2010
Sobrevivientes ayudan a sobrevivientes
Junio de 2010


Sobrevivientes ayudan a sobrevivientes

Incluso después de que la tormenta tropical Ketsana inundara Manila, la capital de las Filipinas, así como las zonas circundantes a finales de septiembre de 2009, la devastación no había terminado. Tampoco había terminado después de que el tifón Parma atravesó a la velocidad de un rayo la región que se encuentra al norte de las Filipinas tan sólo ocho días más tarde. Y la destrucción tampoco había terminado cuando el tifón Parma cambió de curso y volvió sólo unos días después en forma de tormenta tropical, con lo cual causó aún más estragos.

Sin embargo, los santos de las Filipinas, incluso aquellos que estaban luchando por recuperarse de las primeras tormentas, no esperaron al tercer y último paso destructivo del tifón Parma para comenzar a ayudar a las personas que lo necesitaban.

Donación de lo que se salvó

La tormenta tropical Ketsana azotó a la ciudad de Parañaque, cerca de Manila, a fines de septiembre. Durante la peor parte de la tormenta, el obispo de uno de los cuatro barrios locales salió flotando en la tapa de poliestireno de una nevera portátil sobre las aguas de la inundación, que llegaban hasta el cuello, para ayudar a evacuar a tres familias. Al día siguiente, se suspendió la reunión sacramental; de todos modos, muchos miembros del barrio afectado, a pesar de estar lidiando ellos mismos con las consecuencias de la tormenta, se juntaron en el centro de reuniones en pijamas, pantalones cortos y chaquetas, con alimentos y ropa para dar a los que estaban pasando necesidades. En unas dos horas, habían visitado a todas las familias del barrio, habían evaluado su situación y las habían ayudado.

Luego, sólo dos noches después de que muchos de ellos se habían abierto camino entre lo que quedaba de sus aldeas inundadas, los miembros de la región de Parañaque se juntaron en su centro de reuniones y llenaron 26 bolsas con ropa que habían donado, la cual clasificaron y empaquetaron individualmente.

“Fue una de las noches de hogar más memorables para muchas familias de nuestro barrio”, dijo el obispo Franco Advincula.

Una hermana de una familia necesitada llamó al obispo para preguntarle cuándo podrían entregar sus contribuciones. “Quedé atónito y no sabía qué decir”, dijo el obispo Advincula. “Pero, a pesar de eso, sentí que no debía negarle a esta buena hermana la oportunidad de ayudar”.

Ayudando una y otra vez

Cuando Ketsana llegó a la zona metropolitana de Manila, el presidente Porferio Balute, hijo, del Distrito Alaminos, Filipinas, sintió que debía pedirles a los miembros del distrito que ayudaran a sus vecinos que vivían hacia el sur. Pero muchos miembros del Distrito Alaminos todavía se estaba recuperando del tifón Emong, que los había azotado cuatro meses antes, en mayo de 2009. Éste fue el tifón más costoso que jamás haya azotado a esa ciudad occidental de las Filipinas. Muchos de los miembros se ganaban la vida de la pesca y la agricultura, y su sustento había quedado destruido por las inundaciones posteriores.

Aunque tenía miedo de pedirles demasiado a quienes todavía estaban luchando por recuperarse, el presidente Balute de todos modos les pidió.

Esa tarde los miembros llegaron al centro de reuniones con 21 sacos de ropa, una bolsa de comida y 1.500 pesos filipinos.

Cuando los azotó Parma una semana más tarde, esta vez al norte, los miembros del Distrito Alaminos volvieron a responder y juntaron más ropa, alimentos y dinero. Algunos de ellos hasta ofrecieron su tiempo para ir a distribuir los bienes personalmente.

“Simplemente queríamos ayudar”, dijo el presidente Balute. “Pero no nos habíamos dado cuenta de que era tanto lo que podíamos ganar: nuestra fe aumentó, el amor que sentimos por nuestro prójimo se incrementó, nuestro testimonio se fortaleció y nuestro entendimiento del amor del Salvador y de Su expiación se hicieron más profundos”.

Altruismo y optimismo

El élder Kendall Ayres, que presta servicio junto a su esposa en el programa del Fondo Perpetuo para la Educación, fue llamado para supervisar y organizar la distribución de los suministros. Él describió la unidad de los santos filipinos en la labor de socorro.

“Ha sido maravilloso ver que las personas que más pérdidas sufrieron hallan alivio al servir como voluntarios y brindar ayuda a otras personas que han sufrido las consecuencias del desastre en igual medida”, dijo el élder Ayres. “Ahora entiendo como nunca antes la aplicación del principio de ‘perder la vida para hallarla’. Para mí ya no se trata de teología, sino de la realidad. Son muchos más los ofrecimientos de ayuda que tenemos que las necesidades que debemos cubrir. La cantidad de suministros y el trabajo de las personas supera ampliamente nuestra comprensión; ha sido una revelación”.

“Por lo general, los filipinos tienen una gran capacidad para recuperarse”, dijo el élder Benson Misalucha, Setenta de Área del Área Filipinas. En vez de ver el vaso medio lleno o medio vacío, “lo que hemos estado haciendo es mirar el vaso y decir: ‘Es un gran vaso, aunque no haya agua’”.

En Pangasinan, Filipinas, los vehículos quedaron volcados o medio enterrados en los lugares donde las inundaciones causadas por el tifón los dejaron. Los miembros de la Iglesia se acercaban a las personas con necesidades, aun cuando ellos mismos habían sufrido las consecuencias.

Fotografía por Nate Leishman.