2021
Experimentar el poder de Cristo como una persona con una amputación que siente atracción hacia personas del mismo sexo
Junio de 2021


Solo para versión digital: Jóvenes adultos

Experimentar el poder de Cristo como una persona con una amputación que siente atracción hacia personas del mismo sexo

Las experiencias que he tenido en la vida me han llevado a comprender cómo Cristo nos puede sanar, de manera física y espiritual, por medio de Su expiación.

Imagen
ilustración de una mujer con una pierna ortopédica

Era un viernes normal. Estaba en el trabajo y conducía un montacargas como de costumbre, cuando de súbito perdí el control. Casi no se oyó ruido cuando choqué contra la pared, pero sentí un dolor repentino e intenso en un pie.

Miré hacia abajo y me di cuenta de que el pie estaba aplastado entre la pared y el montacargas.

Comencé a gritar para pedir ayuda y no recuerdo mucho de lo que sucedió después, aparte del sonido de la sirena de la ambulancia y de la ansiedad por lo que vendría.

En el hospital, recuerdo haber pensado que había demasiadas enfermeras en la habitación. Estaba aterrada porque soy de Colombia y hablo español, y las enfermeras de ese hospital de Utah hablaban muy rápido en inglés. Me costaba mucho entenderles y cada segundo me parecía una eternidad. En el fondo, ya sabía que iba a perder el pie, incluso antes de que lo examinaran.

Mientras esperaba al cirujano especialista, pensé en mi sobrino; le encantaba el fútbol y yo quería conservar el pie para poder jugar con él. Y esa era solo una de las muchas cosas para las que necesitaba mi pie. Luego de que dos cirujanos evaluaran la lesión, determinaron que la mejor manera de evitar el riesgo de complicaciones mayores era amputar el pie. Sabía que era la decisión correcta, pero estaba desolada.

¿Accidente o castigo?

A la mañana siguiente de la cirugía, la vida no parecía real. Tenía demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Sí, era afortunada de estar viva, y el accidente pudo haber sido mucho peor, pero también me sentía perdida. Ya no tenía el pie y no sabía qué iba a pasar con mi vida de ahí en adelante.

Pasé veinte días en el hospital. Mi familia y mis amigos me consolaron y apoyaron en el proceso; comencé también terapia física y emprendí la senda de la recuperación y la sanación. Para mi sorpresa, tuve el valor suficiente para lograr mucho en el camino hacia la recuperación en esos veinte días, incluso comenzar a aprender a caminar con una prótesis.

Sin embargo, lo que no tuve el valor de hacer fue orar. Sentía que no podía enfrentarme a Dios. Creía estar enojada con Él, pero en realidad solo estaba avergonzada de mí misma. Desde mi perspectiva, el “accidente” parecía ser un castigo, en parte porque había dejado de ir a la Iglesia y no había estado cumpliendo Sus mandamientos, pero más que nada porque había sentido atracción hacia personas del mismo sexo desde que tengo memoria. Pensaba erróneamente que Él estaba decepcionado y que se avergonzaba de mí.

Estaba herida tanto física como espiritualmente.

Cuando me dieron el alta del hospital, mi salud mental se resintió. A pesar de que tenía a mi familia y a mis amigos a mi alrededor, me sentía sola. Sabía que necesitaba al Padre Celestial y a Jesucristo para mejorar, pero tenía dificultades para orar.

Finalmente, no pude resistir más; llegué al límite y sentí el deseo de arrodillarme y orar por primera vez en mucho tiempo. Entre sollozos, abrí mi corazón al Padre Celestial. Le hice preguntas y le expresé mis temores hasta quedar sin aliento.

De forma gradual, un sentimiento de paz me envolvió y estas palabras vinieron a mi corazón y a mi mente: “Todas esas cosas serán para tu bien, para refinar tu carácter. Solo fue un accidente”.

¿En serio?

¿En verdad fue solo un accidente? ¿No un castigo? Tal respuesta no tenía sentido para mí, pero luego de algunos días de meditar en ella, supe que era verdad. También supe que el Padre Celestial me amaba. Me había estado llamando desde hacía tiempo para que volviera a Su rebaño y por fin estaba lista para regresar. Decidí volver a la Iglesia y comencé un proceso increíble de sanación espiritual con mi querido obispo, quien me ayudó a invitar de manera plena en mi vida la paz que el Salvador ofrece.

Paz en lugar de insuficiencia

El regreso a la Iglesia no fue fácil. Me había sentido muy avergonzada de mí misma por mucho tiempo, pero cuanto más comprendía mi identidad divina, menos avergonzada me sentía. Ahora sé que mis sentimientos hacia el sexo femenino no me convierten en una pecadora y que la amputación no pone límites a mi dignidad. Esas cualidades en verdad me dan una perspectiva diferente y contribuyen a mi desarrollo espiritual. También sé que mi perspectiva puede bendecir a otras personas en el Evangelio. Por medio de la gracia del Salvador, he sido capaz de aceptar con confianza que soy una hija de Dios. Soy del todo amada y el Padre Celestial y Jesucristo estuvieron, están y siempre estarán dispuestos a bendecirme al acudir a Ellos. Siempre.

El perder un pie y el ser gay han traído consigo algunas dificultades inesperadas a mi vida. A veces ni siquiera deseo salir de la cama al darme cuenta de que debo usar el pie ortopédico. El esforzarme por cumplir todos los mandamientos del Padre Celestial a veces puede ser difícil también. Aunque no sea la elección de cada persona que experimenta atracción por personas del mismo sexo, mi elección personal es la de aspirar a tener un compañero eterno. A veces me desaliento al pensar que ningún hombre estará interesado en casarse conmigo debido a mis circunstancias, pero confío en que el Padre Celestial se ocupará de esos detalles y me bendecirá si guardo los convenios que he hecho con Él.

A veces la incertidumbre sobre mi futuro puede ser desalentadora. Sé que tales sentimientos de insuficiencia y duda provienen de Satanás. Al volverme a Cristo, encuentro paz y gozo en abundancia y la fortaleza necesaria para superar esos sentimientos.

Ahora confío en que Dios guía mi vida. En ese proceso, también estoy aprendiendo a conectar tanto con mujeres como con hombres de maneras más profundas y significativas dentro de los límites que el Señor ha establecido. Él me ha ayudado a aumentar la confianza en que algún día hará posible que encuentre un hombre al que pueda amar y al que pueda ser sellada. Pero, pase lo que pase, he aprendido a valorarme, a aceptar mi vida y a confiar en las bendiciones que Él tiene reservadas para mí.

Nuestras heridas pueden acercarnos al Salvador

A lo largo de mi vida, he aprendido que todos afrontamos experiencias difíciles, injustas y a veces dolorosas que no comprendemos en su totalidad. A todos se nos lastimará de alguna manera, pero ahora también sé que nuestras experiencias personales nos pueden acercar al Salvador y ayudarnos a comprender Su poder ilimitado en nuestra vida.

El élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó. “En un momento de tremendo sufrimiento, el Señor dijo al profeta José: ‘… todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien’. ¿Cómo pueden las dolorosas heridas ser para nuestro bien? En el crisol de las pruebas terrenales, pacientemente avancen, y el poder sanador del Salvador les brindará luz, comprensión, paz y esperanza”1.

Para mí, el ser una persona con una amputación y el sentir atracción por el sexo femenino comenzaron como experiencias dolorosas, pero me han ayudado a venir a Cristo, y Él me ha brindado paz. Ahora comprendo que ninguna de esas experiencias me convierten en una persona inferior a los demás ni me privan de obtener todas las bendiciones del Plan de Salvación. Tampoco me impiden encontrar la verdadera felicidad que se recibe al seguir a Jesucristo y al guardar Sus mandamientos de la mejor manera posible.

En realidad, no sé qué sucederá en el futuro o qué otros desafíos tendré que afrontar hasta que regrese a la presencia de mi Padre Celestial, pero sí sé que cualquier desafío que afrontemos o herida que tengamos, ya sea mental, emocional, física o espiritual, puede sanar si nos volvemos al Salvador. Él puede ayudarnos a hallar esperanza y fortaleza en nuestras dificultades en la tierra. Y ha prometido que en el día de la Resurrección nuestros cuerpos, mentes y corazones van a ser completamente sanados (véase Alma 42; 11: 42–44).

Necesitaba sanar de mis sentimientos de vergüenza e insuficiencia en relación con la atracción hacia personas del mismo sexo y también de las repercusiones físicas y mentales de la amputación; Y he experimentado el poder sanador de Cristo y continúo haciéndolo a diario al escogerlo a Él. Me ha ayudado a amarme a mí misma y a hallar satisfacción al vivir Su evangelio. Si escoges seguirlo a Él y poner tu vida en las manos de Dios, reconocerás el refinamiento en ti, la guía en todas las cosas, el amor y la verdadera paz (véase Alma 42:13).

Nota

  1. Neil L. Andersen, “Heridos”, Liahona, noviembre de 2018, pág. 85.