2011
Ejemplos antiguos, promesas modernas
Enero 2011


Ejemplos antiguos, promesas modernas

El salir con jovencitas nunca ha sido fácil para mí, pero saco fuerzas de los ejemplos de fidelidad de las Escrituras.

Si bien encuentro agradables la mayoría de las situaciones sociales, he tenido dificultades con el tema de salir con jovencitas. Nunca lo hice antes de mi misión y cuando regresé a casa después de dos años, me sentí muy inexperto.

En la década que ha transcurrido desde entonces, he intentado “hacer cuanto [he podido]” (véase 2 Nefi 25:23) para casarme —algo que se me ha prometido en mi bendición patriarcal— pero no he tenido éxito. A veces he estado a punto de desesperarme porque tal vez no encuentre a nadie, y en momentos particularmente difíciles, he clamado en oración: “Por favor, ayúdame. No sé lo que estoy haciendo”.

Recientemente he hallado gran consuelo en los ejemplo de las Escrituras. Los tres relatos siguientes han sido especialmente poderosos para ayudarme a confiar en nuestro Padre Celestial y en Su plan.

José de Egipto: Mantengamos la fe y la esperanza en Dios

José fue arrebatado de su hogar a la fuerza a los 17 años y empujado a una tierra extranjera donde pocos compartían sus creencias religiosas. Pese a esa dura prueba, él mantuvo una buena actitud y permaneció fiel a sus amos y a Dios (véase Génesis 37; 39–41). Aun así, durante 13 años experimentó una situación indeseable tras otra. Su trabajo arduo no pareció servirle de mucho sino para ponerlo en prisión, donde estuvo hasta los 30 años de edad.

A veces me pregunto si alguna vez José pensó que Dios se había olvidado de él o si se preguntó cuánto tiempo estaría encarcelado, o si acaso llegaría a ser liberado. Me pregunto si los sueños que José había tenido antes en su vida (véase Génesis 37:5–11) le dieron esperanza para un futuro más brillante.

Por supuesto, Dios se acordó de José, así como se había acordado de su madre, Raquel (véase Génesis 30:22). José fue bendecido para prosperar aun en situaciones desagradables. En lugar de elegir rebelarse, quejarse o maldecir a Dios, José ejerció una notable fe y, como resultado, fue grandemente bendecido.

Tal vez tengamos la tentación de lamentarnos por nuestras propias aflicciones, posiblemente cegándonos en reconocer las bendiciones que Dios ya nos ha concedido, pero el mantener fe y esperanza puede traer grandes bendiciones, como le ocurrió a José; e incluso cuando nuestra fe no se recompense de la manera que nos gustaría, el mantener esa fe aún puede ayudarnos a vivir más felices.

La experiencia de José también es un testamento de la superioridad del poder y de la sabiduría de Dios. Durante años, los esfuerzos de José no parecieron llevarlo a ninguna parte, pero por medio de la mano de Dios, José fue liberado de la prisión y elevado al puesto directamente debajo de Faraón (véase Génesis 41:41–43). ¿Podría haber previsto José esas oportunidades tan tremendas?

A veces intentamos con mucho empeño lograr algo, pero nuestros propios esfuerzos, por muy grandes que sean, son insuficientes para dicha tarea. Sé que nuestro Padre Celestial puede bendecirnos por nuestra fe y obediencia con bendiciones aún más grandes de las que habíamos esperado inicialmente. Confío en que si tengo una buena actitud y saco el mejor provecho de las situaciones difíciles, al igual que José, con el tiempo —el tiempo del Señor— Él “[desnudará] su santo brazo” (Isaías 52:10). Mi esfuerzo no habrá sido en vano. Él se acordará de nosotros; de hecho, Él siempre está pendiente y tiene cosas buenas reservadas para cada uno de nosotros si permanecemos fieles.

Abraham: Amemos a Dios sobre todas las cosas

Hace un tiempo, una relación que tuve con alguien que me interesaba mucho finalizó. Encontrándome ya preocupado por no estar casado, dudaba de si podría encontrar a otra persona con la que fuera tan compatible.

Poco tiempo después, recordé el relato de Abraham cuando se le mandó que sacrificara a Isaac (véase Génesis 22:1–14). Comprendí que a los dos se nos pidió que renunciáramos a alguien que amábamos. Por supuesto, mi experiencia es insignificante en comparación con la de Abraham, pero descubrí que su experiencia enseñó pautas que podía seguir.

Abraham esperó mucho tiempo para que les naciera un hijo a él y a Sara. El nacimiento de Isaac fue un milagro y a Abraham se le dijo: “En Isaac te será llamada descendencia” (Hebreos 11:18). Sin embargo, el Señor le mandó a Abraham que sacrificara a Isaac. ¿Cómo le “sería llamada” descendencia en Isaac, si Isaac era sacrificado?

Sabiendo que Dios cumpliría Sus promesas —pero sin saber necesariamente cómo— Abraham fue obediente. Su amor por su hijo era grande, pero la forma en que actuó demostró que amaba al Señor sobre todas las cosas. A nosotros se nos pide que demostremos lo mismo (véase D. y C. 101:4–5) y nosotros también tenemos la promesa de grandes recompensas por nuestra fiel perseverancia (véase Mateo 24:13). Cuando acabó mi relación, fue difícil seguir adelante. Habiendo recibido la promesa de que me casaría, el seguir adelante parecía estar en desacuerdo con el cumplimiento de dicha promesa. Pero la promesa me dio esperanza, lo cual me ayudó a volver a intentar y a mostrarle a nuestro Padre Celestial que lo amo a Él sobre todas las cosas.

La fidelidad de Abraham fue premiada no sólo con la vida de su hijo, sino también con innumerable posteridad y otras bendiciones (véase Génesis 22:15–18). También seremos premiados por hacer los sacrificios que Dios pida de nosotros y por demostrar nuestro amor por Él. Ésa es la esencia de la prueba de nuestra fe.

Zacarías: Creamos que las promesas de Dios son reales

A veces no sabemos cómo se podrán cumplir las promesas que el Señor nos da, como la promesa de que si lo deseamos y permanecemos fieles, seremos bendecidos con un matrimonio eterno. El presidente Dieter F. Uchtdorf, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, enseñó acerca de esta paradoja: “Habrá ocasiones en las que debamos tomar la valiente decisión de tener esperanza a pesar de que todo lo que nos rodee sea contrario a esta esperanza”1.

Finalmente, un ángel le prometió a Zacarías que su anciana esposa concebiría y daría a luz un hijo, el cual prepararía la vía para el Señor. La bendición fue tan grande que para Zacarías fue incomprensible. Aunque un ángel lo había declarado, Zacarías preguntó, “¿Cómo sabré esto?” (Lucas 1:18).

Al igual que Zacarías, podemos acostumbrarnos tanto a sentirnos desanimados en nuestros deseos—o las bendiciones prometidas parecen tan increíbles—que nos olvidamos de que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). La experiencia de Zacarías me ha recordado que las más grandes promesas de nuestro Padre Celestial son reales y que Él siempre las cumple.

Los relatos de José, Abraham y Zacarías no son los únicos que han aumentado mi fe y que me han dado esperanza. Son muchos los relatos en las Escrituras de personas cuya fe me ha recordado que tenga fe con respecto a lo que el Señor me ha prometido a . Hoy en día casi no puedo leer un capítulo de las Escrituras sin que eso me recuerde que el Señor siempre cumple Sus promesas. Este entendimiento me da gran esperanza para el futuro.

Nota

  1. Dieter F. Uchtdorf, “El poder infinito de la esperanza”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 23.

Ilustraciones por Jeff Ward.