Ministrar con caridad

Tabita (también conocida como Dorcas) fue una discípula de Jesucristo que vivía en Jope. Era conocida como una mujer que “abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía” (Hechos 9:36). Era querida, pues hacía muchísimo por los demás. Al igual que el Salvador, dedicó su vida a servir. Poseía habilidades y talentos que empleó con el fin de marcar diferencia.

Una de esas habilidades era confeccionar túnicas y vestidos, los cuales, al menos algunos de ellos, daba a viudas necesitadas. Para quienes recibieron sus obsequios, ella fue una bendición del cielo. Cuando Pedro fue a verla después de que falleció, “le rodearon todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas había hecho cuando estaba con ellas” (Hechos 9:39). Él se conmovió tanto que la levantó de entre los muertos, lo cual causó que muchos creyesen en el Salvador (Hechos 9:40–42).

La caridad es el amor que Jesús tiene por nosotros y el amor que Él espera que tengamos el uno por el otro. Es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Mateo 22:37–39), tratándolo con la misma compasión, paciencia y misericordia que desearíamos recibir nosotros (véase Mateo 7:12). Es servirlo, como Tabita, haciendo uso de los dones y talentos que se nos han dado.

Podemos marcar una enorme diferencia al mostrar amor de maneras que nos resulten naturales a nosotros, aunque lo que hagamos sea sencillo. Si tiene talento para la costura, esa podría ser una forma de ministrar, pero quizás a usted se le dé mejor usar una cortadora de césped que una máquina de coser. O bien, tal vez su don sea saber escuchar y acompañar como lo hace un verdadero amigo.

¿Cómo podemos desarrollar el atributo cristiano de la caridad?

• La caridad es un don que el Padre Celestial otorga a todos los que son verdaderos seguidores de Jesucristo. “[P]edid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis lleno de este amor” (Moroni 7:48).

• Mormón enseñó lo que es la caridad: “Y la caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (Moroni 7:45). Esas no son solo maneras de saber si estamos llenos de amor, sino que también son atributos relacionados que contribuyen a una mayor capacidad de amar conforme los desarrollamos.

• La compasión viene después de la empatía¹. Si procuramos comprender a otras personas, damos más lugar a que crezca la caridad. Practique hacer preguntas de una manera que sea útil y amorosa, y luego escuche con paciencia y comprensión.

• Practique la caridad. Ofrezca su tiempo y otros recursos, incluso su perdón, a quienes lo necesiten. El presidente Thomas S. Monson (1927–2018) enseñó: “El perdón debe ir de la mano con el amor […]. El reprochar mantiene abiertas las heridas; únicamente el perdón sana”².