2010
El Señor verdaderamente nos protegió
Marzo de 2010


El Señor verdaderamente nos protegió

El 7 de junio de 1994 regresaba a casa en una barca con otros cinco misioneros después de una conferencia de zona en Samar Oriental, Filipinas. Aquella noche el aire estaba húmedo y pesado, y después de dejar las valijas en nuestras literas, que se encontraban en el segundo piso, cuatro de nosotros fuimos a la proa para librarnos del calor. Los élderes Dunford y Bermudez, en cambio, se quedaron y se acostaron.

Yo conversaba con el élder Kern cuando oí una fuerte explosión a estribor. De pronto, las llamas, avivadas por el combustible del cuarto de máquinas, estaban consumiendo la parte trasera de la embarcación. Los pasillos se llenaron de humo y se produjo un corte de luz que dejó en la oscuridad a los aterrorizados pasajeros.

Los cuatro que nos encontrábamos en la cubierta nos juntamos para orar, pedir calma, pensar con claridad y para que el Espíritu nos guiara. Inmediatamente después, el élder Valentine volvió a entrar en el barco para buscar chalecos salvavidas. En el camarote, se encontró con el élder Dunford, que le dio dos chalecos salvavidas y se fue a buscar al élder Bermudez. Más tarde, el élder Valentine encontró dos chalecos más en la oscuridad. Milagrosamente, a pesar del caos, logró atravesar el pasillo sin que nadie se interpusiera en su camino y, veinte segundos más tarde, estaba de nuevo en la cubierta. A esa altura, la proa ya estaba atestada de pasajeros y las llamas se acercaban, por lo que no nos quedaba más opción que saltar. Nos pusimos los chalecos e hicimos una breve oración antes de lanzarnos al agua. El grupo que se encontraba detrás de nosotros, sobrecogido por el pánico, empujó al élder Valentine, que cayó en el agua a 3 metros de profundidad, resultando ileso.

Alrededor del barco había mucha luz por causa del fuego y se oían los gritos de las personas que nos rodeaban. Nosotros cuatro nos volvimos a agrupar no muy lejos de la barca, entre la muchedumbre que también había saltado, y nadamos para alejarnos del barco de tres pisos que estaba envuelto en llamas. Volvimos a orar, dándole gracias al Padre Celestial por la protección que habíamos recibido y pedimos ayuda para encontrar a nuestros compañeros, los élderes Dunford y Bermudez. El élder Valentine vio que tenían chalecos puestos, pero no los habíamos visto en la cubierta.

Al extinguirse el fuego, la noche se sumió en completa oscuridad y las olas se agitaban, lo cual dificultaba aún más el mantenernos a flote, incluso con los chalecos salvavidas. Una vez más, ofrecimos una oración, pero esta vez pedimos ser guiados hacia alguien a quien pudiéramos ayudar. En seguida encontramos a dos mujeres con niños y a un hombre mayor y nos turnamos para mantenerlos a todos a flote. Nos las arreglamos hasta que encontramos una pequeña balsa y pusimos a los pasajeros sobre ella, pero pensamos que otros podrían usarla, de modo que nos quedamos en el agua.

Después de treinta minutos, el viento arreció, comenzó a llover y las olas, que ya eran grandes, se hicieron aún más grandes. Todavía no estábamos seguros de lo que les había ocurrido a los otros élderes y sabíamos que la tormenta detendría cualquier intento de rescate. El élder Kern, como representante del grupo, oró para que la tormenta se calmara y los otros misioneros estuvieran protegidos. A los pocos minutos, la tormenta cesó.

Nos quedamos esperando, asombrados por lo que habíamos presenciado, y después oímos que el élder Dunford llamaba al élder Kern. Nosotros también lo llamamos y nadamos hacia ellos. Los élderes Dunford y Bermudez se las habían ingeniado para saltar del barco por una ventana y tenían a dos mujeres, sin chalecos salvavidas, sobre sus espaldas.

Permanecimos juntos por un tiempo y luego avistamos las luces de barcas pesqueras que salían de la costa de Guiuan. No pasó mucho tiempo hasta que una de ellas nos descubrió, pero, como estaba casi llena, situamos en ella a las dos mujeres y esperamos.

Llevábamos dos horas en el agua cuando otra barca nos encontró y nos llevó hasta la costa. Llegamos al apartamento de los misioneros en Guiuan el 8 de junio, temprano por la mañana, el día en que yo cumplía veintiún años. Oramos para que lograran rescatar a los que todavía se encontraban en el mar y volvimos a agradecerle a nuestro Padre Celestial la protección que habíamos recibido.

Jamás olvidaré esa experiencia y espero nunca olvidar el sentimiento de seguridad que tuvimos durante la traumática situación. El Señor verdaderamente nos protegió y, debido a esa experiencia, obtuve un testimonio más grande de que el Señor siempre está con Sus hijos y nos concede la paz y la ayuda que necesitamos durante nuestras tribulaciones.

Ilustración por Michael T. Malm.