1990–1999
“Pastorea mis ovejas”
October 1999


“Pastorea mis ovejas”

“Pienso que todo miembro activo de la Iglesia conoce a una oveja perdida que necesita la atención y el amor de un pastor comprensivo”.

Hace ya algunos años, mi esposa Susan y yo tuvimos la oportunidad de hacer una gira por la Misión Nueva Zelanda Christchurch con el presidente Melvin Tagg y su esposa. El presidente Tagg sugirió que en la gira que íbamos a hacer de la misión incluyéramos un día de preparación y fuéramos en autobús de excursión al hermoso estrecho Milford. El viaje incluía varias paradas en hermosos y pintorescos lugares a lo largo del camino. Durante una de esas paradas, mientras caminábamos de regreso al autobús, sentí curiosidad al ver a un grupo de pasajeros que formaban un círculo en medio de la carretera y sacaban fotografías. Al atisbar por entre la gente, vi en medio del círculo a un pequeño y asustado corderito que trataba de mantenerse de pie sobre sus temblorosas patas. Parecía haber nacido hacía tan sólo unas horas. Yo había visto muchas ovejas en mi vida, ya que mi suegro se dedicaba a comerciar con ganado ovino; por consiguiente, no tenía ningún interés en fotografiar a un solitario corderito y me subí al autobús a esperar.

Una vez que todos los pasajeros subieron de nuevo al autobús, el conductor tomó en sus brazos al asustado corderito, lo sostuvo con ternura contra su pecho y lo llevó al vehículo. Se sentó, cerró la puerta, tomó el micrófono y nos dijo: “Sin duda, un rebaño de ovejas pasó por aquí esta mañana y este corderito se ha quedado extraviado. Pienso que si lo llevamos con nosotros podríamos encontrar al rebaño un poco más adelante y devolver este pequeño a su madre”.

Durante varios kilómetros viaja-mos a través de hermosos bosques y por fin llegamos a una bella pradera de alta y ondulante hierba. Como era de esperar, en medio de la pradera pacía un rebaño de ovejas. El conductor del autobús se detuvo, se excusó y salió. Todos pensamos que dejaría al corderito a un lado de la carretera y regresaría al autobús, pero no fue así. Con el animalito en brazos, caminó con mucho cuidado y sin hacer ningún ruido a través de la hierba, hacia donde estaba el rebaño. Cuando se acercó lo que más pudo al rebaño sin inquietarlos, con dulzura puso al corderito en el suelo y luego permaneció en el campo hasta asegurarse de que volvía al redil.

Al regresar al autobús, nuevamente tomó el micrófono y dijo: “¿Pueden escuchar los balidos de la madre que dice: ‘Gracias, muchas gracias por devolverme a mi corderito’?”.

Al meditar en esa maravillosa enseñanza impartida por aquel conductor de autobús, mis pensamientos se remontan a la parábola que el Señor dio sobre la oveja perdida.

“Se acercaban a Jesús todos los publícanos y pecadores para oírle,

“y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.

“Entonces él les refirió esta parábola diciendo:

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?

“Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;

“Y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.

“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:1–7).

Nuestro profeta actual, el presidente Gordon B. Hinckley, expresa también su preocupación por las ovejas perdidas:

“Existen tantos jóvenes que andan sin rumbo y recorren el trágico camino de las drogas, las pandillas, la inmoralidad y todos los demás problemas que éstos traen aparejados. Hay viudas que ansian escuchar una voz amiga y ser recipientes de esa actitud de interés real que habla del amor. Además, están aquellos que una vez fueron fervientes en la fe, una fe que ahora se ha enfriado; muchos de ellos querrían volver pero no saben cómo y necesitan manos amigas que se extiendan hacia ellos. Con un poco de esfuerzo sería posible traer a muchos para que se deleitaran otra vez en la mesa del Señor.

“Mis hermanos y hemranas, ruego que cada uno de nosotros, después de haber participado en esta grandiosa conferencia, tome la resolución de buscar a aquellos que necesiten ayuda, que estén en circunstancias desesperantes o difíciles y que los levanten, con el espíritu de amor, hasta ser recibidos en los brazos de la Iglesia, donde habrá manos fuertes y corazones tiernos que los reanimen, los consuelen, los sostengan y los encaminen hacia una vida feliz y productiva” (“Una mano extendida para rescatar”, Liahona, enero de 1997, pág. 97).

Después de escuchar la preocupación de nuestro profeta, deberíamos preguntarnos: “¿Por qué se ha enfriado la fe de aquellos que una vez fueron fervientes en la fe?”.

Para tener éxito en el manda-miento profético de perfeccionar a los santos, debemos también esforzarnos por fortalecer a aquellos cuya fe se ha enfriado. Para comenzar esa tarea, sería conveniente que estuviéramos enterados de su forma de pensar y de las razones que tienen para no asistir a las reuniones y participar en el hermanamiento de los santos.

La mayoría de los miembros activos piensan que los que son menos activos se comportan de modo diferente porque no creen en la doctrina de la Iglesia. Un estudio que realizó la División de Investigación de la Iglesia no corrobora esa suposición. En ese estudio se demuestra que casi todos los miembros menos activos que se entrevistaron creen que Dios existe, que Jesús es el Cristo, que José Smith fue un profeta y que la Iglesia es verdadera.

Como parte de otro estudio, a un grupo de miembros activos, que anteriormente habían estado menos activos, se les preguntó por qué no asistían a la Iglesia. Las razones más comunes que se dieron fueron las siguientes:

  • Sentimientos de falta de dignidad.

  • Problemas personales o familiares.

  • Los padres o el cónyuge eran menos activos.

  • Pereza o rebeldía de adolescentes.

  • Conflictos con el horario de trabajo.

  • El centro de reuniones estaba demasiado lejos o carecían de transporte.

Después se les preguntó qué los hizo integrarse de nuevo a la actividad de la Iglesia. Las razones más comunes fueron:

  • El enfrentar una crisis en la vida.

  • El haber superado problemas personales.

  • El ejemplo del cónyuge, de la novia o del novio.

  • La influencia de los miembros de la familia.

  • Deseaban tener la influencia del Evangelio en la familia.

  • El hermanamiento de los miembros del barrio, el mudarse a otro barrio donde la gente se preocupaba por ellos.

(Véase División de Comparación de Investigación de Información, septiembre de 1999.)

Pienso que todo miembro activo de la Iglesia conoce a una oveja perdida que necesita la atención y el amor de un pastor comprensivo.

El presidente Hinckley nos ha dicho lo que todo nuevo converso necesita para permanecer activo en la Iglesia: un amigo, una responsabilidad y ser nutrido continuamente por la buena palabra de Dios. Las ovejas perdidas necesitan de ese mismo cuidado y de esa misma preocupación para ayudarlas a volver al redil.

Conozco una familia que perdió a su hijo durante una excursión de campamento. Cuando los esfuerzos iniciales para encontrarlo no tuvieron éxito, se pidió ayuda y cientos respondieron al llamado hasta que el niño se encontró nuevamente en brazos de su madre y de su padre. Mi súplica esta mañana es que todos tengamos esa misma preocupación y amor sincero para hacer todo lo que esté a nuestro alcance para recuperar a esos preciados hijos e hijas que están perdidos en lo que respecta a la actividad de la Iglesia.

El cometido que se presenta ante nosotros es extraordinario; será necesario que ejerzamos mayor fe, energía y dedicación si deseamos llegar a esos hermanos y hermanas, pero es preciso hacerlo. El Señor espera que lo hagamos.

Debemos recordar que el cambio se lleva a cabo lentamente. Todos debemos tener paciencia, brindar hermanamiento y amistad, aprender a escuchar y amar y tener cuidado de no juzgar.

En todo barrio y rama hay hombres y mujeres buenos y honrados. Muchos no saben cómo volver a la Iglesia. Entre ellos hay buenos padres y madres. Muchos tienen algo en común: no son los líderes espirituales en su hogar. Pienso que si hombres y mujeres de fe visitan a esas personas, se convierten en sus amigos, les brindan amor y les enseñan el Evangelio, esas personas y sus familias se reintegrarán nuevamente.

Durante los próximos minutos quisiera dirigirme a quienes se han alejado del redil. Espero que esta mañana algunos de ustedes que no están completamente activos en la Iglesia estén escuchando esta sesión de la conferencia. En muchos casos ustedes han formado nuevas amistades y ya no guardan más las normas de la Iglesia. Muchos de sus hijos van por el mismo camino que ustedes y siguen su ejemplo. Los hijos no sólo dependen en gran parte de sus padres para recibir sustento físico y emocional, sino también apoyo espiritual.

En la parábola del Salvador

era una oveja la que se extravió.

Una oveja del redil

de las noventa y nueve se apartó.

¿Por qué hemos de ir a buscar

a la que está perdida y por ella orar?

Porque si una oveja se extravía,

a los corderos también puede extraviar.

Los pequeños tras ella van,

y a dondequiera vaya, elbs también irán;

si la oveja se pierde y errante va,

errantes los corderos tras ella andarán.

Por eso, a la oveja ansiosos llamamos,

por el bien de los tiernos corderos;

pues por una oveja errante y perdida,

un terrible precio pagarán.

(citado por Hugh B. Brown, en The Abundant Life, págs. 166–167, “The Echo” porC. C. Miller)

El Señor dijo: “Mis ovejas oyen mi voz” (Juan 10:27). Del mismo modo, sus hijos responden a la voz de ustedes. En realidad, nadie puede ocupar con eficacia el lugar de ustedes como padre y madre. Se cuenta que un pequeño de seis años perdió a su madre en un gran supermercado y que empezó a gritar deses-peradamente: “¡Marta! ¡Marta!” Cuando localizaron a la madre y los reunieron nuevamente, ella le dijo: “Mi amor, no deberías llamarme Marta, pues para ti yo soy ‘Mamá’; a lo que el pequeño respondió: ‘Sí, ya lo sé, pero la tienda estaba llena de mamás, y yo quería a la mía” (véase Spencer W. Kimball, La fe precede al milagro, [Deseret Book Company, 1983], pág. 117).

¡Qué bendición sería para la familia si ustedes pudieran poner su vida en armonía con el Evangelio! La decisión de cambiar, de volver a ser activos [en la Iglesia] y de venir a Cristo es la más importante que puedan tomar en esta vida.

Para terminar, una última palabra para quienes pastorean el rebaño. El Salvador mismo, en una revelación dada al profeta José Smith, nos dice en ténninos muy personales cuán valiosa es toda alma:

“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;

“porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.

“Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.

“¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!

“Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.

“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:10–15).

El Buen Pastor de buena voluntad dio Su vida por Sus ovejas, por ustedes y por mí, sí, por todos nosotros, para que podamos vivir eternamente con nuestro Padre Celestial. Ruego que todos sigamos la admonición que nuestro Salvador Jesucristo dio a Pedro tres veces: “…Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas… Apacienta mis ovejas” (véase Juan 21:15–17). En el nombre de Jesucristo. Amén.