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¿Quién es Jesucristo?

Jesucristo es el Salvador del mundo y el Hijo de Dios. Él es nuestro Redentor. Cada uno de esos títulos indica la verdad de que Jesucristo es el único camino mediante el cual podemos volver a vivir con nuestro Padre Celestial.

Jesús sufrió y fue crucificado por los pecados del mundo, dando así a cada uno de los hijos de Dios el don del arrepentimiento y del perdón. Solo por medio de Su misericordia y Su gracia puede salvarse cualquier persona. Su posterior resurrección preparó el camino para que cada persona pudiera también vencer la muerte física. A esos acontecimientos se les denomina la Expiación. En pocas palabras, Jesucristo nos salva del pecado y de la muerte. Por ello, Él es literalmente nuestro Salvador y Redentor.

En el futuro, Jesucristo volverá a reinar en la tierra en paz durante mil años. Jesucristo es el Hijo de Dios y será nuestro Señor para siempre. Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días siempre han adorado a Dios el Eterno Padre en el nombre de Jesucristo. Cuando se le preguntó en qué creían los Santos de los Últimos Días, José Smith mencionó a Cristo como la figura central: “Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los Apóstoles y de los profetas concernientes a Jesucristo: ‘que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos’, y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente apéndices de eso”. El Cuórum de los Doce Apóstoles de la actualidad ha reafirmado tal testimonio al proclamar: “Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios… Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero”.

El 1.º de enero de 2000, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles publicaron la siguiente declaración. Titulada “El Cristo Viviente”, la declaración da testimonio del Señor Jesucristo y es un resumen de Su identidad y Su misión divina:

“Al conmemorar el nacimiento de Jesucristo hace dos milenios, manifestamos nuestro testimonio de la realidad de Su vida incomparable y de la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio. Ninguna otra persona ha ejercido una influencia tan profunda sobre todos los que han vivido y los que aún vivirán sobre la tierra.

“Él fue el Gran Jehová del Antiguo Testamento y el Mesías del Nuevo Testamento. Bajo la dirección de Su Padre, Él fue el Creador de la tierra. ‘Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho’ (Juan 1:3). Aun cuando fue sin pecado, fue bautizado para cumplir toda justicia. Él ‘anduvo haciendo bienes’ (Hechos 10:38) y, sin embargo, fue repudiado por ello. Su Evangelio fue un mensaje de paz y de buena voluntad. Él suplicó a todos que siguieran Su ejemplo. Recorrió los caminos de Palestina, sanando a los enfermos, haciendo que los ciegos vieran y levantando a los muertos. Enseñó las verdades de la eternidad, la realidad de nuestra existencia premortal, el propósito de nuestra vida en la tierra y el potencial de los hijos y de las hijas de Dios en la vida venidera.

“Instituyó la Santa Cena como recordatorio de Su gran sacrificio expiatorio. Fue arrestado y condenado por acusaciones falsas, se le declaró culpable para satisfacer a la multitud y se le sentenció a morir en la cruz del Calvario. Él dio Su vida para expiar los pecados de todo el género humano. La Suya fue una gran dádiva vicaria en favor de todos los que habitarían la tierra.

“Testificamos solemnemente que Su vida, que es fundamental para toda la historia de la humanidad, no comenzó en Belén ni concluyó en el Calvario. Él fue el Primogénito del Padre, el Hijo Unigénito en la carne, el Redentor del mundo.

“Se levantó del sepulcro para ser las ‘primicias de los que durmieron’ (1 Corintios 15:20). Como el Señor Resucitado, anduvo entre aquellos a los que había amado en vida. También ministró entre Sus ‘otras ovejas’ (Juan 10:16) en la antigua América. En el mundo moderno, Él y Su Padre aparecieron al joven José Smith, iniciando así la largamente prometida ‘dispensación del cumplimiento de los tiempos’ (Efesios 1:10).

“Del Cristo Viviente, el profeta José escribió: ‘Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía:

“‘Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre’ (Doctrina y Convenios 110:3–4).

“De Él, el Profeta también declaró: ‘Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“‘Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;

“‘que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios’ (Doctrina y Convenios 76:22–24).

“Declaramos en palabras de solemnidad que Su sacerdocio y Su Iglesia han sido restaurados sobre la tierra, ‘edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo’ (Efesios 2:20).

“Testificamos que algún día Él regresará a la tierra. ‘Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá’ (Isaías 40:5). Él regirá como Rey de reyes y reinará como Señor de señores, y toda rodilla se doblará, y toda lengua hablará en adoración ante Él. Todos nosotros compareceremos para ser juzgados por Él según nuestras obras y los deseos de nuestro corazón.

“Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino” (Liahona, abril de 2000, págs. 2–3).

Jesucristo es el Hijo Unigénito del Padre en la carne (Juan 1:14, 18; 2 Nefi 25:12; Alma 5:48; Doctrina y Convenios 93:11; Gordon B. Hinckley, “El símbolo de nuestra fe”, Liahona, abril de 2005, pág. 3; Gordon B. Hinckley, “El testimonio de un profeta”, Liahona, julio de 1993, pág. 103; “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, mayo de 2017, cubierta interior).

Jesucristo es el Salvador y el Redentor del mundo (Isaías 49:26; 1 Nefi 21:26; 22:12; Doctrina y Convenios 66:1; Predicad Mi Evangelio, pág. 51; “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, mayo de 2017, cubierta interior).

Jesucristo es nuestro Mediador y Abogado ante el Padre (1 Timoteo 2:5; Doctrina y Convenios 45:3; Thomas S. Monson, “Ellos mostraron el camino”, Liahona, julio de 1997, pág. 57; Joseph Fielding Smith, en Conference Report, octubre de 1953, pág. 57).

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“Cuando Jesús era niño”, Liahona, febrero de 2017

“Min-Jun da la talla”, Liahona, enero de 2017

“Tomar sobre mí Su nombre”, Liahona, agosto de 2011

“Él sufrió mis dolores”, Liahona, junio de 2011

“Navegar seguro en las Islas Marshall”, Liahona, abril de 2011

“Jesús de niño”, Liahona, enero de 2011

“Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios”, Liahona, diciembre de 2010

“El poder para cambiar”, Liahona, junio de 2010

“‘Yo soy el camino’”, Liahona, marzo de 2008

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