2008
El dador secreto
December 2008


El dador secreto

“…Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).

Me encanta todo lo que implica la Navidad: las luces, los villancicos, los momentos en familia; me encanta todo lo que hacemos para celebrar el nacimiento de Jesús. ¡Ah! y, sobre todo, me fascina recibir regalos. En septiembre empiezo a hacer la lista de las cosas que quiero para Navidad.

Un año, mi lista era casi tan larga como mi brazo; y, aun así, seguía pensando en las cosas que podía agregarle. Estaba muy entusiasmado por mostrársela a mi papá. “Bueno, David, veo todo lo que quieres recibir para Navidad”, dijo mientras la leía. “Pero, ¿qué vas a dar tú?”.

“Estoy haciendo presentes para ti y para mamá en la escuela; y el viernes mamá me llevará de compras para conseguir los regalos de Shannon y Jon. Como verás, ya tengo todo planeado”.

“Mmmm”, fue todo lo que dijo su padre. Por alguna razón, no le había gustado mi respuesta, y a mí no me gustaba ese “mmmm”.

Durante la noche de hogar que siguió a ese episodio, mis padres hablaron acerca del dar y el recibir, y del verdadero significado de la Navidad. Cada minuto que pasaba, parecía que mi lista se iba haciendo cada vez más corta. Nos preguntaron si teníamos algunas ideas que nos ayudaran a recordar que debemos ser más generosos. Shannon, llena de emoción, levantó la mano. A mi hermano mayor, Jon, y a mí se nos escapó un gruñido. En las ideas de Shannon siempre había que hacer cosas por otras personas, como sacar la hierba de los jardines de nuestros vecinos.

“Escojamos a algunas personas que estén solas o que tengan alguna necesidad y, anónimamente, dejémosles presentes en la puerta de su casa”, dijo Shannon entusiasmada.

“No es mala idea”, dijo Jon. “Sería un secreto”.

“Y hasta podría ser divertido”, pensé.

Todos coincidimos en que era un plan estupendo. Elegimos a dos familias. Una era la familia Swenson, que pertenecía a nuestro barrio. Como el hermano Swenson había vuelto a estudiar en la escuela, parecía que nunca les alcanzaba el dinero. Además tenían muchos hijos, a quienes les iba a encantar recibir sorpresas navideñas. La otra familia era el señor y la señora Pérez, un matrimonio mayor que vivía al final de la calle; siempre parecían un poco solitarios.

Salimos todos de compras para conseguir los regalos. Estuvimos de acuerdo en que los compraríamos con parte del dinero que hubiéramos usado para nuestros propios regalos. Eso no me molestaba, ya que estaba divirtiéndome muchísimo mientras elegía juguetes para los niños más pequeños de la familia Swenson. De repente, mis cosas ya no eran tan importantes.

Decidimos que cada noche le daríamos un regalo a cada una de las familias y que comenzaríamos doce días antes de Navidad. Cuando llegó la primera noche, me vestí de negro de pies a cabeza, y Jon me llevó en auto hasta la casa de los Swenson. Sin hacer ruido, dejé el primer regalo en la entrada, toqué el timbre y salí corriendo lo más rápido que pude. Salté el cerco justo cuando uno de los niños abría la puerta. Llegué a escuchar la sorpresa en sus voces cuando descubrieron el regalo. Sentía que iba a explotar de emoción y alegría; acababa de comenzar mi vida como “dador secreto”.

Las circunstancias mejoraban cada vez, pero, al mismo tiempo, nuestra labor era cada vez más difícil. Teníamos que ir cada noche a una hora diferente y, en algunas ocasiones, incluso tuvimos que ir temprano por la mañana, porque los niños Swenson habían empezado a mirar por la ventana para tratar de darse cuenta de quiénes éramos. Y cada vez que me arrastraba para llegar a la puerta de los Pérez, me imaginaba que la señora Pérez estaría esperándome, lista para abrir la puerta de un tirón, darme un abrazo y decirme qué buen muchacho era. Pero por supuesto que eso era lo que tenía que evitar. La mitad de la diversión era mantener el secreto.

En fin, ese año fue sólo el comienzo. Para la siguiente Navidad, elegimos a una familia que tenía una hija que había estado internada once veces ese año, y a otra familia en la que la mamá tenía cáncer. ¡Qué cosa! No me había dado cuenta de que la vida era tan difícil para algunas personas.

La Navidad ha llegado una vez más y hemos decidido ayudar a tres familias. Lo más difícil es elegirlas; es que ¡hay tantas personas a las que les vendría bien un poco de la alegría de la Navidad!

Y se preguntarán qué pasó con mi lista. Cada año se hace más corta. Me llevan tanto tiempo mis planes de “dador secreto” que no tengo mucho tiempo para pensar en mí; tengo muchos regalos que escoger y estrategias en las que pensar.

Lo que sí es seguro es que es maravilloso hacer cosas por otras personas. No hay nada que supere lo que uno siente cuando ve la sorpresa y la emoción reflejadas en los rostros de las personas a las que ayudamos. El dar se ha convertido en una de las cosas que más me gusta de la Navidad.

Ilustraciones por Matt Smith; fotografía por Busath Photography.