa esperándonos en la entrada: ¡un árbol de Navidad hermosamente adornado! Mi esposa se echó a llorar al contemplar aquel regalo anónimo de amor que se nos había dado en medio de nuestras necesidades económicas.

Tiempo después descubrimos que el regalo provenía de la misma familia a la que nosotros habíamos regalado el árbol. Hasta en sus momentos de gran pesar, ellos habían procurado bendecir a otras personas. El verdadero espíritu de Navidad nos llenó el corazón aquel año. Fue una Navidad que nunca olvidaremos.