2008
La fe de la familia
Agosto de 2008


La fe de la familia

Hasta el día de hoy existen catedrales en Italia que datan de varios siglos y son algunas de las estructuras más altas del país. Antiguas ruinas hablan de la gloria de sociedades pasadas mientras que a lo largo de las sinuosas calles todavía se ven casas de la época medieval. Debido a que los italianos se dedican a preservar su historia, los códigos de construcción prohíben la edificación de rascacielos en algunos lugares, y el campestre paisaje toscano está protegido legalmente del sobredesarrollo urbano. Los italianos esperan que si el famoso Miguel Ángel del Renacimiento volviera a la tierra hoy, reconocería fácilmente su terruño.

Los miembros de la Iglesia por toda Italia tienen interés en preservar mucho más que la arquitectura y el paisaje; su objetivo es preservar la fe a través de las generaciones. Al igual que muchos miembros de la Iglesia de todo el mundo, los Santos de los Últimos Días italianos son pioneros en formar familias de varias generaciones unidas en convenios del Evangelio. Estos miembros de la Iglesia se enfrentan a antiguas tradiciones y a un rechazo de la religión que se está propagando en su cultura, pero se concentran en el Salvador y se esfuerzan por edificar una fe que crecerá con fuerza en el corazón de los de su posteridad.

Se venera el concepto de la familia

Uno de los principales componentes para el desarrollo de la fe en el seno familiar es el valor para formar una familia. Marco y Raffaella Ferrini, de la Rama Firenze 2, Distrito Florencia Italia, habían sido novios antes de cumplir sus respectivas misiones. Poco después de haber regresado a casa, ambos sintieron en el templo la impresión de que debían casarse pronto. “En Italia es más común que las parejas se casen después de los treinta años”, explica Marco. Algunos amigos y familiares les preguntaban: “¿Por qué se van a casar tan jóvenes?”.

La pareja atribuye la importancia que dan al matrimonio a la influencia de los padres de Marco, Anna y Bruno. En 1968, cuando Anna se convirtió a la Iglesia, había muy pocos miembros de la Iglesia en Italia. Después de orar sobre la decisión que había tomado, se casó con Bruno, un hombre que respetaba sus creencias y que le permitió enseñar el Evangelio a los hijos. “Nunca me preocupó la idea de casarme con una mormona”, dice él, “por el gran respeto que Anna y yo teníamos el uno por el otro”.

Aunque ella sentía tristeza por no poder ofrecer a sus hijos todas las bendiciones de una familia eterna, dice: “Sabía que mi marido era un buen hombre y que al fin todo saldría bien”; entretanto, enseñó a sus hijos, Marco y Alessio, a poner al Salvador en el centro de su vida y a apreciar a la familia.

Con el tiempo, Bruno también se convirtió a la Iglesia y es en la actualidad el presidente de la Rama Firenze 2. Pero durante los veintinueve años en que no estuvo interesado en la Iglesia, él y Anna igualmente se esforzaron por tener un matrimonio feliz; y su afectuosa relación tuvo una influencia positiva en sus hijos y en su nuera. “Cuando fui a su casa por primera vez, me impresionó mucho el hecho de que tienen una buena vida familiar”, dice Rafaella. “Ellos no se gritan, sino que son serenos y amables los unos con los otros. Yo quería eso para mi familia”.

Rafaella también quería casarse en el templo. “El matrimonio en el templo es una buena meta”, afirma, aun cuando puede ser más difícil de lograr en los países que tienen pocos miembros de la Iglesia. “Satanás trata de convencernos de tomar decisiones incorrectas, pero si tenemos una meta digna claramente establecida, el Padre Celestial nos ayudará a vencer cualquier problema que se presente para que podamos alcanzarla”. Ella siente gratitud por el hecho de que ahora es más fácil conocer a otros Santos de los Últimos Días que cuando sus padres eran jóvenes; también se siente feliz porque el Señor la bendijo con la oportunidad de casarse “no con cualquier miembro de la Iglesia, sino con un digno poseedor del sacerdocio”.

Rafaella y Marco demostraron su gratitud al Señor haciendo sacrificios a fin de poder casarse cuando el Espíritu los guiara a hacerlo. Planearon una celebración sencilla y de poco costo, y él decidió posponer sus estudios universitarios para terminarlos en una fecha futura. “Todo es tan caro aquí”, dice, “que es muy difícil hacer más de una cosa a la vez: estudiar, trabajar y tener una familia”. La preocupación por la situación económica lleva a la mayoría de los italianos a terminar los estudios y establecerse con una carrera antes de casarse, “pero nuestro deseo principal era formar una familia”, agrega Marco. Y se dio cuenta de que para hacerlo, sólo había tres elementos esenciales: un empleo, un lugar donde vivir y la fe para seguir adelante. Al principio, “no conseguí un buen trabajo”, comenta, “pero era suficiente. En cualquier momento en que se tome una decisión difícil, es necesario tirarse de cabeza. Se sigue adelante con fe, esforzándose todo lo posible”, y se confía en que se recibirán las bendiciones que se necesiten. Finalmente, gracias a los idiomas que había aprendido en la misión, fue bendecido con un empleo en la industria turística en el que ganaba más. Tiene también un testimonio del pago del diezmo, porque su familia nunca ha sufrido necesidades.

Marco valora el consejo de los líderes de la Iglesia de obtener una educación y tiene planes de sacar su título cuando sus hijos sean un poco mayores; pero por ahora, dice: “Siento que el Espíritu me está diciendo que es importante pasar tiempo con mi familia. Y desde que nacieron Giulia y Lorenzo, mis dos hijos, no me he arrepentido de ello”.

“No tenemos mucho dinero”, comenta Raffaella, “pero somos felices”. Están agradecidos por formar parte del plan de felicidad y de enseñar sus verdades a la siguiente generación, la tercera de su familia que recibe las bendiciones del Evangelio.

La unidad de propósito

La unidad espiritual es un elemento esencial para formar una sólida fe familiar, dice Piero Sonaglia, de la Estaca Roma, Italia. “El hecho de estar unidos en propósito puede ser una fuente de fortaleza para todas las familias”, pero es especialmente una bendición cuando ese propósito es “ir juntos hacia Jesucristo”. Ésa es la meta más importante de su familia.

No obstante, no siempre tuvo esa prioridad. A los quince años se apartó de la Iglesia y no pensó en volver sino hasta después de ser padre y de ver a su propio padre sufrir un ataque al corazón que casi le quitó la vida. Esos acontecimientos le reavivaron recuerdos de las enseñanzas del Evangelio que había recibido cuando era niño. “Sabía muy bien que tenía que arrepentirme y poner mi vida en orden”, dice. Además, sabía que “un cambio tan importante y drástico” iba a tener efecto también en su familia. Sus padres se habían divorciado, en parte por diferencias religiosas, y él quería que su propia familia fuera unida.

Carla, su esposa, había crecido en la práctica de otra religión, y de niña iba a la iglesia todos los domingos. “Pero regresaba a casa más confundida”, comenta. Para ella, la religión había sido un asunto de tradición más que algo que influyera en su forma de vivir, y anhelaba tener algo más. “Sentía un gran deseo de orar al Padre Celestial en privado, empleando mis propias palabras”, dice, en lugar de las oraciones escritas por alguien más en una hoja de papel. Su relación sincera y devota con el Señor la preparó para abrazar el Evangelio restaurado cuando Piero volvió a la actividad.

Como padres que están ahora unidos en la fe, Piero y Carla tratan de preparar a Ilario y Mattia, sus hijos, mientras son todavía pequeños, para defenderse de las tentaciones. “Leemos las Escrituras todas las noches y efectuamos nuestras noches de hogar”, dice ella. “A nuestros hijos les gusta participar. Vamos a la iglesia y oramos juntos; y vamos al templo”. La asistencia al templo con regularidad no es nada fácil, puesto que los templos más cercanos están en Suiza y en España.

“Intentamos tener presente que todo momento es una oportunidad de enseñarles”, agrega Piero. “En esta etapa de su vida, nuestros pequeños hijos están aprendiendo especialmente a obedecer a sus padres”. Él espera que eso contribuya a que aprendan a obedecer al Padre Celestial, infundiéndoles la fortaleza y el testimonio necesarios para permanecer fieles a través de la adolescencia y aun más adelante. Piero sabe —y quiere que sus hijos lo sepan— que la felicidad duradera sólo se encuentra en la obediencia a Dios.

Lo mismo que él, Andrea Rondinelli, de la Estaca Roma, Italia, también encontró el Evangelio después de un hecho que cambió su vida: la muerte de su padre. “Me di cuenta de que todo no podía terminar así”, dice. Percibió que debía de haber vida más allá de la tumba y un propósito para vivir y morir. Había conocido la Iglesia quince años antes, cuando sus hermanas se bautizaron; después de morir su padre, buscó a los misioneros y quince días más tarde se bautizó.

Poco después, recibió la bendición patriarcal en la que el Señor le prometía una compañera eterna. “Mientras la buscaba, oraba mucho”, comenta. Quería una esposa con la que pudiera compartir un propósito espiritual común, y puso fin a un compromiso cuando su novia dijo que no quería sellarse en el templo. “Hice todo lo que pude a fin de estar listo para el momento en que encontrara a mi futura esposa”, afirma. En respuesta a una de sus oraciones, Andrea recibió la impresión de que algún día tendría un hijo. Esa experiencia le dio la paciencia de esperar hasta que por fin conoció a Mariela.

Ésta había encontrado el Evangelio en Colombia cuando tenía once años. Después de cumplir una misión en su país natal, fue de visita a Italia. Mientras estaba allá, le sorprendió —y la perturbó un poco— el sentir la inspiración del Espíritu de que debía quedarse en esa tierra. “Mi vida iba muy bien en Colombia”, dice; “tenía trabajo, participaba en la Iglesia y se me presentaba la oportunidad de estudiar. Pero sentí en lo más profundo de mi corazón que estaba aquí con un propósito, que mi cometido estaba aquí”.

Andrea siente gratitud por aquella impresión. Él y Mariela se conocieron dos años después de su bautismo y actualmente disfrutan del tipo de matrimonio que esperaban tener: sellados en el templo, unidos por el yugo igual de la fe. Y continúan desarrollando la unidad “pasando tiempo juntos, como cuando hacemos caminatas”, dice ella.

La noche de hogar es también otra clave. “En el bautismo de nuestro hijo participó toda la familia”, comenta Andrea. Durante varios meses dedicaron las noches de hogar a aprender cómo prepararse para el bautismo y para la confirmación, y a “estudiar los principios que Daniele estaba por adoptar. Participamos todos juntos y sentimos que estábamos bien preparados para la ocasión”. Cuando llevan a cabo la noche de hogar, los niños toman parte. “Valentina, nuestra hija, dirige la música”, cuenta Andrea sonriendo. “Lo hace muy bien”. Daniele elige los himnos y a veces ayuda a preparar las lecciones. “Los lunes son siempre una hermosa experiencia para todos los miembros de nuestra familia”, afirma Andrea. Esas experiencias contribuyen a fortalecer la base espiritual sobre la cual puedan edificar sus hijos y sus nietos.

El gozo de vivir

Un tercer elemento para desarrollar la fe de la familia es el hecho de vivir con gozo, dice Lorenzo Mariani, de la Rama Pisa, Distrito Florencia Italia. El hermano Mariani es consejero de la presidencia del distrito, y su esposa, Ilaria, es una madre que se dedica al hogar y presta servicio en la organización de las Mujeres Jóvenes. Ambos tienen mucho que hacer y tratan de llevarlo a cabo con una sonrisa, pues piensan que el verlos felices puede moldear la actitud de sus hijos hacia el Evangelio. “Cuando hacemos algo por la Iglesia”, dice Lorenzo, “damos un buen ejemplo al no demostrar tensión y al tener una buena actitud. Los niños se dan cuenta de si uno hace algo con gozo o si lo hace sólo porque es su deber”.

“Todos los días pienso mucho en cómo puedo inculcar la fe en mis hijos”, dice Ilaria. Espera que su cuidado dedicado y constante demuestre a sus hijos, Gioele y Davide, el gozo de la vida familiar y les enseñe que las relaciones familiares son más importantes que el dinero. “En las fuerzas que amenazan a la familia en Italia”, agrega, “se incluyen personas que no quieren casarse y otras que no quieren tener más que un hijo para poder rodearlo de privilegios”. Reconoce que otros niños tienen más posesiones que los suyos, pero afirma que “ésas son menos importantes” que el tiempo que dedica a enseñar a sus hijos las verdades eternas.

A veces, Ilaria se siente sola cuando sabe que tantas mujeres tienen un intercambio social en sus lugares de trabajo, pero ora pidiendo ayuda y siente que el Espíritu la llena de felicidad y de fortaleza. “También soy bendecida con muchas hermanas de la Iglesia que me aman”, dice. De vez en cuando, después de haber orado pidiendo ayuda, recibe una llamada de alguna hermana de la rama que le ofrece apoyo.

En cuanto al apoyo del resto de la familia, Ilaria y Lorenzo anhelan que llegue el día en que su posteridad tenga varias generaciones de antepasados fieles de quienes se pueda aprender y a quienes sea bueno emular. “Oramos por nuestra posteridad”, dice Lorenzo. Por ser un miembro de la Iglesia de segunda generación, él reconoce lo siguiente: “Siento que tengo sobre los hombros la gran responsabilidad de ser el eslabón fuerte en esta cadena”.

Lorenzo e Ilaria tienen un enorme sentimiento de gratitud por el privilegio de ser pioneros, de ser los primeros de su familia en criar a los hijos con la luz del Evangelio. La madre de él fue la primera de la familia en convertirse a la Iglesia; Ilaria supo de la Iglesia por su tía. “El Evangelio contribuye mucho a fortalecer nuestro matrimonio”, comenta Lorenzo. “Nos da la perspectiva eterna para nuestra familia; nos esforzamos por elegir las opciones correctas según esa perspectiva eterna, en lugar de hacerlo con la perspectiva del mundo”. Esas opciones son la esencia de los eslabones fuertes que conectan una generación fiel con la siguiente.

“A veces, cuando oigo historias en la conferencia general sobre los bisabuelos pioneros de uno de los discursantes que atravesaron las llanuras, me pongo un poco celosa”, reconoce Ilaria. Le es difícil imaginar tener un árbol genealógico completo de gente que se haya sacrificado por el Evangelio, pero a ella y a Lorenzo les alienta ver el desarrollo que ha tenido la Iglesia en su país; están agradecidos por los primeros misioneros que plantaron la semilla allí y saben que les espera una cosecha aún mejor.

Ella sonríe imaginando ese día. “Sé que en algún momento alguien se pondrá a leer el diario personal de la bisabuela Ilaria”. Las historias familiares de fe tienen su comienzo en ella hoy en día.

Ellos preparan a sus descendientes

Mientras que los demás italianos se ocupan de preservar los monumentos antiguos y el encanto del Renacimiento, los Santos de los Últimos Días italianos también están haciendo historia. Por obedecer los mandamientos y enseñar a sus hijos a hacerlo, crean una historia familiar de importancia eterna. Esperan anhelosamente el regreso del Señor y tienen la esperanza de que sus descendientes estén entre los discípulos de Él.

A fin de lograrlo, ellos mismos se esfuerzan por ser discípulos verdaderos y prueban de esa manera que es posible perseverar, ser diligentes, ser felices y establecer familias fieles unidas por los convenios del templo. Mediante la palabra y el ejemplo, están enseñando a la nueva generación lo que significa cultivar la fe en Jesucristo.