2006
¡Su esposa está en el hospital!
febrero de 2006


¡Su esposa está en el hospital!

Una tranquila mañana de verano de 1986, cuando mi esposa Siou Chin se estaba preparando para ir a su clase, sentí una clara impresión que me indicaba que la llevara en auto hasta la parada de autobús. Ella había estado tomando clases en una escuela para profesores y la parada de autobús quedaba a once kilómetros. No le presté mucha atención a ese sentimiento; había sido miembro de la Iglesia menos de un año y tenía muy poca idea de lo que era sentir la voz del Espíritu Santo.

Cuando Siou Chin estaba a punto de partir hacia la parada de autobús en su motocicleta, me vino el mismo sentimiento, pero esta vez más fuerte que antes, diciéndome que algo sucedería si no la llevaba. Cometí el terrible error de hacer caso omiso una vez más de esa voz.

Diez minutos más tarde sonó el teléfono. Estaba tan asustado que no podía contestarlo. Seguía sonando; finalmente contesté y la voz en el teléfono dijo: “¡Su esposa está en el hospital! Por favor, venga inmediatamente”.

Cuando llegué al hospital, recordé la advertencia y lamenté profundamente el no haber escuchado al Espíritu Santo. Siou Chin estaba en estado crítico; estaba inconsciente y, encima de todo esto, tenía nueve meses de embarazo. Un doctor me recomendó que la enviara a un hospital más grande, en Kaohsiung, que estaba mejor equipado. Después de analizar mis opciones, sentí la impresión de que debía enviarla a ese hospital lo más pronto posible. En camino al hospital, no sólo le rogué a mi Padre Celestial que me perdonara, sino que también salvara la vida de mi esposa.

Una hora y 20 minutos más tarde, llegamos al otro hospital. El doctor de la sala de emergencias ordenó una tomografía y, tras observar las imágenes, me dijo que Siou Chin había sufrido una fractura craneal. Después me enteré de que no había camas disponibles en el hospital; durante todo el día no había nada que yo pudiera hacer más que orar por ayuda. A las 6 de esa tarde, conocí a la hermana de una antigua compañera de clases; ella trabajaba en el hospital, y con su ayuda finalmente pudimos conseguir una cama desocupada en el noveno piso. Siou Chin todavía estaba inconsciente y en estado crítico.

A las 10:00 de la noche se me ocurrió que debía pedirles a los misioneros que le dieran una bendición a mi esposa. Los misioneros de nuestra rama llamaron a los misioneros de Kaohsiung y 20 minutos más tarde llegaron al hospital. Sin embargo, el doctor rehusó permitirles entrar en la habitación porque mi esposa ya había comenzado la labor de parto, a pesar de que todavía estaba en coma. Así que les pedí a los élderes que, en vez de a ella, me dieran una bendición a mí, lo cual hicieron en un cuarto de conferencias donde estuvimos a solas.

Eran las 11:00 de la noche y mi esposa todavía no había dado a luz, por lo que el doctor decidió llevarla al octavo piso para realizarle una cesárea. Entonces sucedió un milagro; diez minutos después de que se la llevaron, dio a luz. El parto transcurrió sin problemas, y cuando la enfermera me entregó al bebé, no lo podía creer; sus facciones eran exactamente como las imágenes que había visto en mis oraciones todas las noches.

Siete días después del nacimiento de nuestro hijo, Siou Chin finalmente recobró el conocimiento, pero su mente aún no estaba clara y sufría de dolores de cabeza. El médico de cabecera recomendó que se la trasladase a un hospital universitario para realizarle una neurocirugía. Me sentía abrumado y oré pidiendo guía; después de pensarlo durante menos de tres minutos, le dije al doctor que había decidido transferirla a otro centro médico, a pesar de que significaba que íbamos a tener que pagar todos los gastos, ya que nuestro seguro médico no cubría los servicios de ese centro. Esa vez entendí que estaba siendo guiado por el Espíritu Santo y estaba seguro de que esa decisión era la correcta.

Hicimos los trámites de la admisión de mi esposa al centro médico. Un grupo de médicos que viaja por Taiwán para investigar casos fuera de lo común estaba de paso por ese centro. Ese día estaba con el equipo un neurocirujano que acababa de recibir capacitación especial en los Estados Unidos. Tras examinar toda la información, ese doctor nos notificó que mi esposa no necesitaba ser operada; dijo que su estado mejoraría dentro de una semana. Me sentí muy aliviado al escuchar esas palabras. Estoy agradecido al doctor, pero más que todo, doy gracias a mi Padre Celestial, quien me guió para tomar la decisión correcta.

Tal como lo indicó el doctor, Siou Chin se mejoró en una semana; hasta él se quedó maravillado con su pronta recuperación. Sé que con la habilidad médica de los doctores y con las bendiciones de nuestro Padre Celestial, mi esposa pudo sobrevivir milagrosamente y ahora se ha recuperado de forma total. Actualmente, nuestro hijo se encuentra sirviendo en la Misión Taiwán Taichung.

A todos nos toca nuestra porción de pruebas y penurias, pero siempre debemos mantener nuestra fe en nuestro Padre Celestial.

Liu Kuan Feng es miembro de la rama Chi Shan, Estaca Kaohsiung, Taiwán.