2006
Un fulgor perfecto de esperanza: Para los miembros nuevos de la Iglesia
Octubre de 2006


Mensaje de la Primera Presidencia

Un fulgor perfecto de esperanza: Para los miembros nuevos de la Iglesia

Los felicitamos por su reciente bautismo y les damos una cálida bienvenida. ¡Qué paso tan maravilloso han dado al unirse a la Iglesia! Estamos listos para ayudarles en todo lo que nos sea posible.

En este momento tan importante, tal vez se sientan como la mujer que escribió esta carta:

“Mi camino hacia la Iglesia fue muy especial y bastante difícil. Este año ha resultado ser el más duro de toda mi vida, pero también ha sido el de mayor satisfacción. Como miembro nuevo, sigo enfrentando desafíos todos los días”.

Y prosigue: “Cuando de investigadores pasamos a ser miembros de la Iglesia, nos sorprende descubrir que hemos entrado en un mundo completamente foráneo, un mundo que tiene sus propias tradiciones, cultura y lenguaje. Descubrimos que no hay una sola persona o punto de referencia adonde acudir en busca de orientación en nuestro viaje por este mundo nuevo”1.

Su experiencia como miembros nuevos de esta Iglesia debiera llenarlos de júbilo, ya que ustedes tienen una fe fuerte en el Salvador y su deseo de aprender más y más sobre el Evangelio restaurado es sincero. Pero también es fácil sentirse abrumados por palabras nuevas, reuniones, enseñanzas y retos nuevos; puede que hasta les cueste el tener que tratar con personas nuevas. Es posible que se pregunten si alguna vez estarán a la altura de lo que significa ser un verdadero Santo de los Últimos Días. Tengo un sencillo mensaje para ustedes: ¡Por supuesto que sí! ¡No se den por vencidos!

En el sendero

Recuerden lo que dijo Nefi:

“…habéis entrado por la puerta; habéis obrado de acuerdo con los mandamientos del Padre y del Hijo; y habéis recibido el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo…

“Y ahora bien… después de haber entrado en esta estrecha y angosta senda, quisiera preguntar si ya quedó hecho todo. He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:18–20).

Unirse a la Iglesia es algo serio, puesto que todo converso toma sobre sí el nombre de Cristo con la promesa implícita de guardar Sus mandamientos, pero el entrar a formar parte de la Iglesia puede ser una experiencia difícil, y a menos que haya manos amorosas y firmes que les reciban, a menos que les ofrezcamos amor e interés, puede que comiencen a dudar del paso que acaban de dar. A menos que existan manos amigas y corazones que les acojan y les conduzcan por el camino, tal vez se alejen de la Iglesia. Se nos presenta el reto de ayudarles a fortalecer su testimonio de la veracidad de esta obra. ¡No podemos dejar que entren por la puerta principal y se nos marchen por la de atrás! Cada uno de ustedes es valiosísimo; cada uno de ustedes es un hijo de Dios.

Ya he dicho antes, y vuelvo a repetirlo, que cada uno de ustedes, como conversos, necesita tres cosas:

  1. Un amigo en la Iglesia al que puedan acudir constantemente, alguien que camine a su lado, que responda a sus preguntas y que comprenda sus problemas. Además, cuentan con maestros orientadores, maestras visitantes y otros miembros que les ayudarán en su maravillosa trayectoria de fe.

  2. Una asignación. La actividad es una característica distintiva de esta Iglesia; es el proceso mediante el cual progresamos. La fe y el amor por el Señor son como los músculos del brazo; si los empleo, se van fortaleciendo; si los pongo en un cabestrillo, se debilitan. Cada uno de ustedes merece tener una responsabilidad.

    Es posible que en el ejercicio de dicha responsabilidad cometan algunos errores. ¿Y qué? Todos cometemos errores. Lo que importa es el progreso que genere esa actividad. Sus líderes pueden ayudarles a encontrar maneras de mantenerse activos. Estén dispuestos a aceptar nuevos retos y confíen en que el Señor les ayudará a estar a la altura de ellos. Si se desaniman, pidan ayuda, pero no se den por vencidos. Al esforzarse una y otra vez, verán cómo aumenta su capacidad.

  3. Ustedes precisan ser constantemente “nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4). Formarán parte de un quórum del sacerdocio, de la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes, los Hombres Jóvenes, la Escuela Dominical o la Primaria. Acudan a la reunión sacramental para participar de la Santa Cena y renovar los convenios que hicieron al momento de su bautismo. Lean las Escrituras todos los días y oren cada mañana y cada noche a fin de mantenerse cerca del Señor.

Tanto ustedes como nosotros sabemos que hay muchas personas buenas en otras iglesias. Hay mucho de valor en ellas. Puede que su familia y sus tradiciones religiosas anteriores les hayan enseñado muchas cosas buenas y hayan contribuido a desarrollar buenos hábitos en ustedes. El apóstol Pablo dijo. “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). Traigan esas cosas buenas con ustedes, consérvenlas y utilícenlas para servir al Señor.

Regocijémonos juntos

Nos regocijamos con ustedes en el Evangelio de Jesucristo. Hay muchas bendiciones reservadas para ustedes. Sabemos que a veces uno puede sentirse terriblemente solo, cosa que puede resultar decepcionante y hasta aterradora. Los miembros de esta Iglesia somos mucho más diferentes del resto del mundo de lo que solemos pensar, pero el Evangelio no es algo de lo que debamos avergonzarnos, sino que debemos sentirnos orgullosos de él. “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”, le escribió Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1:8).

A ustedes que son nuevos, les suplico que continúen con nosotros. Los necesitamos. Les rodearemos con nuestros brazos y seremos sus amigos. Haremos lo que esté de nuestra parte para darles consuelo y para que se sientan bienvenidos y aceptados. Les amamos y sabemos que el Señor les ama. Disculpen nuestras faltas y debilidades. Vengan y trabajen con nosotros, hombro a hombro, mientras crecemos y aprendemos juntos.

Ésta es la santa obra de Dios; es Su Iglesia y Su reino. La visión que tuvo lugar en la Arboleda Sagrada sucedió tal y como dijo José. Hay en mi corazón una comprensión verdadera de la importancia de lo que allí sucedió. El Libro de Mormón es verdadero y testifica del Señor Jesucristo, cuyo sacerdocio ha sido restaurado y se halla entre nosotros. Las llaves del sacerdocio, entregadas por seres celestiales, se ejercen para nuestra bendición eterna. Tal es nuestro testimonio —el suyo y el mío—, y debemos vivir en armonía con ese testimonio y compartirlo con nuestro prójimo. Les dejo este testimonio, mi bendición y mi amor a cada uno de ustedes, así como mi invitación para que sigan formando parte de este gran milagro de los últimos días que es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Ideas para los maestros orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se citan algunos ejemplos:

  1. Muestre tres objetos que representen los tres puntos mencionados en el artículo y que cada converso necesita. Por ejemplo, puede mostrar un regalo de un amigo, un manual de la Iglesia y las Escrituras.

    • Si va a enseñar a conversos recientes, analice con ellos cómo esos objetos les ayudarán a regocijarse en el hecho de ser miembros de la Iglesia. Ayúdeles también a ver la contribución que pueden realizar siendo miembros nuevos.

    • Si va a enseñar a miembros que ya llevan tiempo en la Iglesia, analicen por qué un amigo, una responsabilidad y el ser nutridos por la palabra de Dios son tan importantes para los miembros nuevos. Invíteles a atender las necesidades de los miembros nuevos de su barrio o rama.

  2. Pida a los miembros de la familia que se imaginen que acaban de llegar a un país extranjero cuyo idioma, costumbres y cultura desconocen, y pregúnteles cómo se sienten. ¿Qué es lo primero que quieren o que echan de menos? Compare esta situación con la que podría vivir un miembro nuevo. Lea la última parte del mensaje del presidente Hinckley y testifique de las bendiciones que se reciben al formar “parte de este gran milagro de los últimos días”.

Nota

  1. Véase “Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 122.