Historia de la Iglesia
La abuelita McKenzie


“La abuelita McKenzie”, Historias mundiales: Escocia, 2020

“La abuelita McKenzie”, Historias mundiales: Escocia

La abuelita McKenzie

Lizzie Wilson, más tarde McKenzie, nació en 1898 en Dundee, Escocia, en la tercera generación de Santos de los Últimos Días. Dado que muchos santos escoceses habían emigrado a Utah, la rama en la que ella creció era pequeña, pero su familia era fiel. Lizzie recordaba que su madre, Margaret, la mandaba a la oficina de correos a enviar los diezmos de la familia, aunque solo fuera un chelín. Durante la Primera Guerra Mundial no había suficientes misioneros en Escocia para cada rama, así que Joe, el hermano de Lizzie, a menudo era el único poseedor del sacerdocio en Dundee.

En 1920, Lizzie contrajo matrimonio con James McKenzie. James no era miembro de la Iglesia, pero apoyaba a Lizzie en su fe a pesar de la oposición de la familia de él. Al ser la única de sus hermanos que permaneció en Escocia, Lizzie cuidó de su madre hasta la muerte de esta en 1926. Por aquel entonces tampoco había misioneros en Dundee, pero Lizzie se aseguró de cumplir con la voluntad de su madre de que los misioneros dirigieran su funeral. Aunque durante la siguiente década no siempre hubo misioneros en Dundee, cuando los había Lizzie ofrecía su casa para que se llevaran a cabo las reuniones, y cada uno de sus cinco hijos fue bautizado. No obstante, esas visitas acabaron cuando los misioneros extranjeros fueron definitivamente retirados durante la Segunda Guerra Mundial. El único contacto de la familia McKenzie con la Iglesia durante ese período fue la Relief Society Magazine, la revista de la Sociedad de Socorro que les enviaba Joe, que vivía en los Estados Unidos. El prejuicio hacia la Iglesia continuó siendo un desafío. En la escuela, un maestro reprendió a Lou, la hija de Lizzie, por pronunciar el nombre “José Smith”, y se le dijo que, si volvía a hacerlo, le enjuagarían la boca con jabón.

Cuando su marido, James, murió en 1946, Lizzie oró para que los misioneros regresaran a Dundee. Un día, al año siguiente, Lizzie se encontraba asistiendo a una función diurna cuando sintió que debía salir del teatro. Al abandonar la sala vio a dos jóvenes misioneros y les preguntó si estaban buscando a Lizzie McKenzie. Así era; su oración había sido contestada. Lizzie volvió a ceder su hogar para las reuniones hasta que se pudiera alquilar un local. Con el paso de los años, Lizzie, a quien los santos de Dundee habían llegado a conocer como “la abuelita McKenzie”, vio a la Iglesia pasar de ser un pequeño grupo que se reunía en las casas a ser una multitud de congregaciones con sus propios centros de reuniones. En noviembre de 1975, durante la organización de la Estaca Dundee, Escocia, Lizzie recordó haber asistido a la palada inicial de su centro de reuniones en Bingham Terrace. “Siempre deseé ver la capilla llena”, reflexionó. “Mis sueños y oraciones han sido contestados en este día”. Lizzie dejó un legado a la Iglesia en Escocia no solo mediante su posteridad, que continúa fortaleciendo la Iglesia en Escocia y en el extranjero, sino también mediante su ejemplo de paciencia y perseverancia en los momentos difíciles.