Conferencia General
Jesucristo en el lugar central de nuestra vida
Conferencia General de abril de 2024


Jesucristo en el lugar central de nuestra vida

Las preguntas profundas del alma, las que surgen en nuestros momentos más oscuros y nuestras mayores pruebas, se afrontan mediante el amor inquebrantable de Jesucristo.

En nuestro viaje por la vida terrenal, en ocasiones nos asedian las pruebas: el intenso dolor de la pérdida de seres queridos; la ardua lucha contra las enfermedades; el aguijón de la injusticia; las atormentadoras experiencias del acoso, del abuso o del maltrato; la sombra del desempleo; las tribulaciones familiares; el clamor silencioso de la soledad; o las desgarradoras consecuencias de los conflictos armados1. En tales momentos, nuestra alma anhela refugio2. Buscamos fervientemente saber: ¿Dónde podemos hallar el bálsamo de la paz?3. ¿En quién podemos poner nuestra confianza a fin de que nos ayude con la confianza y la fortaleza para superar esos desafíos?4. ¿Quién posee la paciencia, el amor que nos envuelve y la mano omnipotente para levantarnos y sostenernos?

Las preguntas profundas del alma, las que surgen en nuestros momentos más oscuros y nuestras mayores pruebas, se afrontan mediante el amor inquebrantable de Jesucristo5. En Él, y mediante las bendiciones prometidas de Su Evangelio restaurado6, hallamos las respuestas que buscamos. Mediante Su Expiación infinita se nos ofrece un don inconmensurable: un don de esperanza, de sanación y la tranquilidad de Su presencia constante y duradera en nuestra vida7. Ese don está al alcance de todo aquel que lo busque con fe, al aceptar la paz y la redención qué Él ofrece liberalmente.

El Señor extiende Su mano hacia cada uno de nosotros en un gesto que es la esencia misma de Su amor y bondad divinos. Su invitación para nosotros trasciende el simple llamado; se trata de un compromiso divino afianzado por el perdurable poder de Su gracia. En las Escrituras, Él nos asegura amorosamente:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.

“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”8.

La claridad de Su invitación “venid a mí” y “llevad mi yugo” afirma la profunda naturaleza de Su promesa; una promesa tan vasta y completa que encarna Su amor y nos ofrece una certeza solemne: “Y hallaréis descanso”.

Al buscar diligentemente guía espiritual9, nos embarcamos en una odisea hondamente transformadora que fortalece nuestro testimonio. Al comprender lo vasto del amor perfecto de nuestro Padre Celestial y Jesucristo10, se nos colma el corazón de gratitud, humildad11 y un renovado deseo de seguir la senda del discipulado12.

El presidente Russell M. Nelson enseñó que “si centramos nuestra vida en el plan de salvación de Dios […] y en Jesucristo y Su Evangelio, podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo —o no esté sucediendo— en nuestra vida. El gozo proviene de Él, y gracias a Él”13.

Alma, al hablarle a su hijo Helamán, declaró: “Y ahora bien, ¡oh mi hijo Helamán!, he aquí, estás en tu juventud, y te suplico, por tanto, que escuches mis palabras y aprendas de mí; porque sé que quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día”14.

Helamán, al hablarle a sus hijos, enseñó sobre el principio eterno de poner al Salvador en el lugar central de nuestra vida: “Recordad […], recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento”15.

En Mateo 14 aprendemos que tras saber de la muerte de Juan el Bautista, Jesús procuró estar solo. Sin embargo, lo siguió una gran multitud. Movido por la compasión y el amor, y sin permitir que Su dolor lo apartara de Su misión, Jesús los recibió y sanó a los enfermos que había entre ellos. Conforme se acercó la noche, los discípulos afrontaron un desafío tremendo: una multitud de personas con escasos alimentos disponibles. Ellos propusieron que Jesús despidiera a los de la multitud para que procurasen comida, pero Jesús, con gran amor y grandes expectativas, pidió a los discípulos que más bien ellos les dieran de comer.

Mientras los discípulos estaban preocupados por la dificultad inmediata, Jesús demostró Su confianza en Su Padre y Su amor por Él, junto con un amor inquebrantable por las personas. Indicó a los de la multitud que se recostaran sobre la hierba y tomando solo cinco panes y dos peces, decidió dar gracias a Su Padre, reconociendo lo que Dios había provisto, antes que Su propia autoridad y poder.

Luego de dar gracias, Jesús partió el pan y los discípulos lo distribuyeron entre las personas. Milagrosamente, la comida no solo fue suficiente, sino abundante, y quedaron doce canastas con lo que sobró. El grupo alimentado incluía cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños16.

Ese milagro enseña una lección profunda: cuando se nos presentan desafíos, es fácil quedar absortos en nuestras dificultades. Sin embargo, Jesucristo ejemplificó el poder de centrarse en Su Padre, dar gracias y reconocer que las soluciones a nuestras pruebas no siempre se hallan en nosotros, sino en Dios17.

Cuando nos encontramos con dificultades, naturalmente tendemos a concentrarnos en los obstáculos que afrontamos. Nuestros desafíos son tangibles y demandan nuestra atención, sin embargo, el principio para superarlos está en aquello en lo que nos centramos. Al colocar a Cristo en el centro de nuestros pensamientos y actos, nos alineamos con Su perspectiva y Su fortaleza18. Dicho ajuste no reduce nuestras luchas, antes bien, nos ayuda a atravesarlas bajo la guía divina19. Como resultado, descubrimos soluciones y el sostén que provienen de una mayor sabiduría. Adoptar esa perspectiva centrada en Cristo nos faculta con la fortaleza y el entendimiento para convertir nuestras pruebas en victorias20 y nos recuerda que, con el Salvador, aquello que parece ser un problema importante puede convertirse en un camino hacia un mayor progreso espiritual.

La historia de Alma, hijo, en el Libro de Mormón, presenta una fascinante narración sobre redención y el profundo impacto que tiene el centrar la vida personal en torno a Cristo. Al principio, Alma se oponía a la Iglesia del Señor y descarriaba a muchas personas del camino de la rectitud. Sin embargo, una intervención divina, marcada por una visita angelical, lo despertó de sus maldades.

En sus momentos más oscuros, atormentado por la culpa y desesperado por hallar la salida de su angustia espiritual, Alma recordó las enseñanzas de su padre sobre Jesucristo y el poder de Su Expiación. Con el corazón ávido de redención, se arrepintió con sinceridad y rogó con fervor la misericordia del Señor. Aquel crucial momento de entrega completa, en el que puso a Cristo en primer lugar entre sus pensamientos, y procuró Alma fervientemente Su misericordia, desencadenó una transformación extraordinaria. Las pesadas cadenas de la culpa y la desesperación se desvanecieron y fueron reemplazadas por una sobrecogedora sensación de gozo y paz21.

Jesucristo es nuestra esperanza y la respuesta a los mayores dolores de la vida. Mediante Su sacrificio, pagó por nuestros pecados y tomó sobre Sí todos nuestros padecimientos —dolores, injusticias, tristezas y temores— y nos perdona y sana cuando confiamos en Él y buscamos cambiar nuestra vida para mejor. Él es nuestro Sanador22, nos consuela y nos repara el corazón por medio de Su amor y poder, tal como sanó a muchos durante Su tiempo en la tierra23. Él es el Agua Viva, que satisface las más profundas necesidades de nuestra alma con Su amor y bondad constantes. Es como la promesa que Él le hizo a la mujer samaritana junto al pozo, le ofreció “una fuente de agua que brota para vida eterna”24.

Doy solemne testimonio de que Jesucristo vive, de que Él preside sobre esta, Su sagrada Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días25. Testifico que Él es el Salvador del mundo, el Príncipe de paz26, el Rey de reyes, el Señor de señores27, el Redentor del mundo. Afirmo con seguridad que siempre estamos presentes en Su mente y en Su corazón. Como testimonio de ello, Él ha restaurado Su Iglesia en estos últimos días y ha llamado al presidente Russell M. Nelson como Su profeta y como Presidente de la Iglesia en este tiempo28. Sé que Jesucristo dio Su vida para que nosotros podamos tener vida eterna.

A medida que nos esforzamos por ponerlo a Él en el lugar central de nuestra vida, se nos manifiestan revelaciones, nos rodea Su profunda paz y Su infinita Expiación da lugar a nuestro perdón y sanación29. En Él descubrimos la fortaleza para vencer, el valor para perseverar y la paz que sobrepasa todo entendimiento. Ruego que nos esforcemos cada día por acercarnos más a Él, la fuente de todo lo que es bueno30, el faro de esperanza en nuestra travesía de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.