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Capítulo 25: Doctrina y Convenios 66–70


Capítulo 25

Doctrina y Convenios 66–70

Introducción y cronología

El 29 de octubre de 1831, William E. McLellin, converso reciente de la Iglesia, acudió al Señor con cinco preguntas y oró para recibir respuestas por medio del profeta José Smith. William entonces le pidió al Profeta que acudiera al Señor de parte de él. José, que no sabía nada en cuanto a la oración de William ni de las cinco preguntas, preguntó al Señor y recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 66. En esa revelación se detallan bendiciones prometidas y consejos específicos en cuanto a la situación espiritual de William y su llamamiento a predicar el Evangelio.

En noviembre de 1831, poseedores del sacerdocio se reunieron para una serie de conferencias en Hiram, Ohio, a fin de hablar sobre la publicación de las revelaciones que el profeta José Smith había recibido del Señor hasta ese entonces. Durante la conferencia, el Señor dio la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 1, la cual designó como Su prefacio al libro de revelaciones que se publicaría. El Señor también dio la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 67, en la que Él se dirigió a quienes cuestionaron el lenguaje utilizado en las revelaciones recibidas por el Profeta.

Durante la conferencia, cuatro hermanos pidieron a José Smith que preguntara al Señor cuál era Su voluntad con respecto a ellos. En respuesta, el Profeta recibió la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 68. La revelación contiene consejos para los que son llamados a predicar el Evangelio, entendimiento adicional en cuanto a lo que se considera Escritura, instrucciones en cuanto al llamamiento de los obispos y un mandamiento a los padres de enseñar a sus hijos los principios y las ordenanzas del Evangelio.

Durante esas conferencias, a Oliver Cowdery se le asignó llevar, de Ohio a Misuri, el manuscrito de las revelaciones compiladas de José Smith a fin de que se imprimieran. El 11 de noviembre de 1831, José Smith dictó la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 69, en la que se instruye a John Whitmer a acompañar a Oliver a Misuri y a continuar recolectando material histórico como historiador y registrador de la Iglesia. El día siguiente, en una conferencia que se llevó a cabo en Hiram, Ohio, el Profeta recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 70. En ella, el Señor nombró a seis hombres para supervisar la publicación de Sus revelaciones a José Smith.

29 de octubre de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 66.

1–2 de noviembre de 1831Élderes congregados en una conferencia de la Iglesia en Hiram, Ohio, hablan de publicar las revelaciones que el Señor dio a José Smith (el Libro de Mandamientos). Durante la conferencia, el Profeta recibe Doctrina y Convenios 67–68.

11 de noviembre de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 69.

12 de noviembre de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 70.

20 de noviembre de 1831Oliver Cowdery y John Whitmer parten de Ohio a Misuri con las revelaciones que se imprimirían para formar el Libro de Mandamientos.

Doctrina y Convenios 66: Antecedentes históricos adicionales

En el verano de 1831, William E. McLellin, que anteriormente había trabajado como maestro de escuela y hacía poco había enviudado, fue bautizado miembro de la Iglesia en el condado de Jackson, Misuri. Poco tiempo después de su bautismo, fue ordenado élder y predicó el Evangelio con Hyrum Smith antes de asistir a una conferencia de la Iglesia en Orange, Ohio. En la conferencia, William conoció al profeta José Smith por primera vez y fue ordenado sumo sacerdote.

El 29 de octubre de 1831, mientras se encontraba en la casa de José Smith en Hiram, Ohio, William “acudió al Señor en secreto, y de rodillas le pidió que le revelara la respuesta a cinco preguntas por medio de Su profeta” (William E. McLellin, The Journals of William E. McLellin, 1831-1836, editado por Jan Shipps y John W. Welch, 1994, pág. 248). Sin comentarle nada en cuanto a su oración o sus preguntas, William pidió a José Smith que acudiera al Señor de parte de él. Refiriéndose a la revelación que el Profeta dictó, William más adelante escribió que “cada pregunta que yo había dejado en oídos del Señor… fue contestada a mi completa y entera satisfacción. Deseaba un testimonio de la inspiración de José, y hasta este día lo considero para mí una evidencia que no puedo negar” (The Journals of William E. McLellin, pág. 249).

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Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, EE. UU.

Doctrina y Convenios 66

El Señor elogia a William E. McLellin y le manda que predique el Evangelio y abandone la iniquidad

Doctrina y Convenios 66:1–2. “… bendito eres por haber recibido mi convenio sempiterno, sí, la plenitud de mi evangelio”

El Señor le dijo a William E. McLellin que era bendito por haberse apartado de sus pecados y por haber recibido el “convenio sempiterno, sí, la plenitud [del] evangelio” (D. y C. 66:2) al ser bautizado. En la época en que William se convirtió, el término “plenitud del Evangelio” comprendía la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo por inmersión, el don del Espíritu Santo y la obediencia a los mandamientos de Dios (véase D. y C. 39:5–6). Sin embargo, cuando se dio esta revelación había ordenanzas y convenios necesarios para la exaltación que aún no se habían revelado. Con el tiempo, por medio del profeta José Smith, el Señor restauró todas las ordenanzas y los convenios necesarios para heredar la exaltación en el Reino de Dios, incluso los que se llevan a cabo en los santos templos.

El élder John M. Madsen, de los Setenta, enseñó que, en la actualidad, la plenitud del Evangelio y el convenio sempiterno del Señor se refieren a todos los convenios y las ordenanzas del Evangelio necesarios para la salvación:

“Para conocer al Señor Jesucristo, nosotros y toda la humanidad debemos recibirlo…

“Para recibirlo, debemos recibir la plenitud de Su evangelio, Su convenio sempiterno, incluso todas esas verdades o leyes, convenios y ordenanzas que la humanidad necesita para entrar de nuevo en la presencia de Dios” (“Vida eterna en Cristo Jesús”, Liahona, julio de 2002, pág. 88).

Doctrina y Convenios 66:3. “… te encuentras limpio, mas no del todo”

Tras elogiar a William E. McLellin por apartarse de sus iniquidades y aceptar la verdad restaurada por medio del bautismo, el Señor declaró que se encontraba limpio, pero no completamente (véase D. y C. 66:3). El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó que William había recibido el perdón, pero que “aun así de alguna manera persistía, aparentemente en su mente y sus pensamientos, algo de lo que él no se había limpiado por medio de un arrepentimiento completo” (Church History and Modern Revelation, 1953, tomo I, pág. 245). El Señor exhortó a William a arrepentirse de esos pecados que a Él no le complacían y le prometió que le revelaría las cosas de las que tenía necesidad de arrepentirse. De manera similar, a medida que nosotros procuremos saber la voluntad de Dios, Él nos ayudará a progresar espiritualmente mostrándonos de qué debemos arrepentirnos.

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William McLellin

William E. McLellin, en ese entonces un converso reciente a la Iglesia, participó en la conferencia de la Iglesia en Hiram, Ohio, en noviembre de 1831. Más adelante, fue llamado a servir como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles en 1835. Fue excomulgado por apostasía en 1838.

El élder Larry R. Lawrence, de los Setenta, describió la forma en que el Señor revela, por medio del Espíritu Santo, qué cambios y mejoras debemos hacer en nuestra vida:

“El recorrido del discipulado no es uno fácil. Se lo ha llamado ‘el curso de la superación constante’ [Neal A. Maxwell, ‘El testificar de la grande y gloriosa expiación’, Liahona, abril de 2002, pág. 9]. Al viajar por el sendero estrecho y angosto, el Espíritu nos invita continuamente a ser mejores y a ascender más alto. El Espíritu Santo es el compañero de viaje ideal. Si somos humildes y enseñables, Él nos tomará de la mano y nos guiará a casa.

“No obstante, a lo largo del camino necesitamos pedir instrucciones al Señor. Tenemos que hacer algunas preguntas difíciles, como: ‘¿Qué debo cambiar?’, ‘¿Cómo puedo mejorar?’, ‘¿Qué debilidad debo fortalecer?’…

“El Espíritu Santo no nos dice que mejoremos todo a la vez. Si lo hiciera, nos desanimaríamos y nos daríamos por vencidos. El Espíritu trabaja con nosotros a nuestro propio ritmo, un paso a la vez o, como el Señor enseñó: ‘… línea por línea, precepto por precepto… y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos… pues a quien reciba, le daré más’ [2 Nefi 28:30]. Por ejemplo, si el Espíritu Santo les ha instado a dar las ‘gracias’ con más frecuencia, y ustedes responden a esa invitación, entonces tal vez Él sienta que es hora de que ustedes avancen hacia un desafío mayor, como aprender a decir: ‘Lo siento, fue culpa mía’.

“El momento perfecto para preguntar ‘¿Qué más me falta?’, es cuando tomamos la Santa Cena. El apóstol Pablo enseñó que ese es el momento de examinarnos a nosotros mismos [véase 1 Corintios 11:28]. En ese ambiente de reverencia, al dirigir nuestros pensamientos hacia el cielo, el Señor nos puede decir suavemente lo siguiente en lo que debemos trabajar” (“¿Qué más me falta?”, Liahona, noviembre de 2015, págs. 33–34).

Doctrina y Convenios 66:4–13. “… yo, el Señor, te enseñaré lo que quiero con respecto a ti”

William E. McLellin deseó saber cuál era la voluntad del Señor con respecto a Él. Como muchos de los primeros santos, estaba ansioso por mudarse al condado de Jackson, Misuri; no obstante, en vez de enviar a William a Sion, el Señor le mandó que viajara hacia el este y que proclamara el Evangelio con el hermano menor del Profeta, Samuel H. Smith. El Señor le dijo a William que estaría con Él y le prometió el poder para sanar a los enfermos.

William y Samuel partieron de Hiram, Ohio, unas semanas después de haber recibido su llamamiento, y viajaron por el este de Ohio predicando el Evangelio. William registró en su diario casos de curaciones milagrosas por la imposición de manos en cumplimiento de la promesa que el Señor le hizo (véanse D. y C. 66:9; The Journals of William E. McLellin, 1831–1836, pág. 66). A pesar de tener algo de éxito, los dos misioneros sufrieron mucha oposición mientras predicaban el Evangelio. Con la llegada del invierno, William enfermó y a finales de diciembre decidió regresar. Al hacerlo, William hizo caso omiso de las instrucciones del Señor de “[tener] paciencia en la aflicción” y de “no [volver]” de su misión hasta que el Señor lo llamara de regreso (D. y C. 66:9).

El Señor también aconsejó a William: “Procura no verte abrumado. Abandona toda iniquidad” (D. y C. 66:10). El verse abrumado significa verse obstaculizado o agobiado por algo que impide que uno progrese. El mandato subsiguiente de abandonar toda iniquidad nos recuerda que el pecado es el obstáculo principal que obstruye nuestro progreso espiritual. El Señor advirtió a William específicamente que se mantuviera en guardia contra la inmoralidad sexual, una tentación con la que, al parecer, había estado luchando (véase D. y C. 66:10). El Señor prometió a William que si obedecía Su consejo y continuaba siendo fiel “hasta el fin”, sería coronado con la vida eterna (D. y C. 66:12).

William sirvió al Señor fielmente por un tiempo, y en 1835 fue llamado a prestar servicio como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. Lamentablemente, William no hizo caso al consejo del Señor de continuar siendo fiel hasta el fin, y más tarde apostató y se volvió en contra del profeta José Smith. Cuando fue excomulgado de la Iglesia en mayo de 1838, admitió que había “dejado de orar y de guardar los mandamientos, y se había entregado a sus deseos lujuriosos” (José Smith, en Manuscript History of the Church, tomo B-1, página 796, josephsmithpapers.org).

Doctrina y Convenios 67: Antecedentes históricos adicionales

Para el otoño de 1831, el profeta José Smith había recibido más de sesenta revelaciones del Señor y se hicieron los preparativos para compilarlas y publicarlas a fin de que los miembros de la Iglesia tuvieran mayor acceso a ellas. El 1 y 2 de noviembre de 1831, un grupo de líderes del sacerdocio se reunió en una conferencia en la casa de John y Alice (Elsa) Johnson, en Hiram, Ohio, a fin de hablar sobre la publicación de las revelaciones en un solo tomo que se titularía el Libro de Mandamientos. Esos líderes del sacerdocio decidieron imprimir 10 000 ejemplares (más adelante la cantidad se redujo a 3000 ejemplares).

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Granja de John Johnson en Hiram, Ohio

En este lugar, la casa de John Johnson, en Hiram, Ohio, se llevó a cabo una conferencia especial de la Iglesia a principios de 1831 a fin de compilar las revelaciones del profeta José Smith y prepararlas para ser publicadas en el Libro de Mandamientos (véase D. y C. 67, encabezamiento de la sección).

La intención del Profeta era incluir en el Libro de Mandamientos un testimonio escrito de los élderes en el que declararan la veracidad de las revelaciones, de la misma manera que los Tres Testigos y los Ocho Testigos habían testificado de la veracidad del Libro de Mormón. En un momento de la conferencia, José preguntó a los élderes “qué testimonio estaban dispuestos a anexar a esas revelaciones que dentro de poco se enviarían al mundo” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 97). Varios de los hermanos “se pusieron de pie y dijeron que estaban dispuestos a testificar al mundo que sabían que [las revelaciones] eran del Señor” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, pág. 97). Sin embargo, algunos de los élderes no habían recibido esa convicción espiritual, y vacilaron en testificar que las revelaciones habían sido dadas por la inspiración de Dios. Algunos de los élderes también expresaron inquietudes en cuanto al lenguaje utilizado en las revelaciones. En respuesta a esas inquietudes, el profeta José Smith recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 67.

Doctrina y Convenios 67

El Señor aconseja a los que cuestionaron el lenguaje utilizado en las revelaciones dadas al profeta José Smith

Doctrina y Convenios 67:5–9. “… lo que es justo desciende de lo alto, del Padre”

Al parecer, algunos de los élderes tenían dudas persistentes sobre el origen divino de las revelaciones al profeta José Smith a causa de las imperfecciones en el lenguaje y la redacción. A José Smith le faltaba educación formal, y no siempre era elocuente al hablar o al escribir. Sin embargo, el Señor reveló verdad a Su profeta y permitió que él la expresara “según su manera de hablar” (D. y C. 1:24). El Señor desafió a los que sentían que podían expresarse con mayor elocuencia que el Profeta a que nombraran al más sabio de entre ellos para que seleccionara lo que él considerara que era la revelación menor y para que escribiera una “semejante” (D. y C. 67:6). William E. McLellin, que anteriormente había trabajado como maestro de escuela, aceptó el desafío.

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José Smith recibiendo revelación, por Daniel A. Lewis.

Joseph Smith Jr. Receiving Revelation [José Smith recibiendo revelación], por Daniel A. Lewis. Algunos de los élderes criticaban las palabras que el profeta José Smith utilizaba en sus revelaciones (véase D. y C. 67:4–9).

José Smith describió el resultado del intento de William de escribir una revelación: “[William] E. McLellin… procuró escribir una [revelación] semejante a la menor de las que el Señor había dado, pero fracasó. Escribir en el nombre del Señor era una terrible responsabilidad. Los élderes y todos los presentes que fueron testigos de este vano intento de un hombre de imitar el lenguaje de Jesucristo, renovaron su fe en la plenitud del Evangelio y en la veracidad de los mandamientos y las revelaciones que el Señor había dado a la Iglesia por mi conducto; y los élderes manifestaron su disposición a testificar de su veracidad a todo el mundo” (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, página 162, josephsmithpapers.org).

El Señor dio testimonio a los élderes de que las revelaciones “desc[endían] de lo alto” (D. y C. 67:9) y dijo a los élderes que debían dar testimonio de que las revelaciones eran verdaderas o estarían bajo condenación (véase D. y C. 67:8). Después del intento fallido de escribir una revelación, los hermanos congregados firmaron una declaración en la que daban testimonio de las revelaciones. Su testimonio, junto con los nombres de los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles en 1835, se ha incluido en la introducción de las ediciones más recientes de Doctrina y Convenios.

Para obtener una perspectiva más amplia en cuanto al lenguaje utilizado en las revelaciones de Doctrina y Convenios, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 1:24 en este manual.

Doctrina y Convenios 67:10–14. “… continuad con paciencia hasta perfeccionaros”

Tanto en la antigüedad como en la era moderna, el velo del templo ha simbolizado la separación de la presencia del Señor. El Señor prometió a los élderes que asistieron a la conferencia que si se despojaban de la envidia y el temor, y se humillaban, el velo entre Él y ellos se rasgaría y lo verían y conocerían (véase D. y C. 67:10). El Señor explicó que nadie lo había visto salvo los que habían sido “vivifica[dos]” o espiritualmente vigorizados por el Espíritu de Dios, ya que el “hombre natural” [mortal] no puede aguantar Su presencia (D. y C. 67:11–12; véase también Moisés 1:11). Aun cuando el Señor declaró que los élderes no estaban lo suficientemente preparados para recibir una bendición tan gloriosa en ese momento, los alentó a “continu[ar] con paciencia hasta perfeccionar[se]” (D. y C. 67:13).

El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, explicó la función de la paciencia en llegar a ser perfectos:

“… sin paciencia no podemos agradar a Dios; no podemos llegar a ser perfectos. De hecho, la paciencia es un proceso purificador que refina el entendimiento, aumenta la felicidad, centra la acción y ofrece la esperanza de la paz…

“Ser paciente significa esperar y perseverar de forma activa. Significa persistir en algo y hacer todo cuanto podamos: trabajar, tener esperanza, ejercer la fe y enfrentar las dificultades con fortaleza, incluso cuando los deseos de nuestro corazón se ven demorados. ¡La paciencia no es simplemente sobrellevar las cosas, sino hacerlo bien!…

“La paciencia es un atributo divino que puede sanar almas, abrir tesoros de conocimiento y entendimiento, y convertir a personas comunes y corrientes en santos y ángeles…

“La paciencia es un proceso de perfección. El Salvador mismo dijo que con nuestra paciencia ganaremos nuestras almas [véase Lucas 21:19], o como dice otra traducción del texto griego: ‘con vuestra paciencia ganaréis dominio de vuestras almas’ [véase Lucas 21:19, nota b al pie de página]. Paciencia quiere decir perseverar en la fe, sabiendo que a veces es al esperar y no al recibir que más crecemos” (véase “Continuemos con paciencia”, Liahona, mayo de 2010, págs. 57, 59).

Doctrina y Convenios 68: Antecedentes históricos adicionales

Durante la conferencia de la Iglesia en Hiram, Ohio, Orson Hyde, Luke S. Johnson, Lyman E. Johnson y William E. McLellin pidieron al profeta José Smith que les hiciera saber la voluntad del Señor con respecto a ellos. Tres de esos cuatro hombres habían sido ordenados hacía poco al oficio de sumo sacerdote, y Lyman E. Johnson fue ordenado poco después. Tiempo después, William recordó que cuando fue ordenado sumo sacerdote, “no entendía los deberes del oficio” (W. E. McLellan [sic], M. D., carta a D. H. Bays, 24 de mayo de 1870, en Saints’ Herald, 15 de septiembre de 1870, pág. 553). Quizá esa falta de entendimiento haya sido una de las razones por la que ellos le pidieron al Profeta una revelación, la cual está registrada actualmente en Doctrina y Convenios 68.

Doctrina y Convenios 68

El Señor explica lo que es Escritura, aconseja a los que son llamados a predicar el Evangelio, revela verdades sobre el llamamiento de obispo y da instrucciones a los santos en Sion

Doctrina y Convenios 68:1–4. “… cuando sean inspirados por el Espíritu Santo”

El Señor dirigió Sus instrucciones en esos versículos a Orson Hyde y a todos los que habían sido ordenados “a este sacerdocio” (D. y C. 68:2), lo cual probablemente se refiera al oficio de sumo sacerdote, pero que en ese entonces se llamaba el sumo sacerdocio. Orson y algunos otros habían sido ordenados hacía poco a ese oficio. Cuando se dio esta revelación, el oficio de sumo sacerdote era el oficio más alto de la Iglesia, salvo los oficios de Primer y Segundo Élder, quienes también eran designados apóstoles; otros oficios presidentes del sacerdocio se establecieron más adelante. Por consiguiente, la instrucción que se encuentra en Doctrina y Convenios 68:3–4 probablemente no estaba dirigida a los poseedores del sacerdocio en general, sino más bien a quienes habían sido ordenados al sumo sacerdocio o al oficio de sumo sacerdote. Esos siervos del Señor tenían la responsabilidad de proclamar el Evangelio por el Espíritu, y el Señor declaró que las palabras que hablaran “cuando [fueran] inspirados por el Espíritu Santo” sería Su voluntad, intención, palabra y voz, y tendrían el poder de guiar a las personas a la salvación (D. y C. 68:4). El presidente J. Reuben Clark (1871–1961), de la Primera Presidencia, enseñó cómo esa responsabilidad está ahora en manos de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles:

“Con el transcurso de los años, se ha dado una interpretación más amplia a [D. y C. 68:4]…

“Al considerar el problema que aquí tenemos, debemos tener en mente que a algunas de las Autoridades Generales [refiriéndose a los Apóstoles] se les ha asignado un llamamiento especial; poseen un don especial; se les sostiene como profetas, videntes y reveladores, lo cual les confiere una dotación espiritual especial en lo que se refiere a impartir enseñanzas a los de este pueblo. Ellos tienen el derecho, el poder y la autoridad de dar a conocer la disposición y la voluntad de Dios a Su pueblo, estando sujetos al poder y a la autoridad absolutos del Presidente de la Iglesia. A otras Autoridades Generales no se les da esta investidura espiritual especial.

“… solo el Presidente de la Iglesia, el sumo sacerdote presidente, es sostenido como Profeta, Vidente y Revelador para la Iglesia, y solo él tiene el derecho de recibir revelación para la Iglesia, ya sea nueva o reformadora, o proporcionar una interpretación autorizada de las Escrituras que será vinculante para la Iglesia, o cambiar de modo alguno sus doctrinas existentes” (“When Are Church Leaders’ Words Entitled to Claim of Scripture?”, Church News, 31 de julio de 1954, págs. 9–10).

El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, compartió el siguiente ejemplo de cómo el principio que se enseña en Doctrina y Convenios 68:4 se aplica a la conferencia general: “… les pido que en los días subsiguientes reflexionen, no solo en los mensajes que han escuchado, sino también en el fenómeno excepcional que es la conferencia general en sí, lo que nosotros como Santos de los Últimos Días creemos que son esas conferencias, y lo que invitamos al mundo a que escuche y observe en cuanto a ellas. Testificamos a cada nación, tribu, lengua y pueblo que Dios no solo vive, sino que Él también habla para nuestra época y en nuestros días, que el consejo que han escuchado es, bajo la dirección del Santo Espíritu, ‘la voluntad del Señor… la intención del Señor… la palabra del Señor… la voz del Señor y el poder de Dios para salvación’ [D. y C. 68:4]” (véase “Un estandarte a las naciones”, Liahona, mayo de 2011, pág. 111).

El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, aclaró cuándo y cómo el Señor da a conocer Su palabra por medio de Sus profetas:

“… no toda declaración que haya hecho un líder de la Iglesia, pasada o presente, necesariamente constituye doctrina. Comúnmente se da por entendido en la Iglesia que una declaración hecha por un líder en una sola ocasión a menudo representa una opinión personal que, aunque bien pensada, no quiere decir que sea oficial ni que sea vinculante para toda la Iglesia. El profeta José Smith enseñó que ‘un profeta es un profeta únicamente cuando está actuando como tal’ [en History of the Church, tomo V, pág. 265]. El presidente [J. Reuben] Clark… declaró:…

“‘La Iglesia sabrá, por el testimonio del Espíritu Santo que se da a los miembros, si las Autoridades Generales, al expresar sus opiniones, lo hacen por la “inspiración del Espíritu Santo” y, a su debido tiempo, ese conocimiento se dará a conocer’ [J. Reuben Clark Jr., “When Are Church Leaders’ Words Entitled to Claim of Scripture?”, Church News, 31 de julio de 1954, pág. 10]” (véase “La doctrina de Cristo”, Liahona, mayo de 2012, págs. 88–89).

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representación de Jesús y Sus discípulos andando por un camino

“Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé” (D. y C. 68:6).

Doctrina y Convenios 68:14–21. El oficio de obispo y los descendientes de Aarón

En el momento en que se dio la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 68, Edward Partridge prestaba servicio como el único obispo de la Iglesia; sin embargo, el Señor prometió que a su debido tiempo llamaría a “otros obispos” (D. y C. 68:14). Un mes más tarde, el 4 de diciembre de 1831, el Señor llamó a Newel K. Whitney a prestar servicio como obispo en Ohio (véase D. y C. 72:1–8). Los llamados a servir como obispos habían de ser sumos sacerdotes fieles de buena reputación, y llamados y nombrados por la Primera Presidencia. No obstante, el Señor también reveló que los hijos primogénitos de los descendientes literales de Aarón tienen derecho a ese oficio en virtud de su linaje, si son llamados, hallados dignos y ordenados por la Presidencia del Sumo Sacerdocio (la Primera Presidencia). En la antigüedad, Aarón, el hermano de Moisés, era el sumo sacerdote presidente del Sacerdocio Aarónico. En el antiguo Israel, solo los descendientes de Aarón podían poseer el oficio de sacerdote, y el sumo sacerdote era seleccionado de entre los primogénitos de sus descendientes.

El presidente Joseph Fielding Smith explicó que la estipulación sobre los descendientes de Aarón en Doctrina y Convenios 68:15–21 se refiere al oficio de Obispo Presidente de la Iglesia: “Esto se refiere únicamente al que preside el Sacerdocio Aarónico. En ningún sentido se refiere a los obispos de los barrios. Además, la Primera Presidencia de la Iglesia debe designar a esa persona, y ella debe recibir su unción y ordenación de manos de ellos… Si no se tiene conocimiento de tal descendiente, cualquier sumo sacerdote, nombrado por la Presidencia, puede desempeñar el cargo de Obispo Presidente” (véase Doctrina de Salvación, compilado por Bruce R. McConkie, 1979, tomo III, pág. 88; véase también D. y C. 107:13–16, 69–83).

Doctrina y Convenios 68:25–28. “… si hay padres que tengan hijos en Sion o en cualquiera de sus estacas”

El Señor enseñó que los padres de la Iglesia tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a comprender los primeros principios y ordenanzas del evangelio de Jesucristo (véase D. y C. 68:25). Los padres no solo deben enseñar a sus hijos a comprender la doctrina, sino también a observar las enseñanzas del Evangelio para que “and[en] rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28), lo cual incluye enseñar a sus hijos a orar, a santificar el día de reposo y a evitar la ociosidad (véase D. y C. 68:28–31).

El hermano Tad R. Callister, de la Presidencia General de la Escuela Dominical, dio una perspectiva más amplia en cuanto a la responsabilidad que los padres tienen de enseñar a sus hijos el Evangelio: “Como padres, se espera que seamos los principales maestros y ejemplos del Evangelio para nuestros hijos; no el obispo ni la Escuela Dominical ni las Mujeres Jóvenes ni los Hombres Jóvenes, sino los padres. Como sus principales maestros del Evangelio, podemos enseñarles el poder y la realidad de la Expiación, de su identidad y destino divino; y al hacerlo, proporcionarles un firme cimiento sobre el cual puedan edificar. Al fin y al cabo, el hogar es el ambiente ideal para enseñar el evangelio de Jesucristo” (“Los padres: Principales maestros del Evangelio para sus hijos”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 32).

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padre enseñando a su hijo el Evangelio

Se manda a los padres “enseñ[ar] a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28).

El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, advirtió a los padres en cuanto al peligro espiritual de no enseñar a sus hijos las verdades del Evangelio:

“He oído decir a algunos padres que no quieren imponer el Evangelio a sus hijos, sino que desean que ellos tomen sus propias decisiones sobre lo que vayan a creer y a seguir; piensan que de esa manera les permiten ejercer su albedrío. Lo que olvidan es que el uso inteligente del albedrío exige un conocimiento de la verdad, de las cosas como realmente son (véase D. y C. 93:24). Sin eso, es muy difícil que los jóvenes entiendan y evalúen las posibilidades que se les presenten. Los padres deberían considerar cómo llega el adversario a sus hijos; él y sus seguidores no fomentan la objetividad sino que son vigorosos promotores del pecado y del egoísmo, y utilizan muchos y variados medios.

“El pretender ser neutrales en cuanto al Evangelio es, en realidad, rechazar la existencia de Dios y Su autoridad. En cambio, si deseamos que nuestros hijos vean claramente las opciones de la vida y sean capaces de pensar por sí mismos, debemos reconocerlo a Él y a Su omnisciencia” (véase “La disciplina moral”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 107).

Doctrina y Convenios 68:25. “… el pecado será sobre la cabeza de los padres”

Es importante recordar que en Doctrina y Convenios 68:25 se utiliza la palabra pecado (en singular) y no la palabra pecados. No se refiere a los pecados que los hijos pudieran cometer, sino al pecado de los padres de no enseñar a sus hijos la doctrina del Reino. El interpretar mal ese versículo puede ocasionar que algunos padres erróneamente sientan que son responsables por los pecados de sus hijos. Por consiguiente, algunos padres se culpan a sí mismos por las malas decisiones de sus hijos a pesar de haberles enseñado diligentemente principios correctos.

El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) ofreció el siguiente consejo reconfortante a quienes quizá sientan que no han tenido éxito como padres porque tienen un hijo que se ha descarriado:

“Los padres que han tenido éxito son los que han amado, los que se han sacrificado, los que se han preocupado, han enseñado y han atendido a las necesidades de sus hijos. Si han hecho todo eso y aún así su hijo es desobediente, contencioso o mundano, puede muy bien ser que, a pesar de ello, sean buenos padres.

“… no pierdan la esperanza con algún joven o jovencita que se haya descarriado; muchos que parecían totalmente perdidos han vuelto. Debemos dedicarnos a la oración y, si es posible, hacerles sentir nuestro amor y preocupación…

“Jamás debemos dejar que Satanás nos engañe haciéndonos pensar que todo está perdido. Sintamos la satisfacción de lo bueno y lo correcto que hemos hecho; rechacemos y eliminemos de nuestra vida lo que sea incorrecto; recurramos al Señor en busca de perdón, fortaleza y consuelo, y luego sigamos adelante” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Howard W. Hunter, 2015, págs. 239–240).

Doctrina y Convenios 69: Antecedentes históricos adicionales

A fines de octubre o comienzos de noviembre de 1831, a Oliver Cowdery se le asignó llevar la transcripción de las revelaciones que el profeta José Smith había recibido a Independence, Misuri. Allí, William W. Phelps imprimiría las revelaciones en su imprenta. A Oliver también se lo nombró para llevar el dinero que se había contribuido para el establecimiento de Sion. A fin de proteger el manuscrito y el dinero, se decidió que un compañero de viaje debía ir con él. El 11 de noviembre de 1831, el Señor dio la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 69, en la que nombró a John Whitmer para que acompañara a Oliver Cowdery a Misuri. Cuando esa revelación se dio, John Whitmer prestaba servicio como historiador y registrador de la Iglesia (véase D. y C. 47:1–3).

Doctrina y Convenios 69

El Señor manda a John Whitmer acompañar a Oliver Cowdery a Misuri y a continuar con sus deberes como historiador de la Iglesia

Doctrina y Convenios 69:3–8. “… escrib[ir] y recopil[ar] una historia de todas las cosas importantes”

En marzo de 1831, John Whitmer fue llamado por el Señor a “llev[ar] una historia sistemática” de la Iglesia y a ayudar al profeta José Smith siendo su escribiente (D. y C. 47:1). Ese llamamiento estaba en armonía con el consejo anterior del Señor de que “se llevará entre vosotros una historia” (D. y C. 21:1). El Señor reiteró a John Whitmer su responsabilidad de documentar la historia de la Iglesia, para lo cual debía recopilar y escribir “todas las cosas importantes” que tuvieran lugar entre los santos (D. y C. 69:3). El propósito de llevar ese tipo de historia es “para el bien de la iglesia, y para las generaciones futuras” (D. y C. 69:8).

Doctrina y Convenios 70: Antecedentes históricos adicionales

El profeta José Smith dictó la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 70 durante o inmediatamente después de la conferencia que se llevó a cabo en Hiram, Ohio, el 12 de noviembre de 1831. Esa fue la última de cuatro conferencias especiales que se llevaron a cabo entre el 1 y el 12 de noviembre. Durante esas dos semanas, José Smith y otras personas dedicaron mucho de su tiempo a revisar las revelaciones que el Profeta había recibido y a prepararlas para ser publicadas. En esa conferencia final, los presentes aprobaron una resolución en la que manifestaron que las revelaciones eran “de tal estima para la Iglesia como las riquezas de toda la tierra” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, pág. 138). También en esa conferencia el Profeta hizo notar las contribuciones hechas por unos cuantos hermanos que habían trabajado con él desde el principio para sacar a luz los escritos sagrados dados por el Señor. La conferencia aprobó una propuesta de proporcionar compensación, derivada de la venta de las publicaciones, a las familias de quienes estaban dedicando su tiempo a la preparación y publicación de las revelaciones.

Los élderes votaron que José Smith, Oliver Cowdery, John Whitmer y Sidney Rigdon “fueran nombrados para administrar [las revelaciones] de conformidad con las leyes de la Iglesia [y] los mandamientos del Señor” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, pág. 138). Una historia posterior indica que el Profeta recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 70 como respuesta a una pregunta. En ella, el Señor autorizó la decisión de nombrar a personas para supervisar la publicación de las revelaciones.

Doctrina y Convenios 70

El Señor nombra a seis hombres para servir como mayordomos de Sus revelaciones

Doctrina y Convenios 70:3–8. “… mayordomos de las revelaciones y mandamientos”

En la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 70, el Señor llamó a Martin Harris y a William W. Phelps a unirse a los cuatro hombres que habían sido nombrados anteriormente para servir como mayordomos de las revelaciones. Esos mayordomos no solo eran responsables de publicar las revelaciones, sino también de administrar el ingreso generado por la venta del Libro de Mandamientos. El Señor les mandó que utilizaran las ganancias para proveer para sus familias y que consagraran el sobrante al almacén del Señor para el beneficio del pueblo de Sion. El Señor organizó esa mayordomía conjunta de conformidad con los principios de la ley de consagración.

En marzo de 1832, una revelación indicó al profeta José Smith, a Sidney Rigdon y a Newel K. Whitney que organizaran “centros literarios y mercantiles” de la Iglesia (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, pág. 198; se estandarizó la ortografía). Por consiguiente, los mayordomos de las revelaciones se unieron con los obispos de la Iglesia y con los que eran responsables de los almacenes en lo que se llegó a conocer como la Firma Unida (véanse los encabezamientos de D. y C. 78 y 82). Los seis hombres nombrados para supervisar la labor de impresión de la Iglesia formaron una sucursal de la Firma Unida llamada la Firma Literaria. Además del Libro de Mandamientos, la Firma Literaria publicó otros proyectos como el himnario de la Iglesia, literatura para niños, la Traducción de José Smith de la Biblia y periódicos de la Iglesia.