2004
¿No eres mormona?
abril de 2004


“¿No eres mormona?”

“…sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12).

Basado en un hecho real

Lillie no veía la hora de que sonara el timbre que avisaba que era hora de ir a almorzar. Miraba el reloj mientras las manecillas se movían lentamente hacia las 12.00. Se suponía que tenía que estar leyendo en silencio, pero estaba demasiado animada para concentrarse. El almuerzo era su momento favorito del día: una ocasión para estar con sus nuevos amigos, charlar, reír y hacer planes para después de la escuela.

Hacía pocos meses que Lillie se había mudado y al principio se había sentido sola y temerosa. La primera semana en la Primaria, se hizo amiga de otra niña de su clase, pero que vivía lejos e iba a otra escuela. Afortunadamente, durante su primer día de escuela, fue a la misma clase de sexto año que Teresa, una niña muy amigable, y ahora Lillie formaba parte de un grupo muy divertido. Era difícil ser la niña nueva de la escuela, pero Teresa y sus amigas le ayudaron a sentirse integrada.

Por fin sonó el timbre y Lillie sacó la bolsa de su almuerzo del interior de su pupitre. Teresa le dijo: “Espérame junto a la puerta; voy por mi mochila”.

Lillie vio a Jackie, que salía de otra sala de clase y venía por el pasillo. Ella la saludó: “Hola, Lillie”, dijo Jackie entre el barullo. “¿Lista para almorzar?”.

“Ahora sí”, contestó mientras Teresa llegaba hasta ella y la tomaba del brazo. Juntas siguieron a Jackie hasta el comedor y encontraron una mesa a la que todos se podían sentar. Lillie se sentó entre Jackie y un chico llamado Brad y desenvolvió su almuerzo con prontitud. Brad le preguntó si había visto el partido de la noche anterior por televisión. Jackie habló de su próxima fiesta de cumpleaños y Lillie comió su almuerzo felizmente.

Una vez terminado el almuerzo, la mayoría de los muchachos se fueron, pero Lillie y sus amigos se pusieron cómodos en las sillas y siguieron hablando. Brad contó unos chistes muy divertidos que hicieron reír a todos y Jackie les contó algo gracioso que había hecho su hermana menor. Lillie deseaba tener algo ingenioso y maravilloso que contar, pero no se le ocurrió nada.

La hora del almuerzo estaba a punto de terminar y los empleados del comedor ya estaban limpiando mesas. Teresa imitó a una famosa estrella de cine y todos se rieron. Lillie tomó aliento y decidió hacer algo que jamás había hecho. Tomó el nombre del Señor en vano, se rió y luego dijo: “¡Qué divertido, Teresa!”.

De repente todo el comedor quedó en silencio. Lillie sintió que la cara se le iba sonrojando de vergüenza mientras todos la miraban. Brad desaprobó con la cabeza y le preguntó con mucha calma: “Lillie, ¿no eres mormona?”.

“Sí”, dijo Jackie, “creía que los mormones no blasfemaban de esa manera”.

Lillie se sintió mal; no era capaz de articular palabra. Sonó el timbre y todos regresaron a sus clases. Teresa iba al lado de Lillie, pero sin decir nada.

Lillie pasó toda la tarde preguntándose por qué había dicho semejante cosa. Sabía que había estado mal; nunca lo había dicho antes. Su maestra le hizo varias preguntas sobre la lección de ese día, pero ella negaba con la cabeza y decía que no sabía. Sentía ganas de que terminara la escuela para irse a casa y esconderse bajo la cama.

Después de clase Lillie le dijo a Teresa que tenía que irse corriendo a casa, y así lo hizo, con lágrimas en los ojos y un gran nudo en la garganta. Cuando su madre le preguntó cómo le había ido el día, le dio vergüenza contestar y se fue corriendo a su cuarto.

¿Cómo había podido pasar? Había querido impresionar a los demás, pero en vez de ello había lastimado su propio espíritu. Sabía que tenía que pedir perdón. Si sus hechos habían decepcionado a sus nuevos amigos, ¿cuánto más habrían decepcionado a su Padre Celestial?

Aquella noche Lillie no pudo cenar y le costaba trabajo mirar a sus padres. Finalmente, su padre le preguntó delicadamente qué era lo que le preocupaba. Todo salió a la luz en medio de lágrimas amargas. “Papi, lo siento. Me siento muy mal”, sollozó Lillie.

Su padre la rodeó con el brazo. “Ésa es una parte importante del arrepentimiento, Lillie. Tienes que sentir tristeza por lo que hayas hecho, o dicho”.

Lillie se secó los ojos. “Lo estoy, papi. Jamás volveré a blasfemar así. ¡Jamás!”.

Su padre asintió. “Bien. Ahora ve y dile a nuestro Padre Celestial lo que me acabas de decir; estoy seguro de que pronto te sentirás mejor”.

Cuando Lillie se arrodilló al lado de la cama y oró, sintió como si el corazón se le fuera a romper. Pensó en otros errores que había cometido y se preguntó cómo podrían seguir amándola su Padre Celestial y Jesús, y perdonarla. Pero al susurrar: “Lo siento”, sintió la cálida paz del Espíritu Santo. Al terminar la oración, estaba llena de fortaleza para hacer algo que aún le restaba.

Lillie marcó temblorosa el teléfono de Teresa. Apenas podía hablar, pero se las arregló para decir que sentía mucho lo que había dicho durante el almuerzo. Luego llamó a Jackie y a Brad.

“¿Tengo que ir hoy a la escuela?”, le preguntó a su madre a la mañana siguiente. No deseaba ver a sus amigos. ¿Qué pensarían de ella?

Su madre la abrazó. “Sí. Si no lo haces, mañana será aún más difícil”.

Teresa se encontró con Lillie antes de entrar en clase y le dio un abrazo rápido. “No me puedo creer que llamaras a todos para disculparte. ¡Yo no habría sido capaz!”.

Jackie le dijo desde la puerta de su sala de clase: “¡Lillie! Tengo que hablar contigo sobre mi fiesta de cumpleaños, ¿vale? Nos vemos en el almuerzo”.

Lillie dio un pequeño suspiro de alivio y se dejó caer en la silla. No deseaba volver a sentir el dolor que produce una mala decisión. Aun si sus amigos no hubieran sabido que es miembro de la Iglesia, habría sentido esa punzada igualmente. Ella era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y a partir de ese momento, pensaba actuar como tal.

Lisa Passey Boynton pertenece al Barrio Val Verda 9, Estaca Val Verda, Bountiful, Utah.

“No podemos entregarnos al hábito de blasfemar; no podemos tolerar los pensamientos, las palabras ni los actos impuros y esperar tener el Espíritu del Señor con nosotros”.

Presidente Gordon B. Hinckley, “Los conversos y los jóvenes”, Liahona , julio de 1997, pág. 55.