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Babilonia y la conquista de Judá


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Babilonia y la conquista de Judá

Temas suplementarios

(G-1) Babilonia: símbolo del esplendor mundano

Poco tiempo después que Asiria hubo conquistado al reino de Israel (el reino del norte) y llevado cautivas a las diez tribus, el imperio comenzó a desmoronarse (véase Temas suplementarios, sección D). En la parte sur del imperio, los caldeos y babilonios se estaban volviendo más poderosos y rápidamente tomaron el poder de los decadentes asirios. En el año 609 a. C., el rey Nabopolasar, en alianza con Egipto y Media, atacó y conquistó Nínive, capital de Asiria. En esa forma Babilonia se convirtió en el imperio dominante y se dio a la tarea de consolidar su posición. Como antes lo había hecho Asiria, Babilonia combinó la conquista y la deportación de pueblos enteros para lograr sus fines.

Nabucodonosor heredó el imperio a la muerte de Nabopolasar, su padre. Bajo la dirección de Nabucodonosor, Babilonia alcanzó la cúspide de su grandeza y gloria. Empleando esclavos de distintas zonas del imperio, el emperador dio inicio a un intenso programa de construcción, y rápidamente hizo de Babilonia la ciudad más grande del mundo. Mediante la conquista y el comercio, la riqueza del mundo vino a acrecentar el tesoro del imperio y Nabucodonosor usó ese caudal para hermosear la ciudad. Las frases descriptivas que se encuentran en los escritos proféticos del Antiguo Testamento describen la gloria de Babilonia. Daniel la llamó "la gran Babilonia" (Daniel 4:30); Jeremías la describió como "alabada por toda la tierra" (Jeremías 51:41); Isaías dijo que era "señora de reinos" (Isaías 47:5), "hermosura de reinos" y "ornamento de la grandeza de los caldeos" (Isaías 13:19).

Los antiguos escritores hablaron en detalle acerca de Babilonia y mostraron que tales frases descriptivas no eran exageraciones. Por ejemplo, Herodoto y Diodoro de Sicilia, dos historiadores, describieron murallas tan enormes que casi sobrepasaban a la imaginación. Un estudioso moderno dice que la arqueología respalda los relatos de estos escritores precristianos:

"Herodoto dijo que esta muralla tenía casi treinta metros de ancho y más de ciento dos metros de alto. También dijo que sobre la muralla, y a ambos lados de la misma, se habían construido casas de un piso y aún quedaba espacio para que pasaran cuatro carros al mismo tiempo.

"A Herodoto le han criticado los historiadores modernos, pero en este caso los investigadores encontraron que esta obra de la antigüedad era mayor de lo que él decía. La pared exterior de contención era de ocho metros de espesor y estaba hecha de ladrillos cocidos pegados con asfalto. Dentro de este muro de contención había un relleno de arena y balastro que se extendía unos veintitrés metros, y el muro de contención interior era de unos quince metros de espesor. Todo el complejo, por lo tanto, era de unos cuarenta y cinco metros de ancho. También verificaron la declaración de Diodoro en cuanto a que muchos de los ladrillos de la muralla y de sus ciudadelas estaban hermosamente pintados." (Samuel Fallows, ed., The Popular and Crítical Bible Encyclopedia and Scriptural Dictionary, "Babylon", págs. 208-9.)

Estas enormes murallas rodeaban a toda la ciudad en una distancia calculada en aproximadamente noventa kilómetros, o sea 22,5 km. por lado (véase Merrill F. Unger, Unger's Bible Dictionary, s. v. "Babylon", pág. 116).

Pero los muros no eran la única estructura sorprendente en Babilonia. Como parte de la alianza política, Nabucodonosor se casó con una princesa persa llamada Amytis. Criada en las tierras montañosas que rodeaban a Ecbatana, ella encontró las llanuras áridas de Babilonia deprimentes y poco llamativas. Nabucodonosor se dio a crear un paraíso montañoso dentro de las murallas de Babilonia para ayudar a su esposa a sentirse como en su propia tierra. Así fueron creados los famosos jardines colgantes de Babilonia, considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo. La enormidad de la empresa sorprende a la imaginación. Fallows escribió lo siguiente:

"(Los jardines colgantes) son atribuidos a la galantería de Nabucodonosor, que los construyó en cumplimiento de un deseo de su reina, Amytis, quien quería tener lugares altos plantados tal como había conocido en los montes de su tierra natal, Ecbatana.

"Babilonia era un llano, y para lograr un deseo tan extravagante se levantó ana montaña artificial de unos ciento cuarenta metros por lado, en tanto que terrazas, una sobre otra, se levantaban a una altura que sobrepasaba la de las murallas de la ciudad, esto es, por encima de los 100 metros de altura. El ascenso de una terraza a otra se realizaba por escalinatas, en tanto que las terrazas mismas se levantaban sobre filas de pilares alineados. Estas terrazas, formando una especie de bóveda, se alzaban en sucesión una sobre la otra hasta la altura requerida en cada terraza; todo el conjunto estaba unido por una pared de más de siete metros de espesor. El nivel de cada terraza o jardín estaba formado en la manera siguiente: Los pilares sostenían piedras chatas, de unos cinco metros de largo por un metro y medio de ancho (aproximadamente); sobre estas piedras se ponía esteras con una gruesa capa de bitumen (betún), después de la cual venían dos filas de ladrillos que eran recubiertos por hojas de plomo sólido. Luego la tierra era apilada sobre esta plataforma; y a fin de dar lugar para la raíz de los grandes árboles, se hacían prodigiosas columnas huecas rellenas con tierra vegetal (humus). Desde el Eufrates, que corría cerca de los cimientos, se sacaba agua mediante un complejo mecanismo. El conjunto, dice Q. Curtius (v:5), tenía, para quienes miraban desde la distancia, el aspecto de unos bosques sobre montañas. Al terminar su obra, Nabucodonosor se encontró por fin tranquilo entre los de su casa y en su palacio rodeado de floreciente prosperidad. El rey habló y dijo: '¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?' (Daniel 4:30), palabras que ampliamente quedan justificadas por las descripciones hechas por los escritores paganos. En ninguna otra parte podía el rey tener una vista tan completa de la ciudad que magníficamente había construido y adornado que desde los paseos de la terraza superior de los jardines de su palacio." (Bible Encyclopedia, s. v. "Babylon", págs. 204-5.)

(G-2) Babilonia: símbolo de la maldad del mundo

Como sucede tan a menudo, la riqueza y la gloria de Babilonia fueron acompañadas por la decadencia moral, la maldad y la iniquidad. Tan terrible era el estado de inmoralidad de Babilonia que el nombre mismo llegó a ser símbolo de todo lo mundanal, de la maldad espiritual y del reino de Satanás. Es "la gran ramera" (Apocalipsis 17:1); "la madre de las rameras y abominaciones" (Apocalipsis 17:5; véase también D. y C. 133:14; 1:16; 1 Nefi 13:5-9). Los historiadores seculares aportan información que ayuda a explicar por qué los profetas emplearon ese nombre para simbolizar la antítesis de la santidad. Will Durant, historiador famoso, escribió que "aun Alejandro el Grande, que no estaba libre de tachas morales, se sorprendió por la conducta de los babilonios". (Our Oriental Heritage, The Story of Civilization, vol. 1, pág. 244.)

Fallows también describió a la gran ciudad diciendo: "Babilonia, como centro de un gran reino, era asiento de lujo ilimitado y sus habitantes eran conocidos por su inclinación a la autoindulgencia y al afeminamiento. Q. Curtius asegura que 'nada podía ser más corrupto que su moral, solamente tendiente a excitar y fomentar los placeres descontrolados. Los ritos de hospitalidad estaban plagados de las pasiones más burdas y desvergonzadas. El dinero disolvía todo vínculo, ya fuera de parentesco, respeto o estima. Los babilonios eran dados a la bebida y a los gozos que acompañan a la embriaguez. Las mujeres se hacían presentes en las festividades, primero con cierto grado de recato pero, yendo cada vez más adelante, terminaron por despojarse de toda modestia y de su ropa'. Por motivo de su deplorable iniquidad, los babilonios fueron amenazados de merecido castigo, ex:presado por boca de los profetas; y la tiranía con la que los gobernantes de la ciudad ejercieron su poder ayudó a traer sobre ellos las consecuencias terribles de la venganza divina. En ninguna parte de la literatura hay algo que se aproxime a la intensidad, fuerza y terror con que Isaías y otros profetas hablaron sobre este doloroso tema (Isaías 14:2; 47:1; Jeremías 51:39; Daniel 5:1)." (Bible Encyclopedia, s. v. "Babylon", págs. 205-6.)

(G-3) Judá no escuchó las advertencias proféticas

Mucho antes de la época de Moisés, Abraham vio que Israel estaría en cautiverio en Egipto y que no tendría herencia en la tierra prometida porque, como reveló el Señor, "aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo" (Génesis 15:16; véase también vers. 13). En otras palabras, los cananeos, de los que los amorreos eran la mayor parte, no habían alcanzado todavía ese estado, llamado en otros pasajes "maduros en iniquidad" (Eter 2:9; 9:20). Para la época en que Josué llevó a los israelitas a la tierra de Canaán, sin embargo, los cananeos habían llegado a ser tan inicuos que el Señor mandó que fueran exterminados (véase Deuteronomio 7:1-5).

De todos los pueblos, el que mejor tiene que haber entendido que la maldad ciertamente sería castigada, es el del reino de Judá. Habían visto caer al reino del norte ante Asiria, y ellos mismos se habían librado milagrosamente de las fuerzas de aquel imperio porque habían prestado atención a las palabras de Isaías (véase Comentarios sobre 2 Reyes 18-19 y Temas suplementarios D).

Dios ha enseñado con claridad que no hace acepción de personas (véase Hechos 10:34); esto es, que no muestra favoritismo. Todos los que sean obedientes recibirán bendiciones; todos los que hayan madurado en iniquidad perderán sus bendiciones. Nefi dijo a sus hermanos que los cananeos fueron destruidos por causa de su propia iniquidad, y que si los judíos no mejoraban, enfrentarían un destino similar (véase Levítico 18:24-28; 1 Nefi 17:32-35).

Pero Judá no aprendió la lección. Después que Asiria fue derrocada, las presiones sobre el reino del sur disminuyeron mientras que el nuevo imperio, Babilonia, consolidaba su poder. Como su hermana del norte, Judá pronto se vio hundida en la idolatría y la maldad, tanto que el Señor dijo que el rey "Manasés los indujo a que hiciesen más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel" (2 Reyes 21:9). En ese estado, Judá perdió toda promesa de la protección divina; y Babilonia, hambrienta de poder, se puso en marcha para dominar al mundo. El Señor envió a sus profetas para advertir al pueblo en cuanto a su inminente destrucción. Jeremías, Lehi y muchos otros fueron llamados (véase 1 Nefi 1:4), pero sus advertencias cayeron en saco roto.

Durante el reinado del rey Josías (año 640 a 609 a. C.) se efectuó un último intento de reforma (véase 2 Reyes 22-23), pero duró poco y pronto la gente se olvidó de Jehová. Los caudillos políticos se dirigieron a Egipto para pedir protección contra la creciente influencia de Babilonia, aunque Jeremías de nuevo había advertido a Judá que no debía confiar en Egipto. Así se preparó el escenario para una segunda tragedia entre el pueblo de Israel.

(G-4) La caída de Judá ante Babilonia

Los acontecimientos que se desarrollaron durante los siguientes veinte años o más después del reinado de Josías, mostraron que habían llegado a la madurez los frutos de la desobediencia de Judá. Este pueblo cayó en un torbellino de lucha por el poder entre Egipto y Babilonia. Joacaz sucedió a su padre y continuó la resistencia ante el control egipcio. Su negativa a pagar el tributo hizo que fuera derrocado del trono y llevado en exilio a Egipto, y su medio hermano, que recibió con el trono el nombre de Joacim, reinó como vasallo de Egipto. Esta nación lo obligó a pagar pesados impuestos.

A pesar de sus preparativos para enfrentar el desafío de Babilonia, los egipcios fueron vencidos en Carquemis en el 605 a. C. Esto colocó al pueblo de Judá en una condición de vasallos de los nuevos conquistadores. Joacim cumplió su tributo durante tres años antes de intentar liberar a su pueblo. El intento fue infructuoso; el rey rebelde fue muerto y muchos del pueblo fueron llevados a Babilonia. Las sendas malvadas del rey habían acelerado el creciente deterioro del pueblo de Judá. Fue sucedido por su joven hijo, Joaquín. Este intentó seguir adelante resistiendo a los babilonios, pero fracasó en el término de tres meses.

Los babilonios deportaron a muchos de los judíos educados y capacitados y a los religiosos con el fin de debilitar la capacidad de dirección en Judá. Joaquín también parece haber sido exiliado, y su tío, quien tomó el trono con el nombre de Sedequías, reinó en su lugar. Prometió lealtad como rey vasallo, pero con el tiempo encontró resistencia entre el pueblo. Un espíritu de nacionalismo surgió contra el peso de la servidumbre ante el poder extranjero. Una sublevación en Babilonia hizo que se retiraran de Judá las fuerzas que vigilaban a esta nación y el creciente sentimiento patriótico entre el pueblo llevó al rey a buscar el apoyo de Egipto en una rebelión contra la potencia del norte.

Cuando los asuntos se hubieron solucionando en su tierra, los babilonios regresaron con presta venganza contra Judá. Jerusalén fue sitiada y otras fortalezas de Judá fueron atacadas y reducidas a escombros. El sitio contra Jerusalén continuó después que cayó el resto de la nación. Las condiciones durante esta época eran increíbles.

Un testigo ocular escribió lo siguiente:

"¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles. Los hijos de Sión, preciados y estimados más que el oro puro, ¡cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero! Aun los chacales dan la teta, y amamantan a sus cachorros; la hija de mi pueblo es cruel como las avestruces del desierto. La lengua del niño de pecho se pegó a su paladar por la sed; los pequeñuelos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese. Los que comían delicadamente fueron asolados en las calles; los que se criaron entre púrpura se abrazaron a los estercoleros." (Lamentaciones 4:1-5.)

"Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre; porque éstos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra. Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos; sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del quebrantamiento de la hija de mi pueblo." (Lamentaciones 4:9-10.)

El historiador bíblico, Harry Thomas Frank, escribió lo siguiente acerca de la muerte de este pueblo y su ciudad:

"En julio del año 587 Sedequías buscó entregar la ciudad y dar fin al sufrimiento. Una vez antes, diez años antes para ser más exacto, los babilonios habían tratado a Jerusalén con lo que para aquella época era una misericordia extraordinaria. Esta vez no. Esta vez querían terminar del todo con el centro de la intriga. Se terminaron los alimentos, y el rey se fugó. En la noche del día en que los soldados entraron en la ciudad, Sedequías huyó con algunos de sus hombres, dirigiéndose al Jordán y esperando encontrar refugio en el desierto. Lograron llegar a Jericó donde fueron apresados. Nabucodonosor estaba en sus cuarteles en Siria. Allí fue llevado el rey cautivo y también fueron llevados sus hijos. Ya no dejarían más que los reyes hebreos vivieran en el exilio, llenos de atenciones, como lo había hecho Joaquín. Con prisa Sedequías fue llevado a la presencia del gran rey de Babilonia; sus hijos fueron asesinados delante de sus ojos, luego lo cegaron a él y lo llevaron al norte encadenado.

"Entretanto, Jerusalén había pasado a manos de los babilonios. No se necesita tener mucha imaginación para darse cuenta de lo que éstos hicieron con lo que encontraron en la ciudad. Al mismo tiempo sorprende el hecho de que aparentemente los invasores no habían decidido con anterioridad lo que iban a hacer con la ciudad cuando ésta cayera. Durante un mes otros horrores e indignidades cayeron sobre ese pueblo tan dolorosamente puesto a prueba, un pueblo que debe haber pensado que Dios mismo lo había abandonado. Entonces, Nebuzaradán, jefe de la guardia de Nabucodonosor y por lo tanto persona de gran importancia, llegó a Jerusalén. Nebuzaradán no traía buenas noticias. Bajo sus órdenes los altos oficiales del estado, y con ellos ciertos personajes importantes y de distintas profesiones, fueron llevados a Ribla, cuartel principal de Siria, donde fueron ejecutados. Otros fueron llevados al exilio en Babilonia. Jeremías 52:29 da la cifra de 832. Pero sin duda esto se refiere a los varones adultos y solamente a los habitantes de Jerusalén. El número total de deportados fue mucho más elevado. Finalmente las murallas de Jerusalén fueron derribadas, y lo que había quedado después de un año y medio de sitio, y de un mes de ocupación y terror a cargo de Nebuzaradán, fue entregado al fuego.

"No sería por última vez que el humo se elevaría sobre los cerros de Judea, pasando a través del Monte de los Olivos hacia el desierto más allá del Jordán. Pero ese día, en medio del calor del verano del año 587, se elevaba desde la pira funeraria de Judá." (Discovering the Biblical World, pág. 130. Véase Mapas "El primer exilio y retorno de Judá" para tener un esquema detallado de este período de la historia.)