2003
El baile me llevó de nuevo a la Iglesia
abril de 2003


El baile me llevó de nuevo a la Iglesia

Me encantaba bailar. Esa fue la razón por la que alguien me invitara a un baile de jóvenes de la estaca. Poco sabía yo que cada paso que daba me llevaba de nuevo a la actividad y al servicio en la Iglesia.

Cuando tenía 18 o 19 años, recibí una llamada telefónica que cambiaría mi vida, mi vida eterna.

Una buena hermana de mi barrio llamó para invitarme a presentar un número de baile en una noche de actividades de la Mutual, la que se llevaría a cabo en un par de semanas. El baile era uno de mis pasatiempos y en esa época estudiaba baile de salón en una academia de Salt Lake City. Yo nunca había asistido a un baile de la Mutual hasta entonces, y con entusiasmo acepté la invitación para actuar.

Mi compañera de baile y yo llegamos la noche del compromiso y fuimos recibidos con entusiasmo. Me sorprendí cuando me di cuenta de que éramos los únicos en el programa. Fue una experiencia emocionante y disfruté totalmente esa noche.

El domingo siguiente por la mañana decidí ir a la Iglesia en nuestro barrio por primera vez desde que fui ordenado diácono. En esa época nadie de mi familia era activo. Encontré gente que me dio una cálida bienvenida y que demostró amistad y cariño genuinos. Esas experiencias me iniciaron en el camino de la actividad y del servicio en la Iglesia, lo que ha sido un gozo para mí con el correr de los años.

El regreso

Un grupo de hermanos me tomó bajo sus alas y nos hicimos amigos. Un ex misionero maravilloso me enseñó los principios básicos del Evangelio y me ayudó a prepararme para servir en una misión. Durante ese mismo tiempo me pidieron que ayudara a enseñar baile en nuestro barrio, lo que me dio el sentimiento de que se me necesitaba y a la vez me dio una responsabilidad.

Los siguientes quince meses pasaron volando, llenos de desarrollo y felicidad a medida que progresaba. Al poco tiempo recibí un llamamiento para servir en una misión en México y rápidamente aprendí a amar el idioma, el país y a su gente. El compartir el mensaje del Evangelio restaurado de Jesucristo me dio una base sobre la cual edificar el resto de mi vida.

Una invitación

Yo sé lo que significa tener un amigo, una responsabilidad y el ser nutrido por la buena palabra de Dios. Hay mucha gente que no comprende de qué carece en la vida y ansía esos sentimientos tiernos que derivan del conocer el amor de nuestro Salvador. Son gente buena que está en un estado latente, por así decirlo, a la espera del despertar de su alma por parte de aquellos que traen las “buenas nuevas”. Hay otros que nos miran, que observan nuestro ejemplo y dicen: “Me gusta lo que veo; ¿cómo puedo ser parte de eso?”.

Les invito a que miren a su alrededor, a que busquen a las personas menos activas y a los que no sean miembros y les extiendan una mano cálida de amistad. Invítenlos a participar con ustedes; háganse amigos de ellos y llegarán a ser una influencia y una bendición en su vida y en la de generaciones por venir.

“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;

“porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.

“Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.

“¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!” (D. y C. 18:10–13).

Invito a todos a venir y disfrutar esas grandes bendiciones de la plenitud del Evangelio de Jesucristo que ha sido restaurado.

Dejemos de lado las tradiciones de los hombres, todo lo que congestiona nuestra vida y que poco a poco nos aleja de lo que Moroni llamó “el camino recto” (Moroni 6:4), y elevemos nuestro corazón hacia Él que nos rescató, o sea, Jesucristo nuestro Salvador, y sigámoslo.

Escuchen los sentimientos de su corazón y sigan sus susurros. Se les enseñará desde lo alto y recibirán respuestas a sus oraciones.

Avancemos con mayor entusiasmo para traer almas a Él, para que sean alimentados, nutridos por Su buena palabra y para que sepan de Su tierno amor.

Aquella tarde hace ya muchos años, cuando se me pidió compartir mi talento, se abrió la puerta a un maravilloso mundo nuevo de amigos y de actividad en la Iglesia. Estoy agradecido por aquellos que se acercaron a mí con una mano cálida de hermandad, que me invitaron, que nutrieron mi alma y fueron una bendición en mi vida.

Después de todo, ésta es la Iglesia de Jesucristo y ningún otro gozo puede equipararse al que tenemos al avivar nuestro espíritu con Su dulce mensaje de amor. Ruego que seamos bendecidos, tanto el que da como el que recibe, al compartir este precioso mensaje.

Adaptado de un discurso de la conferencia general de abril de 1999.