2003
Nuestro Señor y Salvador
abril de 2003


Un testigo especial

Nuestro Señor y Salvador

Jesús está a la cabeza de Su Iglesia, es el Creador del universo, el Salvador y Redentor de toda la humanidad y el Juez del alma humana.

Estoy agradecido por saber que nuestro Señor y Salvador está a la cabeza de esta Iglesia y que la dirige por medio de Sus siervos. Ésta es la Iglesia del Señor; no es una iglesia de hombres. Las Autoridades Generales que presiden los concilios son llamados de Dios y su único deseo es servir de acuerdo con Su voluntad, con humildad, y con todo el “corazón, alma, mente y fuerza” (D. y C. 4:2).

La inmortalidad y la vida eterna del hombre se hace realidad por medio de la expiación de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Es una manifestación de amor por la que nos deberíamos sentir más agradecidos que por cualquier otra bendición o don de Dios. La Expiación asegura la inmortalidad de toda persona, ya que es infinita y universal, es decir, no tiene fin y es para todos. Da también la oportunidad de obtener la vida eterna, la vida que Dios vive, a los que tienen fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados y obedecen las leyes del Evangelio. En forma milagrosa, la Expiación nos salva y nos redime de las consecuencias de la caída de Adán, tanto de la muerte física al fin de esta vida como de la muerte espiritual, que es el no poder vivir con nuestro Padre.

Considerando todo lo que Jesús es y todo lo que hace por nosotros, ¿cómo podemos demostrarle nuestro agradecimiento? Debemos conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). “Los que conocen a Dios llegan a ser como Él y viven la vida que Él vive, que es la vida eterna” (Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary , 3 tomos, 1966–1973, tomo I, pág. 762).

En otras palabras, para tener un conocimiento de Cristo debemos llegar a ser como Él.

Adaptado de un discurso de la conferencia general de octubre de 1993.