2015
Su promesa de ‘siempre’
Abril de 2015


Su promesa de “siempre”

Robyn Casper, Utah, EE. UU.

Imagen
drawing of a broken bike

Ilustraciones por Bradley H. Clark.

Al estar sentada en la reunión sacramental meditando sobre la oración para el pan, las palabras seguían repitiéndose en mi mente: “…para que siempre puedan tener su Espíritu consigo” (Moroni 4:3; D. y C. 20:77).

Decía “siempre”, no sólo en ciertas ocasiones. ¿Por qué, entonces, varios meses antes, mi esposo y yo no habíamos sido inspirados en cuanto a la forma de proteger a nuestro hijo de 11 años antes de que muriera como resultado del accidente que tuvo al ser atropellado en su bicicleta por un auto? ¿Por qué razón el Padre Celestial no nos advierte y protege “siempre”?

Se me había enseñado en la Primaria que el Espíritu Santo nos protegería, que utilizaría la voz suave y apacible para cuidarnos, guiarnos y advertirnos del peligro; y yo creía en ello. Sin embargo, desde que Ben había fallecido, tenía esos pensamientos en la mente. Lo extrañaba mucho y mi corazón añoraba entendimiento y paz.

¿Dónde estaba la voz de advertencia para mí? ¿Dónde estaba el Espíritu Santo? Sentía que estábamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por llevar una vida recta; pagábamos el diezmo, asistíamos a las reuniones y prestábamos servicio siempre que se nos pedía. No éramos para nada perfectos, pero llevábamos a cabo la noche de hogar y estudiábamos las Escrituras; estábamos esforzándonos.

Una vez, durante ese tiempo, estaba sentada en una clase de la Sociedad de Socorro en la que la maestra contó el relato de una pariente cercana. Al estar esperando en un semáforo, la pariente tuvo la clara impresión de que debía quedarse donde estaba cuando la luz cambió a verde. Hizo caso a la impresión y, casi inmediatamente, un camión grande cruzó la intersección a toda velocidad, pasándose el semáforo en rojo. Si no hubiera escuchado ni obedecido la voz, ella y sus hijos podrían haber quedado heridos o incluso podrían haber muerto.

El relato fue un golpe duro para mí, pero, al estar sentada en la silla llorando y preparándome para levantarme y salir del salón, me embargó un gran sentimiento de consuelo. Sentí paz porque el Espíritu Santo realmente sí había estado conmigo. En mi caso no había estado como una voz de advertencia, sino como consolador.

Desde el accidente de Ben, había sentido fortaleza que iba más allá de la que yo poseía y había sido consolada por el amor de mi Padre Celestial. A veces, no entendía por qué sucedían ciertas cosas, pero nunca había dudado de Su amor.

Tengo fe de que Dios comprende todas las cosas y de que siempre me consolará. El Espíritu Santo tiene muchas funciones en nuestra vida; nos puede proteger, pero también nos guía, nos consuela, nos enseña y nos brinda entendimiento y otras bendiciones.

Aprendí que el Padre Celestial sí cumple Sus promesas. Había estado conmigo “siempre”.