2010
¡Llama a una ambulancia!
Abril de 2010


¡Llama a una ambulancia!

Simon Heal, Queensland, Australia

En 1991, mientras cerraba con tablas el desván de nuestra casa, sentí un dolor agudo en el ojo izquierdo. Me daba la sensación de que me hubiera entrado una astilla en el ojo, y el dolor se extendió con rapidez por toda la cabeza. Seguí trabajando hasta que el malestar me obligó a irme a descansar a mi dormitorio.

No obstante, en cuanto me acosté, percibí un susurro de la voz delicada y apacible. “Levántate”, me dijo el Espíritu. “No te duermas”.

Mientras meditaba la advertencia y pensaba en lo que debía hacer, decidí tomarme una de las pastillas que mi madre tomaba para la migraña. Entré en la habitación de mis padres y encontré las pastillas, pero al abrir el frasco volví a escuchar la voz: “No te la tomes”.

Poco tiempo después, percibí la voz por tercera vez: “Tienes que llamar a una ambulancia, ¡ahora mismo!”

Nunca había telefoneado a los servicios de emergencia, pero llamé de inmediato. Al poco rato llegó una ambulancia y dos paramédicos me pusieron en una camilla. Lo último que recuerdo es que me preguntaron mi nombre, tras lo cual perdí el conocimiento.

Más tarde, desperté en la unidad de cuidados intensivos del hospital; seguía débil y bajo la influencia de la anestesia, pero recuerdo que sentí unas manos sobre la cabeza cuando mi padre y mi obispo me dieron una bendición. Oí las palabras “Recobrarás la salud, como si nada hubiera pasado”.

Después de tres días en cuidados intensivos y otros cuatro en una sala del hospital, por fin pude volver a casa. Fue entonces que me enteré que había sufrido una hemorragia cerebral. El cirujano que me operó me dijo después que estuve “sólo a un paso de la muerte” y que si me hubiera tomado la pastilla contra la migraña, habría muerto.

Ahora me encuentro sano y en forma, agradecido porque el Señor guió mis pensamientos aquel día. Me he sellado en el templo con mi amada esposa y tenemos cinco hijos maravillosos.

Doy gracias a mi Padre Celestial y a mi Salvador Jesucristo por el milagro de la vida. Cada día me esfuerzo por aprovechar al máximo el tiempo que me han concedido, y recuerdo con gratitud la influencia protectora de la voz del Espíritu.

El dolor que tenía en el ojo izquierdo se extendió con rapidez por toda la cabeza. En cuanto me acosté, percibí un susurro de la voz delicada y apacible: “Levántate. No te duermas”.