2003
Unidos por el sufrimiento
abril de 2003


Unidos por el sufrimiento

Mi madre ha soportado valerosamente sus problemas de salud durante años. Los más duros son las frecuentes migrañas. Si bien su dolor ha sido el causante de hermosas bendiciones del sacerdocio y ha contribuido a la unión de nuestra familia, también ha requerido mucha fe, paciencia y longanimidad mientras aguardamos la curación prometida.

Mi perspectiva sobre los problemas de salud de mi madre se vio ampliada tras volver de servir en una misión en Panamá. Por ese entonces, mi hermano de 17 años también sufría intensas migrañas que lo dejaban muy debilitado.

Una noche, algo tarde, le oí llorar de dolor. Me acerqué a la puerta de su oscura habitación sólo para retroceder al oír la dulce voz de mi madre en el interior. Sus palabras le transmitían confianza, mientras intentaba calmar su llanto de temor y dolor. De pie ante la puerta, oí la voz tensa de mi hermano cargada de un sufrimiento que me resultaba incomprensible. “Mamá”, preguntó, “¿voy a morir?”.

Retrocedí lentamente; su pregunta me desgarraba el corazón. Pero entonces oí a mi madre, que sabía con exactitud por lo que estaba pasando, llorando con él y diciéndole que todo iba a estar bien.

Aquel momento me conmovió, pero no capté su importancia sino pasados algunos años, cuando preparaba una clase sobre la Expiación. Al reflexionar en el sufrimiento vicario del Salvador, recordé los amorosos cuidados de mi madre; ella pudo consolar mejor a mi hermano porque había sentido lo que él estaba sintiendo en ese momento, entendía su sufrimiento. Unida a él por el dolor que ambos habían sentido, siempre permanecía cerca de él cuando pasaba por su prueba.

De igual modo, nuestro amado Salvador ha descendido por debajo de todas las cosas para lograr una comprensión perfecta de nuestras pruebas (véase D. y C. 122:8). No sólo ha padecido por nuestros pecados, sino que también tomó sobre sí “los dolores y las enfermedades de su pueblo” (Alma 7:11). Mediante Su expiación perfecta, conoce toda enfermedad, todo dolor y toda prueba por la que pasamos. ¿Con qué fin? “…a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (Alma 7:12).

El observar a mi madre y el aprender sobre la Expiación me ha enseñado un valioso principio: el pesar y el dolor pueden enseñarnos a cuidar y servir a otras personas con amor y compasión. El ejemplo de compasión de mi madre aquella noche inspiró en mí un mayor aprecio por el sufrimiento que padeció el Salvador; y en mis propias pruebas, percibo la presencia constante de Su Espíritu que me da consuelo “de acuerdo con [mis] enfermedades”, tal como mi madre consoló a mi hermano.

Adam C. Olson es miembro del Barrio Bountiful 45, Estaca Bountiful, Utah Este.