1990–1999
Un año de jubileo
October 1999


Un año de jubileo

“Demos mayor prioridad a la oración familiar, al estudio en familia de las Escrituras y a la noche de hogar, y eliminemos las actividades que nos llenan la vida de cosas mundanas y perniciosas”.

Estoy seguro de que siempre recordaré el haber sido el primer orador de la última sesión de esta histórica conferencia general. No se trata solamente de la última sesión de esta conferencia, sino que es la última sesión de esta década y la última sesión que llevará la fecha de los 1900. Esta sesión es apropiada para una especial anotación en un diario personal. Los acontecimientos históricos captan en especial nuestra atención cuando recordamos el pasado y prevemos el futuro. Durante las últimas semanas de este año, los medios de difusión habrán de pregonar los principales sucesos del siglo veinte. Los pronosticadores tratarán de orientar nuestra atención hacia las posibilidades del siglo veintiuno. Para los creyentes que han aceptado el Evangelio de nuestro Señor y Salvador, ésta debería ser también una época especial para recordar las bendiciones que Él ha dado a Sus hijos creyentes y las promesas de bendiciones aún mayores para el futuro.

A través de todos los tiempos, el Señor ha hecho recordar a Sus hijos el deber que tienen para con Él. Siempre me ha interesado la forma en que el Señor enseñó y cuidó a Israel durante los cuarenta años en que deambuló por el desierto. En el libro de Levítico, así llamado porque se relaciona con los deberes y las enseñanzas de los levitas, se dan instrucciones para el año de jubileo y para su observancia. Creo que en la forma en que Israel celebró ese año tan especial hay también un mensaje para nosotros. En el capítulo 25 de Levítico leemos:

“Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo:

“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová.

“Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos.

“Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña…

“Y contarás siete semanas de año, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años.

“Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra.

“Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia” (Levítico 25:1–4, 8–10).

Las leyes relacionadas con el jubileo abarcaban tres puntos. Primero, la gente tenía que hacer descansar la tierra de modo que pudiera rejuvenecerse y ser más productiva en el futuro. Hoy en día, en nuestra vida tan atareada y compleja, el año de jubileo nos brinda una excelente oportunidad para evaluar la dirección en que vamos y determinar si nuestras prioridades están en orden. ¿Hemos puesto acaso las oportunidades de bendiciones eternas por encima de las ambiciones mundanas? ¿Hay algo en nuestra vida a lo que podríamos dar descanso por una temporada a fin de renovar nuestra alma para ser más productivos, especialmente en lo que más le interesa a nuestro Señor?

Hace ya un siglo, entramos en la era de la gran revolución industrial. La mente creativa de los hombres empezó a desarrollar una serie de dispositivos para hacer más fácil nuestra vida. Piensen en la última vez que remodelaron alguna parte de su casa y vean cuántos tomacorrientes adicionales pusieron en cada cuarto. Piensen luego en dónde agregaron cables de extensión con más tomacorrientes para conectar nuevos artefactos eléctricos. A pesar de todos estos nuevos dispositivos para ahorrar trabajo, me imagino que la vida no es para ustedes más fácil, sino más complicada que nunca.

Al acercarnos al siglo veintiuno, nos encontramos en medio de una revolución informativa, la tal llamada era de información, con todos sus nuevos desafíos y sus oportunidades. En la actualidad estamos inundados de información. Para muchas personas, la televisión les está privando de dedicar valiosos momentos a la familia. Internet es una nueva fuente de información que ofrece tremendas oportunidades, como así también otra posibilidad: la de volvemos adictos. Lamentablemente, con las bendiciones de la nueva era de información nos llegan algunos desafíos, al encontrar las fuerzas malignas nuevos medios de difusión y nuevas formas de infiltrarse en nuestra mente. Las influencias del mundo invaden nuestros hogares con nuevos perfiles y fomias para desafiar nuestra determinación de emplear nuestro tiempo sabiamente y para los propósitos del Señor.

Quizás podríamos seguir el ejemplo de la ley del antiguo Israel y renovarnos. Hagamos una lista de esas actividades básicas que enriquecen al hombre y a la mujer eternos y decidamos en nuestro año de jubileo suspender aquellas que son de muy poco valor y significado que hasta podrían poner en peligro nuestro bienestar eterno. Demos mayor prioridad a la oración familiar, al estudio en familia de las Escrituras y a la noche de hogar, y eliminemos las actividades que nos llenan la vida de cosas mundanas y perniciosas.

Desde septiembre de 1995 hemos estado fomentando un programa para poner de relieve los puntos necesarios para la capacitación de líderes, el cual nos exhorta a establecer nuevamente la preeminencia del hogar y la familia como las unidades fundamentales de la Iglesia, exhortando a cada miembro de la familia a establecer como primera prioridad el tiempo que pasa con ella. ¿Podríamos hacer de nuestro año de jubileo una temporada para renovar nuestra forma de actuar anterior y dejar a un lado las cosas que impidan nuestro progreso eterno? ¿Y podríamos entonces dedicarnos nuevamente a las que nos brindan eterno gozo?

La segunda ley relacionada con el año de jubileo consistía en devolver las propiedades a sus propietarios originales o a sus herederos. Si en la actualidad tuviéramos esta costumbre, el primero de enero yo podría ir hasta Perry, Utah, y pedir a las personas que residen en la tierra que pertenecía a mi bisabuelo que se fueran para que mi familia pudiera recuperarla. Ésa era una interesante propuesta diseñada a fin de preservar las tierras para que las futuras generaciones las disfrutaran como herencia. Por supuesto que esas costumbres no existen hoy en día, así que, los vecinos de Perry, Utah, no tienen necesidad de preocuparse, pero la práctica de preservar otras formas de herencia, como nuestro patrimonio familiar, es algo que debemos fomentar.

¿Hemos preservado para nuestros hijos los notables relatos de cómo conocieron y aceptaron el Evangelio nuestros antepasados? Su estudio y aceptación del Evangelio nos ha brindado la gran oportunidad de recibir bendiciones eternas.

A la edad de 17 años, mi abuelo dejó atrás su hogar en Dinamarca para encontrar una nueva vida en América. Viajó hasta Mendon, Utah, donde vivía su tío, quien lo empleó para que trabajara en su granja. Después de un tiempo, se acercó a su tío y le dijo: “Ustedes los mormones son gente rara. He estado trabajando con usted durante muchos meses y ni una sola vez me ha dicho nada acerca de su religión ni me ha invitado a asistir a la Iglesia con usted”. Su tío entonces le preguntó si le gustaría saber algo al respecto y, al responder mi abuelo que sí, le habló acerca de José Smith y de la aparición del Libro de Mormón, y le dio un ejemplar del libro para que lo leyera. Después de leerlo un poco, mi abuelo se lo devolvió diciendo: “No encuentro en él nada de valor para mí”. Al día siguiente, mientras araba el campo, se puso a pensar en el relato de su tío acerca de la aparición del Libro de Mormón. Pensó que era imposible que un joven con tan escasa educación hubiera podido crear una obra como ésa. Quizás convendría que le echara otro vistazo. Entonces le pidió a su tío que le prestara otra vez el libro y esa vez no pudo dejarlo a un lado. El espíritu le dio a saber que ese libro era verdadero; pidió entonces ser bautizado y permaneció activo durante toda su vida.

Estas experiencias de conversión de nuestros familiares, que nos demostraron un cometido y una fe tan grandes a través de su existencia, nos brindan mucho de lo que hoy disfrutamos a través de los frutos del Evangelio. Por cierto que el conocimiento de esa fe y ese cometido debe transmitirse de una generación a otra a fin de fortalecer nuestro deseo de vivir con la misma convicción que ellos pusieron de manifiesto en su vida. No hay ninguna duda de que su testimonio añade convicción y solidez al nuestro.

Helamán poseía una manera muy especial para transferir su patrimonio a sus hijos: les daba el nombre de sus nobles antepasados para que los recordaran y recordaran sus obras. Las Escrituras dicen:

“He aquí, hijos míos, quiero que os acordéis de guardar los mandamientos de Dios; y quisiera que declaraseis al pueblo estas palabras. He aquí, os he dado los nombres de nuestros primeros padres que salieron de la tierra de Jerusalén; y he hecho esto para que cuando recordéis vuestros nombres, los recordéis a ellos; y cuando os acordéis de ellos, recordéis sus obras; y cuando recordéis sus obras, sepáis por qué se dice y también se escribe, que eran buenos” (Helamán 5:6).

Finalmente, durante el año de jubileo, todos los israelitas que habían sido esclavos por alguna razón, recibían su libertad. Por supuesto que esta práctica de esclavitud ha sido abolida desde hace mucho tiempo en casi todas partes del mundo; no obstante, si no nos mantenemos alerta, cualquiera de nosotros puede ser engañado y después esclavizado por el diablo.

Cada uno de nosotros tiene su propio albedrío. Éste es una bendición conferida al hombre desde el principio. El Señor le declaró a Adán: “Y les he concedido discernir el bien del mal; de modo que son sus propios agentes, y otra ley y mandamiento te he dado” (Moisés 6:56).

Teniendo esto en cuenta, es preciso que haya una oposición en todas las cosas (véase 2 Nefi 2:11), ya que con el albedrío es necesario escoger entre lo bueno y lo malo. Más aún, el albedrío trae consigo la posibilidad del pecado, lo que a su vez crea la necesidad del arrepentimiento. El presidente Kimball dijo: “El pecado provoca intensamente el vicio y a veces conduce a los hombres a una trágica condición irreparable. Sin el arrepentimiento, no puede haber perdón y sin el perdón se arriesgan todas las bendiciones de la eternidad. A medida que el transgresor se sumerge más y más en el pecado y el error se arraiga más profundamente y la voluntad de cambiar se debilita, todo va tornándosele en desesperanza y entonces se hunde cada vez más hasta que ya no desea regresar o ha perdido el poder para hacerlo” (The Teachings of Spencer W. Kimball, pág. 83).

Entonces nos aconsejó:

Substituyan los hábitos, cambien de ambiente. El cambio se produce reemplazando con nuevos hábitos los anteriores. Mediante pensamientos y acciones se moldea el carácter y el futuro.

“Se puede cambiar al cambiar de ambiente; se deben abandonar las cosas efímeras por cosas mejores. Es necesario rodearse de los mejores libros, música, obras de arte y personas” (The Teachings of Spencer W Kimball, pág. 172).

Al acercarnos a un nuevo siglo, por cierto que ha llegado el momento de examinar lo que nuestras normas han sido en el pasado. ¿Podría éste ser el momento de reforzar aquellas costumbres que nos hacen buenos y mejores? ¿Podría ésta ser la hora de abandonar esos hábitos y actividades que nos engañan y nos encadenan a las trampas del adversario y retrasan nuestro progreso eterno?

Harry Emerson Fosdick escribió una vez: “Algunos cristianos llevan su religión en la espalda. Es una alforja de creencias y prácticas que deben cargar. Por momentos les resulta muy pesada y de buen gusto se la sacarían, pero eso significaría abandonar viejas tradiciones, así que vuelven a cargarla. Pero los verdaderos cristianos no acarrean su religión, sino que ésta los acarrea a ellos. No es un peso sino unas alas. Los eleva, los ayuda en momentos difíciles, hace que el universo les parezca amigable, la vida con más propósito, la esperanza más real y el sacrificio más digno de mérito. Los libra de todo temor, trivialidad, desaliento y pecado: el gran esclavista del alma de los hombres. Uno puede reconocer al verdadero cristiano, al verlo, por su buena disposición” (Twelve Tests of Character, 1923, págs. 87–88).

Espero que sea particularmente obvio que, cuando el mundo nos observe, seamos reconocidos por nuestra buena disposición para vivir, creer y practicar verdaderas ideas y doctrina cristianas. Ruego que Dios nos bendiga para que contemplemos el nuevo siglo con la fe, el testimonio, la confianza y la determinación de prepararnos mejor para la vida eterna que todos procuramos obtener. Ruego que el nuevo año comience con el sonar de trompetas y exclamaciones de gozo al aprovechar al máximo este año de jubileo. Es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.