Historia de la Iglesia
La revolución


La revolución

“Estoy listo para regresar”, dijo el presidente de misión Rey Lucero Pratt al retornar a Salt Lake City desde México durante la revolución mexicana. Mas no se le concedió su deseo; Pratt solo pudo escribir y alentar a los líderes locales que él había llamado para guiar a los santos a través del conflicto.

Entre ellos estaba, Rafael Monroy, un converso a quien Pratt había llamado a presidir las reuniones de la Iglesia en San Marcos. La familia de Monroy y toda su parentela se esforzaron activamente por cuidar de los santos en tanto que el conflicto se agudizaba. Los Monroy ofrecieron albergue y trabajo a los santos de otras localidades, cuyas vidas fueron afectadas por los combates, y compraron tierras como un posible lugar de refugio para los santos que habían huido al norte de México. Ellos continuaron predicando el Evangelio restaurado, aun cuando sus vecinos los criticaban por haberse apartado de la fe tradicional de su país, la religión católica, y boicotearon su tienda y pintaron grafitis en las paredes de su casa.

En 1915, el ejército zapatista tomó control del poblado de San Marcos que estaba en poder de los constitucionalistas de Venustiano Carranza. Instigados por las sospechas en cuanto a su religión, corrieron rumores de que los Monroy guardaban en su tienda un cargamento secreto de armas. Los soldados arrestaron a Rafael Monroy, a sus hermanas Guadalupe, Natalia y Jovita, y al esposo de su prima, Vicente Morales. Ellos colgaron a Rafael de un árbol y lo golpearon para que él les entregara el depósito oculto de armas, mas él no tenía armas que pudiera darles.

La madre de Rafael, Jesucita, le imploró a los soldados que liberaran a sus hijos. Al preguntarle en cuanto a las presuntas armas, ella les ofreció sus Escrituras, diciendo que sus únicas armas “eran la Biblia y el Libro de Mormón”. Sin embargo, los soldados no quisieron creerle. Por la tardecita, ellos ejecutaron a Rafael Monroy y a Vicente Morales. Jesucita Monroy escuchó los disparos pero no le permitieron llevarse sus cuerpos para enterrarlos hasta la mañana siguiente. “Imagínese mi sufrimiento“, escribió al presidente Pratt, “permanecer junto al cadáver [de mi hijo] tirado ahí y mis tres hijas prisioneras”. Las tres hermanas Monroy fueron liberadas al día siguiente y vivieron para contar a la siguiente generación el recuerdo del martirio de dos fieles santos.

La violencia no fue la única prueba que produjo la guerra. El hambre y las enfermedades se propagaron y las hermanas de la Sociedad de Socorro se aprestaron a atender las necesidades de sus entornos. “Nuestras hermanas de la Sociedad de Socorro han sido cual ángeles ministrantes para todos los que padecían necesidades y aflicciones”, escribió Pratt acerca de sus esfuerzos. Una presidenta de la Sociedad de Socorro, Petra López, “ha ministrado a los enfermos infatigablemente” durante una epidemia de tifus que azotó la zona central de México durante la revolución, hasta que ella misma contrajo la enfermedad y murió. Pratt escribió que también ella debía ser recordada como mártir.