Historia de la Iglesia
“La gente puede darte la espalda, pero Dios, nunca”


“La gente puede darte la espalda, pero Dios, nunca”

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casa familiar

Casa de la familia Dipaz, en los Andes, alrededor de 1980.

En 1982, Moisés Dipaz Ruíz y Graciela Narrea Hinostroza y sus siete hijos, Marino, Lucio, Alejandro, Marcelina, María Lourdes, Clara y Mauricio, vivían en un pequeño pueblo en la cordillera de los Andes, cultivando sus propios alimentos y criando algunos animales. Un día, miembros de un grupo terrorista llegaron al pueblo y ejecutaron a veintiún lugareños, entre ellos a Marino. Una semana después, en plena noche, un grupo de militantes asesinó brutalmente a Moisés y a Graciela delante de sus hijos. Mauricio, quien entonces tenía tres años, recuerda que mientras su padre agonizaba le pidió un vaso de agua y le dijo que no llorara.

Lucio, que tenía quince años, se fue a Lima a buscar trabajo. Allí tuvo dificultades para encontrar trabajo, pero finalmente consiguió un empleo cosechando batatas. Pronto se le unieron sus cinco hermanos. Durante un tiempo vivieron con una tía, pero ella no podía hacerse cargo de ellos. Les dio un pequeño terreno en el que construyeron una pequeña estructura. Durante años, su principal alimento fueron las batatas, que las comían crudas porque, como dijo Alejandro, “no teníamos fósforos ni había forma de cocinarlas”.

Con frecuencia acudían a los mercados al aire libre después de la hora de cierre para recoger los alimentos que habían caído al suelo. Uno de esos días, recuerda Clara, ella estaba parada frente a un puesto de frutas. El dueño le preguntó qué estaba haciendo. “Estoy mirando”, respondió ella. Le preguntó por qué. “Porque tengo hambre”, respondió ella. El hombre le llenó una bolsa con frutas. Ella se la llevó a casa y la compartió con sus hermanos y hermanas.

Lucio vio a dos misioneros en la calle y recordó que él y Alejandro habían sido bautizados antes de que asesinaran a sus padres. Corrió tras los misioneros y estos le dijeron dónde encontrar la iglesia. Durante un tiempo, un matrimonio de misioneros mayores, Shirley y Verlan Andersen, brindaron un cuidado especial a los niños.

Cuando llegó el momento de que Mauricio empezara la escuela, sus hermanas Marcelina, María Lourdes y Clara, que nunca habían ido a una, comenzaron con él. Cada año, los cuatro pasaban juntos al siguiente curso.

Lucio, el principal proveedor de la familia, tenía un gran deseo de servir en una misión. Tuvo un sueño que le hizo creer que Dios cuidaría de su familia. Dejó a Alejandro a cargo y, efectivamente, Alejandro encontró trabajo.

En la actualidad, los hermanos Dipaz están sellados a sus padres. Tienen trabajos estables y ahora pueden servir a otros. “He ayudado a muchas personas porque unos ángeles nos ayudaron sin conocernos”, dijo Clara. “He seguido este ejemplo porque tuve la suerte de tener un poco más de dinero”.

Los hermanos siguen muy unidos y se visitan con frecuencia. Clara dice que encontraron refugio el uno en el otro, no en las drogas ni en el alcohol. “Es el Evangelio lo que nos ha mantenido unidos”.

“La gente puede darte la espalda, pero Dios, nunca”, dijo ella.

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hermanos juntos

Hermanos Dipaz, alrededor de 2017