Instituto
Capítulo 33: Doctrina y Convenios 88:1–69


“Capítulo 33: Doctrina y Convenios 88:1–69”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 33”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 33

Doctrina y Convenios 88:1–69

Introducción y cronología

El 27 de diciembre de 1832, durante una conferencia de líderes del sacerdocio en la habitación de la planta alta de la tienda de la familia Whitney, los allí presentes oraron para conocer la voluntad del Señor concerniente al establecimiento de Sion. El profeta José Smith recibió la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 88:1–126 los días 27 y 28 de diciembre de 1832. La revelación registrada en Doctrina y Convenios 88:127–137 se recibió posteriormente, el 3 de enero de 1833. El Profeta se refirió a la revelación como una “‘hoja de olivo’… tomada del Árbol del Paraíso” (D. y C. 88, encabezamiento de la sección), quizás por tratarse de un mensaje de paz con capacidad de ablandar los sentimientos hostiles que algunos santos de Misuri albergaban contra los líderes de la Iglesia en Kirtland, Ohio (véase D. y C. 84:76). En la publicación de la edición de 1835 de Doctrina y Convenios se agregaron cuatro versículos adicionales (D. y C. 88:138–141).

En este manual del alumno se estudiará Doctrina y Convenios 88 en dos capítulos. Este capítulo abarca Doctrina y Convenios 88:1–69, donde Jesucristo declara que Él es “la luz… que da vida a todas las cosas” (D. y C. 88:13) y luego nos invita a allegarnos a Él (véase D. y C. 88:63).

Junio de 1832–enero de 1833Surgen desacuerdos entre los líderes de la Iglesia en Misuri y los líderes de la Iglesia en Ohio.

27 y 28 de diciembre de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 88:1–126.

3 de enero de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 88:127–137. (D. y C. 88:138–141 fue añadido posteriormente, en 1835).

5 de enero de 1833Se llama a Frederick G. Williams por revelación para reemplazar a Jesse Gause como consejero de la Presidencia del Sumo Sacerdocio.

11 de enero de 1833José Smith envía Doctrina y Convenios 88:1–126, y probablemente Doctrina y Convenios 88:127–137, a William W. Phelps, en Misuri, calificándola como una “hoja de olivo” y un “mensaje de paz”.

23 de enero de 1833Comienza a funcionar la Escuela de los Profetas en Kirtland, Ohio.

Doctrina y Convenios 88: Antecedentes históricos adicionales

El 27 de diciembre de 1832, el profeta José Smith se reunió con varios líderes de la Iglesia y otros miembros en la “sala de traducción”, que se hallaba en la habitación de la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio. Él deseaba recibir más instrucciones divinas acerca de los deberes de los élderes y cómo edificar Sion. Al dar comienzo a la reunión o conferencia, el Profeta explicó que, para que pudiera recibirse revelación, cada persona allí congregada debía ejercer fe en Dios y ser uno en corazón y voluntad. Procedió entonces a pedirle a cada uno que orase por turnos en voz alta a fin de conocer la voluntad del Señor. A continuación, José Smith recibió una revelación, la cual fue dictando hasta las 9:00 de esa noche, hora en que concluyeron la jornada. A la mañana siguiente, el grupo se reunió de nuevo; oraron y se recibió el resto de la revelación. Posteriormente, el 3 de enero de 1833, el Profeta recibió una revelación adicional que más tarde fue agregada a la revelación que había recibido en diciembre (véase D. y C. 88:127–137). En la edición de 1835 de Doctrina y Convenios, la revelación que se recibió el 3 de enero de 1833 fue anexada a la que se recibió los días 27 y 28 de diciembre de 1832, junto con cuatro versículos más que se añadieron al final (véase D. y C. 88:138–141).

Durante muchos meses previos a enero de 1833, los líderes de la Iglesia en Misuri habían hecho acusaciones y expresado malos sentimientos hacia los líderes de la Iglesia en Ohio. El 11 de enero de 1833, José Smith envió una carta a William W. Phelps en Independence, Misuri, y le adjuntó una copia de la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 88:1–126 (y probablemente el fragmento de los versículos 127–137) y explicó: “Les envío la hoja de olivo que hemos tomado del Árbol del Paraíso, el mensaje de paz del Señor a nosotros; pues a pesar de que nuestros hermanos en Sion tienen sentimientos contra nosotros, cosa que no concuerda con los requerimientos del nuevo convenio, sin embargo nos complace saber que contamos con la aprobación del Señor, y que nos ha aceptado, y ha establecido Su nombre en Kirtland para la salvación de todas las naciones… Permítanme decirles que procuren purificarse, y también todos los habitantes de Sion, no sea que la ira del Señor se encienda con ferocidad… Los hermanos de Kirtland oran por ustedes sin cesar porque, conociendo los terrores del Señor, temen en gran manera por ustedes” (véase Enseñanzas del Profeta José Smith, compilación de Joseph Fielding Smith, Salt Lake City, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,1954, págs. 15–16; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

Muchas culturas reconocen desde hace mucho tiempo la hoja y la rama del olivo como símbolos de paz. Es posible que José Smith clasificara esta revelación como una “hoja de olivo” para proporcionar una señal a los santos en Misuri de que la seguridad espiritual se encuentra en vivir el Evangelio, así como Noé supo que nuevamente podía andar con seguridad por la tierra cuando la paloma que él envió fuera del arca regresó con una hoja de olivo en el pico (véase Génesis 8:10–11).

Imagen
Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 88:1–13

Jesucristo declara que Él es “la luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas”

Doctrina y Convenios 88:1–2. ¿Qué es “el libro de los nombres de los santificados”?

El apóstol del Nuevo Testamento conocido como Juan el Revelador tuvo una visión en la que vio que los hijos de Dios serían juzgados por sus obras, las cuales están escritas en libros que se escriben en los cielos. Uno de esos libros es “el libro de la vida” (véanse Apocalipsis 20:12; D. y C. 128:6–7) y está reservado para los nombres y los hechos de los justos (véanse Apocalipsis 3:5; Alma 5:58; D. y C. 132:19). “El libro de los nombres de los santificados” que se menciona en Doctrina y Convenios 88:2 es el mismo que “el libro de la vida”.

Doctrina y Convenios 88:3–5. “… el Santo Espíritu de la Promesa”

En respuesta a las fervientes oraciones del profeta José Smith y los que estaban reunidos el 27 y el 28 de diciembre de 1832, el Señor prometió enviarles “otro Consolador, el Santo Espíritu de la promesa” (D. y C. 88:3). El Santo Espíritu de la Promesa es otro nombre que recibe el Espíritu Santo, y no debe confundirse con el Segundo Consolador del que se habla en Juan 14:18, 21, 23 y Doctrina y Convenios 130:3.

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó: “El Segundo Consolador no es el Santo Espíritu de la Promesa. El Santo Espíritu de la Promesa es el Espíritu Santo, el cual pone el sello de aprobación sobre toda ordenanza que es efectuada en justicia; y cuando los convenios son quebrantados, él quita el sello” (Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie, 1978, tomo I, pág. 52).

Si bien cada uno de los allí presentes había recibido previamente el don del Espíritu Santo, en esta ocasión se les estaba prometiendo que podrían recibir la certeza de la vida eterna mediante una manifestación del Espíritu Santo (véanse Efesios 1:13–14; D. y C. 76:51–54; 132:7). El Santo Espíritu de la Promesa es la confirmación del Espíritu Santo de que se han hecho apropiadamente las ordenanzas y los convenios necesarios para la salvación, y se han guardado. Básicamente es un testimonio del Espíritu de que una persona tiene la promesa de vida eterna.

El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó esta función del Espíritu Santo:

“El Santo Espíritu de la Promesa es el poder ratificador del Espíritu Santo. Cuando el Santo Espíritu de la Promesa sella una ordenanza, una promesa o un convenio, estos se ligan en la tierra y en los cielos (véase D. y C. 132:7). Recibir ese ‘sello de aprobación’ del Espíritu Santo es el resultado de honrar los convenios del Evangelio con fidelidad, integridad y firmeza ‘con el transcurso del tiempo’ (Moisés 7:21). Sin embargo, el sellamiento puede anularse por la falta de rectitud y por la transgresión.

“La purificación y el sellamiento por medio del Santo Espíritu de la Promesa son los pasos culminantes en el proceso de nacer de nuevo” (“Os es necesario nacer de nuevo”, Liahona, mayo de 2007, pág. 22).

Doctrina y Convenios 88:5–13. “… esta es la luz de Cristo”

Jesucristo es el Primogénito de los hijos del Padre Celestial procreados en espíritu (véase D. y C. 93:21). En la vida preterrenal, Él alcanzó todo conocimiento y poder, y representó al Padre como el Creador de todas las cosas (véanse D. y C. 38:1–3; 45:1; 76:23–24). Fue mediante Su poder que fueron hechos el sol, la luna, las estrellas y la tierra (véase D. y C. 88:7–10). A ese poder creador se lo conoce como “la luz de la verdad” o “la luz de Cristo”, la cual “procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio” (D. y C. 88:6–7, 12). Esa “luz… que da vida a todas las cosas” (D. y C. 88:13) es, además, el poder espiritual que “vivifica [n]uestro entendimiento” (D. y C. 88:11). De revelaciones anteriores, los santos habían aprendido que, si recibían y prestaban atención a esa luz, ella los guiaría al Padre Celestial y a los convenios del Evangelio (véanse D. y C. 50:24; 84:45–48).

Imagen
retrato de Jesucristo

La luz de la verdad es también la luz de Cristo (véase D. y C. 88:6–7).

El élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “La luz de Cristo es el poder o influencia divinos que proceden de Dios por medio de Jesucristo y es lo que da vida y luz a todas las cosas. Induce a todos los seres racionales de la tierra a discernir la verdad del error, lo correcto de lo incorrecto. Activa la conciencia [véase Moroni 7:16]. Su influencia se debilita a causa de la transgresión y la adicción, y se restablece mediante un arrepentimiento adecuado. La luz de Cristo no es una persona, sino un poder y una influencia que provienen de Dios y, cuando se sigue, guía a la persona y la prepara para recibir la guía y la inspiración del Espíritu Santo [véanse Juan 1:9; D. y C. 84:46–47]” (véase “Paz de conciencia y paz mental”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 15).

Entender que la luz de Cristo es también “la ley por la cual se gobiernan todas las cosas” (D. y C. 88:13) aumenta nuestra gratitud por el poder de Dios y por el hecho de que ese poder hace posible la vida para todos. El presidente Joseph Fielding Smith dio esta explicación:

“Esta luz de Cristo no es un personaje. No tiene cuerpo. Yo no sé qué es en cuanto a su substancia; pero ella llena la inmensidad del espacio y procede de Dios… 

“Si el hombre no tuviese las bendiciones que vienen de este Espíritu, su mente no sería avivada; no crecería la vegetación; los mundos no se mantendrían en sus órbitas, ya que es por medio de este Espíritu de Verdad, esta Luz de Verdad, de acuerdo con esta revelación [en D. y C. 88], que todas estas cosas se llevan a efecto” (véase Doctrina de Salvación, tomo I, págs. 49–50).

Doctrina y Convenios 88:14–41

El Señor explica que todos los reinos de Dios están gobernados por una ley

Doctrina y Convenios 88:14–16. “… el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre”

Imagen
cementerio con lápidas

“Mediante la redención que se ha hecho por vosotros, se lleva a efecto la resurrección de los muertos” (D. y C. 88:14).

La resurrección de los muertos es la reunificación del espíritu de las personas con sus cuerpos físicos, para nunca más volver a separarse (véase Alma 11:44–45). Esta redención es posible mediante la expiación de Jesucristo y Su resurrección de los muertos. La frase “alma del hombre”, en Doctrina y Convenios 88:15, se refiere al espíritu y al cuerpo cuando están unidos. Cuando era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, el presidente Russell M. Nelson explicó que comprender este principio debería influir en la manera en que cuidamos nuestro cuerpo y nuestro espíritu:

“Somos seres duales: cada alma está compuesta de cuerpo y de espíritu [véase D. y C. 88:15]; ambos emanan de Dios. Un entendimiento correcto del cuerpo y del espíritu ejercerá influencia en nuestros pensamientos y en nuestros actos para bien… 

“El espíritu y el cuerpo, al juntarse, se convierten en un alma viviente de valor transcendental. En verdad, somos hijos de Dios física y espiritualmente.

“… el don de un cuerpo físico es invaluable, porque sin él no se puede recibir una plenitud de gozo [véase D. y C. 138:17]… 

“¿De qué manera estas verdades ejercen influencia en nuestra conducta personal?… 

“Consideraremos nuestro cuerpo como un templo que nos pertenece [véase 1 Corintios 3:16]… controlaremos nuestra dieta, además de hacer ejercicio para tener un buen estado físico.

“¿No debería prestarse la misma atención a la salud espiritual? [véanse 1 Corintios 9:24–27; Hebreos 12:9]. Así como la fortaleza espiritual requiere ejercitación, la fortaleza espiritual requiere esfuerzo… 

“¿Quiénes somos? Somos hijos de Dios. Nuestro potencial no tiene límites; nuestra herencia es sagrada” (véase “Somos hijos de Dios”, Liahona, enero de 1999, págs. 101–103).

Doctrina y Convenios 88:17–20, 25–26. La tierra será “santificada de toda injusticia”

Cuando instruyó a Sus discípulos durante el Sermón del Monte, Jesucristo prometió que los pobres en espíritu, los que son humildes, recibirían el Reino de Dios, y que los mansos, aquellos que son amables y perdonan, heredarían la tierra (véase Mateo 5:3, 5). Tal como se registra en Doctrina y Convenios 88:17, el Señor también dijo que “los pobres y los mansos de la tierra la heredarán”; e Isaías, el profeta del Antiguo Testamento, declaró que “los humildes… y los pobres” en los últimos días serán aquellos que se regocijen en el Señor (véanse Isaías 29:18–19; 2 Nefi 27:29–30).

Recibir la tierra como heredad significa heredar el Reino Celestial. Tras la caída de Adán y Eva, la tierra fue transformada y pasó de tener una gloria paradisíaca o terrestre a ser un mundo telestial. En la segunda venida de Jesucristo, la tierra “será renovada y recibirá su gloria paradisíaca” (Artículos de Fe 1:10; véase también D. y C. 101:24–25). Transcurrido el Milenio, la tierra sufrirá una nueva transformación y llegará a ser nueva: será, entonces, un mundo celestial (véanse D. y C. 29:22–23; 77:1; 130:9). Como está registrado en Doctrina y Convenios 88:18–20, 25–26, a fin de poder llegar a ser una heredad para los del Reino Celestial la tierra será “santificada” y “coronada de gloria” (D. y C. 88:18–19).

Doctrina y Convenios 88:21–24. La ley de Cristo y los reinos de gloria

En febrero de 1832, el profeta José Smith y Sidney Rigdon tuvieron una visión de los tres reinos de gloria y registraron una descripción general de los habitantes de cada reino (véase D. y C. 76:50–112). Posteriormente, cuando se recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 88, los santos aprendieron que “a cada reino se le ha dado una ley” (D. y C. 88:38) y que la luz de Cristo “es la ley por la cual se gobiernan todas las cosas” (D. y C. 88:13). La gloria y el reino que una persona herede en la resurrección estarán condicionados por la ley que tenga la capacidad de cumplir. Por ejemplo, una persona debe “obedecer la ley de un reino celestial” para poder heredar la gloria celestial (D. y C. 88:22). El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, resumió la ley del Reino Celestial: “La ley del reino celestial es, por supuesto, la ley y los convenios del Evangelio, que incluyen el tener constantemente presente al Salvador y nuestro compromiso de obediencia, sacrificio, consagración y fidelidad” (“A Sion venid”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 38; véase también D. y C. 105:3–5).

El presidente Russell M. Nelson enseñó que podemos elegir vivir de acuerdo con los requerimientos del Reino Celestial: “Cada uno de nosotros será juzgado de acuerdo con sus obras y con los deseos de su corazón [véase D. y C. 137:9]… tampoco se dejará a la casualidad el hecho de que vayamos al Reino Celestial, al Terrestre o al Telestial. El Señor ha prescrito ciertos requisitos inalterables para cada reino. Podemos averiguar lo que enseñan al respecto las Escrituras y ajustar nuestra vida a ese modelo [véanse Juan 14:2; 1 Corintios 15:40–41; D. y C. 76:50–119; 98:18]” (“La constancia en medio del cambio”, Liahona, enero de 1994, pág. 40).

Doctrina y Convenios 88:27–31. ¿Cuál es la diferencia entre el “cuerpo del espíritu” y los “cuerpos espirituales”?

Así como son tres los reinos de gloria que Dios ha preparado como herencia para Sus hijos, Él también ha revelado que los cuerpos resucitados poseen diferentes grados de gloria. Tal como se registra en Doctrina y Convenios 88:29–31, cuando una persona resucite, el cuerpo de su espíritu y su cuerpo físico serán “vivificados por una porción de la gloria” celestial, terrestre o telestial. Doctrina y Convenios 88:27 hace referencia a los cuerpos resucitados como “cuerpos espirituales”. No se debe confundir esto con el cuerpo del espíritu que todo ser humano posee como “hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales” (“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, mayo de 2017, pág. 129; véanse también D. y C. 77:2; 130:22).

El presidente Joseph Fielding Smith explicó la naturaleza de los cuerpos espirituales: “Después de la resurrección de los muertos, nuestros cuerpos serán cuerpos espirituales, pero serán cuerpos tangibles, cuerpos que han sido purificados; serán, no obstante, cuerpos de carne y hueso, solo que… ya no estarán vivificados por la sangre sino por el espíritu, el cual es eterno, y serán inmortales y no morirán nunca” (en Conference Report, abril de 1917, pág. 63).

Doctrina y Convenios 88:32–39. Gobernados, preservados, perfeccionados y santificados por la ley

El relato de la visión que recibieron el profeta José Smith y Sidney Rigdon, el cual se halla en Doctrina y Convenios 76, explica que “los hijos de perdición… no serán redimidos”, pero que “todos los demás saldrán en la resurrección de los muertos, mediante el triunfo y la gloria del Cordero” (D. y C. 76:32, 38–39). Cuando se recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 88, el Señor aclaró el destino de los hijos de perdición al explicar que serán “vivificados” (D. y C. 88:32), es decir, que resucitarán con un cuerpo físico, pero como no pueden “obedecer la ley de un reino telestial”, heredarán “un reino que no es de gloria” (D. y C. 88:24). Debido a que ellos “no se rige[n] por la ley… y del todo permanece[n] en el pecado” (véase D. y C. 88:35), la ley no puede preservarlos, ni perfeccionarlos, ni santificarlos (véase D. y C. 88:34).

En tanto que la revelación en Doctrina y Convenios 88 describe lo que los hijos de perdición dejan de recibir, también enseña que, cuando el justo ejerce su albedrío para que la ley de Dios lo gobierne, la ley lo “preserva, y por ella es perfeccionado y santificado” (D. y C. 88:34).

Doctrina y Convenios 88:42–69

El Señor revela que Él gobierna y comprende todas las cosas, y que Él invita a las personas a allegarse a Él

Doctrina y Convenios 88:42–47. La “majestad y [el] poder” de Dios

La revelación registrada en Doctrina y Convenios 88 contribuye a nuestra comprensión de la naturaleza de Dios. El alcance del poder de Dios queda ilustrado vívidamente en la explicación de Su influencia sobre el sol, la luna, las estrellas, la tierra y todos los planetas. Todo aquel “que ha visto a cualquiera o al menor de ellos, ha visto a Dios obrando en su majestad y poder” (D. y C. 88:47).

Imagen
fotografía de un cúmulo de estrellas

El Salvador reveló que todas las cosas están gobernadas por la ley divina, y que “el hombre que ha visto a cualquiera o al menor de ellos, ha visto a Dios obrando en su majestad y poder” (D. y C. 88:47).

El profeta José Smith (1805–1844) escribió parte de su historia personal en el verano de 1832. Durante ese tiempo, reflexionó en la instrucción espiritual que había recibido en su hogar. Describió cómo, al contemplar la inmensidad de las creaciones de Dios en los cielos, obtuvo confianza para acudir a Dios en busca de respuestas cuando quiso saber a qué iglesia debía unirse: “… porque de las Escrituras había aprendido que Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, y que no hace acepción de personas, porque Él es Dios. Porque había observado el sol —la gloriosa luminaria de la tierra— y también la luna, transitando majestuosamente por los cielos; y las estrellas brillando en sus órbitas, y la tierra sobre la cual estoy, y las bestias del campo, las aves del cielo y los peces de las aguas; y también al hombre andando sobre la faz de la tierra con majestad y belleza, en el poder y la inteligencia de Dios, que gobierna las cosas que son tan extremadamente grandes y maravillosas, aun a semejanza de Aquel que las creó. Al reflexionar sobre esas cosas, clamé en lo profundo de mi corazón: ‘Bien dijo el hombre prudente que es necio el que dice en su corazón que no hay Dios’ [véanse Salmos 14:1; 53:1]. Mi corazón exclamó: ‘Todo esto da testimonio y pone en evidencia un poder omnipotente y omnipresente, un Ser que crea las leyes y decreta y une todas las cosas dentro de sus confines, que llena la eternidad; un Ser que era, que es y que será de eternidad en eternidad’. Y cuando consideré todas estas cosas, y que ese Ser busca que los que lo adoren lo hagan en espíritu y en verdad [véanse Juan 4:23; Alma 34:38], entonces clamé al Señor pidiendo misericordia, porque no existía nadie más a quien dirigirme para obtenerla” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, pág. 281; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

Doctrina y Convenios 88:49–61. ¿Cuál es el significado de esta parábola?

Luego de ofrecer una reseña del vasto poder que Dios tiene sobre Sus creaciones en el universo, el Señor explicó que aquellos que reciben la luz de Dios llegarán a ser finalmente como Él y estarán unidos con Él. Los justos llegarán a entender a Dios, e incluso a verlo (véase D. y C. 88:49–50; véanse también D. y C. 35:2; 50:24, 40–43).

Imagen
La Segunda Venida, por Harry Anderson

La Segunda Venida, por Harry Anderson. El Señor visitará cada uno de Sus reinos y a sus habitantes en Su tiempo.

Respondiendo a Su propia pregunta: “¿A qué compararé estos reinos para que comprendáis?” (D. y C. 88:46), el Señor dio una parábola de un hombre que envió a sus siervos a un campo y luego visitó a cada uno de ellos (véase D. y C. 88:51–61). Esta parábola debió ayudar a los primeros miembros de la Iglesia a entender que Dios ha creado muchos mundos que están habitados por Sus hijos, y que Él visita cada uno de ellos (véanse D. y C. 76:23–24; Moisés 1:29–35). El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó:

“En cuanto al papel continuo del Señor entre Sus muchas creaciones, se ha revelado muy poco. Hay indicios, sin embargo, de reinos y habitantes… 

“No obstante, ¡no adoramos a un Dios de solo un planeta!” (“Our Creator’s Cosmos”, discurso dado en una conferencia del Sistema Educativo de la Iglesia, 13 de agosto de 2002, págs. 4–5).

Doctrina y Convenios 88:62–69. “… llamarme mientras estoy cerca”

Tal como se registra en Doctrina y Convenios 88:62–63, el Señor se refirió al profeta José Smith y a los que estaban presentes llamándolos “mis amigos”, y les mandó que recurrieran a Él, que se allegaran a Él, que lo buscaran diligentemente, que le pidieran y que llamaran [a Su puerta]. Él explicó, además, que mediante la obediencia a ese mandamiento, esas personas serían capaces de escuchar la voz del Espíritu, el cual les hablaría la verdad (véase D. y C. 88:66). Quienes reciben la verdad son llenos de luz espiritual, lo que hace posible que finalmente comprendan todas las cosas como las comprende Dios (véase D. y C. 88:41, 67).

La revelación registrada en Doctrina y Convenios 88 comenzó con una promesa de que Dios enviaría a José Smith y a los demás “otro Consolador”, el cual es el Espíritu Santo en su función como Santo Espíritu de la Promesa (véase D. y C. 88:3–4). Posteriormente, esos hermanos aprendieron que hay otra promesa al alcance de los que se santifican, cuyas mentes se centran “únicamente en Dios” y que “desecha[n] [sus] pensamientos ociosos y risa excesiva” (D. y C. 88:68–69). Esa “grande y última promesa” (D. y C. 88:69) consiste en que Dios “descubrirá su faz” a los que son justos (véase D. y C. 88:68; véanse también D. y C. 50:45; 67:10; 93:1; 130:3).

El profeta José Smith se refirió a esa aparición del Señor Jesucristo como el “otro Consolador” o el “último Consolador”: “Se habla de dos Consoladores. Uno es el Espíritu Santo, el mismo que se dio el día de Pentecostés y que todos los miembros reciben después de la fe, el arrepentimiento y el bautismo. Este primer Consolador [es el] Espíritu Santo… El otro Consolador del que se habla es un tema de gran interés, y quizá muy pocos de los de esta generación lo entienden. Después de que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, se bautiza para la remisión de ellos y recibe el Espíritu Santo (por la imposición de manos), que es el primer Consolador, entonces, si continúa humillándose ante Dios, teniendo hambre y sed de justicia y viviendo de acuerdo con todas las palabras de Dios, pronto el Señor le dirá: ‘Hijo, serás exaltado’. Cuando el Señor lo haya probado en todas las cosas, y haya visto que aquel hombre está resuelto a servirlo, pase lo que pase, ese hombre verá que su vocación y elección han sido confirmadas, y entonces será suyo el privilegio de recibir el otro Consolador… Ahora bien, ¿cuál es este otro Consolador? No es ni más ni menos que el mismo Señor Jesucristo; y esta es la totalidad y la esencia del asunto: que cuando un hombre reciba este último Consolador, Jesucristo en persona lo atenderá o se le aparecerá de cuando en cuando, y aun le manifestará al Padre, y harán morada con él, y le serán descubiertas las visiones de los cielos, y el Señor lo instruirá cara a cara y podrá alcanzar un conocimiento perfecto de los misterios del Reino de Dios” (véase Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 177–179; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

Doctrina y Convenios 88:62–63. “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros”

La revelación registrada en Doctrina y Convenios 88 contiene ricas promesas que pueden bendecir a los santos ahora y en la eternidad. El Señor prometió a los santos que Él estaba dispuesto a allegarse a ellos si ellos ejercían la fe y se allegaban a Él (véase D. y C. 88:63). Mientras prestaba servicio como consejera en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, la hermana Sheri L. Dew explicó cómo podemos allegarnos al Señor:

“En Su invitación [en D. y C. 88:63] no hay exclusiones ni tampoco excepciones. Somos nosotr[o]s [los] que determinamos si habremos de venir a Él o no; el allegarnos, el buscar, el pedir y el llamar dependen de nosotr[o]s. Y cuanto más sepamos acerca del Señor, esto es, cuanto más lleguemos a sentir Su misericordia, Su devoción y Su voluntad para guiarnos, incluso cuando quizás no nos sintamos dign[o]s de recibir Su guía, tanto más segur[o]s estaremos de que Él responderá a nuestras súplicas… 

“Existen muchas maneras de allegarnos, de buscar, de pedir y de llamar. Si, por ejemplo, las oraciones que ustedes ofrecen a nuestro Padre Celestial en el nombre de Cristo se han vuelto algo casuales, ¿cambiarían su forma de orar, haciéndolo de manera más significativa, a solas y sin prisa, y con un corazón arrepentido? Si ustedes aún no han llegado a reconocer la paz y el poder de la adoración en el templo, ¿tomarán la determinación de participar en las ordenanzas de la Casa del Señor tan a menudo como sus circunstancias se lo permitan? Si ustedes aún no han descubierto que el enfrascarse en las Escrituras hace que seamos más susceptibles al Espíritu, ¿se esforzarán por incorporar la palabra de Dios a su vida en forma más regular? Esta noche sería un momento estupendo para empezar a hacerlo.

“Estos esfuerzos, y muchos otros, fortalecen nuestra relación con Jesucristo. A medida que el testimonio que tenemos de Él aumenta y se hace más profundo, empezamos a preocuparnos más por la vida eterna que por la vida de hoy, y no tenemos otro deseo sino hacer lo que Él requiere que hagamos y de vivir de la forma que nos ha pedido que vivamos” (véase “¿Es usted quien me imagino que es?”, Liahona, enero de 1998, págs. 109–110).

Imagen
escena de Jesús y la mujer sanada de flujo de sangre

“Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros” (D. y C. 88:63).

Doctrina y Convenios 88:64–65. “… os será dada, si es para vuestro bien”

Dios ha mandado a Sus hijos que lo invoquen en oración y le pidan aquello que necesiten. El Señor ha prometido que cualquier cosa que pidamos a nuestro Padre en Su nombre “[n]os será dada, si es para [n]uestro bien (D. y C. 88:64). El élder Richard G. Scott testificó:

“[El Padre Celestial] siempre oirá tus oraciones e invariablemente las contestará… 

“El presidente David O. McKay testificó: ‘Es verdad que las respuestas a nuestras oraciones no siempre vengan ni tan directamente ni en el momento ni de la manera en que esperábamos; pero vienen, y en el momento y de la manera más conveniente para los intereses del que ha ofrecido las súplicas’ [en Conference Report, abril de 1969, pág. 153). Agradece que en ocasiones Dios te deje esforzarte por mucho tiempo antes de que llegue la respuesta. Tu carácter se perfeccionará; tu fe aumentará… 

“Es tan difícil cuando una oración sincera que has ofrecido sobre algo que deseas mucho no se contesta de la manera que deseas. No es fácil comprender por qué el ejercicio de la fe profunda y sincera de una vida obediente no otorga el resultado deseado. El Salvador enseñó: ‘cualquier cosa que le pidáis al Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien’ [D. y C. 88:64; cursiva agregada; véase también D. y C. 88:63, 65]. A veces es difícil darse cuenta de que, a la larga, es lo mejor o es para tu bien. Tu vida será más fácil si aceptas que lo que Dios te da en la vida es para tu bien eterno… 

“Algunas malas interpretaciones acerca de la oración se pueden aclarar al comprender que las Escrituras definen los principios de una oración eficaz; sin embargo, ellas no aseguran cuándo se va a recibir la respuesta” (véase “Utilizar el don supremo de la oración”, Liahona, mayo de 2007, págs. 9–10).

Doctrina y Convenios 88:67–69. “… si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria”

Vemos la luz física cuando abrimos los ojos y dirigimos la vista al mundo que nos rodea. De acuerdo con Doctrina y Convenios 88:67, la luz espiritual llega al alma de una persona cuando sus ojos espirituales están “puest[os] únicamente en [la] gloria [de Dios]” (véanse también Mateo 6:21–23; Lucas 11:34–36; 3 Nefi 13:22–23; D. y C. 4:5; 55:1; 82:19). Perdemos la visión espiritual cuando cedemos ante el pecado (véase Alma 10:25) y las personas “rechaza[n] el Espíritu de Dios” por causa de la “ceguedad de su mente” (Alma 13:4; véanse también Alma 14:6; D. y C. 58:15).

El profeta José Smith explicó el modo en que recibir la luz espiritual nos prepara para regresar a Dios: “Consideramos que Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción, y una facultad que puede ser ampliada en proporción al cuidado y diligencia que se dé a la luz que se comunica del cielo al intelecto; y que cuanto más se acerca el hombre a la perfección, tanto más claros son sus pensamientos y tanto mayor su gozo, hasta que llega a vencer lo malo de su vida y pierde todo deseo de pecar; y al igual que los antiguos, llega a ese punto de la fe en que se halla envuelto en el poder y la gloria de su Hacedor, y es arrebatado para morar con Él. Pero consideramos que este es un estado que ningún hombre alcanzó jamás en un momento” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 222).

Cuando era miembro de la Primera Presidencia, el presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó que el proceso de captación de la luz espiritual comienza cuando venimos a Dios: “Al acercarnos al Padre Celestial, nos volvemos más santos, y al llegar a ser más santos, venceremos la incredulidad y nuestra alma se llenará de Su bendita luz. Al poner nuestra vida en armonía con esa luz celestial, esta nos guía para salir de la oscuridad y encaminarnos a la luz mayor, la cual conduce a las obras indescriptibles del Espíritu Santo, y el velo entre el cielo y la tierra se puede volver más tenue” (“El amor de Dios”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 24).