2020
La cultura de la vergüenza
Junio de 2020


Sección Doctrinal

La cultura de la vergüenza

En el relativismo moral que nos rodea hoy en el mundo, hay un problema: que se pierde el sentido del bien y del mal. Pero, a pesar de todo, habría quizá un efecto social positivo: al aceptarse cualquier tipo de comportamiento, nadie juzga a los demás, porque las normas morales son subjetivas, y ninguno se siente excluido por ser diferente.

Lo contrario podría suceder cuando se juzga a los demás basándose en normas impuestas por la cultura o por el grupo, normas que se utilizan para incluir al obediente y excluir al desobediente en un ambiente de crítica constante, que pone en peligro al que no es como los demás. Surge así la llamada “cultura de la vergüenza”, en la que es el grupo el que te dice si eres bueno o malo, aceptándote o rechazándote. Las redes sociales refuerzan esta cultura, estigmatizando al diferente y presionando para que las modas cambiantes de las masas sustituyan los principios de justicia y virtud permanentes.

En la Iglesia debemos, por supuesto, superar el relativismo moral. Pero deberíamos hacer también un esfuerzo por evitar que esta llamada “cultura de la vergüenza” contamine las relaciones entre los miembros. Algunos consejos que se dan en este sentido son los siguientes:

  1. Evitar que un “sistema de castas o clases” se infiltre en la Iglesia. Para ello, debemos vencer la tentación de “etiquetar a las personas”, creando una división entre los miembros: viejos y nuevos conversos, ricos y pobres, solteros y casados, misioneros y exmisioneros, nacionales y extranjeros… Otro error que puede ser causa de división en clases es el fetichismo, que consiste en convertir a los dirigentes en grupos de gente superior, olvidando que en la Iglesia somos todos hermanos, y que nadie es más que los demás, ocupe el cargo que ocupe (cfr. Mosíah 2:10-11).

  2. Vencer la tentación de convertir los hábitos culturales de los hombres en mandamientos divinos. No hay ningún mandamiento que prohíba llevar el pelo largo o tener barba, por ejemplo. La costumbre farisaica de inventar mandamientos y usarlos para juzgar y condenar a las personas puede provocar tensiones y crisis entre los miembros.

  3. No permitir que las cuestiones políticas nos dividan. Dios no pertenece a ningún partido político. En todos los partidos podemos encontrar principios compatibles con el Evangelio. La Iglesia no apoya a ningún partido, y los santos deben sentirse libres para votar al partido que consideren oportuno. Y aunque se nos aconseja que participemos en política, deberíamos evitar una actividad política demasiado militante que provoque enfrentamientos con los que no piensan como nosotros.

  4. Asegurarnos de que todos se sientan bienvenidos en la Iglesia. Debemos recordar que es el Señor el único que puede decir cuándo “se reserva el derecho de admisión”, como en el caso del templo. Pero, aparte del templo, el Señor da la bienvenida a todos “sin hacer acepción de personas” (cfr. Gálatas 2:6).

En resumen, todos necesitamos la Iglesia, y la Iglesia necesita a todos, sin distinciones de ninguna clase: género, orientación sexual, nacionalidad, raza, cultura, formación académica, solteros, casados, pobres, ricos… Y el Señor dejó muy claro cómo debemos ser quienes aspiramos a ser parte de su reino: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos” (D. y C. 38:27).