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K: Entre los Testamentos


K

Entre los Testamentos

Temas suplementarios

(K-1) Fin de la voz profética a Israel

Durante años Israel había negado, rechazado y perseguido a los profetas y se había rebelado contra ellos. Ahora, el último de los profetas había muerto. Malaquías fue el último de los verdaderos profetas que ministraron a Israel; con él murió la era profética. Muerta también estaba la esperanza de Israel. Dios había deseado que esta nación fuera santa, su tesoro particular. Sobre ella El había prometido derramar sus riquezas, gloria y poder: "Bendeciré abundantemente su provisión; a sus pobres saciaré de pan. Asimismo vestiré de salvación a sus sacerdotes, y sus santos darán voces de júbilo" (Salmo 132:15-16). Y no sólo eso sino que también deseó que la nación fuera suficientemente pura como para que sus ciudades llegaran a ser Su lugar de morada. Efectivamente, la nación habría de llegar a ser Sión, donde el Señor declaró que haría su morada para siempre. (Véase Salmo 132:13-14.) Al rechazar a los profetas, Israel perdió la promesa y el potencial de llegar a ser como el pueblo de Enoc.

Ahora llegaron los años obscuros en los que no había voz que declarara "Así dice el Señor". Podemos pensar que los que habían rechazado a los profetas hubieran recibido con gozo y alegría la muerte de éstos, pero sucedió todo lo contrario. El pueblo lamentó su pérdida. Todos se dieron a la triste tarea de juntar, preservar y copiar los escritos de los difuntos hombres de Dios. Podríamos también preguntarnos a qué se debió esta inesperada reacción. Se debe tener presente que los profetas muertos, como los dioses falsos, no tienen el poder de llevarnos la contraria. Solamente llaman al arrepentimiento a generaciones pasadas, o al menos así razonaban los que estaban muertos espiritualmente. Un profeta viviente complica las cosas, pues puede decir: "No, es a vosotros a quienes hablo". La palabra de Dios a los profetas muertos queda, por así decirlo, en manos de los hombres para ser interpretada, estirada y desfigurada más allá de lo reconocible. En esta forma puede llegar a perder todo significado, y no hace mal a los mismos que rechazaron a los profetas vivientes. En esta forma permite que un pueblo perverso tenga un falso sentimiento de piedad y rectitud. Samuel el Lamanita entendió bien la naturaleza humana (véase Helamán 13:25-27).

Estos también fueron los años en los que el sacerdocio llegó a perder completamente su poder como tal. En verdad, muchos fueron llamados pero pocos escogidos porque fijaron sus corazones en las cosas del mundo (véase D. y C. 121:34435). La adoración en el templo cayó a ser sólo un ritual, y el aliento espiritual de Israel casi cesó. Sin embargo, quedó algo de vida. Algunos de la simiente de Leví siguieron honrando el sacerdocio. A través de estos pocos canales de virtud corría el agua de la vida espiritual, impidiendo que las cisternas rotas que Israel había cavado para sí quedaran completamente secas (véase Jeremías 2:13).

Los hombres que guiaron a Israel durante el período forma ti vo de esa época, a diferencia de Moisés, no tomaron su autoridad de la revelación divina sino de la comisión de un gobernante persa. Un rey humano dio categoría y autoridad a la Tora, fomentó su codificación y amenazó a todo ofensor de los preceptos mosaicos con multas, expatriación o muerte. Pero de esta manera la ley de Moisés llegó a establecerse y conocerse, y hasta imponerse sobre todos los judíos bajo el dominio persa. (Véase Elias Bickerman, From Ezra to the Last of the Maccabees págs. 9-10.) Lamentablemente, la mano humana preservó solamente la letra de la ley. Al cesar la revelación y los profetas, el Espíritu y el poder desaparecieron.

Sin embargo, ser parte de los imperios de la época sirvió como bendición para el Israel físico, si bien no fue así para el Israel espiritual. A través de la historia de la nación hubo continua presión sobre los israelitas sedentarios, de parte de nómadas árabes y árameos. Fue el poder de los ejércitos persas y posteriormente de los griegos que preservó la seguridad de los campesinos judíos durante aquellos períodos en los que la nación estaba demasiado débil para defenderse. Si Judá no hubiera sido parte de los imperios gentiles, los nómadas tal vez habrían exterminado a Palestina y arrojado a los judíos al mar. (Véase Bickerman, Ezra to the Last of the Maccabees, pág. 10.) Así, como en muchas otras cosas, los siglos de dominación extranjera trajeron a Israel tanto bendiciones como problemas.

(K-2) Surgimiento de los escribas

Cuando Judá retornó del exilio en Babilonia, llevó consigo cantidad de cosas que no eran parte de sus antiguas creencias. Si se pudiera escoger una de ellas como ejemplo de todas las demás y símbolo de lo que representaban, escogeríamos a los escribas. Estos eran orginalmente hombres educados que se ganaban la vida escribiendo las actas del imperio, o copiaban las Escrituras (véase Temas suplementarios, sección H). Las estudiaban diligentemente tanto para detectar errores de escritura como para comprender su significado. Después su papel se hizo más importante. No solamente preparaban copias de las Escrituras para las muchas sinagogas, sino que también se volvieron maestros de la ley. Mientras Israel tuvo profetas, los escribas siguieron siendo maestros y copistas. Pero cuando la voz profética cesó en Israel, aquellos expertos en la ley de Moisés comenzaron a llenar el vacío.

"Una vez que el verdadero profeta ha sido rechazado y ha muerto, miles de expertos caen sobre sus palabras para comenzar el difícil trabajo de la exégesis (sacar sentido de la palabra escrita). Las palabras de los profetas muertos se tornan posesión peculiar de ejércitos de eruditos especialmente entrenados y cuidadosamente condicionados. " (Hugh Nibley, The World and the Prophets, págs. 24-25.)

Un factor importante que contribuyó al aumento de poder de los escribas fue el cambio del hebreo al arameo en el lenguaje común del pueblo. Aunque los dos idiomas eran parecidos, la diferencia era suficiente como para hacer que las Escrituras en hebreo fueran difíciles de entender. De manera que el pueblo tenía que depender de los eruditos para obtener información y comprensión. Los títulos que los escribas tomaron para sí reflejan su creciente importancia: abogados, doctores, ancianos y rabinos. No es de sorprenderse que estos eruditos no estuvieran de acuerdo en cuanto a sus interpretaciones, ni que se esforzaran para convencer a los demás a aceptar sus puntos de vista. El resultado fue la creación de distintas sectas religiosas en Judá, tales como la de los saduceos, los fariseos y los esenios.

(K-3) La helenización de Judea

A fines del siglo cuarto a. C., una nueva potencia se estaba preparando para lanzarse al frente de la historia mundial. La continua presión del imperio persa sirvió de catalizador para unir a un número de ciudades-estados del territorio de Grecia bajo una cabeza administrativa: Felipe de Macedonia. Bajo su dirección toda la península griega fue unificada y se preparó para desafiar la supremacía de los persas. Bajo la dirección de Alejandro, hijo de Filipo, comenzaron las guerras de conquista. En el año 334 a. C. atacó con éxito al imperio persa y lo venció. Desde allí rápidamente recorrió todo el Medio Oriente, conquistando todas las naciones que se le interponían, incluyendo a Palestina. Detrás de él llegaron multitudes de colonos griegos —mercaderes, artesanos, trabajadores— ansiosos de imponer la cultura griega. (Véase Everyday Life in Bible Times, pág. 291.) Dentro de pocos años Alejandro murió, pero la influencia helénica, o griega, se dejó sentir durante siglos. Con la conquista del pequeño estado de Judá, el mundo judío se trasladó hacia el occidente y quedó bajo la influencia de las civilizaciones europeas. En el pasado se habría llevado y esparcido hacia el noreste y hacia el sur; ahora era hacia el norte y al occidente. En el pasado sus amos habían sido orientales como ellos mismos. Ahora fueron los pueblos occidentales los que tomaron el timón.

Los griegos estaban seguros de que su cultura contenía la solución de los problemas mundiales. Era su meta, por lo menos al principio, convertir a los jóvenes del mundo a la filosofía clásica de los griegos. Para lograr este objetivo, establecieron ciudades en donde se podía estudiar sus filosofías sin restricciones de viejas costumbres. Además, los soldados griegos que eran dados de baja recibían tierras en distintos lugares del imperio. En esta forma los griegos trataban de asegurar la enseñanza de ideas helenistas. (Véase T. Edgar Lyon, "Greco-Roman Influences on the Holy Land", Ensign, septiembre de 1974, pág. 20.) Como resultado, el griego pasó a ser el idioma del imperio y la cultura helénica la norma de vida. Es así como el pueblo judío se vio enfrentado a nuevas influencias paganas, a un nivel mucho mayor que antes. Los griegos consideraban que las tradiciones, costumbres y religión de los judíos eran primitivas, arcaicas y bárbaras, y, por lo tanto, se dedicaron a "iluminarlos". Como los pueblos vecinos rápidamente aceptaron el dominio griego, pronto los judíos se encontraron como una isla en medio de mar de influencia helénica. Anteriormente sólo los judíos se distinguían por la unidad, pero bajo esta nueva presión administrativa, se formó un bloque sirio-griego. Se presentó la pregunta de si la nación judía podría sobrevivir y mantener su cultura y religión o si sucumbiría a la fuerza de este frente unido, perdiendo así sus tradiciones tal como ya había perdido su libertad política (véase H. H. Ben-Sasson, ed., A History of the Jewish People, págs. 196-97).

El peligro era grande. La intoxicante influencia de la embriagante filosofía y materialismo griegos pronto penetraron la clase más elevada de la sociedad judía. Aun la prestigiosa familia Sadoc, que había dominado el oficio de sumo sacerdote y así había dirigido la adoración en el templo y el concilio más político de los ancianos, sucumbió a la presión y abandonó parte de la sencilla túnica de la Tora por los ropajes más suntuosos de los gentiles. La orden del día era el ajuste a las costumbres griegas, si es que no llegaba al abandono total de lo judío. Cierto número de los judíos helenizados ingresaron a la lucrativa posición de recolectores de impuestos griegos. Sus concesiones públicas a las costumbres de los paganos hicieron que muchos de los más religiosos consideraran a estos oportunistas al igual que a los demás pecadores, un concepto que duraría hasta la época de Cristo.

En esta época se produjo un caso curioso. Desde los días del cautiverio, Samaría había sido una tierra en la que la sangre judía se había mezclado en gran manera con la de los gentiles. Aun así, los habitantes, hasta la época de Nehemías, habían buscado su luz espiritual en Jerusalén. Pero cuando los judíos que retornaron rehusaron permitirles contribuir para la edificación del templo, los samaritanos se rebelaron y pusieron los cimientos de su propio templo en el Monte Gerizim. (Véase Esdras 4-5; Nehemías 13:27-31; Juan 4:20.) El Monte Gerizim entonces llegó a ser para los samaritanos lo que el monte del templo, el Monte Moríah, era para los judíos. Bajo la presión griega, Samaría rápidamente adoptó costumbres de los gentiles y se tornó un fuerte de las ideas helenistas.

Aunque los judíos que vivían en Jerusalén hacían concesiones a diestra y siniestra, el abandono evidentemente total de los caminos de los padres por parte de los samaritanos fue la causa de una consternación que finalmente se convirtió en odio. Esta enemistad destruyó para siempre toda posible unión entre Jerusalén y Samaría. Para la época de Cristo, el encono se había afianzado tanto que algunos judíos, para ir desde Galilea a Judea, no tomaban el camino más corto, sino que bordeaban el territorio de Samaría antes que arriesgar contaminarse por lo que consideraban una influencia inicua.

(K-4) Palestina bajo los reinos helenos

Después de la muerte de Alejandro, las guerras infestaron todo el oriente. Sus generales disputaron entre sí el control del imperio. Dos de ellos obtuvieron el control de la Tierra Santa. Seleuco conquistó Siria y la parte septentrional del Medio Oriente. Ptolomeo tomó Egipto. Palestina se encontraba justamente entre los dos rivales. La Tierra Santa cambió de amo varias veces durante los años siguientes, según los ptolomeos, y los seléucidas lograban su control, acareando resultados desastrosos para los pueblos y poblados de Judea. En el año 301 a. C. finalmente cayó en poder de los ptolomeos de Egipto, permaneciendo bajo su dominio durante los siguientes cien años. Pero en todo ese tiempo, los seléucidas, la otra gran dinastía macedonia, disputaba su dominio. Palestina era para los ptolomeos, como lo había sido para muchos de los mandatarios de Egipto, Persia y Asiría, de gran valor estratégico. Por otra parte, los seléucidas, que se habián establecido firmemente en Siria, no querían que los ptolomeos gobernaran un país tan próximo al corazón de su territorio. En esta forma fue que Judea siguió siendo punto de contención entre las dos potencias rivales. No fue sino en el año 200 a. C. que los seléucidas pudieron tomar a Judea y mantenerla en su poder.

El cambio de gobierno de manos de una dinastía helénica a otra causó más dificultades a los judíos que el cambio de manos de los persas a los griegos. Bajo los ptolomeos las presiones helenizantes eran sutiles, y las sintieron principalmente los opulentos. En tanto que las clases más bajas pagaran sus impuestos, pocos eran los problemas que para ellas existían. Durante dicho período, la población judía aumentó considerablemente, especialmente fuera de Palestina. La ciudad de Alejandría en Egipto, por ejemplo, tenía la comunidad judía más numerosa en todo el mundo. También había grandes colonias en Babilonia y otras ciudades del mundo. Los judíos de la Diáspora sobrepasaban en números a los judíos de Judea.

Cuando Antíoco IV, rey seléucida, llegó al poder en el año 175 a. C., la incierta tranquilidad de los judíos palestinos llegó a su fin. Antíoco decidió que los griegos habían sido tolerantes demasiado tiempo con lo que él consideraba la mentalidad cerrada y la supersticiosa barbarie de los judíos. Intentó destruir la religión imponiendo sobre los judíos la religión griega. Construyó un gimnasio en Jerusalén e introdujo la filosofía, educación y teatro griegos. La mayoría de los componentes de la clase alta de la población judía aceptó este cambio sin mayores problemas. Mucho era lo que tenían para ganar en una relación amistosa con los gentiles, y mucho para perder si la ira de sus gobernantes se encendía. Pero la mayor parte de la población vio en estas tendencias señas alarmantes de un abandono de la religión.

El vocablo gimnasio proviene del griego gymnos, que significa "desnudo". Los griegos glorificaban la belleza del cuerpo humano, y los jóvenes que iban a los gimnasios (escuelas o academias) participaban desnudos en las competencias atléticas. Esa práctica era considerada, por la gente más conservadora, como una abominación. Pero para mayor vergüenza, las familias de los ricos comenzaron a apartarse de la ley de la circuncisión dado que por ella sus hijos serían diferentes y fácilmente identificables en los gimnasios. En algunos casos, los jóvenes se sometieron a dolorosas operaciones con el fin de esconder la señal del pacto abrahámico. (Véase Emil Schrurer, A History of the Jewish People in the Time of Jesús, pág. 25.)

La presión ejercida para helenizar a los judíos se debía en parte al deseo de Antíoco de civilizarlos, pero también intervenían en ello razones políticas. Roma rápidamente se estaba convirtiendo en una potencia mundial. Algunas zonas del Mediterráneo ya habían sucumbido a su poder, tanto como había sucedido con Egipto y partes de Asia Menor. Antíoco comprendió claramente que Siria y Palestina eran el próximo blanco. Necesitaba un pueblo fuerte y firme bajo él para contrarrestar la creciente amenaza. Los judíos tenían fama de ser rebeldes y difíciles de gobernar, y era patente que su actitud se relacionaba íntimamente con su religión. Para Antíoco la respuesta era clara. El judaismo debía ser aniquilado, y de esa forma comenzó a ejercer la presión necesaria para lograr su finalidad. (Véase Ben-Sasson, History of The Jewish People, pág. 191.)

En el año 169, a. C., el templo fue saqueado bajo las órdenes de Antíoco. Dos años después sus tropas fueron enviadas a la ciudad santa en día de reposo. Una estricta interpretación del cuarto mandamiento hizo que los judíos no se resistieran, y miles fueron muertos. Poco después los muros de la ciudad fueron derribados y se estableció una guardia en una fortaleza levantada cerca del templo profanado. Se suspendió el limitado servicio de adoración en el templo; fueron prohibidas la observancia del día de reposo y las celebraciones especiales, y también incluso la circuncisión. Todas estas prohibiciones fueron establecidas bajo pena de muerte. Bajo la vigilancia de las tropas de Antíoco mandaron ofrecer sacrificios de cerdos, animal que según la ley mosaica era considerado inmundo y, por lo tanto, una abominación, y se forzó al pueblo a adorar a los ídolos de Zeus y otras divinidades griegas.

(K-5) Fariseos y saduceos

En este punto surgieron dos grupos judíos muy importantes. Aunque todavía existe algo de desacuerdo en relación al origen e historia de cada uno de ellos, muchas autoridades en la materia concuerdan con que los saduceos y fariseos se hicieron fuertes cuando Judá estaba tratando de hacer frente a los esfuerzos helenizantes de los seléucidas. Las raíces de todas las sectas judaicas llegan a la época del cautiverio en Babilonia, pero bajo la presión de los griegos dos grupos comenzaron a ser importantes y a la vez distintos. En la época en que finalizó la rebelión asmonea (que se comenta a continuación), ambos grupos habían llegado a ser sectas poderosas y rivales.

El grupo del cual nacieron los fariseos probablemente haya sido el Hasidim, nombre que significa "los santificados". Esta secta fomentaba la observancia de los rituales judíos y el estudio de la Tora ya en la época de Esdras. Algunos de ellos hicieron voto de apartarse de las impurezas de los que vivían a su alrededor y de seguir estrictamente su propia interpretación de la ley. Por lo tanto, los hasidim no solamente mantuvieron la validez de la Tora, los escritos, como fuente de su religión, sino que, basados en ella, y con el fin de adaptar los antiguos códigos a las nuevas condiciones de vida, hicieron una interpretación más figurada de la ley. Esta interpretación llegó a ser conocida como la ley oral, dado que en su mayor parte era memorizada y transmitida por boca. Los hasidim creían en una combinación del libre albedrío y la predestinación, en la resurrección de los muertos y en un juicio que diera como resultado la recompensa o castigo en la vida venidera. (Véase Encyclopedia Judaica, s. v. "Pharisees".)

Profundamente alarmados por el creciente abandono de los valores tradicionales del judaismo, la población comenzó a mirar más favorablemente a los hasidim, los que parecían ser los únicos que se interesaban en conservar la religión. Un grupo importante comenzó a congregarse alrededor de los hasidim, dedicándose a la preservación del código mosaico. Para contrarrestar las influencias griegas, se volvieron a una obediencia estricta, casi rígida, de la ley. Por causa de sus intentos de mantenerse libres de las ideas falsas y mundanas, este grupo comenzó a ser llamado "porrushim" palabra que proviene del vocablo hebreo pourras, que significa "estar apartado". Así surgió el nombre fariseo, que es la conversión griega de pourrashim.

A causa de las ideas que ellos sostenían, ofrecían un atractivo muy grande para la mayoría de la población, y los fariseos constituyeron un grupo mucho más numeroso que el de los saduceos y encontraron más respaldo entre el pueblo, hecho que se mantuvo hasta la época del Salvador.

Mientras los fariseos eran principalmente gente del pueblo, los saduceos eran más bien de la alta sociedad: sacerdotes, mercaderes y aristócratas. El nombre de la secta (zeduquim en hebreo) es probablemente un derivado de Sadoc, el sumo sacerdote de los días del rey David. Ezequiel confió a la familia de Sadoc el control del templo (véase Ezequiel 40:46; 43:19; 44:10-15), y los descendientes de esta familia ejercieron las funciones de mayor jerarquía del templo hasta el año 200 a. C. El nombre saduceo se aplicaba a todos los que simpatizaban con los de la familia de Sadoc. (Véase Encyclopedia Judaica, s. v. "Sadducees".) Fue principalmente entre esta clase rica que la aceptación de la cultura griega encontraba terreno fértil; por este motivo, los saduceos no eran populares entre la mayor parte del pueblo.

Esta secta era en su mayoría conservadora. A diferencia de los fariseos, los saduceos rechazaban la ley oral como vigente, con excepción de la parte que se basaba estrictamente en la Tora. Además, negaban la vida después de la muerte y, por lo tanto, la resurrección. El propósito de obedecer la ley era sólo para recibir ayuda divina en esta vida. Su teología tendía a bajar a Dios al nivel del hombre, y la adoración que le rendían se parecía al reconocimiento que se le da a un monarca humano. La ley de Dios debía ser interpretada estrictamente, sin permitir ninguna interpretación simbólica o alegórica, como hacían los fariseos.

En la lucha por la supremacía entre estas dos sectas, se pueden ver los primeros pasos a la adoración formal en las sinagogas. Los fariseos intentaban minar la autoridad religiosa de los saduceos, la cual se basaba en su exclusivo dominio sacerdotal del templo. Para debilitar ese control, los fariseos aconsejaron que ciertas ceremonias que previamente se hacían exclusivamente en el templo, ahora se podrían practicar en las casas. Además, el lugar formal de adoración, la sinagoga, fue establecido para promulgar y perpetuar su doctrina. Fue de esta forma que hombres instruidos, pero que no eran de linaje sacerdotal, comenzaron a desempeñar un importante papel en los asuntos religiosos a nivel nacional.

(K-6) Los esenios

La idea de separarse de la sociedad para evitar la impureza religiosa llegó a tal punto que llevó a la formación de otra secta, los esenios. El nombre se encuentra solamente en escritos griegos y probablemente significa "los piadosos". El interés en este grupo aumentó grandemente a fines de la década de 1940, como consecuencia del hallazgo de sus escritos sagrados, conocidos como los Pergaminos del Mar Muerto, en Qumrán. Esta secta se diferenciaba de los fariseos solamente en los extremos a los que llegaban en la práctica de sus creencias. Los esenios creían que los fariseos no se esforzaban lo suficiente en sus intentos de separarse del mundo. En cambio ellos sí se apartaron literal y espiritualmente del mundo estableciendo comunidades en zonas tan desoladas como las costas del Mar Muerto, donde podían aislarse completamente.

La vida en estas comunidades era estricta y altamente estructurada. Los miembros generalmente no se casaban, por causa de las impurezas a las que las mujeres estaban sujetas, según la ley mosaica, y por el concepto de que el matrimonio era una traba para un estado mental de total devoción. Se abstenían de adorar en el templo y de participar en los sacrificios que allí se efectuaban. Se levantaban antes de la salida del sol y se reunían para orar; luego realizaban sus respectivos deberes hasta aproximadamente las once de la mañana. En ese momento todos se bautizaban, se ponían sus túnicas blancas y comían en común. Después de la comida se quitaban las vestiduras sagradas, se ponían su ropa de trabajo y trabajaban hasta la noche, cuando nuevamente se reunían para participar de una comida común. Plantaban y cuidaban rebaños y se abastecían a sí mismos.

(K-7) La familia asmoneana y la revolución macabea

Los esfuerzos de Antíoco para dar fin al judaismo se volvieron más y más brutales. Sus soldados rodeaban un pueblo e iban de casa en casa investigando a la gente. Si se encontraba que un niño hebreo había sido circuncidado, lo mataban y lo ataban al cuello de la madre como advertencia para las demás. Luego las madres eran arrojadas al vacío desde una muralla (véase 2 Macabeos 6:10). En otro caso una mujer que tenía siete hijos fue obligada a presenciar la ejecución de cada uno de ellos en una forma espantosa por haber rehusado éstos a comer carne de cerdo. Exhortando a cada uno a mantener la fe, la madre no desfalleció y finalmente ella misma fue ejecutada. (Véase 2 Macabeos 7.)

La brutalidad y el horror tuvieron efectos contrarios de lo que se esperaba. La resistencia se hizo firme, el odio hacia Antíoco y sus soldados griegos se diseminó como reguero de pólvora y la rebelión ardió en el corazón del pueblo. Finalmente se produjo una chispa que explotó en revuelta abierta.

En el año 167 a. C., en un pequeño pueblo llamado Modín, los soldados griegos reunieron a la gente y demandaron que Matatías, un viejo sacerdote de la familia asmoneana, ofreciera un sacrificio a un dios pagano. Matatías rehusó aunque fue amenazado de muerte. Otro sacerdote se adelantó y estuvo a punto de hacer lo que el soldado ordenaba, pero cuando levantó el cuchillo para llevar a cabo el sacrificio, el furioso Matatías tomó una espada y lo mató al él y al oficial sirio. Matatías y sus cinco hijos huyeron a los cerros e invitaron a toda Judá a unirse con ellos. (Véase 1 Macabeos 2:1-27.) ¡La revuelta había comenzado! Se expandió por todo el territorio y recibió apoyo de todos los sectores, a medida que los judíos se enfrentaban con los odiados griegos. Cuando Antíoco por fin tomó en serio la revuelta, se encontraba con toda una nación sedienta de libertad.

Como Matatías era un sacerdote que intentaba defender el código mosaico, los fariseos dieron su apoyo a la familia asmoneana. Matatías murió poco después de comenzada la lucha, pero tenía cinco hijos. Luego de su muerte, Judas se hizo cargo de la dirección de la revuelta. Judas era un genio militar y vez tras vez exhortó a sus tropas, que estaban en minoría y mal equipadas, a tener fe en Dios y en la justicia de su causa. Una y otra vez aplastó a contingentes dos y tres veces más numerosos que los propios. (Véase Flavio Josefo, Antigüedades judaicas, libro 12, cap. 7.) Para el año 164 a. C., la ciudad de Jerusalén había sido reconquistada y el templo limpiado de impurezas, y otra vez fue dedicado para la adoración de Jehová. Los judíos se independizaron de sus amos extranjeros por primera vez en más de cuatrocientos años.

La revolución asmoneana se conoce más comúnmente como la revolución de los macabeos debido a que el hijo de Matatías se llamaba Judas Macabeo o Judas el macabeo. La mayoría de los eruditos creen que el nombre Macabeo proviene del vocablo hebreo que significa "martillo", y tal vez le fue dado a Judas por su gran éxito en la guerra. Un erudito sugiere una explicación que tiene paralelos muy interesantes con el Libro de Mormón.

De acuerdo con Humphrey Prideaux, Judas levantó un estandarte alrededor del cual se reunieron los leales a su causa. Sobre ese estandarte él abrevió un pasaje de las Escrituras (Exodo 15:11), que en hebreo es "Mi Camo-ka Baelim Yavéh, o sea, Quién como tú, Jehová, entre los dioses… Las primeras letras de estas palabras, juntas, crearon el vocablo Macabeo, de aquí que todos los que luchaban bajo aquel estandarte eran llamados Macabeos. " (The Old and New Testament Connected in the History of the Jews and Neighboring Nations, parte 2, vol. 3, págs. 260-61.)

Judas continuó esforzándose por lograr la autonomía de Judea y ganó otras batallas contra las fuerzas seléucidas. En el año 161 a. C. había establecido una alianza con Roma. Aunque la muerte de Judas en el transcurso de una batalla retrasó el progreso de la independencia de Judea, sus hermanos Jonatán y Simón continuaron su camino, ganando ventaja en la disminución del poder político de la dinastía seléucida para fortalecer la propia y extender las fronteras de Judea.

Las batallas ganadas con gran esfuerzo de parte de Matatías y de sus hijos tuvieron efecto por poco tiempo. Muy rápidamente el pueblo y los descendientes de los asmoneos olvidaron que había sido el Señor quien los había libertado. Como Saúl, David y también como Salomón, los miembros de la nueva dinastía se corrompieron por causa del poder y la gloria. Los hijos y nietos de los macabeos cayeron en la práctica de cosas deshonestas y mundanas, y antes de haber transcurrido otros cien años habían llegado a ser tan corruptos que el territorio de Israel cayó como una ciruela madura en manos de los romanos, cuando Pompeyo anexó Judea al imperio en el año 63 a. C.

Como los fariseos habían dado su apoyo a los as-moneanos y los ayudaron a obtener la independencia de la nación, no sólo se tornaron inmensamente populares, sino que ascendieron en los rangos de poder en el reino. Los saduceos, que tradicionalmente habían ocupado los puestos más favorables, cayeron de esa posición porque habían sido los que más favorecían a los griegos. En la época de Jesús, aunque los fariseos todavía tenían el apoyo del pueblo, los saduceos habían vuelto al poder y controlaban el Sanedrín y el oficio de sumo sacerdote.

Schurer explicó lo que sucedió para que se precipitara ese cambio: "Josefo y el Talmud describen con palabras similares la aparente razón de la brecha entre Hircano (el rey asmoneano y nieto de Matatías) y los fariseos: Hircano solicitó en cierta ocasión en que los fariseos estaban comiendo con él, que si lo observaban actuando en desconformidad con la ley deberían llamarle la atención y señalarle la senda correcta. Pero los presentes sólo proferían alabanzas. Solamente uno, Eleasar, se puso de pie y dijo: 'Como deseas saber la verdad, si eres recto en verdad, deja el sumo sacerdocio y conténtate con el gobierno del pueblo'. Y cuando Hircano quiso saber la causa por la que debía hacer eso, Eleasar respondió: 'Hemos sabido mediante los ancianos que tu madre fue cautiva durante el reino de Antíoco Epífanes' (acusación que implicaba que Hircano podía ser hijo ilegítimo de Antíoco). Debido a que esta acusación era incorrecta, Hircano se encendió en ira contra él y preguntó a los fariseos cómo podía castigar a Eleasar. Cuando éstos le respondieron 'con azotes y ataduras', Hircano, que creía que tal ofensa merecía nada menos que la muerte, se enojó aún más y pensó que Eleasar había dado expresión a un sentimiento que era aprobado por su partido. Por lo tanto, se separó completamente de los fariseos, prohibió bajo castigo la observancia de las leyes ordenadas por ellos y se unió con los saduceos." (Jewish People, pág. 77.)

(K-8) Judea bajo los romanos

A medida que la paz de Roma se esparció por el Cercano Oriente, la guerra de las filosofías se intensificó. Casi desde el comienzo la teología judía se había pervertido sutilmente por el impacto de las ideas griegas. Durante la ocupación romana, la perversión griega se convirtió en la base de la nueva teología judía y ganó una gran mayoría de gente. Es irónico que la secta que más se apegó a la nueva teología judía fuera la que se esforzaba tan desesperadamente por mantenerse separada de los paganos: los fariseos. La filosofía griega se basa en la razón y la supremacía de la mente. Esas ideas eran también la base de lo que los fariseos amaban aun por encima de la Tora: la ley oral. Por lo tanto, el axioma helénico de que la educación pública era la clave para transformar a la gente fue abrazado totalmente por los fariseos. A través de la sinagoga, el pueblo iba a ser llevado a la Tora y a Dios. Allí se enseñaba exactamente lo que debían hacer. En la casa, en la calle, y en la tienda y en el mercado, todo movimiento de los piadosos era reglamentado. De esa forma, la ley se tornó en propiedad exclusiva de la mente, dejando destituidos al corazón y el espíritu. (Véase Bickerman, Ezra to the Last of the Maccabees, págs. 160-65.)

Es irónico que aunque los judíos se habían apartado completamente de la idolatría que los había llevado al cautiverio bajo los babilonios, ahora habían entrado en una nueva forma de idolatría más sutil y seductora. En lugar de volverse al verdadero Dios de Israel, comenzaron a adorar la ley. La Tora era considerada con mística reverencia, y la obediencia a ella se manifestó en una forma más y más rígida de adoración. Los escribas y los fariseos eran los nuevos sumos sacerdotes de esta nueva idolatría, profesando abiertamente ser los únicos verdaderos seguidores de Jehová, pero interiormente estaban tan carentes de poder espiritual como los sacerdotes de Baal. Constituyeron la oposición más organizada que se levantó contra Jesús y fueron una y otra vez el objetivo de su encendida condena. Tal como lo predijo Isaías, se acercaban al Señor con sus labios, pero sus corazones estaban lejos de El (véase Isaías 29:13; Mateo 15:7-9).

Cuando Pompeyo conquistó Palestina para el Imperio Romano, puso a uno de los asmoneos como rey, aunque el poder de dicha posición había desaparecido casi totalmente. El asesor de este rey era un idumeo, raza despreciada por los judíos, de nombre Antipáter. Rápidamente este asesor se congració con Roma y le quitó el trono al títere del rey. Antipáter consolidó su poder ayudando a Roma en la lucha contra los partos, enemigos del oriente que constantemente amenazaban los intereses de Roma. En pago por esta ayuda, Antipáter recibió el derecho de que su hijo fuera nombrado rey de Judea. Así entra en escena un hombre destinado a causar un profundo efecto en la historia de los judíos y bien conocido por su papel en el primer intento de asesinar a Jesús: Herodes el Grande.

Herodes era odiado por el pueblo judío por muchos motivos, no siendo el de menor importancia el hecho de no ser judío, aunque supuestamente se había convertido al judaismo. Era brutal y vicioso, pero para Roma un administrador capaz del reino. Los romanos estaban complacidos, pues mantenía el control de lo que se consideraba una provincia difícil. Era completamente leal al imperio y un gran defensor de la cultura greco-romana, la cual reinstituyó en Judea. Junto con esta helenización, emprendió programas de construcción, todos los que el pueblo pagó mediante pesadas contribuciones. Los judíos vieron su dinero usado para levantar fuertes, gimnasios y templos paganos. Para aplacar al pueblo, así como para dar más poder y prestigio a los saduceos, que generalmente fueron quienes lo apoyaron, Herodes inició un intrincado programa de expansión del complejo del templo, finalmente convirtiéndolo en una de las maravillas del mundo antiguo. Este programa de construcción seguió adelante durante la época de Cristo.

Bajo la autoridad de Roma, los judíos mismos recibieron limitado poder político. Ese mínimo poder fue constituido en el Sanedrín, un cuerpo religioso-político tradicionalmente integrado por setenta y un individuos presididos por el sumo sacerdote. Este concilio era lo que quedaba del importante concilio de ancianos que había dominado los asuntos de Judea hasta unos 100 años antes de Cristo. Bajo los asmoneos, en una condición algo debilitada, recibió el nombre de los concilios helenos que servían a los reyes: el de Synedrión, o Sanedrín. (Véase Chaim Potok, Wanderings: Chaim Potok's History of the Jews, pág. 191.)

Herodes el Grande murió poco después del nacimiento de Jesús, y los romanos dividieron el reino entre sus tres hijos. Felipe reinó sobre el norte y este de Galilea; Herodes Antipas sobre Galilea y Perea; y Arquelao sobre Judea, Samaría e Idumea. Por causa de las medidas extremas y opresivas que tomó Arquelao, los judíos lograron que fuera destronado en el año 6 d. C. Su territorio fue dado a Herodes Antipas.

(K-9) Los herodianos y los zelotes

Otros dos grupos mencionados en el Nuevo Testamento surgieron durante el período comprendido entre los dos Testamentos. Uno de estos grupos de judíos favorecía el reinado de Herodes Antipas y animaba al pueblo a apoyar su soberanía. Por esa razón se les llamó los herodianos. Estos vieron en la ascensión de Herodes Antipas al poder, el cumplimiento de ciertas ideas mesiánicas en boga. Predicaban estas ideas y se oponían a todo el que les parecía que podía estorbar el estado de cosas. Este partido político juntó fuerzas con la secta religiosa de los fariseos para oponerse a Jesús (véase Mateo 22:16) dado que veían en el Maestro una amenaza para sus metas políticas.

En oposición a los herodianos estaban los zelotes. Este partido se formó en el año 6 d. C. bajo la dirección de Judas de Galilea, en oposición a los impuestos romanos. Estos rebeldes tenían algo del espíritu de los macabeos en su oposición al mando de los gentiles y su influencia, y deseaba liberar a Judea. No buscaron sólo a los macabeos como prototipo, sino a Finees (véase Números 25:7-13). Finees dio muerte a un hombre y a una mujer que descaradamente violaron las leyes de Dios en el desierto y amenazaron la seguridad de toda la casa de Israel. El Señor felicitó a Finees por su celo en la defensa de la ley de Dios. Los zelotes razonaron entonces que la violencia era justificada en el intento de derrocar a Roma. Los romanos les dieron el nombre de Sicarri, por el vocablo latino que significa daga, dado que a veces se mezclaban entre el pueblo portando dagas bajo sus túnicas, y así, aprovechando las aglomeraciones, asesinaban a quienes eran conocidos como partidarios de Roma, o algunas veces a los oficiales romanos mismos. Aunque violentos, los zelotes eran completamente religiosos y se justificaban a sí mismos diciendo que solamente derrocando a Roma se podía levantar el reino de Dios. Su nombre mismo parece denotar un celo por la ley de Moisés. Su rebelión inicial en el año 6 d. C. fue sofocada por los romanos, después de la cual los sobrevivientes huyeron a los desiertos, donde continuaron ejerciendo presión sobre los romanos mediante tácticas de guerrilla durante la época del Salvador. Después de la muerte de Jesús, fueron los zelotes quienes principalmente encabezaron el movimiento contra Roma, el cual resultó en la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C.

(K-10) Conclusión

Durante cuatrocientos años los cielos habían guardado silencio; desde Malaquías no había habido profeta en Israel. Aunque los servicios habían sido interrumpidos, los ritos del templo habían continuado durante la mayor parte de ese tiempo. Los sacerdotes habían ofrecido sacrificios sobre el gran altar, y el pueblo continuaba orando diariamente mientras el sacerdote ofrecía incienso sobre el altar en el lugar santo. La revelación había cesado, pero los ritos externos habían continuado. Todo marchaba con precisión hasta cierto día cuando un sacerdote llamado Zacarías no reapareció tan rápidamente como debía haberlo hecho al salir del lugar santo, después de su servicio. El pueblo empezó a maravillarse y conjeturar. Y bien que debió hacerlo, pues una vez más el velo había sido quitado y la palabra de Dios proclamada. El humilde y anciano Zacarías, del orden sacerdotal de Abia, estaba en la presencia de un ángel. "…Tu oración te ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo… e irá… para preparar al Señor un pueblo…" (Lucas 1:13, 17). Este hijo tan largamente deseado iba a ser un mensajero que iría con el espíritu y poder de Elias a declarar que el reino de Dios que se estaba acercado. Una vez más se ofrecería a Israel el convenio y la promesa. Una vez más las llaves y el poder le serían ofrecidos. Una vez más la nación podía llegar a ser el pueblo de Jehová. El que vino a preparar el camino se llamó Juan, o en hebreo, Yohanan, "don de Dios". Israel una vez más tenía profeta, sólo que esta vez el profeta hablaría de Jehová. El iba a ser el precursor, el profeta que prepararía el camino para la venida de Jehova a la tierra como Hijo de Dios y el Mesías que Judá había esperado tanto tiempo. Y así el Antiguo Testamento, o el viejo pacto, llegó a su fin y comenzó el Nuevo Testamento o el nuevo convenio.